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    con u n solemne tono gri s; un v ista zo ha cia el oestetierra adentro y por la sierra que en línea recta seprolongaba de sur a norte y cuyas cimas, como enun sueño entrevelado, permanecían poderosas,solemnes o silenciosamente serenas. Potentesmasas de luz que, a veces, subían desde el valle

    como una corriente dorada; luego, de nuevo nubesque se estacionaban en el pico más al to y entonces ba jaba n len ta mente por el bosqu e hasta el val le oascendían y descendían entre los reflejos del solcomo un f anta sma volador plateado; sin ru ido, sinmovimiento, sin pájaros, nada más que, ora decerca, ora de lejos, el soplar del viento. Tambiénaparecían puntos en un riguroso color negro,arm azones de cabaña s, tabl ones cubi ertos de paja.Las gentes, cuando pasaban a caballo, sesaludaban con calma, silenciosa y formalmente,como si no se atrevieran a romper la paz del v al le.En la cabaña todo era actividad, se agolpabanalrededor de Oberlin, quien reprendía, dabacons ejos, consola ba; por doqui er plegar ia s, mi ra dasconfiadas. La gente contaba sueños,presenti mi entos. Después, rápi damente se pa sabaa la vida práctica, trazado de caminos, cavado deacequias, asistencia a la escuela. Oberlin era

    incansable, Lenz le acompañaba a cada pasoinmerso tanto en la conversación, como en susocupaciones del trabajo, como en l a n atu ral eza.

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    un repaso del día, cómo había llegado, dóndeestaba; el comedor de la casa del pastor con suslucecillas y sus rostros afables le parecía una visi ón, u n s u eño, se sen tí a v ací o otr a v ez com o en lamontaña , pero ahora ya n o podía l lena rlo con n ada,la luz se había extingu ido, la oscuridad lo envolvía

    todo; un miedo indescriptible se apoderó de él, derepente dio un salto, atravesó la habitacióncorriendo, bajó las escaleras, se paró delante de lacasa; pero fue en vano, todo estaba a oscuras, élmi smo era un sueño, recuerdos ai sla dos le pasar onpor l a m emoria , los retuvo, parecía que tuviera queestar dici endo a cada m omento «Padrenuestro»; yano era capaz de orientar se, un in stin to ocul to vin oa sal va rle, dio punta piés a las piedras, se arañ ó consus propias uñ as, el dolor comenzó a devolv erle larazón, se tiró al pilón pero el agu a no era profun da,chapoteó en ella. Entonces llegó gente, le habíanoído, le llamaron a voces. Oberlin llegó corriendo;Lenz había vuelto en sí, ya era consciente de susituación, se sintió aliviado, ahora estabaavergonzado y entristecido por haber asustado aesa buena gente, le dijo que estaba acostumbrado a ba ñars e en agu a fr ía y volvió a su bi r; f inalmenteel ag otami ento le dejó dorm ir .

     A l otro dí a todo fu e bi en . A ca ba l lo por el val lecon Oberlin; amplias superficies montañosas, quedesde ma yor altu ra se concentraban en un estrecho y si nu oso val le que se abr ía en mú lti pl esdirecciones monte arriba, grandes masas rocosas,que se exten dían ha cia abajo; poco bosque, m as todo

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    Subió, arriba hacía frío, era un cuarto amplio, vací o, con una ca ma al ta al fon do, pu so l a lámpa raen la mesa, fu e de un la do para otro, volvi ó a hacer

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    Georg Büchner

    Lenz

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    Lenz comienza como un informe: «El 20 de enero Lenzcaminaba por la sierra». No dice de dónde viene ni porqué ni a qué y no lo dirá nunca porque Lenz es unBartleby, mejor dicho, un precursor de ese personajeque preferiría no hacerlo.

    Síntesis densa y expresionista del alma de un poetaescrita por otro poeta, en la compasión por Lenz,Büchner se funde con su personaje y encuentra supropia voz, una de las más bellas y originales de laHistoria de la Literatura así como un caminoradicalmente nuevo de entender el arte, ajeno a todaconvención y norma.

    Un texto precursor del expresionismo, que no en vanofascinó a autores como Kafka o Walser y, más allá dellenguaje, el Lenz de Büchner comienza a prefigurar unanueva sensibilidad que, con el tiempo, FriedrichNietszche llamó nihilismo.

    Lenz es una novela basada en la vida del poeta delSturm und Drang Jakob Michael Reinhold Lenz.

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    estaba destrozada. Oberlin le dio la bienv enida, letomó por un artesano. «Sea usted bienvenido. A u nque no le conozca ». —Soy u n amigo de… y letrai go recuerdos de su pa rte. «Su nombre, si h ace elfavor…». —Lenz. «Ja, ja, ja. ¿No está publicado?,¿no he leído algu na obra atribuida a u n caball ero

    con ese nombre?». —Sí, pero tenga usted a bien nouzgarme por ello. Siguieron hablando, buscaba

    las palabras y se expresaba con soltura, aunquecomo sobre un potro de tortura; poco a poco fuetranquilizándose, la acogedora habitación y losrostros sosegados que destacaban desde la sombra,la m ira da lum in osa de los niños, en la que parecíaconcentrarse toda la luz, se alzaba confiada y curi osa h asta l a ma dre que, serena como un áng el,estaba sentada detrás, en la sombra. Empezó acontar cosas de su ti erra n atal ; dibujaba toda cla sede trajes regionales, todos estaban a su alrededorprestando in terés, se sentía como en cas a, su páli dacarita de niño ahora sonreía por l o ani ma do de surelato; se había tranquilizado, era como si viejasfiguras, rostros en el olvido volvieran de lo másrecóndito, canciones antiguas renacieran, sesentía lejos, muy lejos. Finalmente llegó elmomento de marcharse, le acompañaron al otro

    lado de la calle, la casa parroquial era muy pequeña , le dieron u na h abitaci ón en la escuela.

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    recordaba nada más. Hacia la media tarde llegó ala cima de la montaña, a la parte nevada, desdedonde se volví a a bajar a l a ll anu ra por el oeste, all íarriba se sentó. La tarde se fue quedando másapacibl e; la s nu bes se estanca ron en el cielo, todo loque la vista alcanzaba no era más que cumbres

    montañosas, desde las que se extendían vastasladeras hacia abajo y todo tan tranquilo, plomizo,crepuscular; se sentía terriblemente aislado,estaba solo, completamente solo, quería hablarconsi go mi smo, pero no podía, apenas se atrevía arespirar, sus pisadas retumbaban como truenos ba jo él , t uvo que sen ta rse; u n miedo super ior a su sfuerzas se apoderó de él en esa nada, estaba enmedio del vacío, se levantó de un salto y bajó lala dera volando. Había oscurecido, cielo y ti erra sefundían en uno. Era como si algo le persiguiera,como si alg o horrible qui siera al canzar le, alg o queel hombre no puede soportar, como si la locura acaball o le diera caza . Por fin oyó voces, vio luces, sesin tió más tran qui lo, le dijeron que aú n l e quedaríauna media hora hasta Waldbach. Cruzó el pueblo,las lámparas desprendían luz a través de las ven ta nas, al pa sa r por del ante veía en su inter iorniños a la mesa, ancianas, muchachas, todo encalma, rostros serenos, parecía como si la luzemanara de ellos, sintió alivio, pronto estaría en Waldba ch , en la ca sa pa rr oqu ial . Había gentesentada a la mesa, entró; los rizos rubios caían porsu pálida cara, esto hacía que contrajerainvoluntariamente los ojos y la boca, su ropa

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    Título original: Lenz Georg Büchner, 1839Traducción: María Teresa Ruiz CamachoIlustraciones: Alfred Hrdlicka

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    Pero sólo eran unos instantes y entonces selevantaba sereno, seguro, tranquilo como si unassombras chinescas hubieran desfilado ante él, no

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     br amaba n con fu erza en alaba nza s como siquisieran cantar a la tierra en su espontáneoregocijo y las nubes cabalgaban como corcelessalvajes relinchando y los rayos del sol se abríancamin o y ll egaban y desenvainaban su relucienteespada en la superficie nevada, de modo que una

    lu z brill ante y cegadora cruzaba desde la s cumbresal v al le; o cuan do la tormenta empujaba l as nu beshacia abajo y se abría un mar azul claro y,entonces, el viento iba extinguiéndose y desde lomás profundo de los barrancos, desde las copas delos abetos, ascendía vi brando como un a can ción decuna o un ti ntineo de campanas y al i ntenso azul leiba in vadiendo un rojo suav e y u nas n ubecill as dealas plateadas l o atravesaban y todas las cumbresde las montañas resplandecían nítidas y sólidassobre la llanura; entonces se detenía, jadeando, elcuerpo curvado hacia delante, los ojos y la bocamuy abiertos, pensaba que tenía que atraer latormenta hacia él, atraparlo todo en sí mismo, seestiraba, se tumbaba en el suelo, escarbaba paraadentrarse en el universo, era un placer que lehacía daño; o bien, se quedaba inmóvil y con lacabeza apoya da en el mu sgo y los ojos entrecerra dos y en ton ces todo iba alejándose de él , la ti erradesaparecía bajo sus pies, se hacía pequeña comouna estrella errante y se sum ergía en un torrenteestrepitoso, cuya corriente cristalina tiraba de élpor debajo.

