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  • ¿Qué es un Autor?Michel Foucault

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    ¿Qué es un Autor?Michel Foucault

    Fuente:«Qu'est-ce qu'un auteur?», Bulletin de la Société française dephilosophie, año 63, n° 3, julio-setiembre de 1969, págs 73-104 (société française de philosophie, 22 de febrero de 1969;debate con M. de Gandillac, L. Goldmann, J. Lacan, J.d'Ormesson, J. Ullmo, J. Wahl.)

    En 1970, en la universidad de Buffalo (Estado de NuevaYork), M. Foucault imparte una versión modificada deesta conferencia, publicada en 1979 en los EstadosUnidos. Los pasajes entre corchetes no figuran en eltexto leído por M. Foucault en Buffalo. Lasmodificaciones introducidas se señalan con una nota. M.Foucault autorizó la reedición de una u otra versiónindiferentemente, la del Bulletin de la Société françaisede philosophie en la revista Littoral (n° 9, junio de 1983),la de Textual Strategies en The Foucault Reader (ed. P.Rabinow, Nueva York, Pantheon Books, 1984).M. Foucault, profesor en el Centro universitarioexperimental de Vincennes, se proponía desarrollar antelos miembros de la Société française de philosophie lossiguientes argumentos:

    «¿Qué importa quién habla?» En esta indiferencia seafirma el principio ético, el más fundamental tal vez, dela escritura contemporánea. La desaparición del autor seha convertido, para la crítica, en un tema ya cotidiano.Pero lo esencial no es constatar una vez más sudesaparición; hay que repetir, como lugar vacío —a la vez

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  • ¿Qué es un Autor?

    indiferente y coactivo—, los emplazamientos en donde seejerce esta función.1. El nombre de autor: imposible tratarlo como una

    descripción definida; pero igual imposibilidad detratarlo como un nombre propio ordinario.

    2. La relación de apropiación: el autor no esexactamente ni el propietario ni el responsable de sustextos; no es ni el productor ni el inventor. ¿Cuál es lanaturaleza del speech act que permite decir que hayobra?

    3. La relación de atribución. El autor es sin duda aquel aquien puede atribuírsele lo que ha sido dicho oescrito. Pero la atribución —incluso cuando se tratade un autor conocido— es el resultado de operacionescríticas complejas y raramente justificadas. Las incer-tidumbres del opus.

    4. La posición del autor. Posición del autor en el libro(uso de conmutadores [embrayeurs]; funciones de losprefacios; simulacros del escribiente [scripteur], delrecitador, del confidente, del memorialista). Posicióndel autor en los diferentes tipos de discurso (en eldiscurso filosófico, por ejemplo). Posición del autor enun campo discursivo (¿qué es el fundador de unadisciplina? ¿qué puede significar el «retorno a...»como momento decisivo en la transformación de uncampo de discurso?).

    ACTA DE LA SESIÓN

    Se abre la sesión a las 16 horas 45, en el Collège deFrance, sala n° 6, bajo la presidencia de Jean Wahl.

    Jean Wahl: Tenemos el placer de tener hoy con nosotrosa Michel Foucault. Hemos estado un poco impacientescon su venida, un poco inquietos por su retraso, pero

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    está aquí ya. No voy a presentárselo, es el «verdadero»Foucault, el de Les mots et les choses, el de la tesis sobrela locura. A continuación, le cedo la palabra.

    Michel Foucault: Creo —sin estar del todo seguro— quela tradición es que se aporte a esta Société dephilosophie el resultado de trabajos ya concluidos, paraofrecerlos a su examen y a su crítica. Desgraciadamente,lo que yo les aporto hoy es demasiado escaso, temo,como para merecer vuestra atención: es un proyecto quequisiera someter a ustedes, un ensayo de análisis del quesólo entreveo apenas las líneas mayores; pero me haparecido que esforzándome por trazarlas ante ustedes,pidiéndoles que las juzguen y rectifiquen, yo buscaba,«como un buen neurótico», un doble beneficio: primero,el de sustraer los resultados de un trabajo que no existetodavía al rigor de sus objeciones, y el de hacer que sebeneficie, en el momento de su nacimiento, no sólo devuestro padrinazgo, sino también de vuestrassugerencias.Y quisiera dirigirles otro ruego: no quisiera que seofendieran si, escuchando las preguntas que ustedes vana plantearme, siento todavía, y aquí sobre todo, laausencia de una voz que hasta hoy me ha sidoindispensable; ustedes podrán comprender que sea a miprimer maestro a quien inevitablemente quisieraescuchar. Al fin y al cabo, fue a quien primero le hablé demi proyecto de trabajo; y, con seguridad, siento quehubiera sido un gran apoyo que asistiera al primeresbozo de éste y que me ayudara una vez más en misincertidumbres. Pero al fin y al cabo, ya que la ausenciaes el lugar primero del discurso, les ruego que aceptenque, en primer lugar, sea a él a quien me dirija estatarde.

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  • ¿Qué es un Autor?

    El tema que he propuesto: «¿Qué es un autor?», debo,evidentemente, justificarlo un poco ante ustedes.Si he escogido tratar esta cuestión tal vez un pocoextraña, es en primer lugar porque quería hacer unacierta crítica a lo que en otro tiempo alcancé a escribir. Yvolver sobre un cierto número de imprudencias quellegué a cometer. En Les Mots et les Choses, intentéanalizar masas verbales, especies de capas discursivas[nappes discursivas] que no estaban escandidas segúnlas unidades habituales del libro, de la obra y del autor.Hablé en general de la «historia natural», o del «análisisde las riquezas» o de la «economía política», pero enabsoluto de obras o de escritores. Sin embargo, a lo largode todo el texto, utilicé ingenuamente, es decir de unmodo salvaje, nombres de autores. Hablé de Buffon, deCuvier, de Ricardo, etc., y dejé que estos nombresfuncionaran con una ambigüedad bastante embarazosa.Hasta el punto de que dos clases de objecciones podíanser formuladas legítimamente, y de hecho lo fueron. Porun lado, se me dijo: usted no describe a Buffon como esdebido, ni el conjunto de la obra de Buffon, y lo que usteddice de Marx es irrisoriamente insuficiente respecto alpensamiento de Marx. Estas objeciones evidentementeestaban fundadas, pero pienso que no eran del todopertinentes en relación a lo que yo hacía; porque elproblema para mí no era describir a Buffon o a Marx, nirestituir lo que habían dicho o querido decir: buscabaencontrar simplemente las reglas con las que habíanformado un cierto número de conceptos o de conjuntosteóricos que se pueden encontrar en sus textos. Tambiénse me hizo otra objeción: usted, se me dijo, formafamilias monstruosas, empareja nombres tanmanifiestamente opuestos como los de Buffon o Linneo,usted pone a Cuvier al lado de Darwin, en contra deljuego más visible de Ios parentescos y semejanzas

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    naturales. También aquí yo diría que la objeción no meparece conveniente, porque nunca he intentado hacer uncuadro genealógico de las individualidades espirituales,no he querido constituir un daguerrotipo intelectual delsabio o del naturalista del siglo XVII y del XVIII; no quiseformar ninguna familia, ni santa ni perversa, buscabasimplemente —lo cual era mucho más modesto— las con-diciones de funcionamiento de prácticas discursivasespecíficas.Entonces, me dirán ustedes, ¿por qué haber utilizado, enLes Mots et les Choses, nombres de autor? Hubieradebido, o bien no utilizar ninguno, o bien definir el modocomo usted se servía de ellos. Esta objeción está, creo,perfectamente justificada: he intentado medir susimplicaciones y consecuencias en un texto que aparecerápronto; allí intento dar un estatuto a grandes unidadesdiscursivas como las que se llaman Historia natural oEconomía política; me he preguntado con qué métodos,con qué instrumentos pueden establecerse, escandirse,analizarse y describirse. Es ésta la primera parte de untrabajo emprendido hace algunos años, que ahora haconcluido.Pero, otra pregunta se plantea: la del autor —y de ésta esde la que quisiera hablar ahora—. Esta noción constituyeel momento fuerte de la individualización en la historiade las ideas, de los conocimientos, de las literaturas, enla historia de la filosofía también, y en la de las ciencias.Incluso hoy, cuando se hace la historia de un concepto, ode un género literario, o de un tipo de filosofía, creo quese siguen considerando estas unidades como escansionesrelativamente débiles, segundas, y superpuestas, enrelación a las de autor y de obra.Dejaré de lado, por lo menos en la exposición de estatarde, el análisis histórico-sociológico del personaje del

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    autor. Cómo el autor se individualizó en una cultura comola nuestra, qué estatuto se le dio, a partir de quémomento, por ejemplo, empezaron las investigaciones deautenticidad y de atribución, en qué sistema de valo-ración quedó incluido un autor, en qué momento seempezó a contar la vida no ya de los héroes sino de losautores, cómo se instauró esa categoría fundamental dela crítica «el hombre-y-la-obra», todo esto sin dudamerecería ser analizado. Por el momento quisiera tratarúnicamente de la relación del texto con el autor, delmodo como el texto apunta a esa figura que le es exteriory anterior, aparentemente por lo menos.El tema del que quisiera partir podría formularse conunas palabras que tomo prestadas de Beckett: «Quéimporta quién habla, alguien ha dicho qué importa quiénhabla». En esta indiferencia pienso que hay quereconocer uno de los principios éticos fundamentales dela escritura contemporánea. Digo «ética» porqueestaindiferencia no es exactamente un rasgo quecaracterice la manera como se habla o se escribe; es másbien una especie de regla inmanente, retomada sin cesar,nunca enteramente aplicada, un principio que no marcaa la escritura como resultado sino que la domina comopráctica. Esta regla es de sobras conocida, como paraque sea preciso detenerse a analizarla; bastará conespecificarla con dos de sus grandes temas. Puededecirse, primero, que la escritura de hoy se ha liberadodel tema de la expresión: no se refiere más que a símisma, y sin embargo, no está alojada en la forma de lainterioridad; se identifica con su propia exterioridaddesplegada. Lo que quiere decir que es un juego designos ordenado menos por su contenido significado quepor la naturaleza misma del significante; pero tambiénque esta regularidad de la escritura se experimentasiempre del lado de sus límites; siempre está en proceso

