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RAUL ZELIK VENEZUELA MÁS ALLÁ DE CHÁVEZ Crónicas sobre el «Proceso Bolivariano» colección crónica

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RAUL ZELIK

VENEZUELA MÁS ALLÁ DE CHÁVEZ

Crónicas sobre el «Proceso Bolivariano»

colección crónica

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El presente libro es el resultado de una estancia de seis meses en Vene-zuela, dentro de un proyecto financiado en el año 2003 por la Kulturs-tiftung des Bundes y el Caracas Urban Think Tank. Bajo el lema «Lacultura de la ciudad informal», 16 arquitectos, urbanistas y artistas de 13países fueron invitados a Caracas para reflexionar acerca del desarrollode esta capital sudamericana de 5 millones de habitantes.

Título original:Raul Zelik/Sabine Bitter/Helmut WeberMade in VenezuelaNotizien zur »bolivarianischen Revolution«Assoziation A, Berlín/Hamburgo/Gotinga, marzo de 2004

Traducción del alemán:Raul Zelik/Virus editorial

Maquetación: Virus editorial

Cubierta: Xavi Sellés

Fotgrafía de la cubierta: Sabine Bitter y Helmut Weber

Primera edición en castellano: octubre de 2004

Copyright © Raul ZelikCopyright © de la presente edición:

Lallevir, S.L./VIRUS editorialC/Aurora, 23, baixos08001 BarcelonaT./fax: 93 441 38 14C/e.: [email protected]: www.viruseditorial.netwww.altediciones.com

Impreso en:Imprenta LunaMuelle de la Merced, 3, 2.º izq.48003 BilboT.: 94 416 75 18Fax: 94 415 32 98C/e: [email protected]

ISBN: 84-96044-49-1Depósito legal:

VENEZUELA MÁS ALLÁ DE CHÁVEZ

Crónicas sobre el «Proceso Bolivariano»

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A toda la familia Goikoetxea, particularmente aTeresa y Txus, a Kitxu, mi futuro compañero de

viajes, y, claro, a la gente de Caracas: panaFrancisco, sus padres, hermanos y sobrinos,Andrés “Catire” A., Juan, el amigo peruano,

Carol, Greg, Sofía, Blanca, la camarada DoñaMaría, Arturo, los comités de tierra y todos

aquellos que siguen alcanzando las estrellas.

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Breve historia de Venezuela

Antes de la conquista por los españoles, en Venezuela(a diferencia de México o de la región de los Andes) nohabía habido ningún reino precolombino. Coexistíannumerosas culturas indígenas diferentes.

1498: en su tercer viaje a América Cristóbal Colón fuea parar a la costa venezolana. Debido a las pequeñas cons-trucciones sobre postes de madera en el golfo de Coqui-vacoa, los españoles denominaron al país “la pequeñaVenecia”: Venezuela.

Época colonial: dentro del imperio colonial español elpaís no tuvo ninguna relevancia económica, razón por lacual —a diferencia de México, Colombia (Nueva Granada) yPerú— nunca llegó a adquirir el estatus de virreinato. Dece-nas de miles de africanos serían acarreados a Venezuelapara trabajar como esclavos en las plantaciones de caña deazúcar y de cacao. (La influencia afrovenezolana en la cultu-ra continúa siendo muy grande hasta nuestros días.)

1560-1570: los indígenas teques y los caracas mantu-vieron una resistencia tenaz, bajo la dirección del caciqueGuaicaipuro, contra la conquista española, especialmen-te en la región de la actual Caracas. (En el año 2001, elnuevo gobierno hizo trasladar los restos de Guaicaipuro,en un acto simbólico, al Panteón Nacional, a fin de hono-rar oficialmente la resistencia indígena como parte de lahistoria de Venezuela.)

1810-1830: hacia mediados del siglo XVIII crecieronlas desavenencias entre España y los criollos, los blancosnacidos en Sudamérica. En 1810, parte de las clases domi-nantes venezolanas aprovecharon la ocupación de Españapor tropas francesas para declarar la independencia deVenezuela. El criollo Simón Bolívar lideró en los años pos-teriores toda una serie de guerras contra las tropas colo-niales, hasta que en 1825 toda Sudamérica se deshizo delyugo español. Bolívar, un republicano progresista, defen-sor de la abolición de la esclavitud y de otras reformas

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la población vive en el campo. Las estructuras económi-cas están organizadas casi exclusivamente en torno a laexplotación petrolera. Con una cuota de extracción deaproximadamente 3,4 millones de barriles diarios, Vene-zuela es el quinto productor de petróleo del mundo.

Los años 1935-48 son denominados con frecuencialos años de “transición”. Son desmanteladas las estructu-ras dictatoriales del régimen de Gómez. En 1941 es fun-dado el partido socialdemócrata Acción Democrática(AD), cuyo candidato, el escritor Rómulo Gallegos, gana-ría las elecciones en 1948.

A finales de 1948, una junta militar derroca al presi-dente elegido. Marcos Pérez Jiménez, un militar de posepopulista, acaba por apartar del poder a sus acólitos y sehace en 1952 con la jefatura del Estado.

1958: pasarán diez años antes de que un movimientopopular y guerrillero, apoyado fundamentalmente por elPartido Comunista y por AD, consiga expulsar al dictadordel poder. El impulso democrático, sin embargo, no duramucho tiempo.

Con el pacto de «Punto fijo», Acción Democrática y lacristianodemócrata COPEI acuerdan repartirse el poderdurante los próximos decenios. Como consecuencia deello, diferentes grupos comunistas retoman la luchaarmada. La guerrilla venezolana figura entre las másimportantes del continente en los años sesenta, peroacaba por sufrir una serie de derrotas estratégicas. Bajo elgobierno del cristianodemócrata Rafael Caldera (1969-1974) se llega a un acuerdo con la mayoría de grupos gue-rrilleros. Las organizaciones que no se legalizan sondiezmadas o quedan aisladas políticamente.

Venezuela saudita: Venezuela participa en la fundaciónde la OPEP junto con Irán, Irak, Arabia Saudí y Kuwait en1960. La disminución coordinada de la producción tieneun efecto positivo sobre el precio en el mercado mundial.En los años setenta, hacia las arcas estatales fluyen sumasinmensas de dinero que conducen a un sistema de «acumu-

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sociales, a pesar de las tremendas derrotas sufridas, consi-guió rehacer sus ejércitos siempre de nuevo, atrayendotambién para la causa anticolonial a las clases más desfavo-recidas. Con la independencia se formó primero la llama-da Gran Colombia, que Bolívar consideraba un primerpaso hacia una Latinoamérica unida. Sin embargo, losesfuerzos de Bolívar por la consecución de la unidad con-tinental y de una república progresista fracasaron ante losintereses de las elites criollas. En 1830 murió Bolívar,derrotado políticamente y aislado, en Santa Marta(Colombia). Con posterioridad, sería elevado a la catego-ría de héroe nacional en los países en los que habíanluchado ejércitos comandados por él: Venezuela, Perú,Colombia, Ecuador y Bolivia. Desde los años setenta hahabido un proceso acusado de apropiación de Bolívar porparte de la izquierda. En Colombia, Ecuador y Venezuelase formaron grupos guerrilleros que reivindicaron para síun Bolívar antiimperialista y anticolonial.

