Mussolini Historia y Vida

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  • TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 1

  • Da 22 de abril de 1945: Mussolini, enmarcado por Pavolini, Porta, Colombo y algunos de sus ltimos fieles, aparece (sigue pgina siguiente)

    MUSSOLINI: LA HUIDA HACIA LA MUERTE Examinando, uno por uno,

    todos los testimonios de fascistas y partisanos,

    Paolo Monelli ha escrito la crnica ms documentada

    y completa sobre los ltimos das de Mussolini,

    revelando hechos retrospectivos y detalles

    hasta hoy inditos. He aqu el relato de los diez das que presenciaron el

    hundimiento del nazifascismo en Italia.

    PARECE cierto que, entre febrero y marzo de 1945, Mussolini efectu un tercer viaje a Alemania, adems de los de abril y julio de 1944, viaje que los cronistas siempre han ignorado. Lleg en tren a un apeadero situado ms all de Munich, reunise con Hitler, que acababa de llegar de su cuartel general, y partieron los dos en automvil hacia una meta descono-cida. Al da siguiente, por la maana, Mussolini regres a su tren satisfecho, risueo incluso, y dijo a los miembros de su reducidsimo squito, entre los que se contaba Fortunato Albonetti, el jefe de su guardia personal:

    He visto cosas que estremecern al mundo y cambiarn en pocos das la marcha de la guerra.

    Ms tarde, a su regreso a Gargnano, grit a los soldados que montaban guardia alrededor de

    la que sera su ltima residencia: Resistid, muchachos! Ya

    tenemos la guerra ganada! Esta ltima ilusin dur poco. Los

    angloamericanos empezaban ya a descender desde los pasos de los Apeninos hacia la llanura del Po, el Tercer Ejrcito americano ocupaba Colonia y Coblenza, junto al Rin, y lanzaba paracaidistas ms all de las vanguardias, y la certeza de la inminente victoria permita a los londinenses soportar con fro estoicismo la lluvia diaria de las V-2, gigantescos cohetes que viajaban a velocidad superior a la del sonido y se abatan sobre la ciudad desde cien kilmetros de altura, causando vastas destrucciones. Meras bagatelas al lado de lo que seran aquellas fantsticas bombas destructoras que, probablemente, fueron enseadas a Mussolini aquel da de marzo y en

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  • fachendoso, en el patio del Palazzo Monforte, sede de la Prefectura milanesa. Le quedan slo seis das de vida

    DE MILAN A DONGO las que l crey hasta el final. Ashabl de ellas el periodista G. G.Cabella, el 21 de abril, en Miln:

    Las famosas bombas destructoras estn a punto de quedar dispuestas para entrar en accin. Precisamentehace muy pocos das que he tenidonoticias de ellas. Al parecer, hay tres.y son de unos efectos asombrosos.

    A pesar de estos fugaces destellos de optimismo desesperado, Mussolinivea ya acercarse el final con la serena calma del que se halla a la merced deunos acontecimientos contra los queno puede oponerse. La alemana Madeleine Mollier, que fue afotografiarlo en Gargnano a finales demarzo, dio de l unas imgenesalarmantes. Pareca un preso, con lacabeza rapada, la camisa sin cuello,una expresin humilde y paciente en el rostro mal rasurado y

    los ojos apagados con breves in-tervalos febriles.

    Estoy acabado dijo Mussolini, con calma. Mi estrella ha cado y espero el final de una tragedia de la que no me considero ya autor, sino el ltimo espectador, aislado de todos.

    Poco antes le haba hecho una inesperada confesin:

    No pierda su tiempo con un fantasma. Soy yo el responsable, tanto de las cosas bien hechas que el mundo jams podr desmentir, como de mis debilidades y de mi decadencia. Siempre ha sido acertado mi primer impulso ante las personas y las cosas, y cuando lo he seguido nunca he dejado de dar en el clavo. Pero cuando quera razonar, la intuicin se vea oscurecida por sospechas, reticencias y temor por un lado, y ambiciones, pasiones y celos, por el otro, y siempre acababa en-gandome.

    Segua ocupndose, en su ais-lamiento, de la administracin rutinaria, empleando no poco tiempo en leer los peridicos y sealarlos con trazos rojos y azules, haciendo imprimir en los diarios, bajo el ttulo de Corrispondenza repubblicana y varias veces al mes, sus comentarios annimos, polmicos, irnicos o mordaces en su intencin, sobre los personajes y acontecimientos del momento. Cuando Tamburini, jefe de la polica, le describi su minucioso plan para sustraerlo a la captura mediante un sumergible gigantesco, de enorme autonoma, que haba hecho proyectar en Cosulich, pero cuya construccin ni siquiera haba comenzado, o bien con otro aparato volador, tambin enorme, que lo trasladara lo ms lejos posible, a Polinesia, Patagonia o el Gran Chaco, escuch sonriendo tales fantasas y murmur: Verne! Sin em-

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  • Pero despus me han relegado aqu, en este cul-de-sac de Gargnano, donde slo se llega por una carretera vigilada por los SS. Aqu no veo prcticamente a nadie, y se me controla hasta la respiracin.

    Por lo menos en este caso, la fecha del 18 no ofrece lugar a dudas, puesto que se desprende del relato que, acerca de este encuentro, public Nicoletti en un nmero del Corriere di Informazione del ao 1948. He consultado tambin los peridicos de aquellos das, pero como de costumbre nada saban acerca de los movimientos de Mussolini, secreto de guerra. Esta discordancia por parte de los propios testigos oculares es slo uno de los muchos indicios de la incertidumbre y de la poca credibilidad que merecen fechas y acontecimientos tal como han sido expuestos por los muchos que han escrito acerca de ellos, por lo que todava hoy, casi treinta aos despus, resulta ex-traordinariamente difcil reconstruir la verdad de los hechos en todo lo que hizo o habl Mussolini en los ltimos diez o doce das de su vida.

    bargo, discuta apasionadamente acerca de proyectos debidos a otros y en los que se hablaba de resistencia a ultranza, de reductos que seran defendidos hasta morir, y de combates casa por casa. Tales eran los planes desesperados de los ms fanticos entre sus secuaces, los que queran convertir a Miln en el Stalingrado de Italia, o en el Alczar del fascismo, como deca Barracu. Es posible que tales designios flotasen ya en la mente de Mussolini cuando ste proclam el 16 de diciembre del ao 1944, en el Teatro Lrico de Miln: Queremos defender con las uas y los dientes el valle del Po.

    Desde cundo te gustan los valses?

    Estas altisonantes intenciones alarmaron al cardenal Schuster, quien, en una carta fechada el 13 de febrero de 1945, suplicle que desistiera de ellas: Me consta que se estn haciendo toda clase de preparativos para que, en un momento de suprema emergencia, se organice una resistencia desesperada en la ciudad de Miln. Si hay quien desea combatir, hganlo fuera de la metrpoli. Un mes despus, Mussolini envi a su hijo Vittorio a visitar al cardenal para entregarle una carta que deca: Si los acontecimientos obligasen al mariscal Kesselring a replegarse dentro de sus propias fronteras, entonces las fuerzas armadas de la Repblica Social Italiana de todas las especiali-dades se concentraran en una localidad elegida de antemano, donde opondran la ms enrgica resistencia contra el enemigo y las fuerzas del desorden y del Gobierno real, conscientes de que el odio antifascista no les permite otra salida que no sea la de combatir hasta el ltimo hombre y la ltima bala. No era una respuesta demasiado tranquilizadora para el arzobispo, pero vistos retrospectivamente los acontecimientos, es evidente que Mussolini no pensaba ya, en un Miln convertido en Alczar de Toledo del fascismo, sino que la localidad ele-gida de antemano era ya aquel reducto de la Valtellina que se convertira en las ltimas semanas, e incluso en los ltimos das, en insistente e intil obsesin.

    Segua cambiando ministros y subsecretarios, as como directores de peridicos, pero despus confes a uno de sus fieles que aquellos cambios no servan para nada, ya que sustitua a uno que tena ganas de desertar por otro que ansiaba efectuar un doble juego, que todos se disponan a abandonarlo a su suerte

    y que ya se estaba creando un vaco a su alrededor.

    El 17 o el 18 de abril, Mussolini sali para Miln. Su esposa Raquel, en su primer libro de Memorias, La mia vita con Benito, publicado en 1948, escribi con fecha de 17 de abril: Hoy, Mussolini se ha marchado de Gargnano acompaado por un reducido squito. Me ha hablado vagamente de las decisiones de cierta gravedad que deber tomar en Miln, pronunciando el nombre del cardenal Schuster. En su otro libro, publicado en 1957 con el ttuloBenito, il mi uomo, asegura haberlo visto por ltima vez en la villa Feltrinelli, a primeras horas de la tarde del 18 de abril. Se hallaba ante el automvil que le esperaba para llevarlo a Miln. Pocos minutos antes, al atravesar la antecmara, se haba desviado hacia el saln donde Romano estaba tocando el Danubio azul al piano. "Desde cundo te gustan los valses?", le pregunt, acercndose a l y dndole una palmada en la espalda. Su hermana Edvige asegura en su libro Mi fratello Benito que el da 17 la llam a su lado, le expuso la situacin en trminos breves y exactos y le dijo que parta con los suyos hacia Miln, donde se le haba convocado inesperadamente, al parecer para reunirse con el cardenal Schuster y los representantes del Comit de Liberacin Nacional. Si an existe una mnima posibilidad de efectuar sin sangre y sin deshonor el traspaso de poderes, conviene buscarla.

    Tambin Amicucci escribe en su obra I seicento giorni di Mussolini: Mussolini lleg a Miln la tarde del 17 de abril, alrededor de las siete. Le acompaaban Zerbino, ministro de Asuntos Exteriores; Gatti, su secre-tario particular, etc.. Amicucci era el director del Corriere della Sera y deba conocer bien las fechas. En lasOpera Oinnia di Benito Mussolini, vol. .XXXII, con fecha de 18 de abril se relata una conversacin que al pa-recer sostuvo aquella maana en la mansin de las ursulinas de Gargnano con el prefecto Gioacchino Nicoletti, al que no comunic su intencin de partir poco despus hacia Miln. Hablando de la situacin, le dijo que ya no poda hacerse nada. Todo ha terminado, los alemanes siempre pierden una ho-ra, una batalla, una idea. Poseen las armas secretas, pero a qu esperan para utilizarlas? Le revel tambin que despus de la conversacin que, al llegar a Italia procedente de Campo Imperatore, sostuvo con Hitler, ste hizo un aparte con l para decirle: O usted asume la direccin del Estado italiano, o mandar funcionarios alemanes para que gobiernen a Italia. No se me dej alternativa.