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    de transgresión y de inversión de esta regularidad queacepta y con la que juega; la escritura se despliega comoun juego que va infaliblemente más allá de sus reglas, yde este modo pasa al afuera. En la escritura no haymanifestación o exaltación del gesto de escribir; no setrata de la sujeción [épinglage] de un sujeto en unlenguaje; se trata de la apertura de un espacio en el queel sujeto que escribe no deja de desaparecer.El segundo tema aún es más familiar; es el parentesco dela escritura con la muerte. Este vínculo derroca un temamilenario; el relato, o la epopeya de los Griegos estabadestinado a perpetuar la inmortalidad del héroe, y si elhéroe aceptaba morir joven, era para que su vida,consagrada de este modo, y magnificada por la muerte,pasara a la inmortalidad; el relato compensaba estamuerte aceptada. De un modo diferente, el relato árabe—pienso en Las mil y una noches— tenía también comomotivación, como tema y pretexto, la de no morir: sehablaba, se contaba hasta la madrugada para apartar ala muerte, para diferir este plazo que debía cerrar laboca del narrador. El relato de Sheherezade es elanverso obstinado del asesinato, es el esfuerzo de cadanoche para conseguir que la muerte se mantenga fueradel círculo de la existencia. Nuestra cultura hametamorfoseado este tema del relato o de la escriturahechos para conjurar a la muerte; la escritura se vinculaahora con el sacrificio, con el sacrificio de la misma vida;la desaparición voluntaria que no está representada enlos libros, ya que encuentra su cumplimiento en laexistencia misma del escritor. La obra que tenía el deberde aportar la inmortalidad ha recibido ahora el derechode matar, de ser la asesina de su autor. Por ejemploFlaubert, Proust, Kafka. Pero hay otra cosa: esta relaciónde la escritura con la muerte se manifiesta también en la

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    desaparición de los caracteres individuales del sujetoescritor; por medio de todos los traveses que estableceentre é1 y lo que escribe, el sujeto escritor desvía todoslos signos de su individualidad particular; la marca delescritor ya no es sino la singularidad de su ausencia; lees preciso ocupar el papel del muerto en el juego de laescritura. Todo esto es sabido; y ya hace bastante tiempoque la crítica y la filosofía han levantado acta de estadesaparición o de esta muerte del autor.Sin embargo, no estoy seguro de que se hayan extraídorigurosamente todas las consecuencias requeridas poresta constatación, ni de que se haya tomado conexactitud la medida del acontecimiento. Másprecisamente, me parece que un cierto número denociones que hoy están destinadas a sustituir elprivilegio del autor lo bloquean, de hecho, y esquivan loque debería despejarse. Tomaré simplemente dos deestas nociones que son, pienso, singularmenteimportantes hoy.En primer lugar, la noción de obra. Se dice, en efecto (yes todavía una tesis muy familiar), que lo propio de lacrítica no es despejar las relaciones de la obra con elautor, ni querer reconstruir a través de los textos unpensamiento o una experiencia; debe más bien analizarla obra en su estructura, en su arquitectura, en su formaintrínseca y en el juego de sus relaciones internas. Ahorabien, en este punto hay que plantear un problema: «¿Quées una obra? ¿cuál es pues esa curiosa unidad que sedesigna con el nombre de obra? ¿de qué elementos secompone? Una obra, ¿acaso no es lo que ha escritoalguien que es un autor?». Vemos cómo surgen lasdificultades. Si un individuo no fuera un autor, ¿acasopodría decirse que lo que ha escrito, o dicho, lo que hadejado en sus papeles, lo que ha podido restituirse de suspalabras, podía ser llamado una «obra»? Cuando Sade no

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    era un autor, ¿qué eran entonces sus papeles? Rollos depapel sobre los que, hasta el infinito, durante susjornadas de prisión, desarrollaba sus fantasmas.Pero supongamos que se trata de un autor: ¿acaso todolo que ha escrito o dicho, todo lo que ha dejado detrássuyo forma parte de su obra? Problema a la vez teórico ytécnico. Cuando se emprende la publicación de, porejemplo, las obras de Nietzsche, ¿dónde hay quedetenerse? Hay que publicarlo todo, naturalmente, pero,¿qué quiere decir este «todo»? ¿Todo lo que Nietzschemismo publicó? Por supuesto. ¿Los borradores de susobras? Evidentemente. ¿Los proyectos de aforismos? ¿Lotachado también, las notas al pie de sus cuadernos? Sí.Pero, cuando en el interior de un cuaderno lleno deaforismos, se encuentra una referencia, la indicación deun encuentro o una dirección, una cuenta de lavandería:¿es obra o no? ¿Y por qué no? Y así hasta el infinito.Entre los millones de huellas dejadas por alguien tras sumuerte, ¿cómo puede definirse una obra? La teoría de laobra no existe y aquellos que, ingenuamente, emprendenla edición de obras carecen de esta teoría v su trabajoempírico se paraliza muy rápidamente. Y podríamoscontinuar: ¿puede decirse que Las mil y una nochesconstituyen una obra? ¿Y los Stromata de Clemente deAlejandría o las Vidas de Diógenes Laercio? Se haceevidente la abundancia de preguntas que se plantean apropósito de esta noción de obra. De modo que resultainsuficiente afirmar: olvidémonos del escritor,olvidémonos del autor, y vamos a estudiar, en sí misma,la obra. La palabra «obra» y la unidad que designaprobablemente son tan problemáticas como laindividualidad del autor.Otra noción, creo, bloquea la constatación de ladesaparición del autor y en algún modo retiene al

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    pensamiento al borde de esta desaparición; con sutileza,preserva todavía la existencia del autor. Es la noción deescritura. De un modo riguroso, debería permitir no sóloobviar la referencia al autor, sino dar un estatuto a sunueva ausencia. Según el estatuto que actualmente se daa la noción de escritura, no se trata, en efecto, ni delgesto de escribir ni de la marca (síntoma o signo) de loque alguien hubiera querido decir; se trata de unesfuerzo de una destacable profundidad por pensar lacondición en general de cualquier texto, la condición a lavez del espacio en el que se dispersa y del tiempo en elque se despliega.Me pregunto si, reducida a veces a un uso corriente, estanoción acaso traspone, en un anonimato trascendental,los caracteres empíricos del autor. Es frecuentecontentarse con barrar las marcas demasiado visibles dela empiricidad del autor poniendo en obra, unaparalelamente a la otra, una contra otra, dos maneras decaracterizarla: la modalidad crítica y la modalidadreligiosa. En efecto, prestar a la escritura un estatutooriginario, ¿no es acaso una manera de retraducir entérminos trascendentales, por una parte, la afirmaciónteológica de su carácter sagrado, y, por otra, la afir-mación crítica de su carácter creador? Admitir que laescritura, en algún modo, por la misma historia que hahecho posible, está sometida a la prueba del olvido y dela represión, ¿acaso no es representar en términostrascendentales el principio religioso del sentido oculto(con la necesidad de interpretar) y el principio crítico delas significaciones implícitas, de las determinacionessilenciosas, de los contenidos oscuros (con la necesidadde comentar)? Finalmente, pensar la escritura comoausencia, ¿acaso no es repetir simplemente en términostrascendentales el principio religioso de la tradición a lavez inalterable y nunca saturada, y el principio estético

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    de la supervivencia de la obra, de su posteridad más alláde la muerte, y de su exceso enigmático en relación conel autor?Pienso pues que un uso tal de la noción de escrituracorre el peligro de mantener los privilegios del autor bajola salvaguarda del a priori: hace subsistir, en la luz grisde la neutralización, el juego de las representaciones quehan formado una cierta imagen del autor. Ladesaparición del autor, que desde Mallarmé es unacontecimiento que no cesa, se encuentra sometida albloqueo trascendental. ¿Acaso no hay actualmente unalínea divisoria importante entre quienes creen poderpensar todavía las rupturas de hoy según la tradiciónhistórico-trascendental del siglo XIX y aquellos que seesfuerzan por liberarse de ella definitivamente?Pero evidentemente no basta con repetir comoafirmación vacía que el autor ha desaparecido.Igualmente, no basta con repetir indefinidamente queDios y el hombre han muerto de una muerte conjunta. Loque debería hacerse es localizar el espacio que haquedado vacío con la desaparición del autor, seguir conla mirada el reparto de lagunas y de fallas, y acechar losemplazamientos, las funciones libres que estadesaparición hace aparecer.Quisiera primeramente evocar en pocas palabras losproblemas planteados por el uso del nombre de autor.¿Qué es un nombre de autor? ¿Y cómo funciona? Nopretendo proponerles una solución, sino indicar tan sóloalgunas de las dificultades que presenta.El nombre de autor es un nombre propio; plantea losmismos problemas que él. (Me refiero aquí, entre otrosanálisis, a los de Searle.) No es posible hacer del nombrepropio, evidentemente, una referencia pura y simple. Elnombre propio (e igualmente el nombre de autor) tiene