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     Juzgar e l le nguaje de   GEORG B CHNER conimparcialidad es una completa osadía, yo sólo

    uedo intentar reconstruir el argumento. Heconfrontado la obra literaria con la re alidad, ya que Lenz no e s un personaje de ficción ni una inve ncióndel escritor. Lenz es un precursor de Büchner de

    igual genialidad, con fuerza expresiva,extremadamente sensible, acometedor yapasionado y, si utilizamos términos de psiquiatría

    clásica, cercano a la hebefrenia[1], a la locura deuventud. Georg Büchner ha analizado a Lenz, con

    mucha compasión, desde un frío punto de vistacientífico, ha utilizado el estudio de fuentes y, de unalma tan cercanamente análoga a la suya, sin queuera un revolucionario como él, ha intentado hacer

    un monumento a un re volucionador, no una e statua,sino una cadencia de imágenes de una autodestrucción sin salida. Der Hofmeister (ElPreceptor), de Jacob Michael Reinhold Lenz, es unautorretrato, el idealismo de la juventud y lanecesidad sexual son dos polos que se atraen y serepelen, y destruyen con «fatalidad» a los

    e rsonajes del drama.

     A LFRED HRDLICKA 

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    LENZ

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    El día 20 iba Lenz por la montaña. Las altascumbres y las cim as cubiertas de nieve; valleabajo, rocas parduscas, llanuras verdes,

    peñascos y abetos. Hacía un frío húmedo, el aguamurmuraba en su descenso por las rocas y salpicaba el camino. Las ramas de los árboles se

     ven cí an por el peso en el aire acu oso. Un as nu besnegras avanzaban por el cielo, sin embargo todotan denso y, además, la niebla desprendía vapor y atravesaba pesada y húmeda entre los arbustos,tan lenta, ta n torpe. Contin uó andan do in diferente,no le importaba nada del camino, ya fuera subir, ya fu era ba jar. N o sen tí a el ca nsa nci o, lo ún ico quea veces le resultaba molesto era no poder andarcabeza abajo. Al principio le daba un vuelco elcorazón cuando las piedras caían rodando de tal

    manera que el grisáceo bosque temblaba bajo suspies y la niebla ora engull ía l as formas, ora dejabaentrever la gra ndiosidad de sus componentes. Al gole i nqui etaba, buscaba a lg o, qui zá su eños perdidos,pero no encontraba nada. Todo le resultaba taninsignificante, tan próximo, tan mojado, quehabría deseado poner la tierra al calor del hogar,no comprendía que le llevara tanto tiempodescender un a pendiente para a lcan zar u n pun to alo lejos; creía que habría podido recorrerlo todo enunos cuantos pasos. Sólo a veces sentía unaopresión en el pecho cuando la tormenta llevabalas nubes al valle y el vapor ascendía al bosque y las voces se despertaban en las rocas, como sifueran tru enos extin gu iéndose a l o lejos y, después,

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    descansar.Lenz s e quedó dormi do y du ra nte el s ueñ o oía el

    tic-tac del reloj. Al tiempo del apenas perceptiblecanto de la muchacha y de la voz de la anciana,resonaba el silbido del viento ora de cerca, ora delejos; y la luna, a veces brillante, a veces oculta,

    iluminaba el cuarto con su cambiante y ensoñadora lu z. En un a ocasión l as v oces subieronde volum en, la joven h abla ba clar o y al to, decía queen el risco de enfrente había una iglesia. Lenzlevantó la vista, ella estaba sentada erguida detrásde la mesa con los ojos muy abiertos y la lunaproyectaba su apacible luz sobre sus rasgos, queparecían irradiar un lúgubre resplandor, altiempo que con l a v oz ronca de la anci ana , y por laalternancia y disminución de la luz y las voces,Lenz se quedó profu ndam ente dorm ido.

    Se despertó temprano, todos dormían en elcuarto, estaba amaneciendo, también lamuchacha se había tranquilizado, estabareclinada, las manos juntas debajo de la mejillaizquierda; lo sobrenatural de sus rasgos habíadesaparecido, ahora tenía la expresión de unsufrim iento indescriptible. Se dirigió a l a v entana y la abr ió, el fr ío vi ento de l a mañana l e sa cu di ó enla frente. La casa se encontraba al final de unprofun do y an gosto va ll e que se abrí a por el este, losrayos rojizos penetraban por el plomizo cielomatutino en el penumbroso valle con neblina y relucían en las gri sáceas piedras y alcanzaban la s ven ta nas de las ca ba ñas. El homb re se desper tó,

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    Todo esto producía en él un efecto sedante y  ben éfi co, a men u do ten ía que m irar a Oberl in a losojos, y esa enorme paz que nos invade con lo

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    sosegado de la natu ral eza, lo in trin cado del bosque,lo encantador de una noche de verano con lunall ena, le resul taba todaví a m ás cercana en esos ojostranquilos, en ese rostro serio y venerable. Eratímido pero hacía observaciones, hablaba, suconversación agradaba mucho a Oberlin y la

    graciosa carita aniñada de Lenz le alegraba. Perosólo le resul taba soportabl e en ta nto había lu z en el val le; a l anochecer le i nvadí a u n extr año miedo, l eha bría gu stado ir tras el sol; cua ndo los objetos se volvían ca da vez más oscu ros, todo le pa recí a ta nirreal, tan adverso, que le entraba el miedo queentra a l os ni ños cuando duermen sin lu z; era comosi estuviera ciego; y entonces el miedo crecía; lapesadilla de la locura estaba a sus pies, ante él seabrían pensamientos desesperados, como si sólo setra tase de un su eño, se aga rra ba a todos los objetos,las personas que le pasaban con rapidez pordelan te, se arrima ba a ell as, eran sombras, la vi dase salía de él y sus miembros estaban totalmenterígidos. Hablaba, cantaba, recitaba pasajes deSha kespeare, se aferr aba a todo aquell o que hi cieraque su sang re flu yera m ás deprisa, lo intentó todo,pero sólo frialdad, indiferencia. Tuvo que salir alair e libre, la poca l uz que quedaba se desvanecía enla noche, cuando sus ojos se hubieronacostum brado a l a oscuridad se sin tió mejor, se tiróal pilón, el efecto excitante del agua le hacía estarmejor, también tenía la esperanza secreta de quefuera un a enferm edad, esta vez se dio el baño conmenos ruido. Sin embargo cuanto más se

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    inmenso que ondeaba suavemente. A veces, sesentaba, luego volvía a andar, pero pesadamente,adormilado. No buscaba ningún camino concreto.Era ya de noche cuando llegó a una cabañahabitada en la bajada a Steintal. La puerta estabacerrada, fue a l a v entana por l a que se vislu mbraba

    lu z. Un candil il umi naba nada más que un pun to,su lu z caía sobre el páli do rostro de una joven que,con los ojos entreabiertos y los labios moviéndoseen voz baja, reposaba allí detrás. Más allá, en laoscuridad, estaba sentada una anciana quecantaba del libro de misa con una voz ronca. Leabrió después de llamar mucho rato. Era mediosorda, sirvió a Lenz algo de comer y le mostró unlu gar donde dorm ir m ientra s que proseguí a con sucántico incesantemente. La muchacha no se habíamovido. Poco después entró un hombre, era alto y enjuto, in dicios de pelo can o, con u n desconcertadorasgo de preocupación en la cara. Se fue hacia laoven, ella dio un respingo y se agi tó. Él cogió un as

    hierbas aromáticas de la pared y le puso sus hojasen la mano, de modo que ella se tranquilizó y murmuró algunas palabras comprensibles enunos tonos de voz que se prolongaban y cortabanlentamente. Contó cómo había oído una voz en lamontaña y cómo después había visto relámpagosen el valle, cómo además algo le había agarrado y contr a l o que, como Jacob, habí a l uch ado. Se postró y oró con fer vor en voz ba ja mientr as la en fer macanta ba pau sadam ente en u n tono prolonga do, quese extinguía con suavidad. Después se fue a

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    hacía tiempo. Aceptó. Había que esperar un díamás por los preparativos. A Lenz esto le llegó alalma, se había agarrado angustiosamente a todopara librarse de su interminable tortura; enal gu nos momentos él sentía en lo más profundo desu ser que todo era fruto de su imaginación. Se

    trataba a sí mismo como a un niño enfermo, sólocon grandes miedos se deshacía de algunospensamientos, de intensos sentimientos, para queluego le volvieran con mucha fuerza, temblaba, elpelo se le ponía casi de punta hasta que esto ledejaba extenuado por la inmensa tensión. Sesalvaba con una figura que siempre flotaba antesus ojos y con Oberlin; sus palabras, su rostro, lehacían un enorme bien. Por eso aguardabaangu stiado su partida.