    Decembrizzare Milano? Dejando aparte los recuerdos de

    sus familiares, de los que es preciso servirse con gran cautela, creo poder afirmar que, al partir hacia Miln, Mussolini no tena ninguna idea concreta acerca de lo que haba de hacer o decidir. Su nico motivo au-tntico debi de ser el de alejarse por fin de Gargnano, prisin fnebre y hostil, con el embajador Rudolf Rahn y el general de los SS Karl Wolff demasiado cercanos a l, bajo la asidua vigilancia de los centinelas alemanes, en la deprimente atmsfera del lago y siempre con aquella sensacin de aislamiento que se haba creado a su alrededor (eran muy pocos los que le visitaban entonces, cuando tan numerosos haban sido en los meses precedentes). Tal es el estado de nimo expuesto ante el prefecto Nicoletti. Es probable que, en un momento de euforia, hubiese dicho a alguien que era preciso decembrizzare Milano, con la ilusin de poder volver a crear las condiciones de la visita que hizo a la ciudad, con permiso de los superiores, el 16 de diciembre del ao anterior, y en el transcurso de la cual provoc una anacrnica y absurda llamarada de devocin que lo aturdi y excit, por lo que, al dirigirse al pueblo en el Teatro Lrico, anunci con certeza la inminente victoria. Mas si en el mes de diciembre haban bastado treinta o cuarenta mil fanticos para

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  • E! fervor fantico de algunos de los miembros de las brigadas negras queda fielmente reflejado en esta foto. Sin embargo, en el ltimo momento, so pretexto de que el Duce les dispensaba de su juramento de fidelidad, las

    brigadas negras tambin le abandonaron ante los partisanos

    darle la impresin de toda una ciudad agrupada junto a l, en aquel abril de 1945 Miln era una ciudad inquieta y atemorizada, pues cada maana, a travs de los partes de guerra alemanes, los ciudadanos reciban noticias cada vez ms luctuosas: el frente alemn se estaba hundiendo, el Octavo Ejrcito britnico avanzaba junto al Adritico en direccin a Ferrara, y la X Divisin americana estaba completando ya el cerco de Bolonia. Por si esto fuese poco, de vez en cuando volaban aviones enemigos sobre la ciudad, a muy baja altura, y ametrallaban el casco urbano.

    Es verdad que encontr en Miln tanta gente como poda esperar en la Prefectura donde se albergaba, demasiada incluso puesto que en el patio, en las escaleras, en la antecmara e incluso en su propio despacho reunise una muchedumbre que le rodeaba aturdindolo: jerarcas fanticos, funcionarios desorientados, clrigos atemorizados, actuando todos ellos como nuevos carceleros para el visitante. Este se defenda de ellos, expulsando a todos, de vez en cuando, de su gabinete y dedicndose, una vez a solas, a revisar los peridicos,

    a escribir el ltimo artculo para laCorrispondenza repubblicana, o bien a leer a Platn o a un tedioso poeta romntico alemn llamado Morike (abismado en cuya lectura sorprendile precisamente el embajador Rahn el 19 de abril).

    Los escritos de sus ltimos leales lo retratan activsimo como de costumbre, lcido ante su mesa de trabajo o en conversacin con sus ministros, pero son ms dignos de crdito los testimonios que nos lo describen titubeante, ablico o disparatado, y siempre reservado y deprimido. Ni siquiera los ms adictos a l pudieron dejar de notar las frecuentes incoherencias en sus palabras o ideas, que ellos achacaban a la falta de descanso y de alimento. Vanni Teodorani, esposo de una de sus sobrinas, ha escrito que en aquellos das los razonamientos deMussolin eran muy personales y no resultaban demasiado comprensibles para quien discurriese normal-mente.

    Siempre con la ilusin de volver a hallar a su pblico, una multitud adicta, vociferante y ardiente, apenas llegado dispuso que el da 21 hablara a los milaneses desde el Teatro Lrico,

    despus da una ceremonia en Duomo en conmemoracin de 1< cados. Pero el da 20, por la m aa, enterse de que Boloni haba sido ocupada ya por le angloamericanos y comprend que no era momento de mvil zar a una ciudad que ya no res-pondera a su llamamiento. Po la tarde, taciturno, triste, preocupado como nunca haba esta do hasta entonces (Amicucci) se hizo proyectar la pelcula d las jornadas de Miln durante el ltimo diciembre, muerta se cuela de fotografas con el irrevocable engao de un pueble afectuoso y enardecido a su al rededor.

    Y como msera sustitucin de fallido triunfo en el Teatro Lrico, a la maana siguiente tuve que contentarse con los gritos de duce, duce proferidos por un grupo de jvenes fascistas reunidos en el patio de la prefectura, hasta que se asom a una ventana y visiblemente emocionado, les hizo un gesto con la mano para indicarles que bajaba para salir a su encuentro. Una vez en el patio, les anunci que se estaban tomando decisiones importantsimas y que las prximas horas podran decidir la suerte de la

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  • Mussolini fotografiado en Sal. Le acompaan su guardia de corps, Fortunato Albonetti, y tres de los oficiales SS puestos a su disposicin por los alemanes para

    protegerlo. En realidad, el Duce fue su prisionero y ningn SS movi un dedo por l al ser

    detenido en Dongo.

    El plan de resistencia a ultranza en la Vaitellina Haba hablado del Po a aquellos

    jvenes, pero en realidad parece ser que sus ltimas esperanzas se aferraban a una resistencia desesperada en un reducto en la Vaitellina. Estaba elaborando aquella idea desde haca meses, aunque el primero en pensar en una defensa encarnizada en el valle del Adda haba sido Pavolini, el creador de las brigadas negras. Ya desde el mes de marzo se haba nombrado co-mandante militar de aquella zona al general Onorio Onori, con la misin de concentrar, poco a poco, hombres y suministros en el valle. Al igual que para la consigna de Miln, Stalingrado italiana, Mussolini se haba entusiasmado en seguida con el descabellado proyecto de la Vaitellina, y su fantasa le permita ver aquel ltimo jirn de Italia convertido en fortaleza inexpugnable en conexin con un reducto alpino alemn en Baviera (en el que los alemanes no haban pensado jams y que, en todo caso, nunca habran situado en el extremo noroeste del Alto Adigio).

    A mediado de abril convoc para una reunin en Gargnano a Rahn, Wolff, Graziani, el general Vietinghoff, comandanta de las tropas alemanas en Italia, a Pavolini y a otros alemanes e italianos, entre stos a Filippo Anfuso, que despus descri-bi la entrevista en su Roma Berlin-Sal. Mussolini expuso a los reunidos cuanto se haba preparado ya en la Vaitellina (prcticamente nada), dijo que varios contingentes de las bri-gadas negras haban sido enviados ya a Sondrio (noticia por lo menos prematura), y solicit a los generales alemanes su aprobacin para su proyecto de una defensa comn italo-germnica en el valle. Los generales alemanes escribe Anfuso, que estudiaban ya las condiciones de rendicin estipuladas con los an-gloamericanos, no opusieron grandes objeciones al proyecto, calculando que sera superfluo oponerse y suscitar unas discusiones, tan intiles como tempestuosas, con Mussolini y los italianos.

    El reducto de la Vaitellina era ya el motivo dominante cada vez que Mussolini pensaba en el inmediato futuro. El 21 de abril, al recibir a varios directores de peridicos milaneses, despus de haber profetizado: Esta guerra no terminar nunca; antes de

    volver a conocer la paz todostendremos la barba blanca y asi de larga, anunci: Nos retira- remos a la Vaitellina, en colabo- racin con el reducto germnico de Baviera, y all resistiremos.

    Ahora bien, este reducto de Vaitellina jams lleg a existir, nunca se hizo el menor prepara- tivo para la defensa en el valle, y en ningn momento se proce- di a la creacin de depsitos de vveres o de municiones. Mu- chas veces, el propio Mussolini haba dado rdenes apremian- tes, disponiendo obras en la ro- ca viva, defensas y trincheras, y pretendiendo asimismo trans- portar todo lo que fuese necesa- rio para crear un peridico (Tambin en la Vaitellina tra- bajar, y me sentar ante mi me- sa como aqu, en Miln, haba

    guerra, aadiendo: Es posible que el Po se convierta en campo de batalla. Hay que saber resistir. Una jovencita sali corriendo de las filas y lo abraz.

    dicho a Cabella), pero a estas directrices suyas no las segua cumplimiento alguno de las mismas, ni l se preocupaba de informarse acerca de sus progresos. Por lo tanto, nunca llegaron al alto valle del Adda los hombres y los materiales de cuyo transporte tanto se hablaba. Durante la maana del mismo da 21, Pavolini asegur a su jefe que haba movilizado a las brigadas negras del Vneto, de Emilia y de Liguria, y que stas se concentraran en Como durante los prximos das, preparadas para trasladarse a Sondrio con unos efectivos de veinticinco a cincuenta mil hombres. (Sin embargo, el camino ms recto y seguro de Miln a Como era el de Lecco.) Y a Mussolini, alentado por estas noticias, no se le

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  • ocurri preguntar si no era ya un poco tarde.

    Los angloamericanos en Parma

    El 23 de abril, un da hmedo y tenebroso los angloamericanos haban llegado ya a Parma y sus vanguardias haban alcanzado el valle del Po, su mdico alemn, el profesor Georg Zachariae, que Hitler haba puesto a su lado a finales de oc-tubre de 1943, y con el que Mussolini sola en Gargnano sostener largas conversaciones, o mejor dicho monlogos de omi re scibili, anot en su diario que su paciente estaba ms abatido que de costumbre y que empezaba a tener aversin a la gente. Y el alemn seal con pesadumbre que en aquellos das casi le evitaba a l, o bien le escuchaba con aburrimiento.

    Acaso en aquel medioda del 23, Mussolini pensaba si no habra cometido un error al abandonar el tranquilo refugio del lago, donde no haba tanta gente histrica a su alrededor y se poda contar con la presencia de soldados alemanes, a los que l crea todava capaces de sol-ventar cualquier situacin deses-perada. Al regresar a Pasano el 20 de abril, el embajador Rahn haba rogado al doctor Zachariae que tratase de convencer a Mussolini para que abandonase Miln lo antes posible. El mdico le habl de ello al da siguiente, aconsejndole que re-gresara a Gargnano y que desde all tratase de trasladarse a Espaa en avin, o bien que intentase con l la huida a Suiza. Escribe el mdico, en su libro Mussolini si confessa, que Mussolini se conmovi ante su inte-rs, pero dijo que en la hora suprema no se vea con nimos para abandonar a sus camaradas que le suplicaban seguridad y salvacin. Lo cierto es que, a primeras horas de aquella tarde, experimentando ms angustia y opresin que nunca, deci-di de pronto plantarlo todo, incluso a sus devotos camaradas, llam a su esposa, que se haba quedado en Gargnano con sus hijos menores, y le anunci que se dispona a partir para llegar a su casa a ltima hora de la tarde.

    Pero repentinamente cambi de parecer, dejndose llevar tal vez por una curiosa sensacin de calma que se haba extendido por la ciudad y hasta en la misma prefectura, fruto probablemente de la fatiga y del fata-lismo, como ha descrito Amicucci. Poco despus telefone a su mujer que haba cambiado de idea y que haba dispuesto que ella fuese trasladada, junto con sus hijos, a Monza.