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    otras funciones además de las indicadoras. Es más queuna indicación, un gesto, un dedo apuntado hacia al-guien; en una cierta medida, es el equivalente de unadescripción. Cuando se dice «Aristóteles», se emplea unapalabra que es el equivalente de una descripción o deuna serie de descripciones definidas, del tipo de: «elautor de los Analíticos», o: «el fundador de la ontología»,etc. Pero no podemos quedarnos ahí; un nombre propiono tiene pura y simplemente una significación; cuando sedescubre que Rimbaud no ha escrito La Chassespirituelle, no puede pretenderse que este nombrepropio o este nombre de autor ha cambiado de sentido.El nombre propio y el nombre de autor se encuentransituados entre estos dos polos de la descripción y de ladesignación; seguramente tienen un cierto vínculo con loque nombran, pero ni completamente bajo el modo de ladesignación, ni completamente bajo el modo de ladescripción: vínculo específico. Sin embargo —y es ahídonde aparecen las dificultades particulares del nombrede autor—, el vínculo del nombre propio con el individuonombrado y el vínculo del nombre de autor con lo quenombra no son isomorfos y no funcionan de la mismamanera. Éstas son algunas de las diferencias.Si me doy cuenta, por ejemplo, de que Pierre Dupont notiene los ojos azules, o no ha nacido en París, o no esmédico, etc., a pesar de ello este nombre, Pierre Dupont,continuará refiriéndose siempre a la misma persona; elvínculo de designación no quedará modificado por ello.En cambio, los problemas planteados por el nombre deautor son mucho más complejos: si descubro que Sha-kespeare no nació en la casa que hoy se visita, ésta esuna modificación que, evidentemente, no alterará elfuncionamiento del nombre de autor; pero si sedemostrara que Shakespeare no escribió los Sonetos quepasan por suyos, éste es un cambio de otro tipo: no deja

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    indiferente el funcionamiento del nombre de autor. Y sise probara que Shakespeare escribió el Organon deBacon sencillamente porque es el mismo autor quienescribió las obras de Bacon y las de Shakespeare, éste esun tercer tipo de cambio que modifica enteramente elfuncionamiento del nombre de autor. El nombre de autorno es pues exactamente un nombre propio como losotros.Otros muchos hechos indican la singularidad paradójicadel nombre de autor. No es en absoluto lo mismo decirque Pierre Dupont no existe que decir que Homero oHermes Trimegisto no existieron; en un caso, quieredecirse que nadie lleva el nombre de Pierre Dupont; enel otro, que varios han sido confundidos bajo un solonombre o que el autor verdadero no tiene ninguno de losrasgos atribuidos tradicionalmente al personaje deHomero o de Hermes. Tampoco es en absoluto lo mismodecir que Pierre Dupont no es el verdadero nombre de X,sino Jacques Durand, y decir que Stendhal se llamabaHenri Beyle. Podríamos también interrogarnos sobre elsentido y el funcionamiento de una proposición como«Bourbaki es fulano, mengano, etc.» y «Victor Eremita,Climacus, Anticlimacus, Frater Taciturnus, ConstantinConstantius son Kierkegaard».Estas diferencias tienen que ver tal vez con el hechosiguiente: un nombre de autor no es simplemente unelemento en un discurso (que puede ser sujeto ocomplemento, que puede ser sustituido por unpronombre, etc.); ejerce un cierto papel respecto de losdiscursos: asegura una función clasificadora; un nombredeterminado permite reagrupar un cierto número detextos, delimitarlos, excluir algunos, oponerlos a otros.Además, establece una relación de los textos entre ellos;Hermes Trimegisto no existió, Hipócrates tampoco —en

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  • ¿Qué es un Autor?

    el sentido en el que podríamos decir que Balzac existe—,pero que varios textos hayan sido colocados bajo un mis-mo nombre indica que se establecía entre ellos unarelación de homogeneidad o de filiación, o deautentificación de unos por los otros, o de explicaciónrecíproca, o de utilización concomitante. Finalmente, elnombre de autor funciona para caracterizar un ciertomodo de ser del discurso: para un discurso, el hecho detener un nombre de autor, el hecho de que pueda decirseque «esto ha sido escrito por fulano», o que «fulano es suautor», indica que este discurso no es una palabracotidiana, indiferente, una palabra que se va, que flota ypasa, una palabra inmediatamente consumible, sino quese trata de una palabra que debe ser recibida de uncierto modo y que debe recibir, en una cultura dada, uncierto estatuto.Se llega así, finalmente, a la idea de que el nombre deautor no va, como el nombre propio, del interior deldiscurso al individuo real y exterior que lo ha producido,sino que corre, en algún modo, en el límite de los textos,que los recorta, que sigue sus aristas, que manifiesta sumodo de ser o, por lo menos, lo caracteriza. Manifiesta elacontecimiento de un cierto conjunto de discursos, y serefiere al estatuto de este discurso en el interior de unasociedad y en el interior de una cultura. El nombre deautor no está situado en el estado civil de los hombres,tampoco está situado en la ficción de la obra, estásituado en la ruptura que instaura un cierto grupo dediscursos y su modo de ser singular. Podría decirse, porconsiguiente, que hay en una civilización como la nuestraun cierto número de discursos que están provistos de lafunción «autor» mientras que otros están desprovistos deella. Una carta privada puede tener un signatario, perono tiene autor; un contrato puede tener un fiador, perono tiene autor. Un texto anónimo que se lee por la calle

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    en una pared tiene un redactor, pero no tiene autor. Lafunción autor es pues característica del modo deexistencia, de circulación y de funcionamiento de ciertosdiscursos en el interior de una sociedad.Ahora deberíamos analizar esta función «autor». Ennuestra cultura, ¿cómo se caracteriza un discurso quelleva la función autor? ¿En qué se opone a los otrosdiscursos? Creo que se pueden reconocer, si se considerasolamente el autor de un libro o de un texto, cuatrocaracteres diferentes.En primer lugar, son objetos de apropiación; la forma depropiedad que manifiestan es de un tipo bastanteparticular; fue codificada hace ya un cierto número deaños. Hay que subrayar que esta propiedad fue segundahistóricamente respecto de lo que podríamos llamar laapropiación penal. Los textos, los libros, los discursosempezaron realmente a tener autores (diferentes depersonajes míticos, de grandes figuras sacralizadas ysacralizantes) en la medida en que el autor podía sercastigado, es decir, en la medida en que los discursospodían ser transgresivos. El discurso, en nuestra cultura(y sin duda en muchas otras), no era, originalmente, unproducto, una cosa, un bien; era esencialmente un acto—un acto que estaba colocado en el campo bipolar de losagrado y de lo profano, de lo lícito y de lo ilícito, de loreligioso y de lo blasfematorio—. Fue históricamente ungesto lleno de riesgos antes de ser un bien incluido en uncircuito de propiedades. Y cuando se instauró unrégimen de propiedad para los textos, cuando sepromulgaron unas reglas estrictas sobre los derechos deautor, sobre las relaciones autor-editor, sobre losderechos de reproducción, etc. —es decir, a fines delsiglo XVIII y principios del XIX—, fue en ese momentocuando la posibilidad de transgresión que pertenecía al

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  • ¿Qué es un Autor?

    acto de escribir tomó cada vez más el cariz de unimperativo propio de la literatura. Como si el autor, apartir del momento en el que fue colocado en el sistemade propiedad que caracteriza a nuestra sociedad,compensara el estatuto que así recibía recuperando elviejo campo bipolar del discurso, practicandosistemáticamente la transgresión, restaurando el peligrode una escritura a la que, por otro lado, se legarantizaban los beneficios de la propiedad.Por otra parte, la función-autor no se ejerce de un modouniversal y constante en todos los discursos. En nuestracivilización, no han sido siempre los mismos textos losque han pedido recibir una atribución. Hubo un tiempoen el que esos textos que hoy llamaríamos «literarios»(relatos, cuentos, epopeyas, tragedias, comedias) eranrecibidos, puestos en circulación, valorados sin que seplanteara la cuestión de su autor; su anonimato nopresentaba dificultades, su antigüedad, verdadera osupuesta, era una garantía suficiente. En cambio, lostextos que hoy llamaríamos científicos, referidos a lacosmología y el cielo, la medicina y las enfermedades, lasciencias naturales o la geografía, no eran aceptados en laEdad Media, y no tenían valor de verdad, si no estabanmarcados con el nombre de su autor. «Hipócrates dijo»,«Plinio cuenta» no eran exactamente fórmulas de unprincipio de autoridad; eran los índices con los queestaban marcados los discursos destinados a seraceptados como probados. Un quiasmo se produjo en elsiglo XVII, o en el XVIII, se empezaron a aceptar losdiscursos científicos por sí mismos, en el anonimato deuna verdad establecida o siempre demostrable de nuevo;era su pertenencia a un conjunto sistemático la que losgarantizaba, y no la referencia al individuo que los habíaproducido. La función-autor se borra, el nombre delinventor no sirve, a lo sumo, sino para bautizar un

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    teorema, una proposición, un efecto importante, unapropiedad, un cuerpo, un conjunto de elementos, unsíndrome patológico. Pero los discursos «literarios» nopueden ser aceptados si no están dotados de la funciónautor: a todo texto de poesía o de ficción se le preguntaráde dónde viene, quién lo ha escrito, en qué fecha, en quécircunstancias o a partir de qué proyecto. El sentido quese le concede, el estatuto o el valor que se le reconocedependen de cómo se responde a estas cuestiones. Y si,como consecuencia de un accidente o de una voluntadexplícita del autor, nos llega un texto anónimo, enseguidael juego es descubrir al autor. El anonimato literario nonos es soportable; sólo lo aceptamos en tanto queenigma. La función autor, en nuestros días, funciona depleno para las obras literarias. (Por supuesto, habría quematizar todo esto: la crítica, desde hace cierto tiempo, haempezado a tratar a las obras según su género y su tipo,según elementos recurrentes que figuran en ellas, segúnsus variaciones propias respecto de una invariante queno es sino el creador individual. Igualmente, si lareferencia al autor, en matemáticas, es poco más que unmodo de nombrar unos teoremas o unos conjuntos deproposiciones, en biología y en medicina, la indicacióndel autor, y la fecha de su trabajo, juegan un papelbastante diferente: no es simplemente un modo deindicar la fuente, sino de dar un cierto índice de«fiabilidad» en relación con las técnicas y Ios objetos deexperiencia utilizados en aquella época o en tallaboratorio.)Tercer carácter de esta función-autor. No se formaespontáneamente como la atribución de un discurso a unindividuo. Es el resultado de una operación compleja queconstruye un cierto ente de razón que se llama el autor.Sin duda, se intenta dar un estatuto realista a este ente