     Ahora a Lenz le inqui eta ba queda rs e sol o encasa. El tiempo se había suavizado, decidióacompañar a Oberlin a la montaña. Se separaríanal otro lado, donde el valle acababa en un llano. V olv ió sol o. A tr avesó la montaña por di fer en tescami nos, va stas plan icies se extendían va ll e abajo,poco bosque, nada más que potentes líneas y másallá, la enorme y humeante llanura. Fuertesráfagas de viento en el aire, por ningún lado lahuella del hombre, salvo alguna cabañaabandonada al borde de la ladera, donde lospastores pasaban el verano. Se sentía tranquilo,acaso casi soñando, se le junta ba todo en u na lí neacomo una ola que sube y baja entre el cielo y latierra, era como si se encontrara en un mar

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    aclimataba a aquella vida, más tranquilo estaba,ayudaba a Oberlin, dibujaba, leía la Biblia; viejasesperanzas afloraban en él; y es así como vino aencontrar el Nuevo Testamento y una mañanasal ió. Oberlin le contó cómo un a m ano irr efrenablele h abía sujetado en el puente, cómo un resplandor

    desde lo alto le había cegado, cómo había oído una voz, c ómo l e h abí a habl ado por la noche, cómo Diosse había alojado en su interior por completo, demodo que pueri lm ente había echado a su ertes parasaber qué debía hacer, la fe, el cielo eterno en la vida , la existen ci a en Dios; sól o enton ces se lerevelaron las Sagradas Escrituras. Cuando lagente se acerca tanto a la naturaleza, todo sonmi sterios divin os; ¡pero no con un a m ajestuosidadim puesta, sin o má s bien con confian za! Sal ió por lamañana, había nevado por la noche, en el vallelucía un sol resplandeciente pero el paisajecontinuaba con neblina. Pronto abandonó elcamino y subió por una suave pendiente, ya sinhuellas de pisadas, junto a un bosque de abetos, elsol picaba, la ni eve era ligera y bla nda, aquí y al láli geras h uell as de corzo por l a n ieve que se perdíanmonte arriba. Ni un movimiento en el a ire más queun leve soplo o el aleteo de un pájaro que se sacudesua vemente la nieve de la cola . Todo tan tr anquil o y, a los lejos, los árboles con su s pl u mas bl anca s ba lanceá ndose en el azu l oscu ro del aire. Poco apoco se fue sintiendo más a gusto, las inmensas,las monótonas superficies y líneas ante las que a veces se encontr aba como si le habl asen con

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    potentes voces, parecían esconderse, un íntimosentimiento navideño le iba invadiendo, a vecespensaba que su madre aparecería de detrás de unárbol, eleva da, y le dirí a que ella l e ha bía regal adotodo aquello. Cuando descendía, vio que un aura seponí a en torno a su sombra , le pareció como si a lg o

    le rozara la frente, el ente le habló. Llegó abajo.Oberlin estaba en la habitación, Lenz se dirigióhacia él de buen humor y le dijo que le gustaríamu cho predicar u n día . «¿Es usted teólogo?». —¡Sí!«Bien, el próxim o domi ng o».

    Lenz se fue complacido a su habitación, pensóen un texto para el sermón, meditó y las nochespasaron tranquilamente. Llegó el domingo por lama ña na, el deshielo había empezado. Las n ubes sealternaban con el azul . La i glesia estaba en lo alto

    unto a la montaña sobre un saliente, elcamposanto dispuesto alrededor. Lenz ya estabaarriba cuando sonó la campana, desde diferenteslugares, subiendo y bajando por angostos senderosllegaban los feligreses, las mujeres y las jóvenescon sus rigurosos trajes negros, el pañuelo blancodoblado sobre el libro de cantos y los ramilletes deromero. A veces el sol bril la ba sobre el v al le, el airetemplado se movía lentamente, el paisaje nadabaen aromas, el repique de campanas a lo lejos, eracomo si todo se dilu yera en un a ola de arm oní a.

    La nieve del pequeño cementerio se habíaderretido, había musgo oscuro debajo de las crucesnegras, un rosal tardío asomaba por el muro delcementerio, también flores tardías debajo del

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    cartas del padre de Lenz, su hi jo debía v olv er paraayudarle. Kaufmann le dijo que ahí estabadesperdiciando su vida, perdiéndolainnecesariamente, que debía fijarse una meta y otras cosas por el estilo. Lenz le habló con br u squ eda d: ¡Irm e de aquí , i rm e! ¿A ca sa ?

    ¿Enloquecer allí? Tú sabes que no puedo soportarotro lugar que no sea esta región, sus alrededores,no agua ntar ía si n poder subi r de vez en cuando a lamontaña y v er el paisa je; y entonces bajar de nuevoa la casa, caminar por el jardín y m irar a través dela ventana. ¡Me volvería loco, loco! ¡Déjeme en paz!¡Sólo un poco de tranqui li dad, aquí , donde ah ora m esiento mí ni ma mente bien! ¿Irme? No entiendo, conestas dos pal abras el m un do se ha echado a perder.Todo el mundo necesita algo; si se puede estar

    tranquilo, ¡Qué más podrías pedir! Siempresubiendo, luchando y, de este modo, tirando de por vida todo l o que el momento da, y est ando s iempr een la m iseria para disfrutar u na sola vez; pasandosed mientras u no ve claros manantia les mana ndopor el cami no. Ah ora l a vi da me es ll evadera y aquíqui ero quedar me; ¿por qué?, ¿por qué? Jus tam enteahora, que me siento bien; ¿qué quiere mi padre?,¿qué puede darm e?, ¡im posibl e!, ¡déjeme en pa z! Sepuso furioso, Kaufmann se fue, Lenz estabadisgustado.

     A l dí a si gu iente Kau fm ann quer ía march arse,persuadió a Oberl in pa ra i r con él a Su iza. Le llevóa tomar la decisión el deseo de conocer

    personalmente a Lavater[7]

    , con quien se carteaba

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    de dónde salieron los discípulos se encuentra deinmediato con toda la naturaleza en un par depalabras. Es un atardecer gris, una franja rojaun iforme en el horizonte, casi oscuridad total en elcami no, entonces v iene u n desconocido ha cia ellos,le h abla n, él pa rte el pan, entonces le reconocen en

    simple forma humana y los rasgos de Diossufriente les hablan con claridad, y se asustan,pues ha oscurecido totalmente y se enfrentan aal go inexpli cable, pero no es un mi edo espectral ; escomo cuan do a u no se le pone enfrente un difun toqueri do en su aspecto anteri or, así es el cu adro, conese tono uniforme y marrón por arriba, con esatranquila tarde encapotada. Ahora, el otro. Unamujer está sentada en su habitación, eldevocionario en la mano. Se ha realizado la

    limpieza dominical, se ha esparcido arena por elsuelo, todo tan agr adablemente li mpio y cáli do. Lamujer no ha podido ir a la iglesia y cumple losejercicios religiosos en casa, está sentada vueltaha cia l a venta na a bierta y es como si los sonidos dela campana del pueblo se acercaran a l a ventanaflotando a través de la vasta y l lan a campiña y a lolejos se oyera el cántico de los feligreses de lacercana i glesia, y la mu jer sig uiera el texto en ellibro. Continuó hablando de esta forma, leescuchaban atentamente, de acuerdo con él enmu chas cosas, se ha bía pu esto rojo de tanto habl ar y , ya son ri ente, ya ser io, s acu dí a su s ru bi os rizos.Había perdido el control por completo. Después decomer, Kaufm ann se lo llevó aparte. Había recibido

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    musgo, algún rato sol y de vuelta las nubes. Lamisa comenzó, las voces de la gente eran de unsonido limpio y nítido; una impresión como dequien se mira en las agu as puras y transparentesde la montaña. El cántico cesó, Lenz hablaba, sesentía in seguro, el aturdim iento se le ha bía pasado

    por compl eto con el sonido de la s v oces, ah ora lo quese le despertó fue un gran dolor y se le puso en elcorazón. Una du lce sensación de infi ni to bienestarle invadió. Habló a la gente con sencillez, todosellos sufrían con él, era un consuelo para él llevarel sueño a unos ojos cansados por el llanto y latranquilidad a un corazón atormentado, poderdirigir hacia el cielo este sufrimiento ahogado,esta existencia torturada por las necesidadesmateriales. Se sintió más seguro cuando terminó,

    entonces la s voces empezar on de nu evo:

    Deja en mí ese dolor sa gra do,Hondos pozos ha n revent ado;Que m i beneficio sea padecimi ento, Y mi s ervici o a Dios su fr imiento.

    La agitación interior, la música, el dolor, le

    estremecían. Para él el mundo estaba herido;sentía un profun do e indescriptible dolor por ello.En ese momento, otro ser, unos labios celestiales,palpitantes, se inclinaron sobre él y se pegaron asus propios la bios; subió a su solita ria ha bitación.¡Estaba solo, muy solo! Corrían manantiales,

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     br otaba n t orr en tes de su s ojos, se ret orcí a como u naserpiente, se convulsionaban sus órganos, eracomo si se desmembrar a, no podía encontrar f in ala lujuria. Finalmente se hizo la luz en él, sintióuna suave y profunda compasión de sí mismo y lloró por él, la cabeza se le hundió en el pecho, se

    quedó dormido, había luna llena en el cielo, losrizos le caían por las sienes y por la cara, laslágrimas se descolgaban de las pestañas y sesecaban en l as m ejil las , así de solo se encontra ba élall í ah ora y l a lu na brill ó sobre la m ontaña toda lanoche.