    Quiso entonces hacer una ltima mala pasada al gobierno del sur, y mand decir a Cario

    El itinerario recorrido por Mussolini en su huida hacia la muerte. El nombre de Dongo pareca encerrar un presagio funesto. Mussolini se firm Fabrizio del Dongo como el admirado protagonista de la stendhaliana Cartuja de Parma en algunos de sus artculos periodsticos.

    tona, como si no se consideras*ya de este mundo, quimricospropsitos de una hermosamuerte en el campo de batalla,repitiendo las palabras pronun-ciadas el 23 de marzo en Bres-cia ante la concentracin de lasmilicias: Si la patria est per-dida, es intil vivir. Al atardecer, recibi un deli-rante mensaje de Hitler: Lalucha para ser o no ser ha lle-gado a su punto culminante.Utilizando grandes masas dehombres y material, el bolche-vismo y el judaismo se han em-pleado a fondo para reunir so-bre territorio alemn sus fuer-zas destructivas, con el fin deprecipitar nuestro continente enel caos. Sin embargo, con abso-luto desprecio de la muerte, elpueblo alemn y todos los que

    Silvestri que, puesto que la sucesin quedaba abierta, l deseaba entregar la Repblica Social a los republicanos y no a los monrquicos, y la socializacin a los socialistas y no a los burgueses, oferta que sera rechazada por el secretario del partido socialista Pertini, miembro del C.L.N., quien no quiso saber nada de una proposicin que llegaba demasiado tarde (timeo Daaos et dona ferentes).

    Reconstruir una Italia poderosa

    La jornada del 24 volvi a transcurrir con Mussolini expli-cando a todo el que quera escu-charle, con voz queda y mon

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  • estn animados por el mismo espritu acudirn en su auxilio, por dura que sea la lucha, y con sin par herosmo harn cambiar el curso de la guerra en este momento histrico en que se deciden los destinos de toda Europa para los siglos venideros.

    Acaso por primera vez, estas palabras desaforadas dejaron in-diferente a Mussolini, quien se limit a ordenar que fuesen publicadas en la prensa de la maana siguiente. Presionado por los ministros, los jerarcas, los periodistas y los militantes ms belicosos, pronunci parrafadas incoherentes, como por ejemplo al decirle a Bruno Spampanato que l ya no poda dar rdenes, pero s indicar el camino a seguir. Sea como fuere, es preciso reconstruir una Italia poderosa. La revolucin social no es asunto para pueblos sedentarios o para naciones miserables; toda revolucin social necesita espacio, influencia y riqueza. Esta es la modificacin que el fascismo ha introducido en el socialismo, reducido por otra parte a una revolucin sobre el papel. Y a Asvero Gravelli: Pensad, pensad en los viedos del valle del Po destruidos y arrasados por los tanques!

    Aquel mismo da 24, a primera hora de la tarde, el industrial Gian Riccardo Celia, a travs de amistades comunes, habl con el abogado Achille Marazza, perteneciente al Comit Nacional de Liberacin, y le dijo que Mussolini pretenda ponerse en contacto con el general Raffaele Cardona, jefe del Cuerpo de Voluntarios de la Libertad, y que, pensando en la suerte que esperaba a las familias de los jerarcas, se propona que stas fuesen reunidas en Vrese, mientras las milicias fascistas se concentraban en Valtellina para entregarse a los aliados. Marazza le dijo que exista la posibilidad de una entrevista con Cadorna, pero que Mussolini debera tratar en especial con el Comit de Liberacin Nacional, el nico competente en el aspecto poltico. Al proponerle Celia una reunin en su casa, Marazza respondi que el Arzobispado era el nico lugar neutral adecuado para un encuentro semejante.

    Mussolini y el arzobispo Schuster

    Al da siguiente, alrededor de las tres de la tarde, Marazza se dirigi al Arzobispado para conocer la marcha de las negociaciones con los alemanes. Estaba hablando con el padre Bicchierai, que se ocupaba de este asunto, cuando vio que el cardenal sala agitadsimo de su despacho, anunciando que Mussolini llegara al Arzobispado dentro de un cuarto de hora. Seguidamente, puso a disposicin

    de Marazza su automvil para buscar a Cadorna y traerlo in-mediatamente all.

    Mussolini lleg al Arzobispado poco despus de las cinco del 25 de abril, acompaado por el prefecto Bassi, los subsecretarios Zerbino y Barracu, Celia y otros, junto con el teniente de las SS Fritz Birzer, que haba partido de Gargnano con un destacamento de unos treinta hombres de las SS y la SD como escolta de Mussolini, con la orden de seguirlo en todos sus desplazamientos y como responsable de su seguiridad personal. Al ver que su protegido iba a salir sin avisar su destino, sospechando una fuga, en el momento en que el coche iba a cruzar el portal de la prefectura, abri la puerta y entr por la fuerza, hasta el punto de que lleg a sentarse sobre las rodillas de Mussolini.

    En la obra Gli ultimi tempi di un regime, el cardenal ha descrito minuciosamente su encuentro con el jefe del rgimen. Entr en la sala de audiencias con el rostro tan desencajado, que me dio la impresin de un hombre casi embrutecido por su cruel desventura. Le salud con caridad episcopal y, mientras es-peraba la llegada de las personas por l convocadas, trat de animarle, iniciando un poco de conversacin. Para alentar como fuese al desdichado, recordle el declive de Napolen, lo que le reanim un tanto al verse parangonado con semejante personaje. Al verle tan deprimido, el cardenal insisti para que, por lo menos, tomase algo, persuadindole para que aceptase un vasito de vino generoso con unos bizcochos. Le hice compaa, pensando en aquellos momentos en las instrucciones que, a este respecto, dio San Beneito a los abades para cuando acogieran a un husped en sus monasterios. Es lo mismo que l debi de hacer cuando recibi al rey Totila en Montecassino.

    Supongo que en aquellos mo-mentos el docto prelado pensaba que el rey godo se haba enfrentado a su desventura con un porte muy distinto, revistindose para la ltima batalla con una armadura recamada de oro antes de caer en el campo de batalla atravesado por una flecha. Pero el hombre que se hallaba junto a l le pareca muy diferente, y la resolucin que le explic referente a retirarse a la Valtellina con un destacamento de tres mil camisas negras parecile mucho menos heroica.

    Tiene usted la intencin de continuar la guerra en las montaas? pregunt el cardenal.

    Oh, no! Slo por poco tiempo; despus me rendir respondile Mussolini.

    La conversacin languideci y el cardenal vio que su visitante se mostraba extraordinariamente taciturno. Con voz de penitente, confi al cardenal que

    cuando estaba preso en la Maddalena un buen sacerdote se ha-ba propuesto devolverle a la prctica de la vida religiosa. Todo marchaba bien y haba decidido asistir a la Santa Misa precisamente el da en que lo haban sacado de all. El cardenal exhortle entonces a considerar su calvario como la expiacin de sus faltas ante un Dios justo y misericordioso. Mussolini se conmovi, estrechle con devocin la mano y estuvo a punto de echarse a llorar. La conversacin se prolong durante largo rato, puesto que Cadorna y Marazza tardaron en lle-gar. Mussolini habl sobre diversos temas, pero sin calor, con el tono apagado del hombre sin fuerza de voluntad que sale al encuentro de su destino sin reaccin alguna por su parte.

    El cardenal haba hecho preparar para Mussolini una habitacin en el Arzobispado, en la que podra pasar la noche como prisionero de guerra, con las acostumbradas garantas internacionales ratificadas por el Eje, una vez terminada la reunin con el C.L.N. Tal hubiese podido ser el final de la aventura para aquel hombre, ya ajeno a los acontecimientos como l mismo deca, sustrado al peligro de ser condenado a muerte por un tribunal popular, como deseaban Sandro Pertini y los miembros ms exaltados del Comit de Liberacin, honorable prisionero en el Arzobispado hasta la llegada de los aliados, a los que hubiese sido entregado. Probablemente, stos no hubiesen mostrado a su respecto un particular deseo de venganza, sobre todo al parangonar a ese tirano pequeo burgus con su compinche y maestro, mucho ms resuelto, cruel y funesto, Hitler, el inventor del genocidio. Acaso lo hubiesen entregado a los tribunales de justicia de su pas, tras un perodo adecuado en espera de que remitieran los primeros furores, y quin sabe si no se habran realizado las paradjicas profecas de Leo Longanesi: Dentro de unos aos volvereremos a verle en las redacciones de los peridicos, viejo y achacoso; hablar sin cesar de los tiempos en que l era omnipo-tente y nosotros le daremos unas palmadas en la espalda, dicindole que ya nos fastidi bastante en aquellos tiempos y que se contente con sus recuerdos...

    Hasta las seis no pudo localizar a Cardona, pero antes Marazza haba conseguido de los miembros del Comit de Liberacin la autorizacin para tratar. Entre estos miembros se contaba el ingeniero Riccardo Lombardi, al que rog que asistiera tambin a la entrevista.

    Al llegar ante la puerta del Arzobispado, advirtieron que estaba vigilada por dos gigantescos SS, con una expresin tan deci-

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  • Una antigua foto familiar en la que aparecen junto al Duce, de izquierda a derecha, la mujer de su hijo Vittorio; su esposa, Rachele; sus hijos Romano y Vittorio; dos desconocidos que aparecen flanquendole; Bruno Mussolini, su

    esposa, Gina, y Anna Maria Mussolini. Los pequeos son sus nietos Guido y Marina, hijos de Vittorio y Bruno, respectivamente

    dida y feroz que juzgaron ms prudente entrar por la puerta posterior. Atravesaron el patio repleto de hombres con uniformes alemanes y fascistas, de automviles erizados de ametralladoras, y de un gran gento que haba acudido alli apenas se supo que Mussolini haba ido a entrevistarse con el cardenal. Haba individuos armados incluso en las escaleras y en el apartamento del cardenal, y los tres atravesaron aquel cordn de centinelas con una orgullosa sensacin de triunfo. Era la primera vez me cont un da Marazza, evocando aquel momento que la Resistencia se enfrentaba cara a cara con sus adversarios. Tambin estaba llena la antecmara del despacho de Schuster, y entre otros esperaban, ansiosos y excitados, Zerbino, Barracu, el prefecto Bassi y el maris-cal Graziani.

    Se les hizo pasar al despacho donde el cardenal y Mussolini esperaban desde haca casi tres horas; era una sala con las paredes tapizadas en damasco rojo, triste y severa con sus muebles ochocentistas. El cardenal sali a su encuentro con toda cordialidad: detrs de l, Mus

    solini se haba levantado del sof con una actitud que a Maraz^za le pareci extraamente obsequiosa. Marazza present a Lombardi y Cadorna al cardenal y, a su vez, ste hizo un gesto como disponindose a presentar a Mussolini, que tenda impaciente la mano. No puedo decir que estrechamos nuestras manos me dijo Cadorna, slo se tocaron y not una cosa blanda e inerte. Y me describi a Mussolini como un hombre con el uniforme de cabo del ejrcito, arrugado y desaliado como si hubiese dormido varias noches sin quitrselo, con unas botas con los tacones desgastados; su obesidad era ms bien una hinchazn enfermiza, y su rostro amarillento estaba surcado por arrugas entre las cuales me pa-reci distinguir sombras oscuras.

    Se sentaron formando crculo, con el cardenal y Mussolini sentados en los dos extremos del sof colocado en la parte opuesta a la puerta de entrada, ante una mesa ovalada en la que haba quedado un vasito de vino y un plato con unos bizcochos. Ante ellos, al otro lado de la mesa, se acomodaron Cadorna,

    Marazza y Lombardi. Tras un silencio embarazoso, Mussolini volvise hacia Cadorna, pero ste le hizo en seguida un gesto para indicarle que hablase con Marazza.