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    de razón: sería, en el individuo, una instancia«profunda», un poder «creador», un «proyecto», el lugaroriginario de la escritura. Pero, de hecho, lo que en elindividuo es designado como autor (o lo que hace de unindividuo un autor) no es más que la proyección, en unostérminos más o menos psicologizantes, del tratamientoque se impone a los textos, de las comparaciones que seoperan, de los rasgos que se establecen como perti-nentes, de las continuidades que se admiten, o de lasexclusiones que se practican. Todas estas operacionesvarían según las épocas, y los tipos de discurso. No seconstruye un «autor filosófico» como un «poeta»; y no seconstruía el autor de una obra novelesca en el siglo XVIIIcomo se hace en nuestros días. Sin embargo, se puedehallar a través del tiempo una cierta invariante en lasreglas de construcción del autor.Me parece, por ejemplo, que la manera como la críticaliteraria definió al autor durante largo tiempo —o mejordicho, construyó la forma-autor a partir de los textos ylos discursos existentes— deriva bastante directamentede la manera como la tradición cristiana autentificó (o alcontrario rechazó) los textos de tos que disponía. Enotros términos, para «encontrar» al autor en la obra, lacrítica moderna usa esquemas bastante cercanos a laexégesis cristiana cuando ésta quería demostrar el valorde un texto por la santidad del autor. En el De viribusillustribus, san Jerónimo explica que la homonimia nobasta para identificar de modo legítimo a los autores devarias obras: individuos diferentes pudieron llevar elmismo nombre, o uno pudo, de modo abusivo, usurpar elpatronímico de otro. El nombre como marca individualno es suficiente cuando se encara la tradición textual.¿Cómo atribuir entonces varios discursos a un solo ymismo autor? ¿Cómo usar la función-autor para saber sise está ante uno o ante varios individuos? San Jerónimo

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    da cuatro criterios: si, entre varios libros atribuidos a unautor, uno es inferior a los otros, hay que retirarlo de lalista de sus obras (el autor queda entonces definido comoun cierto nivel constante de valor); igualmente, si ciertostextos están en contradicción doctrinal con otras obrasde un autor (el autor queda entonces definido como uncierto campo de coherencia conceptual o teórica); tam-bién es preciso excluir las obras que están escritas en unestilo diferente, con unas palabras y unos giros quenormalmente no se encuentran en la pluma del escritor(es el autor como unidad estilística); finalmente, debenconsiderarse como interpolados los textos que se remitena acontecimientos o que citan personajes posteriores a lamuerte del autor (el autor es entonces momento históricodefinido y punto de encuentro de un cierto número deacontecimientos). Ahora bien, la crítica literariamoderna, incluso cuando no se preocupa por laautentificación (lo cual es la regla general), no define alautor de modo muy diferente: el autor es lo que permiteexplicar tanto la presencia de ciertos acontecimientos enuna obra como sus transformaciones, sus deformaciones,sus modificaciones diversas (y ello gracias a la biografiadel autor, al establecimiento de su perspectiva individual,al análisis de su pertenencia social o de su posición declase, a la puesta al día de su proyecto fundamental). Elautor es igualmente el principio de una cierta unidad deescritura —es obligado que todas las diferencias se re-duzcan al mínimo gracias a los principios de evolución,de maduración o de influencia. El autor es incluso lo quepermite remontar las contradicciones que puedendesplegarse en una serie de textos: es preciso que exista—a un cierto nivel de su pensamiento o de su deseo, desu conciencia o de su inconsciente— un punto a partirdel cual las contradiccones se resuelven, los elementos

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    incompatibles finalmente se encadenan unos a otros o seorganizan alrededor de una contradicción fundamental yoriginaria. Finalmente, el autor es un cierto hogar deexpresión que, bajo formas más o menos acabadas, semanifiesta tanto, y con el mismo valor, en unas obras, enunos borradores, en unas cartas, en unos fragmentos,etc. Los cuatro criterios de autenticidad de san Jerónimo(criterios que parecen bastante insuficientes para losexégetas de hoy) definen las cuatro modalidades segúnlas cuales la crítica moderna usa la noción de autor.Pero la función autor no es en efecto una pura y simplereconstrucción hecha de segunda mano a partir de untexto dado como un material inerte. El texto siemprelleva en sí mismo un cierto número de signos queremiten al autor. Estos signos son bien conocidos por losgramáticos: son los pronombres personales, losadverbios de tiempo y de lugar, la conjugación de losverbos. Pero hay que subrayar que estos elementos nofuncionan de la misma manera en los discursos provistosde la función autor que en los discursos desprovistos deella. En estos últimos, estos «conmutadores»[embrayeurs] remiten al sujeto real y a las coordenadasespacio-temporales de su discurso (aunque puedanproducirse algunas modificaciones: como por ejemplo enlos discursos en primera persona). En cambio, en losprimeros, su papel es más complejo y variable. Es biensabido que en una novela que se presenta como el relatode un narrador, el pronombre de primera persona, elpresente indicativo, los signos de localización no remitennunca exactamente al escritor, ni al momento en el queescribe ni al gesto mismo de su escritura; sino a un alterego cuya distancia con el escritor puede ser más o menosgrande y variar en el curso mismode la obra. Sería tanfalso buscar al autor del lado del escritor real como dellado del locutor ficticio; la función autor se efectúa en la

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    misma escisión —en esa partición y en esa distancia—.Se dirá, tal vez, que ésta es tan sólo una propiedadsingular del discurso novelesco o poético: un juego en elque no se comprometen más que estos «semi-discursos».De hecho, todos los discursos que están provistos de lafunción autor conllevan esta pluralidad de ego. El egoque habla en el prefacio de un tratado de matemáticas —y que indica las circunstancias de su composición— no esidéntico ni por su posición ni por su funcionamiento alque habla en el curso de una demostración y que aparecebajo la forma de un «concluyo» o «supongo»: en un casoel «yo» remite a un individuo sin equivalente que, en unlugar y en un tiempo determinados, ha cumplido uncierto trabajo; en el segundo, el «yo» designa un plan yun momento de demostración que cualquier individuopuede ocupar, siempre que haya aceptado el sistema desímbolos, el mismo juego de axiomas, el mismo conjuntode demostraciones previas. Pero se podría señalartambién un tercer ego. En el mismo tratado; aquel quehabla para decir el sentido del trabajo, los obstáculosencontrados, los resultados obtenidos, los problemas quetodavía se plantean; este ego se sitúa en el campo de losdiscursos matemáticos ya existentes o aún por venir. Lafunción autor no está asegurada por uno de estos ego (elprimero) a expensas de los dos otros, que entonces noserían más que un desdoblamiento ficticio. Hay que deciral contrario que, en esos discursos, la función autor fun-ciona de tal modo que da lugar a la dispersión de estostres ego simultáneos.Sin duda el análisis podría reconocer algunos otrosrasgos característicos de la función-autor. Pero hoy melimitaré a los cuatro que acabo de evocar, porque meparecen a la vez los más visibles y los más importantes.Los resumiré de este modo: la función autor está

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    vinculada al sistema jurídico e institucional que rodea,determina y articula el universo de los discursos; no seejerce uniformemente y del mismo modo sobre todos losdiscursos, en todas las épocas y en todas las formas decivilización; no se define por la atribución espontánea deun discurso a su productor, sino por una serie deoperaciones específicas y complejas; no remite pura ysimplemente a un individuo real, puede dar lugarsimultáneamente a varios ego, a varias posiciones-sujetoque clases diferentes de individuos pueden ocupar.Pero me doy cuenta de que hasta ahora he limitado mitema de un modo injustificable. De seguro, deberíahaberse hablado de lo que es la función autor en lapintura, en la música, en las técnicas, etc. Con todo,incluso suponiendo que nos mantengamos, como quisieraque así fuera esta tarde, en el mundo de los discursos,creo haber dado al término «autor» un sentido conmucho demasiado estrecho. Me he limitado al autorentendido como autor de un texto, de un libro o de unaobra cuya producción se le puede atribuir legítimamente.Ahora bien, resulta fácil ver que, en el orden deldiscurso, se puede ser el autor de otras cosas además deun libro —de una teoría, de una tradición, de unadisciplina en el interior de la cual otros libros y otrosautores podrán ocupar a su vez un lugar—. En unapalabra diría que estos autores se encuentran en unaposición «transdiscursiva».Es un fenómeno constante —seguramente tan viejo comonuestra civilización—. Homero y Aristóteles, los Padresde la Iglesia jugaron este papel; pero también losprimeros matemáticos y quienes estuvieron en el origende la tradición hipocrática. Pero me parece que, en elcurso del siglo XIX en Europa, se ha visto aparecer unostipos de autor bastante singulares y que no deberíanconfundirse ni con los «grandes» autores literarios, ni

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    con los autores de textos religiosos canónicos, ni con losfundadores de ciencias. Les llamaremos, de un modo unpoco arbitrario, «fundadores de discursividad».Estos autores tienen esta particularidad de que no sonsolamente autores de sus obras, de sus libros. Hanproducido algo de más: la posibilidad y la regla deformación de otros textos. En este sentido, son bastantediferentes, por ejemplo, de un autor de novelas, que en elfondo nunca es más que el autor de su propio texto.Freud no es simplemente el autor de la Traumdeuntungo del Chiste y su relación con lo inconsciente; Marx no essimplemente el autor del Manifiesto o del Capital:establecieron una posibilidad indefinida de discursos.Evidentemente, hay una objeción fácil. No es verdad queel autor de una novela no sea más que el autor de supropio texto; en un sentido, también él, siempre que sea,como suele decirse, un poco «importante», rige y dirigealgo más. Tomando un ejemplo muy sencillo, puededecirse que Ann Radcliffe no sólo ha escrito Las visionesdel castillo de los Pirineos y un cierto número de otrasnovelas, también hizo posible las novelas de terror aprincipios del siglo XIX, y, en esta medida, su función deautor excede su misma obra. Sólo que, a esta objección,creo que se puede responder: lo que hacen posible estosinstauradores de discursividad (tomo como ejemplo aMarx y a Freud, porque creo que son a lavez los primerosy los más importantes), lo que hacen posible, es algocompletamente diferente de lo que hace posible un autorde novela. Los textos de Ann Radcliffe abrieron el campoa un cierto número de semejanzas y de analogías quetienen por modelo o principio su propia obra. Estacontiene unos signos característicos, unas figuras, unasrelaciones, unas estructuras que pudieron serreutilizadas por otros. Decir que Ann Radcliffe fundó la