1830-1935: caudillismo. Durante un siglo, el devenirdel país estuvo marcado por las guerras civiles encabeza-das por líderes militares para hacerse con el poder. Estafase culmina con el dominio de Juan Vicente Gómez, quegobernaría el país de manera directa o a través de hom-bres de paja entre 1908 y 1935. Gómez representa hastael presente en Venezuela una forma muy característica dedominio personificado.

Desde 1914: boom petrolero. Una nueva era comien-za con los inicios de la explotación petrolera en 1914.Este país completamente marginado se transforma, gra-cias a la extracción de crudo, en el Estado con mayoresperspectivas de desarrollo de toda Latinoamérica. Entre1930 y 1975 se llevan a cabo en todo el país grandes pro-yectos que reflejan estas expectativas de modernización.Llegan emigrantes procedentes sobre todo de las IslasCanarias, las Azores, Madeira e Italia.

Con el boom petrolero se inicia una rápida urbaniza-ción de Venezuela. En la actualidad, sólo cerca del 10% de

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aplastar el levantamiento por medio de las armas. Mue-ren entre 1.000 y 1.500 personas. En algunos barrios lapoblación resiste durante dos semanas la intervención dela Guardia Nacional.

El nacimiento del “movimiento bolivariano”: trasel “Caracazo”, el sistema político de Venezuela se vieneabajo en los años noventa. Los partidos gubernamentalesAD y COPEI quedan totalmente desacreditados. Pero tam-bién el partido socialdemócrata de izquierdas MAS, surgi-do en 1971 de la desmovilización de una de las guerrillas,o grupos armados clandestinos como Bandera Roja pier-den representatividad. A partir de las asambleas vecina-les, redes alternativas de medios de comunicación,proyectos pedagógicos y grupos de base, grupúsculosizquierdistas y comités de derechos humanos surge unanueva oposición desde abajo, que con el tiempo acabarápor identificarse como “movimiento bolivariano”.

1992, intentos de alzamiento o de cambio de régi-men: también dentro del Ejército se deja sentir el des-contento. Hace años que en el Ejército hay movimientosconspirativos de pequeños grupos de suboficiales pro-gresistas o, como mínimo, opuestos al régimen. En febre-ro y noviembre de 1992 se producen dos alzamientos,apoyados —al menos en parte— por organizacionesbarriales de izquierdas y que gozan de una considerablesimpatía entre la población. El líder del intento de alza-miento de febrero de 1992 se llama Hugo Chávez Frías.Cuando se hace evidente que la rebelión ha fracasado,Chávez negocia una entrega pacífica de las armas. Seentrega a la justicia y realiza un breve alocución en la tele-visión que lo convierte en un símbolo de la resistencia.

1993: la dirección de Acción Democrática hace caer aCarlos Andrés Pérez. El político demócratacristianoAndrés Caldera, que había sido presidente de 1969 a1974, abandona su partido, COPEI, y se presenta con unacoalición que intenta distanciarse de los dos partidos tra-dicionales. En la coalición participan también políticos

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lación de capital dentro del Estado», en palabras del ex vice-ministro de Planificación Roland Denis.

Bajo el gobierno de AD de Carlos Andrés Pérez(1974-1979) el modelo populista alcanza su cenit: mien-tras que las elites sacan tajada de las arcas estatales y elpresidente distrae miles de millones, la población (conderecho a voto) es aplacada con alimentos subvenciona-dos y pequeños “favores” (regalo de materiales de cons-trucción, terrenos, empleos...). La pertenencia a uno delos dos partidos que se alternan en el gobierno se con-vierte en mucho sitios en la condición para poder benefi-ciarse de los programas estatales de vivienda. El gobiernoinsufla en la población la esperanza de que es posiblealcanzar la integración en el “Primer Mundo”. En el sur deVenezuela se edifica la central hidroeléctrica entoncesmás grande del mundo. En todo el país se construyenautopistas y se hace crecer de la nada una industria delaluminio. Bajo la presión de la población y de la izquier-da, en 1976 es nacionalizada la industria petrolera.

Los años ochenta: vuelve a bajar el precio del petróleoy, la deuda pública alcanza niveles inéditos. La corrupcióny la falta de estrategias productivas (la otrora Venezuelaagrícola importa a finales del milenio cerca del 60% de losalimentos que consume) hacen aflorar, finalmente, la cri-sis. Con la esperanza puesta en una repetición de los dora-dos años setenta, los venezolanos eligen a Carlos AndrésPérez, en 1989, por segunda vez, como presidente. Pero elgobierno de AD se somete a los programas de austeridaddiseñados por el Fondo Monetario Internacional. Se elimi-nan las subvenciones alimenticias y sube el precio de lostransportes.

1989, el “Caracazo”: la desviación de la crisis hacialos sectores más populares conduce el 27 de febrero de1989, tras una subida de los precios de los transportespúblicos, a un levantamiento espontáneo de las barria-das. En varias ciudades venezolanas se producen saqueosque se prolongan durante días. El gobierno de Pérez hace

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aprobación de la nueva Constitución, el gobierno de Chá-vez parece ganar puntos sólo por lo que se refiere a supolítica exterior. Aumenta la distancia respecto a EEUU,Venezuela contribuye de manera muy importante a lareconstrucción de la OPEP, en el conflicto colombianoChávez apuesta por una solución política (resistiéndoseal Plan Colombia y a la presión estadounidense). Además,el nuevo gobierno intensifica las relaciones con Cuba. Sinembargo, apenas se ponen en marcha transformacioneseconómicas o sociales.

No es hasta el año 2001 que se realizan las reformas enel sector agrario y en la educación que han de contribuir amejorar la situación de las clases desfavorecidas. Comoreacción a estas reformas se forma una amplia coaliciónopositora, encabezada sobre todo por los medios decomunicación privados, en la que convergen también lacentral sindical CTV, controlada por AD, la organizaciónpatronal FEDECAMARAS, una serie de oficiales de altagraduación así como sectores del MAS y Bandera Roja, loque contribuye a aumentar la confusión en el exterior. Enel año 2002 se producen numerosas manifestacionesmasivas y dos intentos de derrocar al gobierno.

Abril de 2002: cuando el gobierno intenta interveniren el consorcio petrolero estatal Petróleos de VenezuelaS.A. (PDVSA), el verdadero centro del poder del país, laoposición organiza un golpe de Estado, bajo el amparode Washington, que fracasa gracias a las movilizacionesde los sectores populares y a la falta de apoyo dentro delEjército.

Desde el fracaso del golpe de Estado se inicia un proce-so autoorganizativo desde abajo, por parte de pequeñasorganizaciones campesinas, sindicatos de base y organiza-ciones barriales, que —no sin conflictos— se alimenta yalimenta, a su vez, las reformas iniciadas por el gobierno.

En diciembre de 2002, la oposición intenta de nuevoderrocar a Chávez, esta vez recurriendo al lock outempresarial y a una huelga de la industria petrolera, que

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del MAS. Sin embargo, el gobierno Caldera continúa conlas políticas de ahorro neoliberales.

1998: tras su salida de la cárcel, en 1994, Chávezcomienza a construir un movimiento político propio lla-mado Movimiento Quinta República (MVR) que acaba porpresentarse a las elecciones, a pesar de las amplias resis-tencias por parte de la base. En 1998, de manera total-mente inesperada, la coalición formada por el MVR, elpartido formado por sindicalistas de izquierdas PatriaPara Todos (PPT), el Partido Comunista de Venezuela y elMAS gana las elecciones presidenciales. Chávez recibe el56,5% de los votos.