    Y bien, seor letrado, qu tiene que decirme? pregunt.

    Con tono muy corts, como si estuviera tomando parte en una charla intrascendente y mundana, Marazza le contest en trminos breves pero esenciales:

    Slo tengo que pedirle la rendicin sin condiciones.

    Inmediatamente, Mussolini se endureci y murmur:

    Entonces me han engaado... Qu le haban dicho? inquiri

    Marazza. Me haban dicho que las familias

    de los jerarcas podran reunirse en Vrese y que el ejrcito se concentrara en la Valtellina...

    Tales son, simplemente, las modalidades de la rendicin, sobre las cuales estamos dispuestos a tratar una vez aceptada la rendicin incondicional.

    En este caso, podemos discutir dijo Mussolini, apacigundose.

    Sonrea forzadamente, con

    TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 9

  • velar, pero una vez cometida la indiscrecin deba admitir que el general Wolff estaba tratando con l por mediacin del cnsul general alemn en Miln y del coronel Rauff. En aquel preciso momento entr en la sala el padre Bicchierai y anunci:

    Los alemanes han confirmado que acceden a rendirse, pero todava no han firmado. No obstante, prometen que el acuerdo ser firmado dentro de veinticuatro horas.

    (Sin embargo, a primera hora de la tarde de aquel mismo da, las tropas alemanas de Miln haban depuesto simblicamente las armas ante el arzobispo, recluyndose en sus cuarteles. Ante el arzobispo, porque el honor militar les impeda, como haba declarado el general Wolff, reconocer al general Cadorna y a las dems autoridades.)

    Mussolini, indignado, prorrumpi en invectivas contra los alemanes :

    Nos han tratado siempre como si fusemos sus criados; para terminar traicionndonos!

    Prosigui largo rato su perorata, pasando lista a las ofensas recibidas y a las humillaciones sufridas, con unas injurias e insultos apenas concebibles, segn me ha contado Marazza. Termin diciendo que se consideraba desligado de toda consi-deracin con respecto a los alemanes y que, recuperada su libertad de accin, ira a ver inmediatamente al cnsul alemn para echarle en cara su traicin, despus de lo cual hara unas declaraciones por radio. Temiendo el cardenal que semejante gesto pudiera inducir a los alemanes a desmentir las negociaciones ya cerradas, y acaso a volver a empuar las armas, trat de calmarlo, exponindole, con una argumentacin casi sofstica de puro sutil, que el documento de larendicin an no estaba firmado, por lo que de momento, an no se les poda echar en cara su irrefutable traicin.

    No importa rezong Mu-ssolini, el hecho de haber iniciado negociaciones sin yo saberlo es ya una traicin.

    Intervino entonces Marazza, diciendo que ya era tarde y que no haba tiempo que perder. Mussolini deba exponer cuanto antes su resolucin, puesto que partisanos y fascistas combatan ya en los arrabales de Miln. Segn nos recuerda Marazza, Mussolini le mir con una mueca casi de complicidad, y le dijo en voz baja:

    No tema, no pasar nada, pues en estos momentos la milicia fascista est ya casi disuelta.

    Seguidamente, consult su reloj de pulsera y se levant.

    Voy a ver a los alemanes anunci; regresar dentro de una hora.

    Otro simulacro de apretn de manos y sali acompaado hasta la antecmara por el cardenal, quien le recomend sin obtener respuesta, que no se reuniera con los alemanes y que no hablase por la radio, pues podra malograrlo todo. Le vio partir, distrado y turbado, hasta el punto de que apenas contest a su saludo.

    Una vez ausente Mussolini, los miembros del Comit de Liberacin se dispusieron a esperar su regreso. Poco despus, lleg el prefecto Tiengo, con ademn solemne e importante, presentndose a Cardona y dicindole que el general Diaman ti, jefe de la guarnicin de la plaza de Miln, le haba confiado la misin de ofrecerle la rendicin de la guarnicin, todo ello con una verborrea que pretenda realzar el valor de su gesto y su labor como plenipotenciario. Marazza le respondi:

    Se lo agradezco mucho, pero poco nos importa su comunicado. Ms rendidos de lo que estn ya ...

    Se hizo pasar al cnsul general alemn Gerhard Wolf, que se llamaba como el general de las SS pero con una efe de menos, y a un consejero de la embajada, quienes, por haber transcurrido ya la hora fijada para la rendicin, venan a solicitar una demora, puesto que an no haban conseguido localizar al ge-neral Wolff, que era quien deba firmar el acuerdo. Aprovechando la llegada de los alemanes, el prefecto Tiengo se abstuvo de retirarse y se dedic a curiosear las visitas que llegaban, una tras otra, a la sala, y entre las cuales figuraban todos los restantes miembros del Comit de Liberacin del norte de Italia, en vista de lo cual Tiengo se retir a un rincn con la esperanza de no ser visto.

    Apenas haban terminado de hablar los alemanes, cuando Sandro Pertini, secretario del partido socialista para la Alta Italia, lleg all exaltado an por su participacin en una asamblea de obreros que haba convocado en una fbrica. La visin de los alemanes lo irrit y, prorrumpiendo en violentas invectivas contra ellos, critic duramente el empeo de sus colegas en lo referente a entregar a Mussolini a los anglonorteamericanos. Casi gritando, dijo que cuando el jefe del fascismo se rindiera al Comit de Liberacin, ste no debera hacer otra cosa que ponerlo bajo custodia durante los dos o tres das necesarios para la constitucin de un tribunal popular que se encargara de juzgarlo.

    Alzando tambin la voz, Lombardi y Marazza le contestaron:

    Ni soarlo! Lo entregaremos a los aliados, tal como est acordado.

    En este momento, Marazza ad-

    una expresin aturdida, como si quisiera conciliarse las simpatas, contme Marazza.

    An no se les podr echar en cara su traicin Entretanto haba entrado el

    mariscal Graziani y, mientras ste se dispona a cerrar la puerta, tambin Zerbino, Barracu y el prefecto Bassi, no sin un ligero forcejeo, se presentaron en la sala. Apenas Mussolini haba pronunciado estas ltimas palabras, el mariscal Graziani se levant y, sacando el pecho como si hablase a los soldados en un cuartel, tras un explosivo Duce! y despus de haber proclamado, en beneficio de los presentes, que l era el ministro de la Guerra ^ el jefe de las fuerzas armadas de la Repblica Social, inici un ampuloso discurso que concluy manifestando que no era lcito iniciar negociaciones de rendicin sin antes haber llegado a un acuerdo con los aliados alemanes.

    Sera deslealtad por nuestra parte termin diciendo; nosotros que siempre hemos estado al lado de la lealtad y del honor o, por lo menos, as lo hemos credo siempre.

    Apenas haba terminado de hablar Graziani, cuando Marazza, con el mismo tono amable de antes, dijo:

    Pero tal vez el Gobierno de la Repblica Social y su ministro de la Guerra no sepan que, desde hace ms de diez das, los alemanes estn negociando su rendicin con nosotros.

    Pareci como si a Mussolini le hubiese atravesado una corriente elctrica, pues en l acto alz la voz y exigi explicaciones. Hubo un momento de sorpresa entre los presentes: era posible que Mussolini no supiera nada acerca de las conversaciones destinadas a ultimar la rendicin de los alemanes? As era, sin embargo. Los alemanes siempre haban procurado que Mussolini no experimentara sospecha alguna. Nada le haba dicho de ello el general Wolff, que con l se haba reunido el 19 de abril, nada el embajador Rahn que le haba hecho una breve visita el da 20, y nada tampoco Alberto Mellini, que regentaba el Ministerio de Asuntos Exteriores. El asunto le haba sido confiado a ste por Rahn, pero el embajador alemn le haba rogado que no aludiera al mismo ante su jefe, puesto que l deseaba comunicrselo personalmente.

    El cardenal, que segua sentado junto a Mussolini en el sof, con la intencin de animarle con su presencia, en vista de la situacin tuvo que asegurarle que no caba duda de que Marazza estaba en lo cierto. Era un secreto de guerra que se le haba confiado y que l no poda re

    TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 10

  • Una foto de Claretta Petacci, la nica persona que le fue siempre fiel y a quien algunos oyeron preguntarle en el ltimo minuto: Ests contento de que te haya

    seguido hasta el final?

    alemanes eran desleales y traidores. El alemn no se inmut y permaneci inmvil y en posicin de firmes.

    Pero despus su furor se des-vaneci, convirtindose en una extraa abulia. Apenas se defenda ya del asedio de un alud desordenado de personas que solicitaban rdenes, que daban los ms dispares consejos, que deseaban que se marchase o preten-dan que se quedase, hasta que todo titubeo se disip al llegar desencajado, como quien acaba de librar una batalla a muerte, el prefecto Tiengo. Este, apenas oy las palabras amenazadoras de Sandro Pertini, haba llegado corriendo desde el Arzobispado para advertirle que si se renda al Comit de Liberacin, ste lo entregara a un tribunal popular. Entonces, Mussolini, que hasta el momento haba resistido blandamente a las insistentes recomendaciones de Pavolini y otros, contrarios a toda tentativa de rendicin, decidise sbitamente, exclamando:

    Aqu se quiere hacer otro

    25 de julio, pero esta vez no lo conseguirn!

    Vittorio Mussolini nos describe a su padre en el despacho, rodeado por ministros y jerarcas, en el momento de anunciar que su padre haba resuelto partir inmediatamente hacia Como, con el detalle grotesco, pero que debe ser cierto, dado l personaje, de que manifest dicha resolucin tras haber examinado un mapa que tuvo que serle explicado (para ir de Miln a Como!).

    Dio rdenes para ponerse en marcha y descendi al patio. No sin dificultad, unos soldados de las brigadas negras abrieron camino entre el gento, mientras el ciego de guerra Borsani, con voz potente, gritaba:

    No te marches, duce, no te marches!

    Entre el tumulto de los automviles que formaban columna para seguirlo, maniobraron para colocarse ante su coche descubierto, una motocicleta alemana y el automvil de Pritz Birzer, el oficial de las SS que mandaba la escolta y que sera despus uno de los ms valiosos testigos de las peripecias acaecidas en el trayecto de Miln a Dongo.

    No hay quinientos hombres dispuestos a

    seguirme? Mussolini, con una metralleta en

    bandolera, subi pesadamente al coche y se sent junto a Bombacci, que vesta de paisano y llevaba un maletn sobre las rodillas. Les segua un camin con soldados alemanes, y detrs, en una treintena de coches, viajaba el squito de ministros. jerarcas y periodistas. Refiere Amicucci que, en el momento de salir de la prefectura, Mussolini quiso saludar a la esposa del prefecto y le dijo:

    Seora, tengo la impresin de que pagar por todos.

    Haban dado ya las siete, pero haba an bastante claridad pese al crepsculo. Los fugitivos dejaban tras de s una ciudad desierta, sin automviles, sin tranvas, puesto que a medioda las sirenas haban ordenado el paro general, como preludio a la insurreccin dispuesta para las dos de la tarde y posterior-mente remitida a la noche. Mientras la columna se diriga hacia la autopista, ac y all podan orse explosiones de granadas y rfagas de ametralladora procedentes de los primeros choques entre fascistas y partisanos.