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    novela de terror quiere decir en definitiva: en la novelade terror del siglo XIX, encontraremos, como en AnnRadcliffe, el tema de la heroína atrapada en la trampa desu propia inocencia, la figura del castillo secreto quefunciona como una contra-ciudad, el personaje del héroenegro, maldito, consagrado a hacer expiar al mundo elmal que se le ha hecho, etc. En cambio, cuando hablo deMarx o de Freud como «instauradores de discursividad»,quiero decir que no sólo han hecho posibles un ciertonúmero de analogías, han hecho posibles (y en igualmedida) un cierto número de diferencias. Abrieron elespacio a algo diferente de ellos, que sin embargopertenece a lo que fundaron. Decir que Freud fundó elpsicoanálisis no quiere decir (no quiere decirsimplemente) que el concepto de libido o la técnica deanálisis de los sueños se encuentra también en Abrahamo Melanie Klein, quiere decir que Freud hizo posibles uncierto número de diferencias respecto de sus textos, desus conceptos, de sus hipótesis, que pertenecen todas aldiscurso psicoanalítico mismo.En este punto, pienso, surge una nueva dificultad, o porlo menos un nuevo problema: en definitiva, ¿no es éste elcaso de todo fundador de ciencia, o de todo autor que, enuna ciencia, introdujo una transformación que puedallamarse fecunda? Al fin y al cabo, Galileo no sólo hizoposibles a aquellos que repitieron tras él las leyes quehabía formulado, también hizo posibles enunciados muydiferentes de los que él mismo había dicho. Si Cuvier esel fundador de la biología, o Saussure el de la lingüística,no es porque hayan sido imitados, no es porque se hayaretomado, aquí y allí, el concepto de organismo o el designo, es porque Cuvier hizo posible en una ciertamedida esa teoría de la evolución que, término a tér-mino, se oponía a su propio fijismo; es en la medida enque Saussure hizo posible una gramática generativa que

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    es muy diferente de sus análisis estructurales. Así pues,la instauración de discursividad parece ser del mismotipo, a primera vista en todo caso, que la fundación de noimporta qué cientificidad. Sin embargo, creo que hay unadiferencia, y una diferencia notable. En efecto, en el casode una cientificidad, el acto que la funda está al mismonivel que sus transformaciones futuras; en algún modo,forma parte del conjunto de las modificaciones queposibilita. Evidentemente, esta pertenencia puedeadoptar diversas formas. El acto de fundación de unacientificidad puede aparecer, en el curso de lastransformaciones ulteriores de esta ciencia, como unmero caso particular de un conjunto mucho más generalque entonces se descubre. Puede aparecer tambiéncontaminado por la intuición y la empiricidad; serápreciso entonces formalizarlo de nuevo y hacerlo objetode una serie de operaciones teóricas suplementarias quelo fundamenten más rigurosamente, etc. Finalmente,puede aparecer como una generalización apresurada quehay que limitar, y cuyo dominio restringido de validezdebe ser redibujado. Dicho de otro modo, el acto defundación de una cientificidad siempre puede ser reintro-ducido en el interior de la maquinaria de lastransformaciones que de él derivan.Ahora bien, creo que la instauración de una discursividades heterogénea a sus transformaciones exteriores.Desplegar un tipo de discursividad como el psicoanálisistal como fue instaurado por Freud no es darle unageneralidad formal que no podía tener al principio, essimplemente abrirle un cierto número de posibilidadesde aplicación. Limitarlo es, en realidad, tratar de aislaren el acto instaurador un número eventualmenterestringido de proposiciones o enunciados, únicamente alos cuales se les reconoce valor fundador y en relación a

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    los cuales tales conceptos o teorías admitidos por Freudpodrán ser considerados como derivados, segundos,accesorios. Finalmente, en la obra de estosinstauradores, no se reconocen determinadasproposiciones como falsas, sino que, cuando se intentacaptar este acto de instauración, se apartan simplementelos enunciados que no son pertinentes, sea porque se losconsidera inesenciales, sea porque se los considera como«prehistóricos» y pertenecientes a otro tipo dediscursividad.Dicho de otro modo, a diferencia de la fundación de unaciencia, la instauración discursiva no forma parte de sustransformaciones ulteriores, sino que permanecenecesariamente retirada o sobrevolándolas [ensurplomb]. La consecuencia es que se define la validezteórica de una proposición por la relación con la obra deestos instauradores —mientras que, en el caso de Galileoy de Newton, es en relación a lo que son, en suestructura y su normatividad intrínsecas, la física o lacosmología como puede afirmarse la validez de susproposiciones—. Hablando de un modo muyesquemático: la obra de estos instauradores no se sitúaen relación a la ciencia y el espacio que ésta dibuja; sinoque es la ciencia o la discursividad la que se remite a suobra como a unas coordenadas primeras.Se comprenderá así que nos encontremos, como unanecesidad inevitable en esas discursividades, con laexigencia de un «retorno al origen». [Aquí también hayque distinguir estos «retornos a...» de los fenómenos de«redescubrimiento» y de «reactualización» que seproducen frecuentemente en las ciencias. Por«redescubrimiento» entiendo los efectos de analogía eisomorfismo que, a partir de las formas actuales delsaber, hacen de nuevo perceptible una figura que sehabía enturbiado o había desaparecido. Diré por ejemplo

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    que Chomsky, en su libro sobre la gramática cartesiana,redescubrió una cierta figura del saber que va deCordemoy a Humboldt: no podía constituirse, es cierto,más que a partir de la gramática generativa, ya que esesta última la que detenta la ley de su construcción; enrealidad, se trata de una codificación retrospectiva de lamirada histórica. Por «reactualización» entiendo unacosa diferente: la reinserción de un discurso en undominio de generalización, de aplicación o detransformación que es nuevo para él. Y en este sentido,la historia de las matemáticas es rica en tales fenómenos(remito aquí al estudio que Michel Serres ha consagradoa las anamnesis matemáticas). Por «retorno a», ¿qué hayque entender? Creo que se puede designar de este modoun movimiento que tiene su especificidad propia y quecaracteriza precisamente las instauraciones dediscursividad. En efecto, para que haya retorno es pre-ciso, primero, que haya habido olvido, no un olvidoaccidental, no un ocultamiento debido a algunaincomprensión, sino olvido esencial y constitutivo. Enefecto, el acto de instauración es tal, en su mismaesencia, que no puede no ser olvidado. Lo que lomanifiesta, lo que deriva de él, es a la vez lo queestablece el desvío y lo que lo traviste. Es preciso queeste olvido no accidental sea asumido [investi] en unasoperaciones precisas que se pueden situar, analizar, yreducir mediante el retorno mismo a ese actoinstaurador. El cerrojo del olvido no ha sido sobreañadidodesde el exterior, forma parte de la discursividad encuestión, es ésta la que le da su ley; la instauracióndiscursiva así olvidada es a la vez la razón de ser delcerrojo y la llave que permite abrirlo, de modo que elolvido y el impedimento del retorno mismo no puedencesar más que por el retorno. Además, este retorno se

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    dirige a lo que está presente en el texto, másprecisamente, se regresa al texto mismo, al texto en sudesnudez, y, a la vez, sin embargo, se regresa a lo queestá marcado en hueco, en ausencia, como laguna en eltexto. Se regresa a un cierto vacío que el olvido haesquivado o enmascarado, que ha recubierto con unafalsa o una mala plenitud y el retorno debe redescubriresta laguna y esa carencia [manque]; de ahí el juegoperpetuo quecaracteriza a esos retornos a la instauración discursiva—juego que consiste en decir por una parte: esto ya estabaallí, bastaba con leer, todo se encuentra allí, hacía faltaque los ojos estuvieran bien cenados y los oídos bientapados para que no fuera visto ni oído; e, inversamente:no, esto no está ni en esta palabra ni en aquella, ningunade las palabras visibles y legibles dice lo que ahora estáen cuestión, se trata más bien de lo que se dice a travésde las palabras, en su espaciamiento, en la distancia quelas separa—.] De donde se concluye naturalmente queese retorno forma parte del discurso mismo, no deja demodificarlo, que el retorno al texto no es un suplementohistórico que se añadiría a la discursividad misma y ladoblaría con un ornamento que, después de todo, no esesencial; es un trabajo efectivo y necesario detransformación de la discursividad misma. El reexamendel texto de Galileo es posible que cambie elconocimiento que tenemos de la historia de la mecánica,pero nunca cambiará la mecánica misma. En cambio, elreexamen de los textos de Freud modifica el psicoanálisismismo y los de Marx el marxismo. [Ahora bien, paracaracterizar estos retornos, hay que añadir un últimocarácter: se llevan a cabo —alrededor de una costuraenigmática de la obra y el autor. En efecto, es en tantoque texto del autor y de este autor preciso que el textotiene valor instaurador, y es por ello, porque es un texto