     A la mañana si gu iente ba jó y mu y tr anqui lo lecontó a Oberlin cómo se le había aparecido suma dre por l a n oche, destacaba en la oscuri dad delmuro del cementerio con su vestido blanco y 

    llevaba sujetas en el pecho una rosa blanca y otraroja; entonces ella se dejó caer en u na esqui na y l asrosas crecieron lentamente sobre ella,definitivamente había muerto; se lo tomó conmu cha calm a. A cto segui do Oberl in le contó que élestaba solo en el campo cuando su padre murió y entonces oyó una voz, de modo que supo que supadre había muerto y cuando volvió a casa, asíhabía sido. Esto les llevó a que Oberlin siguierahablando de las gentes de la montaña, demu chachas que sentían el agu a y el metal bajo latierra, de hombres que a veces había n s ido atacadosen las cum bres y h abían l uchado con u n espíritu;también le contó que una vez en el monte quedósum ido en un a especie de sonam bul ism o por mi rar

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    pasa de una form a a otra, en consta nte apertura, enconstante cambio, pero bien es verdad que no se lapuede retener eterna mente, ni poner en mu seos, nien notas mu sicales, y después llam ar al viejo y aloven, y hacer que muchachos y ancianos se

    embelesen y banal icen sobre ella. Hay que am ar a

    la humanidad para adentrarse en el propio ser decada uno, nadie debería resultarnos demasiadosimple, demasiado feo, sólo entonces podremosentenderla: el rostro más insig nifi cante causa u naim presión m ás profunda que la m era sensación dela bell eza y se puede dejar que la s formas sa lg an desí mismas, sin tener que copiar en ellas nada delexterior donde, por el contrari o, ni flu ye la vi da, nise inflaman los músculos ni el pulso late.Kaufmann le echó en cara que en la vida real no

    encontraría ningún modelo para un  Apolo  deBelvedere o para una  Madonna   de Rafael. Y quéimporta eso, replicó, debo admitir que me dejantotalm ente frío au nque cuan do me esfuerzo puedollegar a sentir lo que tienen de bueno y hago loposibl e para que así sea. Mi poeta o ar tis ta preferi does aquel que me presenta l a na tura leza de la formamás real, de modo que sienta su creación, todo lodemás me sobra. Los pintores holandeses son paramí mejores que los italianos, también son losúnicos comprensibles. Sólo conozco dos cuadros, y precisamente de artistas holandeses, que mehayan impresionado tanto como el NuevoTestam ento; uno de ell os, no sé a qui én pertenece, es

    Cristo y los Discípulos de Emmaus[6]

    . Si algui en lee

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    completo en las canciones populares, por elcontrario, en Goethe a veces. Todo lo demás puedetira rse al fu ego. La gente no podría n i dibujar u nacaseta de perro. Se quiere figuras idealistas, perotodo lo que veo en ellos son muñecos de madera.Este idealism o es el má s i gnomi nioso desprecio por

    la na tural eza hum ana. Inténtelo una v ez y súma seen la v ida de una persona h um il de, interprételo ensus espasmos, los indicios de las más delicadas y apenas notadas expresiones del rostro. Él había

    intentado lo mismo en  Hofme iste r[4]

      y en  Die

     S oldaten[5]

    . No hay gente más prosai ca bajo el sol;pero los sentim ientos son i gu al es en casi todos l oshombres, sólo el envoltorio que tienen quetraspasa r es má s o menos denso. Para ello sólo hay 

    que tener oído y vista. Ayer, cuando ibaascendiendo junto al valle, vi a dos muchachassentadas en una roca, una se soltaba el cabello, laotra la ayu daba; y l a ru bia melena colgan do, y unrostro serio y páli do, y si n embar go muy joven, y el vest ido negro, y la otra ayudá ndola con esm ero. N iel cuadro más bello y entraña ble de la v ieja escuelaaleman a daría l a má s mín ima idea de ello. A vecesa u no le gusta ría ser Medusa , para poder conv ertiren piedra a un conjunto así y ll amar a la gente. Se

    levantaron, el bello conjunto se había echado aperder; pero cuando bajaban, entre las rocas seestaba volviendo a formar otro cuadro. Lasimágenes más bellas, las notas más sublimes, secomponen, se descomponen.

    Sólo una permanece, una enorme belleza que

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    en una profunda charca de montaña vacía. Lenzdijo que el espíritu del agu a se h abía posado sobreél y que entonces había sentido algo de su propioser. Continuó: la naturaleza más pura y sencillaestá estrechamente unida a lo elemental, cuantomás sutiles son la vida intelectual y los

    sentim ientos del hombre tanto más se atrofia estesentido elemental; no lo consideraba un estadosuperior, no era l o sufici entemente independiente,pero pensó que tendría que ser una sensaciónabsolutamente deliciosa sentirse tocado de esemodo por la vida propia de cada forma; tener elalma de las piedras, de los metales, del agua y dela s pla ntas; absorber así , como en un sueño, a cadaser de la naturaleza, como las flores toman el airecon el crecer y decrecer de la lu na.

    Continuó dando su propia opinión de cómo entodo existía un a in efable armonía, un matiz, u nadicha que en l as forma s su periores se seleccionaba,se matizaba y se concebía con más órganos, y sinembargo estaban muy profundamente afectadas y de cómo en la s forma s in feri ores todo se acotaba, selim itaba, y sin embargo su paz in terior era may or.Llevó esto todavía más allá. Oberlin leinterrumpió, le apartaba demasiado de sunaturaleza sencilla. En otra ocasión Oberlin lemostró unas tablillas de colores, le explicó en quérela ción estaba cada color con el h ombre, sacó doceapóstoles, cada uno de ellos representado por uncolor. Lenz pensó en ello, estuvo dando vueltas al

    tema, tuvo sueños angustiosos y como Stilling[2]

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    comenzó a leer el Apocalipsis y leyó mucho laBiblia.

    Por esas fechas llegó Kaufmann[3]

      con su

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    prometida a Steintal. A Lenz, el encuentro leresultó desagradable desde el principio, disponíade un rinconcito, un poco de tranquilidad habíasido muy valiosa para él y ahora alguien se leponí a enfrente para recordarl e tantas cosas, teníaque hablar y charlar con alguien que conocía su

    situ ación. Oberlin no sabía nada de todo aquell o; leha bía r ecogido, le h abía cuidado; ha bía v isto comouna providencia que Dios le hubiera enviado aaquel infeliz, le quería con todo su corazón. Eraesencial para todos, era parte de ellos como sill evara all í m ucho tiempo, ya nadie pregun taba adónde iba ni de dónde venía. En la mesa, Lenz volvió a estar de bu en hu mor, se habl ó deli teratura , estaba en su terreno; por entonces h abíacomen zado el  Ide alismo, Kaufm ann era partidario

    de ello, Lenz lo rebatía vehementemente. Dijo: lospoetas de quienes se dice que reproducen larealidad, ni siquiera la conocen, sin embargosiguen siendo más soportables que aquellos quequieren idealizar la realidad. Dijo: el amado Diosha hecho el mundo como debe ser y nosotros nopodríam os ni g araba tear alg o mejor, nu estro ún icoafán debería ser perfeccionarlo un poco. Reclamopara toda forma de vida la posibilidad deexistencia y, en este caso, está bien; entonces notenemos que pregun tar si el sentim iento que lo hacreado es bonito o es feo, tener vi da está por enci made ambos y es el único criterio en temas de arte. A dem ás nos ocu rr e en conta das ocasi ones , loencontramos en Shakespeare y nos llega por

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    lín eas. Véanse las cartas[9].Entretanto su situación era cada vez más

    desesperada, toda aquella serenidad junto aOberlin y todo aquel sosiego del valle habíandesaparecido; el mundo del que él había queridosacar provecho tenía u na g rieta enorme, no sentía

    odio, ni amor, ni esperanza; se rellenaba de un vací o tr em endo y u na inqui etu d que leatormentaba. No tení a nada. Lo que h acía , lo ha cíaconscientemente, aunque, sin embargo, obligadopor un instinto interior. Cuando estaba solo, seencontraba tan horriblemente aislado, quehablaba sin parar en voz alta consigo mismo,gritaba, y entonces, volvía a sentir pavor y eracomo si una extraña voz hablara con él. A menudose quedaba estancado en medio de la conversación,le invadía un miedo indescriptible, había perdidoel hilo de la frase; entonces creía que tenía quequedarse con la última palabra pronunciada y repetirla una y otra vez, sólo con mucho esfuerzosubyugaba aquel deseo. A aquellas buenas gentesles daba mucha pena cuando en los momentos detran qui li dad estaba sentado junto a ell os y h abla bacon total n atu ral idad y, de pronto, se detenía y ensus facciones se perfilaba un miedo inexpresable,agarraba convulsivamente por el brazo a los queestaban sentados junto a él y luego poco a poco volvía en sí .

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    sus ojos h all aron u n cu adro ilu min ado en la pared,se quedaron fijos y con la mirada absorta en él,entonces comenzó a mover los labios y a rezar en voz ba ja, lu ego en voz alta y ca da vez más alta .Entretanto llegó gente a la cabaña y se postraronen silencio. La muchacha estaba tendida con

    convulsiones, la vieja cantaba su canción con vozronca y ch arl aba con los vecinos. La g ente le contó aLenz que el hombre había llegado a la comarcahacía mucho tiempo, nadie sabía de dónde; teníafama de santo, veía el agua debajo de la tierra y sabía conjurar a los espíritus, y se hacíanperegrinaciones para verle. Lenz supo enseguidaque estaba muy alejado de Steintal, partió conal gu nos leñadores que iban a aquella zona. Le hizo bi en en contr ar compa ñía. Ahora le asu staba el

    hombre prodigioso que, a veces, parecía hablar enun tono aterrador. También tenía miedo de sími smo en la soledad.

    Llegó a cas a. Desde luego, la n oche tran scurri dale ha bía cau sado un a fu erte im presión. Pudo ver elmundo con claridad y percibió interiormente unaagitación y un a in quietud hacia u n abism o, al queuna violencia despiadada le arrastraba. Ahoraescarbaba en su in terior. Comí a poco; se pasaba l ami tad de la n oche entre rezos y sueños febriles. Unansia brutal y después, extenuado, caía rendido.Lloraba a lágrima viva y de repente, recobraba lafuerza y se levantaba frío e indiferente y entoncessus lágrimas le parecían como el hielo, tenía quereírse. Cuanto más arriba estaba, más hondo caía.