1999, la «Revolución Bolivariana»: los esfuerzos delnuevo gobierno se concentran de entrada en erigir unnuevo orden político. La aprobación de una nueva Cons-titución se torna una de las prioridades a abordar deinmediato, lo que recibe un amplio apoyo de los movi-mientos de base y de la población en general. La Consti-tución aprobada en 1999 fue el fruto de una ampliadiscusión y fue sometida a referéndum. Los partidariosdel gobierno destacan que en la nueva Constitución se dacabida a principios políticos antineoliberales, a la auto-nomía de las comunidades indígenas y de color, así comoal reconocimiento del trabajo doméstico como actividadproductora de plusvalía.

La Constitución define Venezuela como una «democra-cia participativa y protagónica»; es decir, que pretendeampliar las posibilidades de participación y de acción paracomunidades, iniciativas de base y ciudadanos en general.

La “Revolución Bolivariana” toma como referentes polí-ticos, además de a Bolívar, a su maestro, Simón Rodríguez(1769-1854), autor de varios escritos sobre pedagogía enlas sociedades postcoloniales, y al general de la guerra civilEzequiel Zamora (1817-1860), bajo cuyo gobierno se reali-zó por primera vez una reforma agraria en Venezuela.

Después de 2001, polarización de la sociedad: lasreformas siguen limitadas a la esfera política. Aparte de la

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Delante del televisor en Caracas

Mediodía del domingo, Aló Presidente. De fondo, lahidroeléctrica de Guri: masas de agua que se precipitanpor las turbinas, nubes de gotas arremolinadas, promesade modernización. Delante: el presidente. Un rostroancho, oscuro. Los presidentes suelen ser blancos aquí.Comienza su show-programa-telenovela con una actua-ción musical. El grupo Madera canta Uhh, ahh, Chávez nose va. Salsa-hip hop. Un videoclip: millones de personasllenando la calle, gente de fiesta en los barrios, Chávez enpersona y como muñeco. La bandera nacional, un raperoy varias veces el Che: en banderas, camisetas, paredes.Después de la canción, Chávez hace que se le acerquendos miembros de Madera. Sigue cantando un poco. Char-la con los músicos. Muestra el CD del grupo a la cámarade televisión, lee los títulos de las canciones. La estructu-ra recuerda un late night show: un grupo musical, invita-dos, monólogos y al lado de Chávez, como asistente delpresentador del programa, la ministra de ComunicaciónNora Uribe. Callada, discreta, sin sentido de la ironía;cuatro meses después será reemplazada. La función delasistente: romper los monólogos, asistir al presentador,pasarle informaciones cuando las necesite.

Uno de los músicos también lleva una camiseta con lacara del Che. Chávez lo destaca. Al presidente le gustacultivar el espíritu revolucionario. Cita frases de FidelCastro, dice «este proceso». Los tres bromean un poco,hablan sobre proyectos musicales. Y luego un gesto queme parece una excentricidad, pero que aquí no resultatan insólito, como me comentarán luego. Chávez echaagua de su vaso sobre el CD y lo bendice: «En el nombredel padre, del hijo y del espíritu santo», dice sonriendo.No sé hasta qué punto se toma en serio a sí mismo enese momento, pero los músicos se santiguan. Otra vezrepite el título del disco y de las canciones. Eso tambiénsuele ser así en los shows televisivos: el público debe

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provoca pérdidas de ingresos por valor de cinco a sietemil millones de dólares.

2003: también este intento de derrocamiento falla. Elgobierno se hace en enero con el control de la produc-ción petrolera e inicia una profunda reestructuración dePDVSA.

2004: la oposición intenta jugar la carta del plebiscitopopular para acabar con Chávez. Consigue recoger 2,4millones de firmas, proceso no exento de conflictos, paraconvocar un referéndum revocatorio, figura recogida enla por la oposición denostada Constitución Bolivariana afin de permitir destituir al presidente a mitad de su man-dato. El 15 de agosto, con una participación que ronda el80% y con cerca de diez millones de votantes, Chávez seve confirmado en el cargo con el 59% de los votos, lo quele asegura la presidencia hasta el año 2006.

La oposición sigue sin darse por satisfecha y acusaahora a Chávez de «fraude gigantesco», a pesar de lasupervisión del plebiscito por parte de observadoresinternacionales “independientes” de la Fundación Cartery de la OEA. El conflicto prosigue, por lo tanto.

Todo parece girar en torno a la figura del presidente,pero el proceso social en marcha en el país no se puedereducir a este aspecto. Los movimientos surgidos al calorde este proceso no desaparecerían simplemente de la fazde la Tierra, si la oposición consiguiera acabar con elgobierno de Chávez por medio de unas elecciones o de laviolencia. Es de este proceso de apropiación desde abajode lo que se ocupa el presente libro.

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lada de la tensión, provocar confusión y hacer circularinformaciones falsas, desmoralizar y ahondar en las con-tradicciones. Aun así, suena extraño cuando el presidentehabla de la «conspiración»... a teoría conspirativa, pues...

Otro videoclip: propaganda del Ejército. Soldados quepresentan sus armas, el locutor destaca la importanciadel entrenamiento militar, cada una de las diferentesramas de las Fuerzas Armadas tiene su espacio. Militaris-mo sin disimulos. «El Ejército: garante de la soberanía».Pero también esto habría que matizarlo: al fin y al cabo setrata de un ejército del que nació una rebelión social,porque muchos de sus oficiales se negaron a seguir dispa-rando contra el pueblo. Un ejército en cuyas filas sehabla, como en el Portugal de la Revolución de los Clave-les en 1975, de una «alianza cívico-militar».

El presidente regresa a la pantalla. Es la hora de las lla-madas telefónicas. Doña Lisa está al otro lado del hilotelefónico. Chávez pregunta por la familia, el trabajo, losvecinos, la escuela de los hijos. Doña Lisa hace sugeren-cias, elogia y luego pide un favor. El presidente prometedarle instrucciones al ministro responsable del asunto.Línea de atención al ciudadano, apoyo anímico de carác-ter político. Supuestamente, la “Revolución Bolivariana”busca promover el autogobierno y la responsabilidadpopular, «una sociedad solidaria y participativa», pero elpaternalismo no se supera tan rápidamente: el presiden-te y el Estado se ocupan de todo.

Cuatro, cinco llamadas. Luego el presidente vuelve acantar. Le han regalado una pequeña figura de una garza.Chávez pregunta si el público conoce la canción La garzablanca. La cámara enfoca las filas de los espectadores sen-tados delante del presidente. Algunos asienten con la cabe-za. Dice que cantó hace poco con Castro, pero que elcubano tenía una voz terrible. El presidente da las graciaspor la estatua que le han regalado y entona la canción. Nosólo un par de estrofas, la canta hasta el final. Despuésnarra la historia de la garza blanca. De los Llanos, de donde

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acordarse de lo que se ha dicho. Chávez ya puede cam-biar ahora de tema.