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    de este autor, por lo que hay que volver a él. No hayninguna posibilidad de que el redescubrimiento de untexto desconocido de Newton o de Cantor modifique lacosmología clásica o la teoría de los conjuntos, tal comofueron desarrolladas (a lo sumo, esa exhumación puedemodificar el conocimiento histórico que tenemos de sugénesis). En cambio, la reposición de una obra como elProyecto de Freud —y en la medida misma en que setrata de un texto de Freud— siempre puede modificar, noel conocimiento histórico del psicoanálisis, sino su campoteórico —ni que sea desplazando su acentuación o sucentro de gravedad—. Mediante tales recursos, queforman parte de su misma trama, los campos discursivosde los que hablo conllevan respecto de su autor«fundamental» y mediato una relación que no es idénticaa la relación que un texto cualquiera mantiene con suautor inmediato.]Lo que acabo de esbozar a propósito de estas«instauraciones discursivas» es, por supuesto, muyesquemático. En particular, la oposición que he intentadotrazar entre esa instauración y la fundación científica. Nosiempre es fácil decidir si estamos ante una o la otra: ynada prueba que una y otra sean procedimiento exclusi-vos. He intentado esta distinción con un único fin:mostrar queesta función-autor, compleja de por sí cuandose intenta determinar al nivel de un libro o de una seriede textos que llevan una firma definida, conlleva aúnnuevas determinaciones cuando se intenta analizar enconjuntos más vastos —como grupos de obras odisciplinas enteras.[Lamento mucho no haber podido aportar al debate queva a tener lugar ahora ninguna propuesta positiva: a losumo unas direcciones para un trabajo posible, unoscaminos de análisis. Pero al menos debo decirles, en

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    pocas palabras, para terminar, las razones por las queconcedo a este asunto una cierta importancia.]Un análisis semejante, si se desarrollara, serviría deintroducción tal vez para una tipología de los discursos.En efecto, me parece que, al menos a primera vista, untipología semejante no podría estar construida solamentea partir de los caracteres gramaticales de los discursos,de sus estructuras formales, o incluso de sus objetos;existen sin duda propiedades o relaciones propiamentediscursivas (tan irreductibles a las reglas de la gramáticay de la lógica como a las leyes del objeto), y es a ellas alas que hay que dirigirse para distinguir las grandescategorías del discurso. La relación (o la no-relación) conun autor y las diferentes formas de esta relaciónconstituyen —y de un modo bastante visible— una de suspropiedades discursivas.Por otra parte creo que de este modo se podría encontraruna introducción al análisis histórico de los discursos. Talvez sea hora de estudiar los discursos no sólo en su valorexpresivo o sus transformaciones formales, sino en lasmodalidades de su existencia: Ios modos de circulación,de valoración, de atribución, de apropiación de losdiscursos varían con cada cultura y se modifican en elinterior de cada una; la manera como se articulan en lasrelaciones sociales se descifra de modo, creo, másdirecto en el juego de la función-autor y en susmodificaciones que en los temas o los conceptos que seemplean.Igualmente, ¿acaso no podrían reexaminarse losprivilegios del sujeto, a partir de análisis de este tipo? Yasé que al emprender el análisis interno y arquitectónicode una obra (se trate de un texto literario, de un sistemafilosófico, o de una obra científica), al poner entreparéntesis las referencias biográficas o psicológicas, yaqueda puesto en cuestión el carácter absoluto y el papel

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    fundador del sujeto. Pero tal vez debería volverse sobreesta suspensión, y no para restaurar el tema del sujetooriginario, sino para captar los puntos de inserción, losmodos de funcionamiento y las dependencias del sujeto.Se trata de darle la vuelta al problema tradicional. Dejarde plantear la pregunta: ¿cómo la libertad de un sujetopuede insertarse en el espesor de las cosas y darles unsentido, cómo puede animar, desde el interior, las reglasde un lenguaje y realizar así los objetivos [visées] que leson propios? Y en su lugar, plantear estas preguntas:¿cómo, según qué condiciones y bajo qué formas algocomo un sujeto puede aparecer en el orden del discurso?¿Qué lugar puede ocupar en cada tipo de discursos, quéfunciones ejercer, y obedeciendo a qué reglas? En unapalabra, se trata de quitarle al sujeto (o a su sustituto) supapel de fundamento originario, y analizarlo como unafunción variable y compleja del discurso.[El autor —o lo que he tratado de describir como lafunción-autor— sin duda no es más que una de lasespecificaciones posibles de la función-sujeto.¿Especificación posible, o necesaria? Teniendo en cuentalas modificaciones históricas que han tenido lugar, noparece indispensable, ni mucho menos, que la función-autor permanezca constante en su forma, en sucomplejidad, e incluso en su existencia. Es posibleimaginar una cultura en la que los discursos circularan yfueran recibidos sin que la función-autor aparecieranunca.]* Todos los discursos, cualquiera que fuera su es-* Variante: «Pero existen también unas razones que dependen del estatuto"ideológico" del autor. La pregunta se convierte entonces en: ¿cómo conjurar elgran riesgo, el gran peligro mediante el que la ficción amenaza a nuestro mundo?La respuesta es que puede conjurarse a través del autor. El autor hace posible unalimitación de la proliferación cancerígena, peligrosa, de las significaciones en unmundo donde no sólo se economizan los recursos y riquezas sino también suspropios discursos y sus significaciones. El autor es el principio de economía en la

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    tatuto, su forma, su valor, y cualquiera que fuera eltratamiento al que se les somete, se desarrollarían en elanonimato de un murmullo. Ya no se escucharían laspreguntas repetidas [ressassées] durante largo tiempo:«¿Quién ha hablado realmente? ¿Seguro que es él yningún otro? ¿Con qué autenticidad, o qué originalidad?¿Y qué ha expresado de lo más profundo de sí mismo ensu discurso?». Sino otras como éstas: «¿Cuáles son los

    proliferación del sentido. Por consiguiente, debemos proceder al derrocamientode la idea tradicional de autor. Estamos acostumbrados a decir, lo hemosexaminado antes, que el autor es la instancia creadora de la que brota una obra enla que se deposita, con una infinita riqueza y generosidad, un mundo inagotablede significaciones. Estamos acostumbrados a pensar que el autor es tan diferentea todos los demás hombres, hasta tal punto trascendente a todos los lenguajes,que a partir del momento en el que habla el sentido prolifera y proliferaindefinidamente.La verdad es completamente diferente: el autor no es una fuente indefinida designificaciones que se colmarían en la obra, el autor no precede a las obras.Existe un cierto principio funcional mediante el que, en nuestra cultura, sedelimita, se excluye, se selecciona: en una palabra, el principio mediante el quese obstaculiza la libre circulación, la libre manipulación, la libre composición,descomposición, recomposición de la ficción. Si estamos acostumbrados apresentar al autor como genio, como surgimiento perpetuo de novedad, es porqueen realidad lo hacemos funcionar de un modo exactamente inverso. Diremos queel autor es una producción ideológica en la medida en que tenemos unrepresentación invertida de su función histórica real. El autor es pues la figuraideológica mediante la que se conjura la proliferación del sentido.Al decir esto, parece que esté reclamando una forma de cultura en la que la fic-ción no estuviera rarificada por la figura del autor. Pero sería puro romanticismoimaginar una cultura en la que la ficción circulara en estado absolutamente libre,a disposición de cada cual, y se desarrollara sin atribución a una figura necesariao coactiva. Desde el siglo XVIII, el autor ha jugado el papel de regulador de laficción, papel característico de la era industrial y burguesa, de individualismo ypropiedad privada. Sin embargo, habida cuenta de las modificaciones históricasen curso, no hay ninguna necesidad de que la función-autor permanezcaconstante en su forma, en su complejidad o en su existencia. En este momentopreciso en el que nuestra sociedad está en proceso de cambio, la función-autor vaa desaparecer de un modo que permitirá una vez más a la ficción y a sus textos

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    modos de existencia de este discurso? ¿Cómo sesostiene, cómo puede circular, quién puede apropiárselo?¿Cuáles son los emplazamientos que en 61 se disponenpara unos sujetos posibles? ¿Quién puede cumplir estasdiversas funciones de sujeto?». Y, detrás de todas estaspreguntas, casi no se escucharía sino el ruido de unaindiferencia: «¿Qué importa quién habla?».J. Wahl: Agradezco a Michel Foucault las palabras quenos ha dirigido, y que merecen un debate. A continuaciónvoy a dar la palabra a quien quiera tomarla.J. d'Ormesson: En la tesis de Michel Foucault, la únicacosa que no comprendí bien y en la que todo el mundo,incluso la prensa seria, hacía hincapié, es el fin delhombre. Esta vez, Michel Foucault ha atacado el eslabónmás débil de la cadena: ha atacado, no ya al hombre, sinoal autor. Y me es fácil de comprender lo que, en losacontecimientos culturales de los últimos cincuenta años,ha podido conducirle a estas consideraciones: «La poesíadebe ser hecha por todos», «ello habla», etc. Meplanteaba un cierto número de preguntas: me decía que,a pesar de todo, hay autores en filosofía y en literatura.Podrían darse muchos ejemplos, me parece, en literaturay en filosofía, de autores que son puntos deconvergencia. Los posicionamientos políticos tambiénson cosa del autor y podrían ponerse en relación con sufilosofía.Pues bien, he quedado completamente tranquilo, porquetengo la impresión de que por una especie deprestidigitación, extremadamente brillante, lo queMichel Foucault le ha quitado al autor, es decir su obra,se lo ha devuelto con intereses, con el nombre de ins-

    polisémicos funcionar de nuevo según otro modo, pero siempre según un sistemacoactivo, que ya no será el del autor, pero que queda aún por determinar, o tal vezpor experimentar».

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    taurador de discursividad, ya que no sólo le devuelve suobra sino también la de los otros.