    Una partida sin destino, tan aventurada como precipitada. Creo que Mussolini siempre abrig, aunque bajo una capa de irresolucin, la vaga intencin de llegar al alto valle del Adda para iniciar una suprema resistencia, aunque supiese perfectamente que nada se haba prepa-

    virti que el prefecto Tiengo haba abandonado disimuladamente la estancia.

    Mussolini regres a la prefectura y Zachariae nos lo describe plido como un muerto, con el rostro extraordinariamente contrado. Atraves el acostumbrado grupo de curiosos, bastante ms numeroso que en das anteriores, y subi por la escalera apresuradamente. Al pasar junto a Gravelli, le dijo:

    Sabe qu me ha dicho el cardenal? Arrepintete de tus pecados!

    Despus apostrof al industrial Gian Riccardo Celia, y le grit en pleno rostro:

    Me has engaado! Me has hecho caer en una celada! Y a otro:

    Hemos sido traicionados por los alemanes y por los italianos!

    Hallse de pronto ante el general alemn Wenin, un coloso que le aventajaba en medio metro de altura, y, arremetiendo contra l, le amenaz con el puo, vociferando que todos los

    TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 11

  • rado para la misma, ni fortifi-caciones, ni armas, ni vveres, ni combatientes, an en marcha desde Liguria, Piamonte y Lombarda, sin haber llegado siquiera a las cercanas de Miln; o bien, ms seriamente, el propsito de llegar a Merano, al otro lado del Stelvio, para reunirse con la a pesar de todo slida organizacin alemana en la que haba pensado refugiarse la tarde del da 23; o acaso estuviese considerando su exilio en Suiza, a pesar de sus contun-dentes declaraciones anteriores contrarias a dicha posibilidad.

    Detrs de la columna de los jerarcas segua un automvil con Claretta Petacci y su hermano Marcello, acompaado por su mujer y sus hijos. Despus de haber pasado el mes de noviembre de 1943 recluida con su familia en las crceles de No-vara, la fiel amante se haba instalado en Gardone, a poca distancia de Gargnano, a donde la haba llevado el general Wolff por encargo de Hitler, quien juzgaba con romntica simpata aquellos amoros. La misma tarde en que Mussolini parti de Gargnano, Claretta sali de Gardone y se reuni en Miln con sus padres y su hermana que se disponan a mar-charse a Espaa, y les dijo que partiesen sin ella, ya que era su intencin seguir la suerte de su hombre hasta el ltimo momento.

    Alrededor de las nueve de la noche, Mussolini, con el semblante lvido y movimientos torpes a causa de su inmovilidad durante el viaje, lleg a la prefectura de Como, donde volvi a encontrar el mismo caos de Miln y un tropel de personas extraviadas, indecisas y atemorizadas. Buffarini-Guidi le apremi para que se marchase a Suiza, pero su jefe crea an en las jactancias de Pavolini, quien le haba prometido traerle de Miln millares de hombres armados, y quiso esperar su llegada. Entretanto, los ms inquietos susurraban que varias columnas de partisanos se haban puesto en marcha para descender sobre la ciudad. El comisario federal de Como, Paolo Porta, que pregonaba su confianza absoluta en su brigada negra, afirm que sta le bastaba pa-ra defender al jefe supremo si se retiraba con sus fuerzas a la zona de Cadenabbia, donde sera fcil preparar una slida defensa. De pronto, Mussolini exclam con imprevista jactancia:

    Me ir a las montaas con Porta! Es posible que no haya quinientos hombres dispuestos a seguirme?

    Poco despus de llegar a la prefectura, y tras haberse ocupado de la llegada de una camioneta que transportaba su archivo personal vehculo que, detenido en la carretera a cau

    sa de una avera, nunca llegara a Como, y que fue saqueado por elementos desconocidos, extra-vindose todos los papeles, pidi noticias de su mujer y sus hijos menores, que se encontraban no lejos de all, en una villa de la vecina localidad de Cernobbio. No consigui telefonearles y no tuvo tiempo para ir a saludarlos apresuradamente, li-mitndose a atender sin ningn inters a numerosos asuntos intiles y escuchando, sin tomar resolucin alguna, las acostumbradas peticiones, proyectos, previsiones y temores. A las dos de la madrugada mand dirigir a su esposa una carta escrita con prisas. Rachele dijo despus que la haba aprendido de memoria y tambin la haba hecho aprender de memoria a sus hijos antes de destruirla (tambin ella se senta impresionada por el secreto militar?). El texto que nos ha dado en su primer libro de memorias (1948) difiere en algunos detalles del reproducido en el segundo (1957). Me atengo a la primera redaccin, probablemente ms semejante al original:

    Querida Rachele: Heme llegado a la ltima etapa de mi vida, a la ltima pgina de mi libro. Acaso no nos veamos ms; por esto te escribo y envo esta carta. Te pido perdn por todo el mal que involuntariamente te he hecho, pero t sabes que has sido para m la nica mujer a la que he amado de verdad. Te lo juro ante Dios y ante Bruno en este momento supremo. Saces que debemos trasladarnos a Valtellina. T. con los pequeos, trata de llegar a la fronte-ra suiza. All iniciaris una nueva vida. Creo que no te negarn la entrada, porque los he ayudado en todas las circunstancias y porque vosotros nada tenis que ver con la poltica. Si no ocurriera as, debis presentaros a los aliados, que acaso se muestren ms generosos que los italianos. Te encomiendo a Anna y a Romano, especialmente a Anna, que tanto te necesita. T sabes cunto los quiero. Desde el cielo, Bruno nos ayudar. Os beso y abrazo a ti y a los pequeos. Tu Benito.

    La carta termina con una fecha errnea: Como, 27 de abril de 1945 XXII E. F., cuando debera ser el 25, o el 26 si fue escrita despus de medianoche. Pero despus de tres aos, la memoria de la pobre Rachele deba de estar ya un poco deformada, sin que ella lo advirtiera, por detalles sabidos despus. Puede darse como seguro que en la carta no figuraba la palabra aliados que se impuso ms tarde, pues l deca siempre angloamericanos. Y verosmilmente, es posterior la frase Sabes que debemos trasladarnos a Valtellina. Dos aos antes de publicar La mia vita con Benito, en febrero de 1946,

    Duce, puede partir cuando lo desee

    Naturalmente, esto no es ciei*to, pero en el fondo de su desventura Mussolini experimenta la necesidad de hacer un poco de teatro. En realidad, hay mucha gente que le rodea. Cuelga el auricular y de nuevo discute con los impacientes que le aconsejan partir antes del alba, antes de que aparezcan, los aviones enemigos y pulvericen la ciudad; con los ministros sin ministerios, con los jerarcas sin autoridad alguna, con un Buffarini-Guidi que insiste en que no tiene ms salvacin que la que representa cruzar la frontera suiza, asegurndole que l conoce bien los puertos de. montaa y todos los senderos utilizados por los contrabandistas. Finalmente, Mussolini acab por dejarse convencer, pero ante todo era preciso desembarazarse de la escolta alemana. El te

    habiendo recibido en Forio d'Ischia al periodista Bruno d'Agostini, Rachele le recit la carta a ojos cerrados (como si rezase un avemaria), algo distinta de como despus fue publicada, ya que no se hablaba en ella de la Valtellina. Mussolini le anunciaoa que parta con una columna hacia cierto lugar no distante de Como, donde esperaba poder reunirse con su esposa y sus hijos (no sigis a la columna, pues es peligroso); slo en el caso de que no fuese posible este encuentro, deba presentarse en la frontera suiza y pedir asilo (Bruno d'Agostini,Colloqui con Rachele Mussolini,Roma, 1946).

    Sin duda, la carta original era menos rida de tono, ms ntima, reflejando ms desaliento, hasta el punto de que, despus de haberla ledo, Rachele experiment en seguida la imperiosa necesidad de escuchar por telfono la voz de su hombre y exponerle a su vez los argumentos y splicas propios de una mujer afectuosa y asustada que se halla al margen de todo y que ha visto llegar a veinte milicianos armados, en vez del es-' poso que tan cerca se encuentra y que bien hubiese podido desviarse por unos momentos slo para abrazarla.

    Cmo ests? Qu piensas hacer? Quin se encuentra a tu lado?

    Le llegan unas palabras de profundo desaliento que la llenan de angustia, pero ella insiste en darle nimos: Tienes tantos leales' dispuestos a luchar por ti.

    Pero l le contesta, con triste resignacin:

    Ya no queda nadie a mi lado, hasta mi chfer me ha abandonado; estoy solo, todo ha terminado.

    TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 12

  • Una de las ltimas imgenes de Mussolini en Miln, poco antes de iniciar su repliegue hacia la Valtellina. Le acompaan el teniente SS Birzer, responsable de su seguridad; el subsecretario Zerbino y el prefecto Bassi

    niente Birzer, puesto en guardia por los rumores que haban llegado hasta sus odos, telefone aquella misma noche desde Como al consulado general de Miln, para preguntar qu deba hacer en el caso eventual de que su protegido tratara de expatriarse. La orden que recibi no pudo ser ms explcita: In-tervenga para impedirlo. A partir de aquel momento, dio instrucciones a sus hombres para que no se moviesen del camin y coloc cuatro centinelas alrededor de la prefectura y en el patio de la misma.

    Poco despus de las tres, uno de estos centinelas le advirti que Mussolini se dispona a subir a su coche, en el patio del palacio. El alemn no perdi tiempo, atraves su coche ante el portal del patio y se acerc a paso gimnstico al automvil de Mussolini.

    Duce, cmo se marcha usted sin avisarme?

    Mussolini contest speramente: Le ordeno que retire su coche!

    Puedo hacer lo que me d la gana y marcharme a donde me plazca. Deje libre la salida!

    No saldr usted jn la es

    colta; la responsabilidad es ma.Seguidamente, el teniente orden

    al conductor del camin que transportaba a sus soldados que se colocara en el lugar acostumbrado, o sea detrs del coche de su protegido (o mejor dicho, sometido a vigilancia especial). Pero durante la noche, el camin haba quedado, y tal vez no por casualidad, em-botellado entre otros vehculos, y pareci entonces como si los italianos quisieran obstaculizar por todos los medios su maniobra.

    Fuera del camin! grit Birzer a sus soldados. Carguen sus armas y preparen las granadas de mano! Quiero que me sigan cinco hombres!

    Incluso los que no comprendan el alemn se estremecieron al or aquella granizada de slabas metlicas. Toda obstruccin desvanecise inmediatamente y el camin pudo finalizar la complicada maniobra. Birzer se coloc en posicin de firmes, dio un taconazo, y anunci:

    Duce, puede usted partir cuando lo desee.

    Mussolini dej all a su squito, ordenando que se trasladasen todos a Cadenabbia y, acompaado nicamente por Bom-

    bacci, lleg a Menaggio cuando ya amaneca y fue a dormir unas pocas horas en casa del alcalde. A las diez de la maana volvi a subir a su automvil, un veloz Alfa Romeo (ha-ban llegado cinco de ellos, nuevos y flamantes, por la maana a primera hora, y Birzer, que no los haba visto en la columna, preguntse para qu podan servir), y sali hacia Grandola, un pueblo de montaa junto a la carretera de Porlezza. Pocos kilmetros ms all, sobre el lago de Lugano, estaba la frontera suiza. Su intencin consista en marcharse con Claretta y un squito muy reducido, pero precisamente en el ltimo momento lleg la caravana de los jerarcas, a los que intilmente haba tratado de alejar, dirigindolos hacia Cadenabbia, y el cortejo se hizo interminable. Birzer no estaba tranquilo, y menos an al advertir que se haban unido a la columna, e incluso le precedan, dos vehculos blindados de las brigadas negras cuyas ametralladoras apuntaban en su direccin.