Habla sobre la central hidroeléctrica que se ve defondo, sobre la reanudación de los trabajos de construc-ción y la necesidad de ahorrar agua. Hace tres años que nollueve suficiente en Venezuela. El nivel del embalse queprovee de agua a Caracas está veintitrés metros por debajode lo normal; hay un racionamiento estricto. El presidenteelogia la región desde donde se transmite esta emisión deAló Presidente, en el sur de Venezuela, tocando a la fronte-ra brasileña. Hace propaganda del programa de retornocon el que el gobierno trata de frenar la urbanización delpaís y de promover el asentamiento de pequeños campesi-nos en las zonas menos pobladas. «Vengan acá. Hay tierra,hay agua. Aquí, uno puede construirse su futuro. Les dare-mos títulos y créditos». El sonido falla varias veces, poralgunos segundos. Se hace patente que el Canal 8, la tele-visión estatal, carece de recursos; es la emisora menosprofesional y, por tanto, también una expresión de lasrelaciones reales de poder en el país. El viento barre lospapeles de la mesa. El presidente los recoge con una son-risa, dice: «¡Qué brisa! ¡Qué brisa sabrosa!» Levanta susbrazos, a modo de confirmación, habla despacio, repite lodicho. Muestra optimismo y combatividad.

Intercalan un clip de cinco minutos sobre la centralhidroeléctrica: esta vez la promesa de modernización esexplícita. Chávez habla de la crisis. De los intentos de des-estabilización, los actos de sabotajes y los atentados.Habla con un tono florido y apasionado, sin ocultar suira. Uno sabe que en el fondo tiene razón. En los lugaresde los atentados de hace una semana contra los consula-dos de España y Colombia se han dejado comunicadosfalsos de organizaciones comunitarias de izquierdas; enel occidente de Venezuela grupos paramilitares desesta-bilizan la frontera y realizan atentados contra represen-tantes de los sin tierra; cada semana hay nuevos rumoresde golpe de Estado. A la ultraderecha le interesa una esca-

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nantes. El gobierno de Allende empieza a tocar las rela-ciones de poder: nacionalización de las minas de cobre,profundización de la reforma agraria, reestructuracióndel poder político. La oposición se moviliza: los empresa-rios organizan paros patronales, la prensa burguesa hablade la amenaza comunista, las capas medias se manifiestan«contra la amenaza marxista». El país cae en una profundacrisis económica, las malas noticias son el pan de cadadía, el gobierno ya no puede llevar su programa a la prác-tica. Queda demostrada la gran diferencia entre el con-trol del gobierno y el poder real.

En 1973, el asunto se presentaba diferente de lo quepuede parecer al hacer un análisis retrospectivo. Menosclaro (y en este sentido similar al conflicto venezolano). Noparecía que asistierámos a una lucha entre «demócratas» yla “derecha dictadora”, sino a una “amenaza marxista con-tra la oposición burguesa” o incluso “ciudadana”. Fueronmuchos los chilenos que recibieron la noticia del golpe deEstado con alegría. Por fin, alguien actuaba contra el caos,restituía el orden y ponía fin a la terrible guerra de clases.Una de las primeras medidas del régimen de Pinochet con-sistió en la ilegalización de escritos y organizaciones quehablaran de la existencia de conflictos de clase.

Hoy día, se sabe que Chile fue sólo el comienzo. Tras laeliminación de la intelectualidad keynesiana y marxistasudamericana, el neoliberalismo podía empezar su paseotriunfal por el mundo, partiendo de la periferia del ConoSur. Mientras que, por un lado, recortaba los gastos socia-les y privatizaba las industrias claves —porque al Estado«no se le ha perdido nada en la economía»—, por el otro,el gobierno de Pinochet socializaba las deudas de labanca chilena en dos ocasiones. Los presupuestos para laPolicía y el Ejército son incrementados. A fin de mejorarel clima de inversión y eliminar los obstáculos para la acu-mulación de capital, el gobierno golpista se dedicó aliquidar todo rastro de cultura obrera de solidaridad yconciencia política. Seis años después, Thatcher siguió la

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proceden —según dice— tantas canciones venezolanas. Seacuerda de una segunda canción. También la entona. Seríe, la gente ríe con él. Explica los próximos proyectos delgobierno. Abre su agenda y menciona los compromisosmás importantes. La política es rebajada de la esfera de lohercúleo a lo casi ridículo. Pienso: mucho más banal de loque me imaginaba. El presidente menciona algunas fechasseñaladas de la semana siguiente, momentos de la historiaque se deben recordar. Fija objetivos de su política, repitela cuota petrolera que se quiere volver a alcanzar hastafinales de mes. De diciembre de 2002 a febrero de 2003, laoposición paró la industria petrolera y llevó así al país alborde del abismo. Chávez vuelve a bromear con su minis-tra de Comunicación. Y llega así el tiempo para una nuevaactuación musical.

En el avión: Allende

Durante el vuelo, me acuerdo de Chile. En 1973 teníacinco años, pero el año, no obstante, supuso un hito paramí. La historia es de sobra conocida: el 11 de septiembre,militares apoyados por Washington derrocan el gobiernosocialista de Salvador Allende. La dictadura acaba con laintelectualidad crítica chilena, los movimientos juvenilesy los sindicatos. Imágenes, canciones, textos: la cara delos presos ante los cañones de los fusiles, las fotos delPalacio de la Moneda bombardeado, los discos de Inti-Illi-mani. Cuando tenía once años, alguien me regaló un frag-mento impreso del Canto General de Neruda. Lo coloquéen mi cuarto encima de la cama. Al cumplir los doce, paramí ya era algo que sabía que no debía olvidar.

En el Chile de 1973 no tiene lugar un simple golpe deEstado, sino que arranca una operación de alcance glo-bal. Existe la esperanza o la amenaza —eso depende delpunto de vista— de que el parlamentarismo sea algo másque una maquinaria de legitimación de las clases domi-

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Durante horas, el Teide de Tenerife aparece como el puntode tierra firme más cercano en la pantalla. Sobre el mar haymenos accidentes que sobre la tierra y, con todo, la idea deestar a 2.000 o 3.000 kilómetros del próximo aeropuertosiempre me produce temor. Atravesamos una zona de tur-bulencias y me pregunto si las sacudidas son más fuertesde lo normal. No obstante, por primera vez siento algo asícomo satisfacción al ver la indicación de distancia en lapantalla: Flying Dutchman, programa para los clienteshabituales de KLM. Cada milla me reporta un punto a micuenta. Cuando alcance los 25.000 puntos, me regalaránun vuelo europeo. Mejor hubiera sido comprar un billetehasta Chile de una vez. 3.500 puntos más, por lo menos.

El taxista

El aeropuerto: más degradado de lo que lo recordaba. Lacola ante el control de pasaportes es larga y caótica.Vengo a pasar siete meses en Venezuela y a participar enun proyecto sobre urbanismo, arte y arquitectura.

En la terminal me topo con Sabine y Helmut. Trabajanen un ámbito intermedio entre el urbanismo crítico, elarte y los nuevos medios de comunicación. Son austria-cos, defensores de la construcción de viviendas sociales.Mis aliados durante los meses que vienen. Como compro-baré con el paso de los días.