    L. Goldmann: Entre los teóricos destacados de unaescuela que ocupa un lugar importante en elpensamiento contemporáneo y que se caracteriza por lanegación del hombre en general y, a partir de ahí, delsujeto en todos sus aspectos, y también del autor, MichelFoucault, que no ha formulado explícitamente esta últimanegación pero que la ha sugerido a lo largo de toda suexposición que terminaba con la perspectiva de lasupresión del autor, es ciertamente una de las figurasmás interesantes y más difíciles de combatir y criticar.Porque en Michel Foucault se dan a la vez una posiciónfilosófica fundamentalmente anticientífica unida a undestacable trabajo de historiador, y me parece altamenteprobable que, gracias a un cierto número de análisis, suobra marcará una etapa importante en el desarrollo de lahistoria científica de la ciencia e incluso de la realidadsocial.Así pues, mi intervención de hoy se ubicará en el planode su pensamiento propiamente filosófico, y no en el desus análisis concretos.Permítaseme, sin embargo, antes de abordar las trespartes de la exposición de Michel Foucault, referirme a laintervención que acaba de tener lugar para decir queestoy absolutamente de acuerdo con el participante en elhecho de que Michel Foucault no es el autor, yciertamente tampoco el instaurador de lo que acaba dedecirnos. Porque la negación del sujeto es hoy la ideacentral de todo un grupo de pensadores, o másexactamente de toda una corriente filosófica. Y aunque,en el interior de esta corriente, Foucault ocupe un lugarparticularmente original y brillante, debe ser integradosin embargo en lo que se podría llamar escuela francesa

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    del estructuralismo no genético, que especialmenteabarca los nombres de Lévi-Strauss, Roland Barthes,Althusser, Derrida, etc.Al problema particularmente importante planteado porMichel Foucault: «¿Quién habla?», pienso que hay queañadirle un segundo: «¿Qué dice?».«¿Quién habla?» A la luz de las ciencias humanascontemporáneas, la idea de individuo en tanto que autorúltimo de un texto, y especialmente de un textoimportante y significativo, aparece cada vez menosdefendible. Desde hace un cierto número de años, todauna serie de análisis concretos han mostradoefectivamente que, sin negar ni el sujeto ni el hombre, seestá obligado a sustituir el sujeto individual por un sujetocolectivo o transindividual. Mis propios trabajos me hanllevado a mostrar que Racine no es el solo, el único, elverdadero autor de las tragedias racinianas, sino queéstas nacen en el interior del desarrollo de un conjuntoestructurado de categorías mentales que era obracolectiva, lo que me ha llevado a señalar como «autor»de estas tragedias, en última instancia, a la nobleza detoga, al grupo jansenista y, en el interior de éste, a Raci-ne en tanto que individuo particularmente importante.Cuando se plantea el problema: «¿Quién habla?», hoy enlas ciencias humanas hay por lo menos dos respuestas,que, aunque oponiéndose rigurosamente una a la otra,rechazan ambas la idea tradicionalmente admitida delsujeto individual. La primera, que llamaréestructuralismo no genético, niega el sujeto al quesustituye por las estructuras (lingüísticas, mentales,sociales, etc.) y no deja a los hombres y a sucomportamiento más que el lugar de un papel, de unafunción en el interior de estas estructuras que consti-tuyen el punto final de la investigación o de la

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    explicación.En el extremo opuesto, el estructuralismo genéticotambién rechaza, en la dimensión histórica y en ladimensión cultural de la que forma parte, el sujetoindividual; no suprime sin embargo la idea de sujeto conello, sino que sustituye el sujeto individual por el sujetotransindividual. En cuanto a las estructuras, en lugar depresentarlas como realidades autónomas y más o menosúltimas, no son desde esta perspectiva más que unapropiedad universal de toda praxis y de toda realidadhumana. No hay hecho humano que no estéestructurado, ni estructura que no sea significativa; esdecir que, en tanto cualidad del psiquismo y delcomportamiento humano, no cumpla una función. En unapalabra, tres tesis centrales en esta posición: hay unsujeto; en la dimensión histórica y cultural, este sujeto essiempre transindividual; toda actividad psíquica y todocomportamiento del sujeto están siempre estructurados yson siempre significativos, es decir funcionales.Debo añadir que, yo también, he encontrado unadificultad planteada por Michel Foucault: la de ladefinición de obra. Es en efecto difícil, por no decirimposible, definirla respecto de un sujeto individual.Como ha dicho Foucault, ya se trate de Nietzsche o deKant, de Racine o de Pascal, ¿dónde acaba el conceptode obra? ¿Huy que detenerse en los textos publicados?¿Hay que incluir todos los papeles no publicados hastalas cuentas de la lavandería?Si se plantea este problema desde la perspectiva delestructuralismo genético, se obtiene una respuesta quevale no tan sólo para las obras culturales sino tambiénpara cualquier hecho humano e histórico. ¿Qué es laRevolución francesa? ¿Cuáles son los estadiosfundamentales de la historia de las sociedades y de lasculturas capitalistas occidentales? La pregunta plantea

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    dificultades análogas. Volvamos sin embargo a la obra:sus límites, como las de todo hecho humano, se definenpor el hecho de que constituye una estructurasignificativa fundada sobre la existencia de unaestructura mental coherente elaborada por un sujetocolectivo. A partir de ahí, puede ocurrir que se estéobligado a eliminar, para delimitar esta estructura,algunos textos publicados o a integrar, por el contrario,ciertos textos inéditos; finalmente, es obvio que se puedejustificar fácilmente la exclusión de la cuenta de lalavandería. Debo añadir que, desde esta perspectiva, lapuesta en relación de la estructura coherente con sufuncionalidad respecto de un sujeto transindividual o —para emplear un lenguaje menos abstracto— la puesta enrelación de la interpretación con la explicación, cobrauna importancia particular.Sólo un ejemplo: en el curso de mis investigaciones, topécon el problema de saber en qué medida LesProvinciales y las Pensées de Pascal pueden serconsideradas como una obra y, después de un análisisatento, llegué a la conclusión de que no es así y que setrata de dos obras que tienen dos autores diferentes. Poruna parte, Pascal con el grupo Arnauld-Nicole y losjansenistas moderados para Les Provinciales; por otraparte, Pascal con el grupo de jansenistas extremistaspara las Pensées. Dos autores diferentes, que tienen unsector parcial común: el individuo Pascal y tal vezalgunos otros jansenistas que siguieron la mismaevolución.Otro problema planteado por Michel Foucault en suexposición es el de la escritura. Creo que hay que dar unnombre a esta discusión, porque presumo que todosnosotros hemos pensado en Derrida y su sistema.Sabemos que Derrida intenta —apuesta que me parece

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    paradójica— elaborar una filosofía de la escritura, altiempo que niega el sujeto. Y es tanto más curioso en lamedida en que suconcepto de escritura está muypróximo, además, al concepto dialéctico de praxis. Unejemplo entre otros muchos: no puedo estarde acuerdo con él cuando dice que la escritura dejahuellas que acaban por borrarse; es la propiedad de todapraxis, ya se trate de la construcción de un templo quedesaparecerá al cabo de varios siglos o milenios, deltrazado de una carretera, de la modificaciónde su trayecto o, más prosaicamente, de la fabricación deun par de salchichas que a continuación se comen. Perocreo, como Foucault, que hay que preguntar: «¿Quiéncrea las huellas? ¿Quién escribe?».Como no tengo que hacer ninguna observación a lasegunda parte de su exposición, con la que estoy engeneral de acuerdo, paso a la tercera.Me parece que, también ahí, la mayor parte de losproblemas planteados encuentran su respuesta desde laperspectiva del sujeto transindividual. Me detendré enuno solo: Foucault ha hecho una distinción justificadaentre lo que llama los «instauradores» de una nuevametodología científica y los creadores. El problema esreal, pero, en lugar de dejarlo con el carácterrelativamente complejo y oscuro que ha tomado eh suexposición, ¿no puede encontrarse el fundamentoepistemológico y sociológico de esta oposición en ladistinción, corriente en el pensamiento dialécticomoderno y especialmente en la escuela lukacsiana, entrelas ciencias de la naturaleza, relativamente autónomasen tanto que estructuras científicas, y las cienciashumanas, que no pueden ser positivas sin ser filosóficas?No es ciertamente or azar que Foucault ha opuestoMarx, Freud y, en cierta medida, Durkheim a Galileo ylos creadores de la física mecánica. Las ciencias del

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    hombre —explícitamente para Marx y Freud,implícitamente para Durkheim— suponen la uniónestrecha entre las constataciones y las valoraciones, elconocimiento y la toma de posición, la teoría y la praxis,obviamente sin abandonar por ello el rigor teórico. ConFoucault, pienso también que muy a menudo,especialmente hoy, la reflexión sobre Marx, Freud eincluso Durkheim se presenta bajo la forma de unretorno a las fuentes, porque se trata de un retorno a unpensamiento filosófico, contra las tendencias positivistasque quieren que las ciencias del hombre se hagan segúnel modelo de las ciencias de la naturaleza. Habría quedistinguir además lo que es retorno auténtico de lo que,bajo la forma de un pretendido retorno a las fuentes, esen realidad una tentativa de asimilar a Marx y Freud conel positivismo y el estructuralismo no genéticocontemporáneo, que les son completa mente extraños.Desde esta perspectiva, quisiera terminar miintervención mencionando la frase que se ha hechocélebre, escrita en el mes de mayo por un estudiante enla pizarra de una sala de la Sorbona, y que me pareceque expresa lo esencial de la crítica a la vez filosófica ycientífica del estructuralismo no genético: «Lasestructuras no bajan a la calle», es decir: nunca son lasestructuras las que hacen historia, sino los hombres,aunque su acción tenga siempre un caracterestructurado y significativo.