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    Todo volvía a agolparse. Le sacudíanpresentimientos de su estado anterior queiluminaban con ráfagas el desolado caos de suespíritu . Generalm ente pasaba el día sentado en l aha bitación de a bajo, Madame  Oberlin iba a ratos, éldibujaba, pintaba, leía, se aferraba a cualquier

    distracción, pasan do con r apidez de un a a otra. Sinembargo, ahora buscaba la compañía de  MadameOberlin cuando estaba allí, sentada con el libronegro ante ell a, junto a una pl anta que crecía en l aha bitación y con el má s pequeño en su s rodil la s, éltambién se daba buena m aña con el n iño. Una v ezque estaba sentado en tal es circuns tanci as, le entrómi edo, dio un sal to y fu e de acá para al lá . La puertaestaba abierta y oyó cantar a la sirvienta, alprincipio no se entendía bien, luego se fue

    aclaran do la l etra,

     A quí no tengo al egrí a,Mi am or está en la lejanía .

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    estaban cerca del pueblo, se dio media vu elta comoun rayo y saltando como un gamo tomó camino aFouday. Los hombres le persiguieron. Cuando ellosle bu scaban en Fouday , vi ni eron dos tenderos quedijeron que en u na casa ha bía un desconocido atadoque decía ser u n a sesino pero la verdad era que no

    parecía ser ningún asesino. Corrieron a la casa y tal cual se lo encontra ron. Un joven l e había a tadopor m iedo a su vi olenta in sistencia . Le desatar on y le llevaron a Waldbach sano y salvo, dondeentretanto ya había regresado Oberlin con sumu jer. Parecía conf us o, pero entonces se percat ó deque le recibían con cariño y amistad, recobró eláni mo, su expresión fu e mejoran do, dio la s gra ciasamable y cordialmente a sus dos acompañantes y la tarde transcurrió con tranquilidad. Oberlin le

    pidió encarecidamente que no se bañara, quepasara la noche relajado en la cama y que si nopodía dormi r h abl ar a con Dios. Se lo prometi ó y as ílo hizo esa n oche, las si rvi entas l e oyeron rezar casitoda la noche. — A la mañ ana sigu iente entró en l ahabitación de Oberlin con una expresión desati sfacción. Después de habla r de diferentes cosas,dijo con una amabilidad fuera de lo común: Miquerido señor pastor, la mujer de la que yo le habléestá muerta, sí sí muerta, angelito. ¿De dónde hasacado usted eso? —Jeroglíficos, jeroglíficos— y después mirando al cielo, de nuevo: Sin duda,mu erta. — Jerogl ífi cos. Y ya no se consi gu ió más deél. Se sentó y escribió algunas cartas, luego se lasdio a Oberlin pidiéndole que añadiera algunas

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    tenía dos vi gil antes en lug ar de uno.

    Continuó vagando con ellos a la zaga,finalmente se dirigió a Waldbach y cuando ya

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     Aquel lo l e impr esi onó, ca si se desvanece con lamelodía. Madame  Oberli n l e mir ó. Cobró áni mo, nopodía callar más tiempo, tenía que hablar de ello.

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    «Querida  Madame   Oberlin, ¿no podría usteddecirm e qué le pasa a l a sir vi enta, cuyo destin o meopri me el coraz ón?». «Pero Sr. Lenz, y o no sé nada».

     V olvió a queda rse ca l lado e iba mu y depr isa deun la do a otro por l a h abitaci ón. Entonces comenzóde nuevo. «Verá usted, voy a m arch arm e; Dios mí o,

    ustedes siguen siendo las únicas personas entrela s que yo podría soportar l a v ida, sin embargo, —sin embargo, tengo que ir a verla— pero no puedo,no debo». — Estaba terriblemente emocionado y salió.

     V olvió a medi a ta rde, habí a oscu reci do en laestancia ; se sentó junto a  Madame  Oberlin. «Veráusted, comenzó de nu evo, cuan do ella andaba por l ahabitación, y medio canturreaba para sí m isma y cada paso era música, había tanta felicidad en

    ella, que me llegaba a mí, yo estaba siempretran qui lo cuando ella me mi raba o cuando apoyabala cabeza en mi hombro, y ¡Dios!, ¡Dios, llevo tantotiempo sin estar tran qui lo!… Tan ni ña, era como siel mundo le resultara demasiado grande, se metíaen sí misma buscando el rinconcito más pequeñode toda la casa y al lí sentada, era como si su a legrí ase concentrara solamente en un pequeño punto y entonces, también me pasaba a m í; y ha bría podidougar como un niño. Ahora todo me resulta tan

    reducido, tan limitado, verá usted, a veces meparece que toco el cielo con las manos; ¡Ay, meah ogo! Adem ás, a m enu do me su cede, que si ento undolor físico, aquí, en el lado izquierdo, en el brazo,con él y o solí a ag arra rla . Sin embarg o, ya no puedo

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    ma no derecha su jetando el br azo izqui erdo. Le pidióa Oberli n que ti rara del brazo, lo tenía dislocado, sehabía tirado por la ventana y puesto que no lehabían visto, tampoco quería decírselo a nadie.Oberlin se asustó much ísi mo, sin embarg o no dijonada, hizo lo que Lenz le había pedido, al tiempo

    que escribía al maestro de Bellefosse para que ba jara si era posi bl e y le di era instrucci ones .Después se fue a caballo. El hombre llegó. Lenz lehabía visto a menudo y tenía buen trato con él.Hizo como si tu vi era que h abla r a lg o con Oberli n y se dispuso a m arch arse de nu evo. Lenz l e pidió quese quedara y así se ha ría n compañía . Inclu so Lenzpropuso un paseo a Fouday. Visitó la tumba delniño al que había querido resucitar, se arrodilló vari as v eces , bes ó la ti err a de l a sepul tu ra , pa recí a

    rezar con gran turbación, arrancó alguna de lasflores que estaban sobre la tumba como recuerdo,de regreso a Waldbach, dio media vuelta y Sebastian le siguió. De pronto empezó a andardespacio y a quejarse de mucha debilidad en laspiernas, después comenzó a caminardesesperadam ente rápido, el paisaje le ang usti aba,era ta n estr echo, que tem ía ir chocando con todo. Leinvadió un sentimiento de indescriptibledesagr ado, en resum idas cuentas, su acompaña ntele resultaba un fastidio, además podía adivinarsus i ntenciones y buscó la ma nera de alejarse de él.Sebastia n parecía ha ber cesado en su empeño, sinembargo encontró la forma de avisardisimuladamente a sus camaradas y ahora Lenz

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    dibujado todas las figuras en la pared. Oberlin ledijo que podría volver al seno de Dios; entonces seechó a reír y dijo: Ojalá, fuera yo tan afortunadocomo usted de encontrar un entretenimiento tanagr adable y de esa m an era poder m atar el tiempo.Todo por ociosidad. La m ay orí a r ezan justo por eso,

    por aburrimiento; unos se enamoran poraburrimiento, otros son virtuosos, aquellospervertidos y y o nada en absoluto, nada de na da, nisiquiera he querido suicidarme una vez: esdema sia do aburr ido:

    Oh Señor en tu onda l um in osaEn tu celda de mediodía f ervorosaLa vi gil ia tiene m is ojos enrojecidos

    ¿Volverá l a n oche para l os olv idos?

    Oberlin le miró indignado e hizo intención demarcha rse. Lenz le sigu ió sigilosamente mientrasle miraba con ojos temerosos; verá usted, ahora seme está ocurriendo algo, cuando apenas puedodisti ng ui r si estoy dorm ido o despierto. Mire usted,es bastante bueno, tendríamos que analizarlo;entonces se volvió a meter en la cama

    sigilosamente. Por la tarde Oberlin quería haceruna visita cerca de all í; su mu jer ya se había ido.Estaba a punto de marcharse cuando llam aron a lapuerta y Lenz entró con el cuerpo doblado haciadela nte, la cabeza colgan do ha cia abajo, con ceni zapor toda la cara y algunas partes de la ropa, la

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    retenerla en mi cabeza, su imagen se me escapa y eso me atormenta, sólo cuando algunas veces seha ce compl etamente níti da, es cuando yo vu elvo asentirme realmente bien». A menudo, hablaba deello con  Madame   Oberlin, pero la mayoría de las veces sol amente con fr ases entr ecort ada s. El la

    apenas sabía qué contestar, sin embargo, a él lehacía bien.