Tomamos un taxi hacia el centro. Es bueno no llegarsólo. El taxi parece un frigorífico grande y negro; aireacondicionado. No nos hemos movido ni 500 metros,cuando el chofer me dirige la palabra. Me pregunta quépienso del «proceso». Contesto con reserva: «Hay que for-marse primero una opinión». Pero el taxista prosigue conel tema. Dice que con el gobierno de Chávez, por primeravez en la historia la democracia, la soberanía y la justiciasocial son tomadas en serio. Traduzco para Sabine y Hel-mut. La carretera sube serpenteando hacia Caracas: 1.000

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senda de Pinochet; y, al poco tiempo, hizo su apariciónReagan en los EEUU.

Reflexiono sobre todo esto en el avión. Aquel septiem-bre de 1973 puede influir de maneras muy distintas sobrela vida de uno. Y me pregunto, si aquello que me esperaen Caracas tiene algo que ver con Chile. «Apenas si tienennada en común», le dije a Carol, una amiga venezolana,cuando estuvo en Berlín en diciembre de 2002. Chávez yAllende, la reestructuración de la industria petrolera y lavía democrática al socialismo. «¿Por qué no?», me contes-tó. «¿Por qué no tienen nada en común?... Exactamenteése es nuestro objetivo... La vía democrática al socialis-mo». Me encogí de hombros. Carol tiene una cierta debili-dad simpática por las exageraciones. Un carácter bastanteeufórico. Pero cuanto más se fija uno, más semejanzasdescubre. Nos encontramos con la lucha por la renacio-nalización de los ingresos petroleros en Venezuela y lanacionalización de las minas de cobre en Chile; con larevuelta de las clases medias y altas venezolanas tras eldespido de la antigua dirección de la empresa estatalPetróleos de Venezuela S.A. y el paro de los transportistascontra el gobierno socialista de Allende en Chile. EnVenezuela, en abril de 2002, tiene lugar un intento degolpe de Estado apoyado por los EEUU y España; mien-tras que en el derrocamiento del gobierno chileno, en1973, los Estados y multinacionales occidentales tuvieronigualmente un papel clave. Y, finalmente, incluso hay unpersonaje particular —seguramente no mucho más queun símbolo, pero tampoco insignificante—: Charles Sha-piro, diplomático estadounidense. Antes del golpe deEstado de 1973 pertenecía al cuerpo diplomático enChile, a mediados de los años ochenta se encuentra enmisión especial en Centroamérica y en marzo del 2002,poco antes del intento de golpe de Estado en Venezuela,es nombrado embajador norteamericano en Caracas.

Sobrevolamos el mar. Los celajes son inquietantementeoscuros y se encuentran demasiado altos. 11.000 metros.

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Chacao, este de Caracas

Los primeros días: gated community, comunidades valla-das. Los bloques de viviendas de diez pisos proyectan lar-gas sombras, bajo los mangos reina una calma absoluta.Chicharras: un chirrido largo y penetrante. La sensaciónde haber llegado realmente al trópico. En el MagdalenaMedio, bien adentro de la serranía colombiana de SanLucas, una vez un chamo cogió uno de estos animales rui-dosos de una mata y me lo puso en la palma de la mano.Cuando la chicharra se puso a cantar, la solté asustado.Cuando chirría, todo el bicho se pone a vibrar.

Bajo por la avenida Andrés Bello. Ambiente normal enla calle: mujeres en pantalones ceñidos, los hombres concamisas de manga corta, familias sentadas en la terrazadel Café St. Honoré comiendo alguna minucia. Un tipocon un walkman pasa haciendo jogging.

Normal: lo que a uno le parece normal como centroeu-ropeo. Después del paro de tres meses —que en realidadfue más bien un lock-out organizado por los propietariosy las direcciones de las empresas—, los centros comercia-les, cafeterías y McDonald’s vuelven a abrir de nuevo suspuertas. Uno puede cuidar su línea en el centro de fitnessFlorida, del garage de la Residencia St. Moritz salen losToyota Corola, los todoterreno Cherokee y las camionetasChevrolet, ya no hay que hacer cola en las gasolineras.

Normal: un vigilante custodia la farmacia “Farmatodo”que tiene sucursales en toda la ciudad, un vigilante de par-king ha tomado posición al lado del Café St. Honoré, lapolicía municipal de Chacao patrulla por las calles. Llego ala avenida Luis Roche. El tráfico es denso, hora punta. Noresulta fácil atravesar la calle. Al otro lado, los bloques deviviendas ceden su lugar a quintas, villas y chalets sobrecuyo aspecto se puede decir más bien poco desde la calle.Muros de tres o cuatro metros de altura, alambradas,focos dirigidos hacia la calle. Un tipo de urbanismo en sin-tonía con la naturaleza: enfrente de una casa hay un árbol,

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metros de diferencia de altura desde la playa caribeñahasta el pie del Ávila, el monte que se eleva 2.600 metrosjunto a la ciudad de Caracas; tres cuartos de hora encarro. Los cerros están resecos, la zona parece semidesér-tica. Después de quince minutos comienzan las estriba-ciones de Caracas. Casas de ladrillo sin revoque, barriosque se agarran a los cerros, pequeñas plantaciones deplátanos. Preguntamos al taxista por qué entonces haytantas manifestaciones antigubernamentales. Si el gobier-no, cómo él dice, defiende la democracia y la justicia.«Cada proceso de transformación», responde, «generasus enemigos. La gente que tenía su puesto bien remune-rado no quiere perder sus privilegios».

Pasamos un alto. El carro rueda por la autopista aleste, hacia Chacao, el municipio donde nos debemosestablecer, según nos han aconsejado los responsables denuestro proyecto. El resto de la ciudad sería demasiadopeligroso. La autopista es como una línea de demarca-ción: al norte están las zonas residenciales y los centroscomerciales, al sur los barrios en los que todos tienenque ser expertos: arquitectos, urbanistas, oficinas deempleo; todos los días en busca de una fuente de ingreso.«Estuve varias veces en Europa, pero mi casa es Venezue-la». El taxista nació en el sur de Italia y emigró con suspadres siendo todavía un niño. «Aquí hay inmigrantes detodas partes. De todos los países, con todos los coloresde piel». El sol penetra a través de la ventana trasera, esúltima hora de la tarde.

Cuando le digo al taxista donde vamos a quedarnos,«plaza Francia», él responde con una mueca compasiva:«Pues entonces tendrán a la canalla justo enfrente decasa... Pero bueno, esta gente ya no mueve mucho».

“Esta gente”: la oposición, clase media alta, los prota-gonistas de CNN.

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«Así por lo menos puedo hacer como si...»Como si no formara parte de esta zona residencial.Greg es periodista. Su padre es alemán, su madre

viene de los EEUU. Me gusta como escribe y habla Greg.Con prudencia. Me gustaría ser más prudente también.En abril de 2002 fue de los primeros que informó sobre elgolpe de Estado; ya incluso antes del golpe. En realidad,le gustaría trabajar de sociólogo, pero no hay trabajo. Asíque vive como amo de casa y periodista; trabaja para laNew Left Review, el Z-Magazine y la WOZ suiza. Despertara Sofía, su hija de cuatro años, preparar el desayuno, lle-var a la niña al kinder, sentarse luego a trabajar en elescritorio. Carol, su compañera, mientras tanto, se encar-ga de los ingresos familiares. Trabaja para el ConsejoNacional de Derechos del Niño y del Adolescente, unainstitución semiestatal.