    M. Foucault: Voy a intentar responder. La primera cosaque diré es que jamás, por mi parte, he empleado lapalabra estructura. Búsquenla en Les Mots et les choses,no la encontrarán. Entonces, rogaría que se me ahorrentodas las comodidades sobre el estructuralismo o que setomen la molestia de justificarlas. Además: yo no he

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    dicho que el autor no existía; no lo he dicho y mesorprende que mi discurso haya podido prestarse a uncontrasentido como ése. Volvamos un poco sobre todoello.He hablado de una cierta temática que puedeencontrarse tanto (n las obras como en la crítica y quees, si ustedes quieren: el autor debe borrarse o serborrado en beneficio de unas formas propias a losdiscursos. Entendido esto, la cuestión que me heplanteado era ésta: ¿qué es lo que esta regla de ladesaparición del escritor o del autor permite descubrir?Permite descubrir el juego de la función-autor. Y lo quehe tratado de analizar es precisamente el modo como seejercía la función-autor, en lo que se puede llamar lacultura europea a partir del siglo XVII. Ciertamente, lohe hecho de un modo muy tosco y estoy de acuerdo enque ha sido demasiado abstracto porque se trataba de undespliegue de conjunto. Definir de qué modo se ejerceesta función, en qué condiciones, en qué campo, etc. notiene nada que ver, ustedes estarán de acuerdo, con de-cir que el autor no existe.Otro tanto con respecto de esa negación del hombre dela que Goldmann ha hablado: la muerte del hombre es untema que permite esclarecer el modo como hafuncionado el concepto de hombre en el saber. Y si lalectura de lo que escribo fuera más allá de la de,evidentemente austera, las primeras o las últimaspáginas, se percatarían de que esta afirmación remite alanálisis de un funcionamiento. No se trata de afirmarque el hombre ha muerto, se trata, a partir del tema —que no es mío y que no ha dejado de repetirse desdefinales del siglo XIX— de que el hombre ha muerto (o queva a desaparecer, o que será sustituido por elsuperhombre), de ver de qué modo, según qué reglas seha formado y ha funcionado elconcepto de hombre. Hago

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    lo mismo con la noción de autor. Ahorrémonos pues laslágrimas.Otra observación. Se ha dicho que yo tomaba el punto devista de la no-cientificidad. Ciertamente, yo no pretendohaber hecho aquí obra científica, pero me gustaría saberde qué instancia me viene ese reproche.

    M de Gandillac: Escuchándole me he preguntado cuálera el criterio preciso por el que usted distinguía los«instauradores de discursividad», no sólo de los«profetas» de carácter más religioso, sino también de lospromotores de «cientificidad», con los que no esincongruente relacionar a Marx y a Freud. Y, si se admiteuna categoría original, situada en algún modo más alláde la cientificidad y el profetismo (y relacionada sinembargo con ambas), me sorprende que no se incluya enella ni a Platón ni a Nietzsche, al que usted presentóhace tiempo en Royaumont, si tengo buena memoria,cuya influencia en nuestro tiempo es del mismo tipo a laque ejercieron Marx y Freud.

    M. Foucault: Le diría que —pero a título de hipótesis detrabajo, porque, una vez más, lo que he señalado es tansólo, desgraciadamente, un plan de trabajo, la urdimbredel telar [un repérage de chantier]— la situacióntransdiscursiva en la que se encuentran autores comoPlatón y Aristóteles desde el momento en el que escri-bieron hasta el Renacimiento debería poder analizarse; lamanera como se les citaba, como se referían a ellos,como se les interpretaba, cómo se restauraba laautenticidad de sus textos, etc., todo eso obedecíaciertamente a un sistema de funcionamiento. Creo quecon Marx y con Freud nos las vemos con unos autorescuya posición transdiscursiva no es superponible a la

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    posición transdiscursiva de autores como Platón oAristóteles. Y habría que describir lo que es estatransdiscursividad moderna, por oposición a la trans-discursividad antigua.

    L. Goldmann: Una sola pregunta: cuando usted admite laexistencia del hombre o del sujeto, ¿los reduce usted, sí ono, al estatuto de función?

    M. Foucault: No he dicho que los redujera a una función,he analizado la función en el interior de la cual algo comoun autor podía existir. No he hecho aquí el análisis delsujeto, he hecho el análisis del autor. Si hubiera dado unaconferencia sobre el sujeto,es probable que hubiera analizado la función-sujeto delmismo modo, es decir, haciendo el análisis de lascondiciones bajo las que es posible que un individuocumpla la función de sujeto. Y aún habría que precisar enqué campo el sujeto es sujeto, y de qué (del discurso, deldeseo, del proceso económico, etc.). No existe sujeto ab-soluto.

    J. Ullmo: Me ha interesado profundamente su exposición,porque ha reavivado un problema que es muy importanteen la investigación actualmente. La investigacióncientífica y en particular la investigación matemática soncasos límites en los que un cierto número de conceptosque usted ha destacado aparecen de forma muy clara. Enefecto, se ha convertido en un problema bastante angus-tioso para las vocaciones científicas que se dibujan hacialos años veinte encontrarse frente al problema que ustedha planteado inicialmente: «¿Qué importa quién habla?».Antiguamente, una vocación científica era la voluntad dehablar uno mismo, de aportar una respuesta a losproblemas fundamentales de la naturaleza o del

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    pensamiento matemático; y esto justificaba unasvocaciones, justificaba, podríamos decir, unas vidas deabnegación y de sacrificio. En nuestros días, esteproblema es mucho más delicado, porque la ciencia senos presenta como mucho más anónima; y, en efecto,«qué importa quién habla», lo que no ha sido descubiertopor x en junio de 1969, será descubierto por y en octubrede 1969. Entonces, sacrificar la vida a esta ligeraanticipación que permanece anónima es de verdad unproblema extraordinariamente grave para quien tienevocación y para quien debe ayudarle. Y creo que estosejemplos de vocaciones científicas pueden aclarar unpoco su respuesta en el sentido, además, que usted haindicado. Tomo el ejemplo de Bourbaki; podría tomar elejemplo de Keynes, pero Bourbaki constituye un ejemplolímite: se trata de un individuo múltiple; el nombre deautor parece desvanecerse verdaderamente en beneficiode una colectividad, y de una colectividad renovable,porque no siempre son los mismos los que constituyenBourbaki. Y sin embargo, existe un autor Bourbaki, yeste autor Bourbaki se manifiesta por las discusionesextraordinariamente violentas, incluso diría patéticas,entre los participantes de Bourbaki: antes de publicaruno de sus fascículos —esos fascículos que parecen tanobjetivos tan desprovistos de pasión, álgebra lineal oteoría de conjuntos, de hecho hay noches enteras dediscusión y de pelea para ponerse de acuerdo en unpensamiento fundamental, en una interiorización—. Yéste es el único punto de desacuerdo un tanto profundocon usted que he encontrado, porque, al principio, ustedha eliminado la interioridad. Creo que no existe autorhasta que hay interioridad. Y este ejemplo de Bourbaki,que no es para nada un autor en el sentido banal, lodemuestra de un modo absoluto. Con lo dicho, creo que

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    restauro un sujeto pensante, que tal vez sea denaturaleza original, pero que debe estar bastante claropara quienes están acostumbrados a la reflexióncientífica. Por otra parte, un artículo muy interesante deMichel Serres en Critique, «La tradition de l'idée», lodejaba bien claro. En las matemáticas, no es laaxiomática lo que cuenta, no es la combinatoria, no es loque usted llamaba la capa discursiva, lo que cuenta es elpensamiento interno, es la percepción de un sujeto quees capaz de sentir, de integrar, de poseer estepensamiento interno. Y si tuviera tiempo, el ejemplo deKeynes sería aún mucho más sorprendente desde elpunto de vista económico. Pero voy a concluir: piensoque sus conceptos, sus instrumentos de pensamiento sonexcelentes. Usted ha respondido, en la cuarta parte, a laspreguntas que yo me había planteado en las tresprimeras. ¿Dónde se encuentra lo que especifica a unautor? Pues bien, lo que especifica a un autor esprecisamente la capacidad de remodelar, de reorientarese campo epistemológico o esa capa discursiva, paradecirlo con sus fórmulas. En efecto, no existe autor hastaque se sale del anonimato, porque se reorientan loscampos epistemológicos, porque se crea un nuevo campodiscursivo que modifica, que transforma radicalmente elprecedente. El caso más sorprendente es el de Einstein:es un ejemplo absolutamente fascinante desde estepunto de vista. Estoy contento de ver que M. Bouligandasiente, que estamos completamente de acuerdo en estepunto. Por consiguiente, con estos dos criterios:necesidad de interiorizar una axiomática, y criterio delautor en tanto que instancia que remodela el campoepistemológico, creo que se restituye un sujetosuficientemente potente, por decirlo así. Lo que, además,creo, no es extraño a su pensamiento.

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    J. Lacan: Recibí muy tarde la invitación. Al leerla, me fijé,en el último parágrafo, en el «retorno a». Tal vez seretorne a muchas cosas, pero, finalmente, el retorno aFreud es algo que he tomado como una especie debandera, en un cierto campo, y en este sentido no puedosino estarle agradecido, usted ha respondidoenteramente a mis expectativas. Especialmente, alevocar a propósito de Freud, lo que significa el «retornoa», todo lo que usted ha dicho me parece, por lo menosrespecto de lo que yo he podido contribuir a este retorno,perfectamente pertinente.En segundo lugar, .quisiera destacar que, le llamemosestructuralismo o no, no se trata en ningún modo, en elcampo vagamente designado por esta etiqueta, de lanegación del sujeto. Se trata de la dependencia delsujeto, lo que es completamente diferente; y enparticular, al nivel del retorno a Freud, de la dependenciadel sujeto respecto de algo verdaderamente elemental,que hemos intentado aislar con el término de«significante».En tercer lugar —y ésta será toda mi intervención— nome parece que sea de ningún modo legítimo haberescrito que las estructuras no bajan a la calle, porque sihay algo que demuestran los acontecimientos de mayo esprecisamente que las estructuras bajan a la calle. Elhecho de que se escriba en el lugar mismo en el que seoperó esta bajada no prueba otra cosa sino que,simplemente, lo que muy a menudo es, incluso las másde las veces, interno a lo que se llama el acto, es que sedesconoce a sí mismo.

    J. Wahl: Sólo nos queda agradecer a Michel Foucault quehaya venido, que nos haya hablado, que haya escritoprimero su conferencia, que haya respondido a nuestras

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    preguntas, que además han sido todas interesantes.Agradezco también a los que han intervenido y a losoyentes. «¿Quién escucha, quién habla?»: podríamoscontestar «en casa» a esta pregunta.

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