    Mientras tanto seguía con sus torturasreligiosas. Cuanto más vacío, más frío, másmoribundo se sentía por dentro, tanto más seafanaba en que se le despertara la pasión, lellegaban recuerdos de tiempos en los que todo leenfervorizaba, en los que le costaba respirar contodas aquellas emociones, y ahora tan muerto. Sedesesperaba consi go mi smo, entonces se tir aba al

    suelo, se retorcía las manos, todo dentro de él seexcitaba; sin embargo ¡inerte!, ¡muerto! Entoncesimploraba que Dios le hiciera una señal, y rebuscaba en su interior, ayunaba, yacía en elsuelo en trance. El tres de febrero oyó que un niñohabía muerto en Fouday, se convirtió para él enuna obsesión. Se fue a su habitación y ayunó undía entero. El cuatro entró de repente en lahabitación de  Madame   Oberlin, se habíaembadurnado la cara con ceniza y le pidió un saco viejo; ell a s e asu st ó, le di o lo que exigía. Se en volv ióen el saco como un penitente y tomó camino aFouday . La gente del v al le ya estaba acostum bradaa él; se contaban toda clase de rarezas sobre él.Llegó a la casa donde yacía el niño. La gente se

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    dedicaba a sus quehaceres con indiferencia; lemostraron una habitación, el niño yacía con unacamisa, sobre paja, encima de una mesa demadera. Lenz se estremeció al tocar las fríasextremidades y ver los vidriosos ojos entreabiertos.El ni ño le pareció mu y desampara do y él mi smo, a

    su vez, mu y solo y apa rta do; se echó sobre el cuerposin vida; la muerte le asustaba, un dolor agudo seapoderó de él, esos rasgos, ese rostro tranquilo sedescompondría, se postró y pidió con toda ladesolación de la desesperación que Dios le hicierauna señal y el niño reviviera, ya que él era débil einfeliz; entonces se sumió por completo en símismo y concentró toda su voluntad en un punto,así sentado, estuvo sin moverse durante muchorato. Entonces se puso en pie y cogió las manos del

    ni ño y dijo alto y cla ro: ¡Leván tate y anda! Pero laspala bras rebotaban en las paredes con i ndiferenciapareciendo hacerle burla y el cadáver permaneciófrío. De repente, cayó al suelo medio enloquecido,al go le hizo ponerse en pie, sali ó ha cia l a m ontañ a.Las nubes pasaban con rapidez por la luna, tanpronto lo dejaban todo a oscur as, como mostraba n ala luz de la luna el paisaje oculto por la neblina.Iba corriendo de allá para acá. En su pecho sealojaba un himno triunfal al infierno. El vientoresonaba como un canto de titanes, era como sipudiera alargar un enorme puño hasta el cielo,agarra r a Dios y l levarle a ra stras entre sus nubes;era como si pudiera triturar el mundo con susdientes y escupírselo al Creador en l a cara ; jur aba,

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    Finalmente dijo: Sí, señor pastor, verá usted¡este hastío!, ¡este aburrimiento! ¡Ay!, es tal elaburrimiento, que no sé ni qué decir, ya he

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    para que le golpeara con ell as. Oberlin le qui tó la sfusta s de la m ano, le besó varia s veces en l a boca y dijo que ésos serían los golpes que él le daría, quedebía tran quil izarse, arregla r a solas sus a suntoscon Dios, que ni todos los golpes del mundo borr arían ni u no sól o de su s peca dos; Jesú s se

    ocuparí a de ello, a Él debía acu dir. Se fue.En l a cena, como de costum bre, estuv o un tan to

    pensativo. Sin embargo habló de esto y aquello,aunque con una precipitación angustiosa. Haciamedia noche un ruido despertó a Oberlin. Lenzcorría por el patio gritando con una voz grave y hueca el nombre de Friederike de una formaextraordinariamente rápida, confusa y desesperada, luego se tiró al pilón, chapoteó en elagu a, salió y su bió a su habitación, volvi ó a bajar

    al pilón y así varias veces, finalmente setranquilizó. Las sirvientas que dormían en elcuarto de los niños debajo de él habían oído amenudo, aunque sobre todo esa misma noche, unzumbido, que sólo sabrían comparar al silbido deun a fla uta de pastor. Qui zás fu eran sus g emidos enun tono cavern oso, espant oso y desesperado.

     A la mañana si gu iente Lenz ta rdaba mu ch o en ba jar. Por fin Oberl in s u bi ó a su habi ta ci ón, es ta batranquilo e inmóvil en la cama. Oberlin estuvopreguntando durante un buen rato antes deobtener respuesta.

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     bl asf emaba . Llegó así a l a c ima de la m ontaña, y lainestable claridad se distendía hacia abajo, hacialas masas de piedra blanca, y el cielo era unabsurdo ojo azul y, en su interior, la luna hacíaingenuamente el mayor de los ridículos. Lenz seechó a reír con g ran estrépito, y con a quell a ri sa el

    ateísm o se estableció en su in terior y le atena zó conmucha seguridad, serenidad y firmeza. Ya nosabía lo que le había agitado de semejante modomi nu tos an tes, le entró frío, en ese momento pensóque quería i rse a la cam a y cam in ó frío e im pávi doen la inquietante oscuridad — todo le parecía tan vací o y hu eco, ech ó a corr er y se fu e a l a cama.

     A l dí a si gu iente si nti ó u n enorm e pa vor por losucedido, ahora se encontraba al borde de unabism o ha cia el que un absu rdo deseo le im pul saba

    a mirar una y otra vez y repetirse ese tormento.Entonces se intensificó su miedo, y el pecado y elEspíritu Santo estaban a nte él.

    Unos días más tarde volvió Oberlin de Suiza,mucho antes de lo que se le esperaba. A Lenz lesorprendió. Sin embargo, se puso contento cuandoOberlin l e habló de sus am igos de Al sacia . Oberl iniba de un la do a otro de la h abitaci ón deshaci endoel equi paje y poni éndolo en su siti o. Mientra s tan to

    hablaba de Pfeffel

    [8]

     al abando con al egría la vidade un pastor ru ral. Y también le am onestaba paraque cediera a l deseo de su padre de vivi r con arr egloa su profesión y volver a casa. Le dijo: Honra rás a tupadre y a tu ma dre y cosas semejantes.

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    La conversación fue poniendo a Lenz muy inquieto; daba profundos suspiros, se le saltaban

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    las lágrimas, hablaba a trompicones. «No ve queno lo resistiré; ¿Es que quiere echarme? Sólo enusted está el cam in o a Dios. ¡Pero para m í y a no hay salvación! He apostatado, condenado eternamente,soy el Judío Errante». Oberlin le dijo que por esomurió Jesús, que si volviera a él con fervor,

    participaría de su misericordia.Lenz l evantó la cabeza, se frotó las m an os y dijo:

    «¡Vaya, vaya! Consuelo divino». Y de repentepreguntó amablemente qué hacía la mujer,Oberlin le dijo que no lo sabía, sin embargo queríaayudarle y aconsejarle en todo y para ello tendríaque indicarle el lugar, las circunstancias y lapersona. Apenas respondió con palabrasentrecortadas: «¡Está muerta! ¿Vive aún? ¡Ay, miángel me amaba — yo la amaba! ¡Ay ángel mío,

    merecías m i a mor! Mal ditos celos, yo la sa crifi qué—ella amaba también a otro— yo la amaba,merecía m i a mor - ¡Vir gen Santa!, ella tam bién m eamaba. Soy un asesino». Oberlin respondió: quizáesas personas vivan aún y quizá felices. Fueracomo fuere, si él volviera su mirada hacia Dios,Éste, con sus lágrimas y sus plegarias, podría y haría tanto bien a esas personas, que el beneficioque ell os obtendrían de él, quizá fu era m ayor a l osdañ os que pu diera ca us arl es. Después de esto se fu e

    tran qui li zando poco a poco y v olv ió a su pin tura .Regresó a media tar de, ll evaba u n tr ozo de piel

    al hombro izquierdo y un puñado de varas en lamano, que habían entregado a Oberlin junto conuna carta para Lenz. Ofreció las varas a Oberlin

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    lo supo agra decer a l os am igos que l e detenían , biencon motivos, bien con resistencia activa, para quecesara en su empeño y en consecuencia quemaraaquella fantástica obra que ya estaba pasada alimpio, acompañada de una carta, metida en unsobre y con la dirección debidamente escrita.

    De viva voz, y más tarde por escrito, me habíaconfiado todos los laberintos de sus movimientosen todas direcciones con referencia a aquellamuchacha. La poesía que sabía poner en elleng ua je má s comú n, a menu do me asombraba, poreso le pedí con insistencia que diera forma alnúcleo de esa prolija aventura tan ingeniosa y construyera una pequeña novela de ella; pero esono era de su in cum bencia, no se encontra ba a gu sto

    a menos que pudiera entrar en detalles sinlimitación alguna y seguir la trama de un hilointerminable sin fin concreto. Quizá llegue el díaen el que, según estas premisas, sea posibleexplicar de algu na m anera el paso de su v ida hastael m omen to en que él se perdió en l a l ocur a; hoy porhoy me ciño a lo más cercano, que perteneceexpresamente al momento actua l.

     Apen as h abí a a pa reci do Goetz von Be rlichingen,

    cuando Lenz me envió una extensa disertaciónescrita en un papel borrador de mala calidad, queél acostumbraba usar, sin dejar el más mínimomargen ni arriba, ni abajo ni a los lados. Estaspáginas iban tituladas: «Sobre nuestromatrimonio» y, si todavía existieran, nos

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    Cuando estaba solo o leyendo, todavía era peor,toda su actividad mental quedaba a vecessuspendida en un pensamiento; cuando pensaba

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    en u n desconocido o se lo imag in aba v iv o, era comosi fuera él mismo, se desconcertaba por completo y le ha cía tener un impul so irrefrenable de manejartodo lo que le rodeaba a su volun tad; la n atu ral eza,los hombres, a excepción de Oberlin, todo ensueños, impasible; le divertía poner la casa boca

    abajo, vestir y desnudar a la gente, ima gina rse lasfarsas más absurdas. A veces sentía unas ganasirresistibles de hacer una cosa y entonces hacíaunos gestos aterradores. Un día estaba sentadounto a Oberlin, el gato enfrente en la silla, de

    repente sus ojos se quedaron fijos mirando sinparpadear al animal, entonces se dejó caerlentamente de la silla, el gato también, estabacomo hechi zado por su m ir ada, el m iedo se apoderóde él erizándose esquivo. Lenz hacía el mismo

     bu fi do con el rostro ter ribl em ente desenca jadoar remeti endo un o contr a el otro desespera dam ente,al final tuvo que levantarse  Madame  Oberlin parasepararlos. Después de esto volvió a sentirse muy avergonzado. Los incidentes nocturnos eran cada vez más espantosos. Consegu ía dorm irs e con elmayor de los esfuerzos al tiempo que primerointentaba ll enar ese horrible vacío que ahí seguía.Entonces cay ó en un terrible estado entre el sueño y la vigilia; se topaba contra algo horripilante y 

    aterrador, la locura le atrapaba, se despertósobresaltado entre gritos espeluznantes y empapado en sudor, se levantó y poco a pococomenzó a saber quién era. Tuvo que empezar porlas cosas más sencillas para volver en sí. En

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    mismo el enamorado de la beldad o, si se prefiere,enamorarse. Con la fidelidad más obstinada, élpuso éstas sus conclusiones en la imagen que sehabía formado de ella, sin querer darse cuenta deque él, al igual que los demás, sólo le servía a ellapara la chanza y el entretenimiento. ¡Tanto mejor

    para él!, ya que para él también era sólo un juegoque podía durar tanto tiempo como ella lecorrespondiera jugando de igual modo,atrayéndole, rechazándole, provocándole,menospreciándole. Uno está convencido, de quecuando le volvía la razón, cosa que solía ocurrirlealguna que otra vez, se felicitaba con sumo gustopor semejante hal la zgo.