Me echo en la cama. La brisa de la tarde me acaricia lapiel. Caracas tiene un clima increíble. De día puede hacerun calor tremendo, sobre todo cuando no corre el viento.Pero por la mañana y la noche casi siempre se siente unabrisa fresca y suave. Uno se cobija sólo bajo una sábana yse siente como en la playa. Delante de la ventana, inclusoen la misma ciudad, se escuchan los pájaros. Es decir, lospájaros, las bocinas y las alarmas. En los alrededoressiempre hay algún carro sonando, porque alguien se leacercó demasiado o porque la alarma simplemente estáaveriada.

Una ciudad sensual. Doce meses de verano que sesienten en la piel. Es como si alguien te acariciara.

Altamira, municipio de Chacao, plaza Francia

«Paro»: hace un mes los comercios en esta parte de la ciudadtodavía estaban cerrados. Aquí donde viven los directivos ylos empresarios la gente se alzó contra la reestructuraciónde la empresa petrolera estatal PDVSA. Ahora el paro, el

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creo que es una ceiba. Unos cincuenta centímetros laseparan del muro de la casa. Teóricamente, uno podríasubir por el tronco y saltar el muro. Al parecer, los cons-tructores no quisieron modificar el recorrido de la paredni cortar el árbol, por lo que se limitaron a hacer conti-nuar el alambre de espino del muro por el árbol, pasándo-lo como una espiral alrededor del tronco. Así se concilia laprotección de la propiedad con la del medio ambiente.

Unos cientos de metros más arriba —la silueta oscuradel Ávila, la montaña de referencia de Caracas, se perfilaen el horizonte— se encuentra la quinta de un conocidoarquitecto venezolano que nos ha invitado esta noche. Élmismo diseñó la casa: una construcción alta y posmoder-na con un jardín grande en el que confluyen la zona verdey un bar cubierto. Una entrada abierta que se alza dospisos, una amplia cocina alargada, que recuerda una capi-lla, un estudio con grandes ventanales hacia los cuatropuntos cardinales que apenas se distingue desde abajo. Yalrededor del edificio y de su terreno, también un muroque rebaja el diseño arquitectónico de la fachada al nivelde un detalle insignificante.

Hace calor. Bebemos vino de importación, whisky deimportación y cerveza nacional, helada. Ambiente extra-ño. Marijetica, una artista eslovena y becaria también denuestro proyecto, afirma que en el futuro las ciudadesconsistirán en gated communities, las zonas residencia-les valladas de los privilegiados, y en ranchos.

Apenas si podría ser más absurdo: cuestionar el encie-rro, a la vez, que se integra como algo natural en la propiavida cotidiana.

Greg, Carol y Sofía

Me he instalado en el cuarto de la doméstica, en casa deunos amigos. Greg me ha preguntado si me siento incó-modo en la pieza, «es tan pequeña». Niego con la cabeza.

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pequeño parque en pendiente hacia el norte. En la partesuperior se levanta un obelisco de unos quince metros; laoposición ha colgado en él largos pendones con los colo-res nacionales. Abajo, justamente en el punto de conver-gencia de la plaza, ha sido emplazada una tarima con unaestatua de la virgen María. A la derecha, un marcador digi-tal: 3.055 horas, 45 minutos, 18 segundos de resistencia.Pequeñas carpas y mesas alrededor de la plaza. Aquí esdonde la autodenominada «sociedad civil» ha montado sucentro de resistencia contra el gobierno: militares «insti-tucionales», grupos de mujeres, asociaciones de maestros,el partido socialdemócrata Acción Democrática, quedominó los destinos del país durante décadas junto consu central sindical la Confederación de Trabajadores Vene-zolanos (CTV). Carlos Ortega, jefe de la CTV, se ha refugia-do en la embajada de Costa Rica esta mañana. Pocodespués le concederán asilo político y saldrá del país.

Me paro frente a la tarima para escuchar un discurso.Una tibia noche tropical. Al lado de la virgen María, un ofi-cial insurrecto de las Fuerzas Aéreas, vestido de uniforme,menciona un supuesto documento gubernamental: «Tene-mos que ejercer nuestra influencia sobre los maestros por-que la indoctrinación durante la niñez es la más eficaz»; y:«más difícil es el asunto en las universidades porque losestudiantes piensan ya con demasiada autonomía». La falsi-ficación es tan burda que quisiera reír. Pero la gente reuni-da en la plaza —amas de casas, ingenieros petroleros,directivos y militares— no se ríe. Están completamenteconvencidos de vivir en una dictadura «castro-comunista»o, por lo menos, de estar abocados a ella.

Delante de una carpa me pongo a conversar con unapersona que resulta ser ingeniero. Le pregunto qué quie-re la gente en la plaza. Le digo que vengo del extranjero yque no entiendo muy bien lo que pasa. El hombre memira con desconfianza, pero al final se decide a explicár-melo: que el sistema político se habría venido abajo hacesiete u ocho años, que todo el mundo habría perdido la

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levantamiento de las clases medias y de los directivos hapasado. Pero el estado de guerra imaginado sigue vigente.Un ambiente tenso, casi psicótico. Una mezcla de frustra-ción, ira, miedo y desprecio. La asamblea de propietarios denuestro edificio ha aprobado un plan de emergencia: vigi-lancia permanente, instalación de un botiquín de medici-nas, cierre de las puertas de acceso las veinticuatro horas deldía. Greg cuenta que la mayoría de nuestros vecinos se hanaprovisionado de armas. Quieren protegerse contra los “Cír-culos Bolivarianos”, los comités de apoyo al gobierno de losque se habla tanto en los media, pero con los que me toparéuna sola vez en seis meses de estancia en el país. Creo quelos motivos verdaderos de este pánico son más difusos. Decarácter más bien fóbico. El temor a la pérdida de la posiciónconseguida, una ira que tiene que ver con el imaginariocreado del enemigo: esa masa de piel oscura e iletrada, quedice no necesitar más de las elites tradicionales. Miedo a losmillones de pobladores marginados de las barriadas queconstruyen sus habitáculos y accesos “como hormigas” alre-dedor de los céspedes inmaculados, aparcamientos y cen-tros comerciales de la “ciudad formal”. Ya una vez, durantela revuelta del hambre de febrero de 1989, recordada hastahoy como “el Caracazo”, los pobladores de los cerros baja-ron hasta el centro de la ciudad para darse satisfacción por símismos a las promesas de consumo incumplidas por el Esta-do. Se apropiaron de los frigoríficos, televisores, vídeos ymuebles que les habían sido prometidos. Carlos AndrésPérez, el otrora vicepresidente de la Internacional Socialista,declaró el estado de emergencia e hizo intervenir a la Policíay el Ejército, con un balance de entre 1.000 y 5.000 personasmuertas, para recuperar el control...

Fue el mismo año de la matanza de la plaza de Tianan-men, en Pekín; pero con la diferencia, ciertamente, deque en el caso venezolano nadie habló de matanza.

Deambulo por la plaza Francia donde la opositoraCoordinadora Democrática ha instalado sus carpas. Laplaza, ubicada a tres cuadras de mi casa, consta de un

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Me quedo desconcertado por un momento: de dóndehabrá sacado el ingeniero su historia de las fotos del Che.Llama la atención cuántas discusiones giran en Venezuelaalrededor de imágenes, símbolos y códigos, y no de conte-nidos: Castro, Cuba, fotos, militares en funciones guber-namentales.