    En aquella carretera estrecha y tortuosa, Birzer, que se hallaba a retaguardia, perda a menudo de vista a los cinco Alfa Romeo gemelos que le pre-

    TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 13

  • suizas su solicitud de cruzar la frontera cerca de Chiasso, pero puesto que su familia no ocupaba ya lugar alguno en su existencia, no busc otras noticias ni escribi ninguna otra carta.

    En el extremo de la mesa se sentaba una muchacha rubia muy bella, con uniforme de auxiliar, o sea camisa blanca, corbata negra y cinturn. Era Elena Curti Cucciati, hija de Angela Curti, antigua amiga de Mussolini. La joven se haba re-unido con Mussolini en Gargnano, y ste la reciba casi cada da, hacindose contar los rumores que corran a su alrededor y acaso hacindose ayudar en la lectura de los peridicos. Se murmuraba que era hija suya, mas para Claretta la historia de la hija natural no le resultaba convincente, ya que se le haba metido en la cabeza que era una nueva amante que haba venido a suplantarla. Apenas Mussolini se levant de la mesa y se retir a otra habitacin, Claretta le sigui y le hizo una escena de celos a la antigua, chillando tan fuerte que Mussolini se levant presuroso para cerrar la ventana y evitar que los dems oyesen los gritos. Al volverse, resbal, tropez con una alfombra y cay pesadamente, levantndose con un extenso hematoma en el pmulo que pareca la seal de un puetazo. Alguien ha contado que, al salir enfurecido de la habitacin, exclam:

    Se marcha; llevosla en seguida. En estas situaciones, es mejor que las mujeres se queden en casa.

    Entretanto, la muchacha rubia se haba alejado de all, dirigindose animosamente en bicicleta a Como, para ver qu se haba hecho de la famosa columna de Pavolini, y a decir a sus oficiales que su jefe les es-peraba impaciente. (Haban llegado, s, algunas de las brigadas movilizadas, seguidas por sus mujeres e hijos, pero al enterarse de que su duce les haba librado de su juramento, nadie haba podido impedir su dispersin.)

    Buffarini-Guidi no se daba an por vencido. Alrededor de las cuatro de la tarde, junto con el ministro Tarchi y otros, quiso ir a ver si era psible cruzar la frontera por el lado de Porlezza. La tarde era oscura y lluviosa. Mussolini haba salido a dar un paseo, con la cabeza descubierta, por el esculido jardincillo del cuartel, conversando con Bombacci. Una hora ms tarde, uno de los que haban salido con Buffarini-Guidi lleg corriendo y anunci con voz trmula que todos los dems haban sido capturados por los carabineros de la aduana, pasados a las filas del C.L.N., y que slo l haba conseguido escapar an no saba cmo.

    cedan a considerable distancia. Sin embargo, logr advertir que, antes de llegar a las primeras casas de Grandola, uno de los Alfa Romeo se desviaba por un camino vecinal que conduca a un gran edificio aislado y situado sobre una elevacin del terreno, mientras los otros cuatro automviles seguan su camino. El Alfa Romeo se detuvo al llegar a lo alto de la colina, apendose de l varias personas, a las que Birzer no pudo identificar debido a la distancia, que entraron en la casa. El alemn lleg poco despus, jadeante, comprob que el edificio era una posada, entr y en si patio pudo ver a Mussolini y otros acompaantes, lo que le hizo respirar con alivio, pues tema haber perdido a su protegido. Inmediatamente, distribuy a sus hombres alrededor del edificio, precaucin que no fue vana puesto que veinte minutos ms tarde uno de los centinelas le avis que Mussolini, junto con Claretta y otros acompaantes, haban salido por la puerta trasera del albergue, como si intentasen huir a las montaas. Sin embargo, al ver a los centinelas alemanes se haban detenido, como intimidados, y despus de haber char-lado un rato con ellos haban vuelto a entrar. (Esta tentativa de fuga fue descrita por Birzer en el informe que hizo de su misin para el general Wolff, y parece confirmada por otras fuentes, entre ellas un relato de Bombacci a los aduaneros de Germasino, recogido por Franco Bandini en su libro Le ultime 95 ore di Mussolini.) Desde Grandola parte un sendero bien conocido por los contrabandistas que, orillando un valle estrecho y ascendente, conduce a un puerto situado en la frontera. (Cabe preguntarse, sin embargo, cmo hubiese podido efectuar Claretta aquella dura caminata con sus zapatos de calle y tacones altos.)

    Mussolini se hizo preparar un rancho en el cuartel de los aduaneros de Grandola. All se present a l Vezalini, el prefecto de Novara, con el rostro vendado, explicando que haba sido herido durante un ataque de los partisanos cerca de Como, y que millares de jvenes leales hasta la muerte estaban dispuestos a combatir (aunque no dijo donde estaban). Mientras coman, alguien enchuf la radio y oyeron la orden cursada por el general Cadorna a los partisanos para que buscasen y capturasen al fugitivo dictador. Este coment con amargura:

    Este Cadorna! Hice rehabilitar a su padre, hice promover al hijo, y he aqu el fruto que recojo.

    Enterse tambin de que Rachele y sus hijos haban visto denegada por las autoridades

    Con doscientos alemanes puedo llegar hasta el fin del mundo!

    La ltima tentativa de cruzar la frontera haba fracasado. Mussolini acept filosficamente el contratiempo, pero supo hallar de nuevo un tono inslitamente autoritario para ordenar al teniente alemn que fuese con sus hombres y un pelotn de carabineros a libertar a los detenidos. Birzer no le obedeci, alegando que sus rdenes no le permitan actuar en este sen-tido. (Pero, sobre todo, sospechando que se trataba de una maniobra para alejarle a l y a sus soldados.) Sin embargo, su protegido no pensaba ya en evadirse. Su intencin era entonces, como dijo poco despus al oficial alemn, dirigirse hacia Merano; el viaje hasta Stelvio era seguro dijo porque sera escoltado por los tres mil camisas negras de Pavolini. Por lo tanto, dio la orden de bajar inmediatamente hasta Menaggio. Pero el teniente Birzer objet que sus hombres estaban exhaustos y que tenan absoluta necesidad de reposo, y rog a Mussolini que demorase la partida hacia Menaggio hasta la maana siguiente.

    Mussolini accedi con un gesto de cansancio y as se dej arrebatar de la mano su ltima carta. Si hubiese partido inmediatamente, segn todas las probabilidades habra llegado a Chiavenna por carreteras todava vigiladas por los alemanes y libres de partisanos; acaso con tiempo todava para partir desde un pequeo aerdromo a bordo de un aparato Cigea que le esper hasta el ltimo momento para trasladarlo a Baviera, noticia que le haba sido comunicada poco antes. Pero si los hombres de Birzer estaban exhaus-tos, Mussolini es descrito por el teniente Birzer como deshecho por la falta de sueo, con la vista baja y todo el aspecto del hombre que ha perdido por completo la facultad de tomar una decisin.

    A las cuatro de la maana del viernes, da 27, el alemn empez a organizar la columna. Durante la noche haban llegado a Menaggio unos treinta camiones con cerca de ciento setenta hombres de la Flak (defensa antiarea alemana) al mando del teniente Fallmeyer y con Merano como destino. El teniente Birzer pens que era conveniente que le acompaasen aquellos compatriotas suyos y, puesto que en el curso de la misma noche haba llegado tambin un carro blindado italiano en realidad, slo se trataba de un camin con los costados acorazados con su dotacin y Pavolini (pero ninguno de los tres mil hombres prometidos), determin que el camin blindado

    TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 14

  • que todos los italianos saliesen de ellos. Si se respetaba este acuerdo, los alemanes podran seguir libremente su camino hacia su pas a travs de Suiza. Por su parte, y en lo que se re-fera a sus hombres, l haba decidido aceptar las condiciones. No conoca las rdenes de Birzer, pero si ste era de distinto parecer debera separarse de l junto con sus soldados.

    Birzer pidi diez minutos para reflexionar. Parecale evidente que la tentativa de Mussolini de huir a Suiza le relevaba de las rdenes recibidas, ms por otra parte una rendicin ante los partisanos, sin combatir, podra causar mal efecto ante sus superiores. Haga lo que haga, me equivoco, pens Birzer, pero finalmente persuadise de que sera una locura arriesgar la vida de sus hombres por una causa tan desesperada, y djole a Fallmeyer:

    Si sus doscientos hombres no le parecen suficientes para entablar combate, con mayor razn no bastarn mis treinta soldados. Estoy de acuerdo con usted y aadi: Voy a proponer al duce que se vista con un uniforme alemn y que se coloque en uno de los camiones de la retaguardia. Es preciso que l vea que hago todo lo posible por salvarlo.

    Haga lo que juzgue conveniente contest Fallmayer antes de partir para concluir el acuerdo.

    Birzer regres junto a Musso-

    precediera a la columna y que los vehculos del teniente Fallmeyer formasen la retaguardia. Al parecer, Mussolini se abland repentinamente al verse escoltado por tantos alemanes armados, hasta el punto de exclamar :

    Con doscientos alemanes puedo llegar hasta el fin del mundo!

    Poco lejos llegara con aquellos alemanes que ya haban suspendido las hostilidades y slo pensaban en sus hogares.

    A las cinco y media, la columna se puso en marcha, seguida por un automvil con matrcula del cuerpo diplomtico y en el que viajaba el doctor Mareello Petacci con su familia y su hermana Claretta. La muchacha rubia, de regreso de su intil viaje a Como, se acomod en el auto blindado con Pavolini, Berracu y Bombacci. Hoy es la nica superviviente de aquellos desgraciados y ha escrito un minucioso relato de las peripecias de Mussolini hasta llegar a Dongo, que, en sus lneas generales y no pocos detalles, coincide con el informe del teniente Birzer.

    Tras una hora de viaje, el camin blindado se detuvo y de l se ape Pavolini para invitar a su jefe a pasar al espacioso vehculo acorazado. Obtenido el permiso del teniente Birzer, Mussolini cambi de coche, y tras l subieron al camin tres o cua-tro ministros o jerarcas. Ninguno de ellos pens que el auto blindado marchaba en vanguardia y que esta posicin siempre resulta ms arriesgada.

    Alrededor de las ocho de la maana, al salir de la regin del Musso, la columna se detuvo s-bitamente. Un tronco de rbol interceptaba la carretera. Desde la abrupta pendiente del monte situado a la izquierda partieron varios disparos de fusil; el auto blindado contest al fuego. Unos minutos ms tarde acercse un grupo de partisanos enarbolando una bandera blanca. El teniente Fallmeyer, que haba acudido desde el final de la co-lumna, dijo a Birzer que procurara tratar con los partisanos para evitar un combate. Dirigise hacia el grupo y, hablando en correcto italiano, solicit hablar con el comandante. Este lleg poco despus, avisado por un emisario en motocicleta.