    Por lo demás v ivía , al i gual que sus pupil os, la

    ma yor parte del ti empo con oficial es de gu arn ición,de donde podrían ha berle venido esas pa rticu la resideas que más tarde expuso en el sainete  Los S oldados. Sin embargo, esta familiaridad anteriorcon lo militar tuvo para él unas singularesconsecuencias, como que se considerara un granconocedor del mundo de las armas; de hecho,también había ido estudiando poco a poco losporm enores de esta m ateri a, de modo que u nos añ osmás tarde redactó un gran memorando para el

    ministro de la guerra francés, del que él seprometió el mayor de los éxitos. Los defectos deaquell a disposición se veían con bastante clar idad,los remedios, por el contrario, ridículos eirrealizables. Pero seguía convencido de que con élpodría obtener u n g ran prestigio en la corte y no se

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    castigarse, sólo liar las cosas para poder solaparuna v ieja fábula con una n ueva.

    Su talento provenía de una fuerza genuina, deuna productividad inagotable. En él rivalizabanuna con otra, la sensibilidad, la agilidad y la

    sutileza, pero un talento, con toda su belleza,compl etamente enfermi zo y justa mente estos donesnaturales son los más difíciles de enjuiciar. Nopodemos ignorar las grandes características de sutrabajo; una du lce ternura pasa delicadam ente porentre los gestos m ás r idícul os y los má s barrocos, alos que apenas se les puede otorgar un humor tanminucioso y sencillo, una facultad verda deramente cómica . Su s dí as se compu si eronde un gran vacío, al que supo dar un significado a

    través de su actividad y pudo permitirse vagarduran te much as h oras en el ti empo que él dedicabaa la lectura y que, jun to a un a memoria prodigiosa,tantos frutos le ha bía dado siempre y enri quecía suoriginal manera de pensar con un variopintomaterial.

    Le habían enviado con caballeros livonios aEstrasburgo y no habían podido elegir tan a laligera un mentor más infeliz. El mayor de los

    Barones volvió por un tiempo a su patria dejandouna novia a l a que había estado mu y u nido. Paraocupar el valioso corazón de su amigo ausente y mantener al margen al segundo barón, quetambién cortejaba a la muchacha, y a los otrospretendientes, Lenz decidió ahora hacerse él

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    realidad no lo hizo él mismo sino un poderosoin stin to de conserva ción, era como si él fuera doble, y u na pa rte bu scara a la otra pa ra sa lvarlall amán dose a sí mism o. Nar raba y recitaba poesíacon l a peor de las an gustias hasta volver en sí.

    Estos episodios l legar on ta mbién duran te el día

     y fu eron aú n más horr ibl es; hasta en ton ces la lu zle había preservado de ellos. Entonces era como siúnicamente existiera él, como si el mundoestuviera sólo en su imaginación, como si nohu biera nada m ás que él, era Satan ás, ma ldito portoda l a eternidad; estaba a sola s con esas i deas quele torturaban. Con asombrosa rapidez hacía unrecorrido por toda su vida y entonces decía:consecuente, consecuente; si alguien comentabaal go: inconsecuente, inconsecuente; era el a bismo

    de una locura incura ble, de una locura para toda la vida ; el inst into de conser vaci ón de su men te lesacaba de su agujero; se echaba a los brazos deOberlin, le abrazaba como si quisiera metersedentro de él, era el único ser por el que vivía y através del que la vida se hacía patente de nuevo.Las palabras de Oberlin se abrían caminopaulatinamente hasta él, se ponía de rodillasdelante de Oberlin, sus manos en las manos deOberlin, el rostro cubierto de un sudor frío que le

    resbalaba por el pecho, todo él tembla ba y tiri taba. A Oberl in le daba much a pen a, toda la fa mil ia searrodillaba y pedía por el desdichado, lassirv ientas h uí an y l e toma ban por un poseído.

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    Cua ndo se quedaba m ás tra nquil o, soll ozaba conel desconsuelo de un niño y sentía una enorme y profun da lásti ma de sí m ism o; tam bién eran éstos

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    obstante, la emergente psicología empíri ca, que noquería declarar pernicioso ni reprochableexacta men te todo lo que nos preocupa ba en n uestr ointerior, pero que sin embargo tampoco podía dartodo por bueno, autorizaba a semejante exceso detrabajo en la auto-observación; y de este modo se

    producía un eterno conflicto nunca concluido. Alma ntener y a carrear con éste, Lenz superaba ah oraa todos los demás, poco o nada ocupados, quecorrompían su interior y así él sufría en generaldel sentimiento de la época, que con la descripciónde Werther debía haber terminado; pero sucarácter individual le diferenciaba de todos losotros, a los que había que tomar enteramente poralm as sin ceras y honradas. Es decir, él tenía unaprofunda tendencia a la intriga, e incluso a la

    intrig a en sí mism a, sin que por otra parte hubieratenido objetivos propiamente dichos, objetivosrazonables, egoístas, alcanzables; más bien solíaproponerse siempre algo ridículo y por eso mismole servía de entretenimiento constante. De estemodo fue toda su vida un pícaro en suima gina ción, su am or y su odio eran ima gina rios,actuaba caprichosamente con su s fantasí as y sussentim ientos para a ndar teniendo siempre algo enlo que estar ocupado. Intentaba hacer realidad por

    los medios más erróneos sus deseos y susaversiones y siempre estaba autodestruyendo suobra; y por eso nunca le había sido útil a nadie aquien am ara, jamás h abía causa do daño a al gui ena qui en odiara y, en su ma , sólo parecía pecar para

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     ya habí an conocido en m anu scri tos es ta s obr as queahora causaban tan gran sensación y que por esolas consideraban en parte como suyas, triunfabandel bu en éxito que con m uch o atrevi mi ento ha bíanprofetizado de antemano. A éstos se les uníannuevos participantes, especialmente aquellos que

    percibían en sí mismos una fuerza productiva oque deseaban estimul arla y al imentarla .

    Lenz sobresalió entre los primeros de la formamás viv a y absolutam ente inusual . Lo exterior deeste curioso hombre ya está esbozado, su talentohu morístico mencionado con cariñ o; ahora quieroha blar de su forma de ser má s con h echos que connarraciones, porque sería imposible seguirle atrav és de las div aga ciones de su paso por l a v ida y 

    tran smi tir su peculi ar carácter con descripciones.

    Uno conoce ese torm ento de sí m ism o, que por n otener necesidad del exterior ni de otros, era algocotidiano y precisamente inquietaba a las mentesmás sobresalientes. Lo que atormenta, sólo deforma pasajera, a los hombres corrientes que no seobservan a sí mismos, lo que intentan quitarse dela cabeza, eso los mejores lo conciben conperspicacia, lo tienen en consideración, l o guardan

    en escritos, cartas y diarios. Pero ahora, lasexigencias más rigurosamente éticas de unomi smo y de los demá s se asociaban con u na m ay orculpa en la conducta y u na v anidad basada en eseinsuficiente autoconocimiento, inducía a loshábitos más raros y a las malas costumbres. No

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    sus momentos más felices. Oberlin le hablaba deDios. Lenz se alejaba con toda serenidad, le mirabacon una expresión de infinito sufrimiento y finalmente decía: es que yo, si yo fueratodopoderoso, verá usted, si yo fuera así y nopudiera soportar el dolor, yo salvaría, salvaría, no

    qui ero má s que tra nqui li dad, tranqui li dad, sólo unpoco de tranquilidad y poder dormir. Oberlin dijoque aquello era un sacrilegio. Lenz sacudía lacabeza desconsoladamente. Los intentos a mediasde quitarse la vida que constantemente habíahecho no habían sido completamente en serio,tenía mu y pocos deseos de morir , para él l a m uerteno era ni tranquilidad ni esperanza; era más bienun intento de provocarse a sí m ism o un dolor físi coen el momento de los miedos más horribles o de la

    tranquilidad al borde de la apática inexistencia.Los m omentos más felices seguí an siendo aquéll osen los que su espíritu de antaño parecía cabalgarsobre cualquier idea desvariada. Sin embargo,ha bía u n poco de tran qui li dad y su confu sa mi radano era tan aterradora como esa angustia sedientade salv ación, ¡la eterna tortur a de su desasosiego! A menudo se daba cabezazos contra la pared o secau saba otro tipo de vi olen to dolor fí si co.