Pregunto, con cuidado, si no tuvo que ver todo tam-bién con la cuestión del petróleo. En el extranjero sehabría hablado mucho acerca de la industria petrolera. Elingeniero responde con una mueca de rechazo. «No, tuvoque ver con la educación».

«¿Y qué pasó entonces en PDVSA?»Esto habría venido a sumarse a lo anterior más tarde. El

ingeniero mira su reloj. Parece que está harto de respon-der a mis preguntas. Asiento atentamente con la cabezapara motivarle a seguir. Añade algunas frases. Cuenta queChávez nombró a militares como directivos de las empre-sas estatales, tipos que no tenían la más mínima idea delnegocio. «¿Dónde se ha visto algo así?» Me enteraré, díasmás tarde, que Guaicaipuro Lameda —uno de los genera-les nombrados directivos de PDVSA por Chávez— tras serrevocado por el presidente se convertiría en un dirigentede la oposición. El ingeniero dice que todos los indiciosapuntan hacia la formación de un Estado autoritario.

«¿Como en Colombia?», le pregunto.«No, como en Cuba», responde y agrega que lamenta-

blemente ahora tiene que irse. Que puedo preguntar, sinembargo, a cualquiera en la plaza, que hay muchos acadé-micos que me podrían explicar la situación, que seríabueno escuchar otras versiones, sobre todo acerca de lasdetenciones. «El régimen caza a los líderes de la oposi-ción». Pero que la gente seguirá luchando. «Muchospasan la noche en la plaza». Me aconseja dirigirme a laseñora de la carpa de al lado, la del movimiento obrero.

«Buenas noches».El ingeniero desaparece rápidamente. Me doy cuenta

de que me tiene por un infiltrado. No está mal. Nunca me

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confianza en los partidos tradicionales y que en estas cir-cunstancias apareció un oficial, un golpista, de nombreHugo Rafael Chávez Frías, el cual supo canalizar este des-contento. Que este hombre, que como se supo más tarderecibía ayuda de Fidel Castro Ruiz —el ingeniero vuelve apronunciar el nombre entero—, tuvo el apoyo de unagran mayoría de los venezolanos, aunque el ingenierodice no haber votado por él porque un golpista no debe-ría ser presidente. Es extraño: si uno habla con los parti-darios de la oposición, siempre dicen que la mayoríaabrumadora votó por Chávez en 2000, pero que ellos mis-mos no forman parte de esta mayoría porque un militarno debería estar en el gobierno. Que este tal Hugo RafaelChávez Frías —por tercera vez el ingeniero pronuncia unnombre completo, y me pregunto si es por un anhelo dedesprecio o de exactitud— conquistó el control absolutode todas las instituciones: la Corte Suprema, la AsambleaNacional y la Fiscalía. Pero que la gente no se revolvióhasta que este presidente puso sus manos en el sistemaeducativo.

Siento el impulso de contradecirlo. Para constituir laCorte Suprema y el resto de instancias judiciales, elgobierno tuvo que llegar a un acuerdo con los partidostradicionales porque el Polo Patriótico, la coalicióngubernamental, no obtuvo la mayoría de dos terciosnecesaria para ello. Es por eso que muchas organizacio-nes comunitarias se quejan de que la Justicia sigue enmanos de las antiguas elites.

Sin embargo, no le contradigo; he venido para escu-char. El ingeniero sigue contando que empezaron, «haráunos tres años», con su campaña «Con mi hijo no temetas», porque el gobierno había planeado colocar fotosdel Che en las aulas de clase.

«¡Imagínate, fotos del Che!» Me examina nuevamentecon desconfianza. «Bueno, en mi juventud también apoya-ba a Castro. ¡En la universidad! Pero esto era allá», el inge-niero señala en dirección de la universidad, «y no aquí».

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23 de Enero

El viaje de Chacao al centro es como una excursión a otroplaneta. El color de piel de la gente cambia, la ropa, lamanera de moverse; imágenes que no se ven en las televi-siones privadas, a no ser que se trata de reportajes sobredelincuencia. Con dificultad, voy esquivando los puestosde los buhoneros, los vendedores ambulantes. Huele aaceite rancio, gases de escape y basura. Hay niños mendi-gando, los perros callejeros se pelean por los restos decomida, las pintadas en las paredes ya no dicen «Chávezarderás», sino «Profundizar la revolución».

Tengo la impresión de haber recorrido entre las esta-ciones de Altamira y Capitolio, apenas quince minutos deviaje en metro, una distancia más larga que entre Europay Caracas. Tendría que haber venido antes aquí y no dejarpasar una semana.

En la novela de ciencia ficción Diamond Age, Neal Ste-phenson desarrolla una visión de Estados desterritoriali-zados, que son como manchas distribuidas por todo elplaneta. El Estado victoriano-anglosajón, por ejemplo,dispone de una comunidad en Shanghai, otra en NuevaYork, Londres, Ciudad del Cabo, etc. Estas comunidadesestán conectadas unas a otras, pero entre los distritos deuna ciudad existen más barreras que vías de conexión. Lananotecnología suministra las barreras que, de unamanera invisible, impiden el acceso a las personas noautorizadas.

La nanotecnología —pienso— o la ropa, el dinero, loscódigos de comportamiento, la policía privada.

Voy caminando el último trecho. Cerca de la estaciónde metro de Caño Amarillo hay un sitio raro donde la ciu-dad parece convertirse en un collage: el trazado del metroque, como una estación espacial, atraviesa la ciudad deEste a Oeste —en la mayoría de sitios de manera subterrá-nea, aquí por la superficie—, algunos barrios, edificiosvacíos de la primera década del siglo XX que no pueden

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había pasado antes. Y entonces me pregunto si el hombreflaco de enfrente —está sentado en una silla de cámping yes el único en la plaza que parece ser jornalero o vende-dor ambulante— recibirá dinero por estar aquí. Uno delos clichés más extendidos entre las clases adineradasvenezolanas es el de que los pobladores de las barriadasreciben dinero por participar en las manifestaciones pro-gubernamentales. Ahora yo ya empiezo a argumentar de lamisma manera, pero en sentido opuesto. Aunque lo ciertoes que la oposición no sólo tiene más necesidad de com-prar el apoyo de los pobres, sino que también tiene másmedios para hacerlo. Decido no hablar con la señora. Mesupone un estrés excesivo tener que esconder mi opinión.

Entretanto, otro oficial se ha subido a la tarima. Hablasobre febrero de 2003. Entonces, tres “militares institu-cionales” —como se denomina a los militares oposito-res— fueron asesinados. La oposición afirmó que habíasido un intento de intimidación del gobierno. Hubo pro-testas indignadas. Unas semanas más tarde, sin embargo,dos implicados en el crimen, reconocidos por una super-viviente, declararon haber recibido la orden del asesinatodel general Rodríguez, uno de los “militares instituciona-les” celebrados por la oposición. Y que también las ins-trucciones para los atentados contra las embajadas deColombia y España, cuya responsabilidad fue atribuidapor los medios de comunicación a diferentes organizacio-nes izquierdistas, provinieron de este general FelipeRodríguez. A veces resulta grotesco lo reales que puedenllegar a ser ciertas teorías conspirativas.

Me quedo mirando la estatua de la virgen. Tiene laaltura de una persona, es de color blanquiazul y dirige sumirada ligeramente hacia abajo. Hacia donde está elpúblico.