    Era el partisano Pedro (Pier Luigi Bellini delle Stelle), comandante de la 52 brigada garibaldina. Pedro comprendi inmediatamente, ya a las primeras palabras, que el oficial ale-mn no tena el menor deseo de combatir, pero que por otro lado deseaba hacerle creer que estaba dispuesto a librar batalla si no se le conceda paso hasta Merano. Entonces trat de ganar tiempo, con la esperanza, despus frustrada, de que entre

    casco de aviador. Pareca un nio, pero cuando se quit el casco y se solt los cabellos, viose que era una mujer; tena unos bellsimos ojos claros. Era Claretta, angustiada por la larga espera. Mussolini le habl con dulzura. En aquel momento regres el teniente Fallmeyer, tras seis horas de ausencia. Llevse aparte a Birzer y le dijo que, en su opinin, la situacin era muy grave puesto que la superioridad de las fuerzas partisanas resultaba evidente. Las condiciones impuestas para dejarles pasar no eran muy onerosas. Ni siquiera se exiga la entrega de las armas; slo pedan registrar los vehculos de la columna en la plaza de Dongo, y

    tanto se pudiese volar algn puente en la carretera que los alemanes intentaban recorrer. Dijo al teniente que era preciso tratar el asunto con el mando situado en Domaso, a seis kil-metros ms all de Dongo, y le propuso dirigirse all, los dos, en la moto. El alemn acept. La idea de Pedro consista en darle la impresin de que todo el largo borde del lago estaba ocupado ya por los partisanos, a cuyo fin haba enviado en seguida a algunos de sus hombres para movilizar a los diversos puestos de control de la carretera, disponer junto a sta a todos los hombres armados, e incluso convocar a gente desarmada con pauelos rojos al cue-llo para hacer creer al teniente alemn que tambin ellos eran partisanos. Despus, con la excusa de que el ltimo tramo de carretera que conduca al puesto de mando era secreto militar, rogle que esperase un rato en el cuartel alemn de Nuovo Olonio, donde sus compatriotas es-taban ya arrestados, pensando que stos, para justificarse, le exageraran el podero de las fuerzas partisanas.

    La ausencia del teniente Fallmayer se prolong y la espera en la carretera se hizo enervante. Era ya ms de medioda. De pronto escribe la testigo Elena, y su relato coincide ms o menos con el de Birzer, en la puerta posterior del auto blindado apareci una figurilla azul, con la cabeza cubierta por un

    El casco y el capote de la FLAK (Defensa Antiarea Alemana) que Mussolini llevaba puestos en el momento de ser identificado y detenido por los partisanos en la plaza de Dongo.

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  • lini y empez a hablarle rpidamente en alemn. De vez en cuando, Mussolini traduca en beneficio de sus compaeros: Dice que el teniente de la Flak ha conseguido el pase para l y sus hombres... dice que los italianos deben ser separados de la columna... dice que yo podr tratar de pasar vestido de alemn... Narra Elena Curti que Claretta empez a gritar:

    Hgalo, duce, hgalo, debe tratar de salvarse!

    Mussolini acept la propuesta y limitse a decir a Birzer:

    En todo caso, usted tiene el deber de defenderme.

    Jawohl, desde luego, duce replic el teniente.

    Ordense a un cabo de la Flak que le entregas* un capote y un casco y, mientras se los pona, Mussolini dijo de pronto (segn el relato de Elena Curti):

    Me marcho; ma fo ms de los alemanes que de los italianos.

    De unos alemanes que saban perfectamente que los camiones seran registrados poco despus y que no sera fcil que el disfrazado duce pasara inadvertido ante los ojos de los partisanos; el propio Birzer ha escrito que no esperaba que la aagaza diera resultado.

    Pero antes de partir, Mussolini tuvo otro momento de vacilacin y dijo a Birzer que si tambin sus ministros deban abandonar la columna, l tampoco se movera de all.

    Es imposible respondile el alemn. Las condiciones aceptadas implican que todos los italianos deben separarse de la columna.

    Pero, por lo menos, mi amiga debe quedarse conmigo.

    Tambin esto es imposible. Al or esto, Mussolini se quit el

    capote alemn y el casco de acero y los arroj dentro del auto blindado. Entretanto haba llegado desde la retaguardia de la columna, detenindose junto al vehculo acorazado, el camin que deba alojarle. Entonces, el teniente alemn le habl con voz insinuante:

    Duce, esta es su ltima opor-tunidad para subir al camin sin ser visto.

    Ante tales palabras, Mussolini decidi volver a ponerse el capote y el casco, y a cambiar de vehculo. Al parecer, Claretta trat tambin de subir al camin alemn, pero fue obligada a apearse; cortsmente, escribe Birzer, pero amenazndola con recurrir a la fuerza.

    Permitise al auto blindado, tripulado por Barracu, Pavolini. Bombacci y Casalinovo, junto con varios otros, emprender el regreso a Como, pero apenas el camin hubo dado media vuelta, algunos partisanos dispararon contra l, aunque otros pretenden que fue el auto blindado el primero en abrir fuego. Lo

    Los partisanos de la 52 brigada garibaldina empezaron a ins-peccionar su interior, siguiendo rdenes de Bill (Urbano Lazzaro), el comisario poltico de la brigada. Son muchos los que se han jactado de haber reconocido los primeros a Mussolini, pero mi relato se atendr, salvo en lo que respecta a algunos detalles, a lo que han escrito conjuntamente Pedro y Bill. La narracin de Bill est avalada por Pedro, quien en todo el asunto se comport de modo razonable y humano. Explica Bill que, mientras se apeaba del segundo camin, se le acerc el partisano Giuseppe Negri y le susurr en voz baja:

    Bill, aqu tenemos al pez gordo. Explicle seguidamente que

    acababa de bajar del camin contiguo, donde haba observado a un soldado con capote, acurrucado en un rincn, junto a la cabina, con el cuello levantado y el casco inclinado hacia delante. Los alemanes le dijeron que se trataba de un compaero que se haba embriagado, pero l haba alargado el brazo y le haba bajado el cuello del capote, reconociendo perfectamente de quin se trataba, aunque

    Paola y el chfer Pirali. Bill volvi a llamar al hombre: Excelencia!. El hombre no respondi ni se movi. Entonces Bill llamle en voz ms alta: Cavalier Benito Mussolini!. El soldado del capote experiment un sobresalto. Bill se agarr al borde, subi al camin y se acerc al hombre, que continuaba inmvil y mudo. Quitle el casco y las gafas de sol, bajle el cuello del capote y ante l apareci Benito Mussolini, acurrucado a mis pies, plido, casi sin vida. El relato de Bill prosigue: Entre las rodillas tena una metralleta cuyo can apuntaba a su barbilla. Le quit el arma, entregndosela al chfer Pirali que acaba de subir. Ayud a Mussolini a levantarse. Tiene otras armas?, le pregunt. Sin abrir la boca, se desabroch el capote y, metiendo la mano entre el cinturn y los pantalones, extrajo una pistola (...). Su rostro pareca de cera, y en su mirada fija, pero ausente, le una extrema fatiga, pero no miedo. Pareca como si Mussolini no tuviera voluntad alguna, como si estuviera espiritualmente muerto.

    Partisanos y gente del pas, sospechando que ocurra algo.

    fingi no darse cuenta de nada. Al principio, Bill no quiso creerle, pues la cosa parecale imposible, pero el otro insisti con tanta vehemencia que decidi ir a dar un vistazo, aunque recomendando a Negri que no dijese nada a nadie ya que era necesario obrar con cautela para no desencadenar una eventual resistencia de los alemanes.

    Se hizo indicar cul era el camin y en seguida vio al individuo acurrucado junto a la cabina. Dile una palmada en la espalda y llamle: Cantarada!. El hombre permaneci inmvil. Acercronse entonces un brigada de carabineros llamado

    Bill, aqu tenemos al pez gordo

    Los camiones alemanes se de-tuvieron en la plaza de Dongo.

    cierto es que, tras un brevsimo combate, los jerarcas fueron ro-deados y capturados. La columna alemana se puso en marcha hacia Dongo, seguida por un solo coche de matrcula civil, el de Marcello Petacci que viajaba con un pasaporte diplomtico y documentos que afirmaban su nacionalidad espaola, y en el que haba vuelto a refugiarse Claretta.

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  • La residencia familiar de Mussolini en Gardone, la seorial Villa Feltrinelli. De ahi parti el 18 de abril para Miln, en un desesperado intento de negociar con el Comit de Liberacin Nacional.

    Saln del palacio episcopal de Miln donde el cardenal Schuster a la izquierda prepar la entrevista del Duce con los miembros del Comit de Liberacin Nacional, negociaciones que terminaron en fracaso.

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  • empezaron ya a correr hacia el camin y a rodearlo. Bill supo hallar la frmula: Le detengo en nombre del pueblo italiano. Como en sueos, Mussolini respondi: No hago nada, en el sentido de no opongo resistencia. Bill le asegur que, mientras se hallara bajo su respon-sabilidad personal, nadie le tocara ni un cabello, y sonri para sus adentros al pensar en la ridiculez de las frases hechas, puesto que su prisionero era calvo y adems iba rapado al cero. Sostenindolo por debajo de los hombros, Bill y el chfer lo acompaaron hasta la parte posterior del camin, y los alemanes, que haban asistido mudos e inmviles a la escena, se ocuparon de bajar la valla. Un ex carabinero llamado Ortelli le ayud a bajar. (Birzer asisti a la captura. Oy que Mussoli-ni pronunciaba unas palabras que no entendi, pero uno de sus hombres, que hablaba el italiano, se las tradujo: Y nadie me defiende!.)

    Alrededor del pequeo grupo que atravesaba la plaza se haba reunido ya una multitud excitada, que gritaba: Han capturado a Mussolini!. Acudi entonces el alcalde de Dongo, doctor Giuseppe Rubini, oficial de las tropas alpinas, y se situ junto al cautivo. Junto al alcalde, alto y delgado, el prisionero tena un aspecto achaparrado, con la cabeza descubierta y el capote desabrochado y demasiado largo para l. Estrechaba entre las manos una cartera de cuero. El clamor de la muchedumbre tena un tono amena-zador.

    Tranquilcese le dijo Rubini, nadie le har ningn dao.

    Estoy seguro de ello respondi el prisionero, la poblacin del lago es generosa.

    Fue conducido a una habitacin de la planta baja del Ayuntamiento. All se quit el capote alemn, quedando con camisa negra, sin chaqueta, y con botas altas. Dej sobre una caja la cartera de cuero, y Bill la tom e hizo el gesto de abrirla.

    Gurdela bien le dijo Mus-solini; dentro hay documentos secretos de gran importancia.

    Lleg entonces Pedro, que hasta el momento se haba ocupado de los ministros y de los jerarcas capturados en Musso. El prisionero dile la impresin de un hombre exhausto e inquieto: Volva la cabeza a un lado y a otro, dando rpidas miradas " a su alrededor con ojos desorbitados, como de loco.

    tambin que, dadas las escasas fuerzas que tena a sus rdenes, y pudiendo fiarse nicamente de una docena de hombres que llevaban largo tiempo a su lado, los prisioneros le fuesen arrebatados y pasados por las armas sin proceso alguno. Habl entonces con el partisano Pietro Gatti (Michele Moretti), comisario de la brigada, y con el capitn Neri (Luigi Canali), inspector del mando regional lombardo y que, precisamente, acababa de llegar de Como, y les propuso un plan algo tortuoso para conservar a buen recaudo al prisionero hasta que lo reclamasen las autoridades superiores. Se trataba de un doble desplazamiento del cautivo.