    El día 8 por la mañana se quedó en la cama,

    Oberlin subió; estaba acostado medio desnudo y muy agitado. Oberlin quiso taparle, pero él sequejaba de lo pesado que era todo, tan pesado que nitan siquiera creía que pudiera andar, acabósintiendo el enorme peso del aire. Oberlin le

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    infundía ánimos. Sin embargo, permaneció en supostura anterior y pasó así la mayor parte del día,tampoco tomó ni un solo alimento. Al anochecerll amar on a Oberlin para que visitara a u n enfermoen Bellefosse. El tiempo era apacible con claro deluna. De vuelta a casa se encontró con Lenz.

    Parecía muy sensato y habló serena y amablemente con Oberlin. Éste le pidió que no sealejara demasiado, él se lo prometió. Se estaba yen do cu ando, de repen te, se di o medi a vu el ta y comenzó a andar muy cerca de Oberlin y conmucha rapidez dijo: Verá, señor pastor, el simplehecho de no tener que oír más esto me ayudaría.«¿El qué, querido amigo?». Es que usted no oyena da, no oye esa voz espelu zna nte que gr ita por todoel horizonte y que habitualmente se la conoce por

    silencio, desde que estoy en este silencioso valle, laoigo constantemente, no me deja dormir, ¡sí, señorpastor!, si tan sólo pudiera volver a dormir unasola vez. Entonces siguió camino negando con lacabeza. Oberlin volvi ó a Waldbach e iba a envia r aalguien para que le siguiera cuando le oyó quesubía por las escaleras a su habitación. Unsegundo después algo estalló en el patio consemejante estruendo que a Oberlin le parecióimposible que pudiera provenir de la caída de un

    hombre. La niñera llegó lívida como un muerto y mu y temblorosa.

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    pocas palabras, una personita como la que alguna vez m e h e en contr ado entr e l os jóvenes nórdi cos; depaso ligero pero cauteloso, de habla agradable nomuy fluida y de comportamiento, que oscilandoentre reservado y tímido, sentaba muy bien a unhombre joven. Leía mu y bi en en voz alta pequeñas

    poesías, especialmente las suyas propias, y escribía con mano ágil . Para su man era de pensarsólo se me ocurre la palabra inglesa, whimsical , lacual, como el diccionario registra, recoge en unconcepto una gran cantidad de extravagancias.Justamente por ello, quizá nadie fuera tan hábilcomo él para sentir y reproducir las locuras y desva ríos del genio sha kesperia no. La tra ducción ala que arriba se hace referencia da testimonio deello. Trata a su autor con gran libertad, es nada

    menos que conciso y fiel, pero sabe adaptarse a laarmadura estupendamente o más bien a lachaqueta de bufón de su antecesor, sabeequi parars e a su s gestos con ta nto hum or, que ga nael aplauso de aquel que simpatiza con semejantescosas.

    [Par te III, libr o 11]

    * * *

     Ahora , con este movi miento, que se exten dí aentre el público, se demostraba otro, quizá designificado mayor para el autor porque acontecíaen su entorno más próximo. Los viejos amigos, que

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    S

    TRES EXTRACTOS

     S obre Jacob Michae l Reinhold Le nz y e l Movimie ntoSturm und Drang de Estrasburgo

    i alguien quiere saber directamente lo queanta ño se pensaba, habla ba y discutía en estasociedad viva, que lea el artículo de Herder

    sobre Shakespeare, en el fascículo  Del arte y lacultura alemana; y además  Anotacione s so bre e l teatro  de Lenz, en el que se añadía un a tra ducciónde  Love ’s labo ur’ s los t . Herder se introduce en lomás profundo de la esencia shakesperiana y lepresenta grandioso; Lenz se comporta de una

    ma nera m ás iconoclasta con el tradicional ism o delteatro y justa mente por eso intenta segui r el estiloshakesperiano en todo y por todas partes. Puestoque aquí he provocado la mención de este hombretan genial como extraño, es un buen lugar parain tentar decir al go sobre él. Le conocí casi a l f in alde mi estancia en Estrasburgo. Nos vimos encontadas ocasiones; su cír cul o de am igos no era elmío, pero aun así buscábamos la ocasión paraencontra rnos y ha cernos confesiones el u no al otro

    con m uch o gusto porque, al ser jóvenes de la m ism aedad, abrigábamos ideas parecidas. Pequeño, perode figura agradable, una cabecita graciosa, cuyadelicadeza correspondía totalmente a unos bonitosrasgos algo abúlicos; ojos azules, pelo rubio, en

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    Iba sentado en el coche con una resignaciónimpasible cuan do salía n del va ll e en dirección aloeste. Le daba igual dónde le llevaran. Muchas

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     veces cu ando en el coch e se corr ía pel igro por lodificu ltoso del cami no, él perm anecía sentado contoda cal ma . Estaba t otal men te apáti co. Hizo todo elrecorrido por la montaña en ese estado. A mediatarde estaban en el valle del Rin. Poco a poco seiban alejando de la montaña que ahora se alzaba

    como una ola de cristal azul marino en elcrepúsculo y los ray os rojos del a tardecer jug abansobre su cálido ondular; por encima del llano queda al río de la montaña se vislumbraba un tejidoazulado. Estaba oscureciendo, cuanto más cercaestaban de Estrasburgo más brill aba la l una ll ena,todos los objetos lejanos eran confusos, sólo lamontaña lindante perfilaba una fina línea, latierr a era como una copa dora da, por la que corría nespumeantes las ondas doradas de la luna. Lenz,

    serenamente, miraba absorto hacia fuera, sinpensamientos, sin deseos; sólo crecía en él unmiedo sofocante cuanto más se perdían los objetosen la oscuridad. Tuvieron que hacer noche; allí volvió a hacer más i nten tos de su ici di o, pero esta bademasiado vigilado. A la mañana siguienteentraron en Estra sburg o con u n ci elo plomizo queamenazaba l lu via. P arecía totalm ente razonable,hablaba con la gente; hacía lo que los demáshacían, sin embargo había un vacío espantoso en

    su interior, ya no sentía miedo, ni anhelos; suexistencia era un l astre inevitable.— — Y así viv ióen adelante.

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    Johann Wolfang Goethe

    Extractos de

     De m i vida. Literatu ra y verdad 

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    aclararían en el presente más de lo que a mí en elpasado, puesto que yo estaba aún completamente aoscuras en cuan to a él y su existencia. El principalobjetivo de este extenso escrit o era poner u no jun toa otro, su tal ento y el mí o; a veces parecía ponersepor debajo de mí, otras a mi altura; pero esto lo

    hacía con unas expresiones tan humorísticas y elegantes, que yo aceptaba por muy amable laopinión que él quería darme cuando yo alababa verda deramente su s dotes y, si em pre y cu ando, sóloinsistiera en que se dejara de divagaciones sinforma definida y utilizara su imaginación innataen constru cciones m ás a rtísti cas. Correspondí a suconfianza muy gustosamente y, puesto que en sushojas hacía hincapié en una relación de lo másíntima (como ya se da a entender en el curioso

    títu lo), en adelante compartí todo con él, tan to en loque y a h abí a tr aba jado como en l o que proyectaba ; acambio, él me iba enviando paulatinamente susmanuscritos, El Pre ce ptor, El Nue vo Mendoz a, Los S oldados, copias de Plauto y esa traducción de laobra inglesa como suplemento de  Anotacione ssobre el teatro.

    De esta última me llamó la atención en ciertomodo, que en un lacónico informe preliminar se

    expresara como si el contenido de ese artículo,dirigido con violencia contra el teatro metódico, sehubiera dado a conocer hacía ya algunos años enuna conferencia de un círculo de amigos deaficionados a la literatura en el tiempo en el queGoetz   aún no había sido escrita. Un círculo

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    literario que yo no conociera, en la situación deLenz en Estrasburgo, parecía algo extraño; lo dejépasar sin más y l e conseguí rápidamente un editortanto para éste como para sus otros escritos, sintener ni la más remota idea de que me habíaelegido como argumento perfecto de su odio

    imaginario y como objeto de un acoso aventurero y extravagante.[Par te III, Libro 14]

    * * *

    Por mucho que escritores y oradores se sirvangu stosam ente de los contrastes, teniendo en cuentael gr an efecto que éstos producen, deben ir pr im ero

    en su busca y ha cerlos veni r; de este modo es mu y agradable para el escritor que se le ofrezca uncontra ste tan r otun do en el que teng a que habla r deKlinger después de Lenz. Ambos fueroncontemporáneos, se esforzaron a la par en suuventud. Sin embargo Lenz, como un meteorito

    fugaz, pasó sólo momentáneamente por elhorizonte de la literatura alemana y desaparecióde repente sin dejar huella tras de sí en la vida;Klinger, por el contrario, continúa hasta nuestros

    tiempos como un escritor influyente y un activohombr e de negocios.

    [Par te III, Libro 14]

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    alsaciano y director de la escuela militar enColma r. N . del T.

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    Notas

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    [1] Hebefren ia . (Del gri ego hebe, juv entu d, y phren,mente). Complejo de síntomas considerados unaforma de esquizofrenia, caracterizados pormanierismos salvajes o tontos, afecto impropio,

    quejas hipocondríacas frecuentes, y delirios y alucinaciones transitorios y no sistematizados.También se le llama esquizofrenia desorganizada.