    El primer traslado deba efec-tuarse con un secreto llevado con la suficiente ostentacin para inducir a todos los que se enterasen de la maniobra, cosa inevitable, a la conviccin de que era el definitivo. El segundo, que se realizara pocas ho-ras despus, pasara inadvertido a la curiosidad de las gentes y sera verdaderamente secreto. Para la primera etapa escogi el cuartel de los" aduaneros de Germasino, situado en la montaa limtrofe con la frontera. Para el segundo desplazamiento Neri, buen conocedor de la regin, asegur que se podra contar con una casa cercana a Como y habitada por personas de absoluta confianza. Pero entretanto era urgente alejar al valioso prisionero de Dongo, localidad situada peligrosamente al alcance de las fuerzas enemigas.

    (Para Mussolini, Dongo fue, en verdad, uno de aquellos nombres a los que cabe calificar de ominosos por contener un presagio funesto. Haba ledo tiempo atrs La Cartuja de Parma, de Stendhal, grabndosele en la mente el nombre del protagonista, Fabrizzio del Dongo, y eligindolo para firmar dos artculos destinados a ser publicados en Libro e Moschetto.)

    En aquella habitacin de la planta del Ayuntamiento, al verse tratado con deferencia por los jefes partisanos, Mussolini recobr cierto aplomo. No pueden ser aceptados ntegramente los diversos relatos de testigos ms o menos oculares, pero es cierto que no trat de parapetarse tras un desdeoso silencio. Procur justificarse y excu^ sarse, discutiendo con los partisanos que le rodeaban y le hacan preguntas simples y rudas; acalorse contestando que tal o cual cosa no era cierta, que tal otra nunca le haba sido explicada, que sera demasiado largo explicar por qu Italia no pudo sustraerse a la necesidad de entrar en guerra; y jactndose, adems, de haber indultado a docenas de condenados a muerte. Asegura el carabinero Ortelli que, al preguntarle si el discurso que pronunci despus

    de ser liberado en el Gran Sasso le fue impuesto, Mussolini le contest:

    Me fue impuesto; estaba ro-deado por ms de cien policas y deba hacer lo que ellos me decan.

    Alrededor de las siete fue tras-ladado a Germasino y, a juzgar por el relato de Pedro, parece ser que tampoco durante aquel trayecto de seis o siete kilmetros sobre una atroz carretera de montaa permaneci callado. En un momento dado, Pedro le dijo que no le perdonara nunca que hubiese permitido el tratamiento inhumano sufrido por los partisanos, y Mussolini se lanz inmediatamente a una larga perorata, disculpndose con calor y asegurando que l nunca haba permitido semejante cosa. Excitadsimo y dndose puetazos en la rodilla, aadi que, por otra parte, l no tena poder alguno para contrarrestar las decisiones de los dems.

    En la montaa llova y haca fro, pero sus guardianes encendieron una buena fogata y le dieron de cena verdura hervida, como l haba pedido. Ellos se haban preparado un cabrito asado y una fritura; se lo ofrecieron y Musolini acept ambascosas, una taza deit y un poco de vino, y despus, con renovada locuacidad, disert sobre el nazismo y el bolchevismo y acerca de las posibilidades de super^ vivencia del Imperio britnico. Alrededor de las once le entr sueo y lo condujeron al piso, donde le haban preparado un cuartito con una ventana enre-jada (celda de disciplina), un catre y varias mantas, encerrndolo en l con un candado.

    Una vez dadas las disposiciones para la vigilancia del prisionero, Pedro estaba a punto de marcharse cuando Mussolini, no sin cierto titubeo, le pidi que saludara de su parte a una seora, presa con los dems en Dongo: la signora Claretta Petacci. Pedro le asegur que cumplira su encargo y entonces el otro, animndose, rogle que no dijese a nadie quin era ella: No quiero que por culpa ma le suceda algo. Al llegar a Dongo, Pedro fue en seguida a ver a Claretta y le dijo que una persona le haba pedido que la saludase de su parte. Claretta fingi no comprender nada y asegur que no tena ni idea de quin pudiera ser esta persona. Cuando Pedro pronuncio su nombre, ella insisti en que tena que tratarse de un error, pero pronto cambi de actitud y se desahog contando a Pedro todas sus cuitas, escena que, segn el relato de ste, dur ms de una hora. Explicle que Mussolini haba sido traicionado a causa de su excesiva confianza en la gente y que ella jams se haba atrevido a aconsejarle en cuestiones polticas, detallndole despus cmo

    Quiero morir con l Pedro estaba preocupado por la

    responsabilidad que haba recado sobre l con la captura de Mussolini y los dems. Tema

    TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 18

  • naci, creci y se sublim su amor, y acabando por suplicar que fuese llevada a su lado. Pedro qued sorprendido ante esta inesperada peticin y no supo qu contestar, pero Claretta insisti:

    Quiero morir con l si es que tienen la intencin de matarlo. Despus de su muerte mi vida no tendra objeto alguno.

    Pedro le dijo que se calmase y le asegur que no tena ninguna intencin de matar a su prisionero; slo pensaba entregarlo a las autoridades italianas. Al salir de all pidi a sus compaeros, Neri y Pietro Gatti, qu pensaban de esta peticin, ly los dos decidieron que nada de malo haba en acceder a ella.

    Entretanto, a travs de la lnea telefnica de una compaa de electricidad, haba llagado un misterioso mensaje procedente de un puesto de mando superior, pero no identificado, en el que se ordenaba que Mussolini fuese custodiado con todas las precauciones y que, en caso de un intento de fuga, antes que hacerle objeto de violencias, le dejasen huir. En estas palabras Pedro interpret, acertadamente la preocupacin de evitar que se cumpliese la llamada justicia sumaria. Parecile entonces ms necesario que nunca pasar a la segunda etapa de su plan, o sea transferir el prisionero a un escondrijo realmente ignorado por todos.

    Acord con Pietro y con Neri el mejor modo para ejecutar el desplazamiento, e inmediatamente parti hacia Germasino. Anunci en el cuartelillo de los aduaneros que el prisionero principal deba ser trasladado en seguida y dio la orden de que se le despertase. Mussolini vistise apresuradamente, pero se neg a ponerse el capote alemn con el que haba llegado all (sus guardianes repitieron despus sus palabras: He terminado por fin con los alemanes; me han traicionado por tres veces y no quiero ropa su-ya), y entonces le entregaron un abrigo gris y le colocaron sobre los hombros una manta militar. Previendo que, en el trayecto hasta Como se les dara el alto desde varios controles de los partisanos, Pedro haba convenido con sus colegas en Dongo hacer pasar al prisionero por un compaero herido en la cabeza, por lo que los guardias lo venderon meticulosamente, dejndole al descubierto nicamente los ojos y la boca, hendiduras negras en la blancura de una gran bola de gasa.

    En Dongo, Neri fue al Ayun-tamiento a buscar a Claretta Petacci, llevndola consigo, en la noche negra y lluviosa, al lugar acordado para reunirse con Pedro, donde esperaban cerca de un automvil negro Pietro

    Gatti y Gianna, una partisana con el brazal de la Cruz Roja, que fingira ser la enfermera que atenda al herido. Claretta se asust al ver apearse del coche de Pedro a Mussolini con la cabeza vendada. Hubo un rapidsimo dilogo entre ambos, bajo la lluvia.

    'Buenas noches, Excelencia. Por qu has querido seguirme? Prefiero que sea as. Pero, qu

    le ha sucedido? Qu son todos esos vendajes?

    Nada, nada, una mera pre-caucin.

    Claretta no tuvo la satisfaccin de poder sentarse junto a su hombre, pues la instalaron en el coche que iba delante, entre Neri y Pietro Gatti, sentndose delante un joven partisa-no. Mussolini iba en el segundo coche, apretujado entre Gianna y Pedro, con otro joven garibaldino junto al chfer. Los dos automviles emprendieron rpida marcha a travs de la noche tempestuosa, por la tortuosa carretera que bordea el lago. De vez en cuando aparecan controles de carretera, con los con-siguientes chillidos de frenos y destellos de linternas. Cerca de Menaggio, el coche de Pedro estuvo a punto de ser acribillado por una rfaga de ametralladora, debida al nerviosismo de los centinelas de un puesto de vigilancia emplazado a pocos metros sobre la carretera. En Moltrasio, Neri y Pedro tuvieron la impresin de adentrarse en pleno campo de batalla, pues por doquier se oan explosiones y disparos, y se vean llamaradas. Preguntaron qu suceda y alguien les explic que los aliados haban llegado a Como al anochecer y haban topado con cierta resistencia. Era preciso volver atrs, ya que Pedro pretenda que Mussolini saliese de all con vida, pero no deseaba que cayera en poder de los aliados. Lo que l quera era entregarlo a las autoridades italianas.

    Anda, Benito, cmo se te conoce sin las

    vendas!Breve consejo de guerra. Neri

    conoca otro escondrijo no muy distante, slo a tres cuartos de hora en automvil, en Bonzanigo, a pocos centenares de metros de Azzano, una aldehuela situada en mitad del lago. Tratbase de la casa de un campe-sino que le haba dado albergue varias veces, un patriota honesto y de toda confianza. Dieron media vuelta, pues, y hacia all se dirigieron. Dejaron el coche en Azzano y se aventuraron por un caminillo de piedra escarpado y protegido por dos muros bajos, donde el agua corra como por el lecho de un torrente. Claretta se tambaleaba sobre

    Pier Luigi Bellini delle Stelle y Urbano Lazzaro, los comandantes Pedro y Bill de la 52.a Brigada garibaldina, que captur a Mussolini y a los jerarcas fascistas en Dongo. Fueron intiles sus intentos por lograr que los tribunales juzgaran legalmente al Duce.

    sus tacones altos, aferrndose al brazo de Mussolini; Pedro se coloc junto a ella y la sostuvo por el otro lado. Tras un cuarto de hora de camino, llegaron a la casa del campesino De Mara, que era la primera de la aldea. Desde el patio, Neri imit a la granjera que llama a sus polluelos, segn la seal conveni-da. Abrise la puerta y Neri charl unos instantes con el dueo de la casa, detrs del cual atisbaba su mujer, Lia. con un quinqu de petrleo en la mano. Seguidamente, la comitiva entr en la espaciosacocina. Lia De Mara atiz el fuego en la gran chimenea y despus prepar caf. Neri pidi entonces a los dueos que alojase a los dos prisioneros, que los tratase bien y que les preparase algn lugar donde poder dormir. Los dos jvenes partisanos, Lino y Sandrino, se quedaran de guardia, con la consigna de no perder de

    TODA LA VERDAD SOBRE LAS LTIMAS HORAS DE MUSSOLINI 19

  • La ruta de la captura

    La carretera entre Musso y Dongo que la columna fascista encontr bloqueada por los partisanos del comandante Pedro. Junto a estas lnea