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nos meses, en el epicentro revolucionario de AméricaLatina; más que Cuba. A diferencia de la isla caribeña, sonsocialdemócratas y comunistas quienes impulsan la insu-rrección (y no un movimiento nacionalista poco defini-do). Las viviendas de 2 de Diciembre, que luego pasa allamarse «23 de Enero», son ocupadas. La población, esdecir las partes más rebeldes del movimiento de protesta,se apropian de los desiertos de la arquitectura de controly los convierten en espacios de continuo movimiento: lareinterpretación de lo formal. En los años siguientes el 23de Enero se convierte en un bastión subversivo. No hayprotesta o disturbio en Venezuela que no encuentre sueco aquí. En los espacios libres del complejo, diseñadooriginalmente para hacer desaparecer los ranchos, seextienden los barrios. Nuevos ranchos, casas sencillas decartón, aluminio y luego ladrillo, se convierten poco apoco en vecindarios comunes y corrientes. Pero en unaparte de la ciudad, donde los recién llegados puedentomar como referencia la estructura de una edificaciónplanificada. Unas 60.000 personas viven hoy en los blo-ques; unas seis veces más en las casas populares situadasentre éstos. Los edificios de quince pisos se levantancomo torres en un mar de barriadas de color ladrillo,habitado por centenares de miles de personas.

Me encuentro con Juan y Pibe. A Juan lo conocí haceunos tres años. Es el vocero de la Coordinadora SimónBolívar, una de las organizaciones comunitarias más anti-guas de Venezuela. La prensa dice que antes estuvo en laclandestinidad. La policía allanó su casa en cuarenta ynueve ocasiones, un récord en la ciudad. Pero nuncapudieron condenarlo. Pibe es argentino, tiene unos veinti-cinco años. Vagabundeó por el continente, pasó una tem-porada primero en Cuba y luego fue a parar a Venezuela.En la isla tiene una esposa, aquí una compañera. Paseamospor el barrio, subiendo los cerros. El superbloque encimadel metro de Agua Salud es considerado un área difícil:narcotráfico. Los límites entre la zona de influencia de la

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esconder la influencia colonial, el Palacio Miraflores, elblanco palacio presidencial en lo alto de un cerro, yenfrente, como un pequeño castillo, en otra elevación, elMuseo Militar. Justo a mi lado hay un carruaje vacío: pol-voriento, cada movimiento de los animales levanta unanube. Y detrás de éste se divisan los bloques del 23 deEnero. Los bloques se levantan en los cerros como forti-nes, como una amenaza y/o promesa. Su apariencia des-pierta una mezcla de obstinación y orgullo.

El 23 de Enero es como un contraproyecto, en el doblesentido de vivienda social y apropiación. A mediados delos años cincuenta, el dictador Marcos Pérez Jiménezencomienda la dirección de un proyecto ambicioso deviviendas al arquitecto de más prestigio de su época, Car-los Raúl Villanueva. Los ranchos, cerca del distrito guber-namental de Caracas, deben ser reemplazados porvivienda social. Se construyen 56 bloques grandes y 42pequeños de 15 y 4 pisos respectivamente. Si uno ve lasfotos de los años cincuenta, apenas si puede creer que setrate de los mismos edificios: construcciones estériles yfuncionales con grandes áreas de estacionamiento, algu-nos pasajes comerciales y canchas deportivas. Desiertosde arquitectura de control, pero sin renunciar a ciertoconfort. Los apartamentos son espaciosos, claros y airea-dos. Nada que ver con las construcciones característicasde Villanueva. No hay rastros de experimentos, de formasflotando libremente, de la integración del arte con losespacios públicos. Son simplemente estructuras prácti-cas, poco costosas.

Pero, antes de que los edificios puedan ser entregadosdel todo, una serie de disturbios conmueven el país. Mar-cos Pérez Jiménez, quien se hizo confirmar en el poder el2 de diciembre de 1952 a través de unas elecciones mani-puladas, ya no puede entregar los últimos bloques —bau-tizados entonces con el nombre de «2 de Diciembre»— asus futuros habitantes. El 23 de enero de 1958, las masasderrocan la dictadura. Venezuela se convierte, por algu-

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cualquier lado. Sin embargo, en este caso, habían optadosimplemente por tirar la basura desde algún balcón.

Es extraño cuando uno entra en las viviendas de losbloques del 23 de Enero. Adentro todo parece bastanteacomodado: buenos muebles, televisores, DVD. Clasemedia baja, como dice Juan, muchos profesionales. Peroentre los bloques uno a veces tiene la sensación de vivir enuna favela, en un barrio de viviendas sociales degradado.

«A los barrenderos les deberíamos levantar un monu-mento». El padre franciscano Coro: otra sorpresa. El hom-bre sonríe. Le miro a los ojos: de un verde claro, muyimpactantes. «Cuando realizamos una mesa redonda conlas empresas municipales, nosotros siempre estamos conexigencias respecto al agua y la luz. En cuanto a la basura,es lo contrario. Ahí son ellos los que nos exigen a nos-otros. Realmente no tenemos cultura en este aspecto. Eneste bloque hay dos señores mayores más abajo que lim-pian todas las mañanas temprano y, sin embargo, siemprehay basura por ahí».

Los tubos que sirven de bajantes de basura en los blo-ques desembocan en un pequeño cuarto en la plantabaja. Debajo de los cuartos hay emplazadas unas rampassobre las cuales se puede empujar la basura hacia unoscontenedores. Un sistema extraño.

«Podría ser un problema del sistema también», digo.«Tubos, rampas, contenedores; es un poco raro, ¿no?»

«No, no». Coro niega con la cabeza. «Esto es culpanuestra. Es culpa de la vecindad». Coro se dirige, buscan-do asentimiento, hacia Juan que está sentado a su lado.

Me gusta este concepto franciscano. Ser parte de lacomunidad, fortalecer la solidaridad, trabajar para el colecti-vo. La misión religiosa no juega un papel mayor, es decir, lamisión se expresa en las acciones y no en el intento de con-vertir a los demás. En el 23 de Enero los franciscanos colabo-ran con las organizaciones comunitarias, no se asustan de lapráctica política. O expresado de otra manera: la comunidadfranciscana es parte de los procesos organizativos.

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organización comunitaria y la de los narcotraficantes estánbien definidos. Antes éste era el bloque de los «SieteMachos», dice Pibe. Siete hermanos, siete malandros. «Peroahora apenas vive uno». Los conflictos en el barrio se pro-dujeron siempre entre la organización comunitaria, por unlado, y el narcotráfico y la policía, por el otro.

«¿Narcotráfico y policía?», pregunto.«Narcotráfico y Policía Metropolitana», responde Pibe,

«la del alcalde Peña, el de la oposición».No estoy sorprendido. Que los aparatos de seguridad

se aprovechen de las pandillas y los narcotraficantes paradestruir a los movimientos sociales es un fenómeno quehe visto ya en Colombia. Una mezcla entre interesescomerciales y la delegación de funciones de control. ElEstado informal, por llamarlo de alguna manera.

Llegamos hasta unas escaleras y, a continuación, a unaiglesia franciscana, desde cuya plaza se puede observar eloeste de la ciudad. En Caracas ocurre fácilmente lo mismoque en Bogotá. Uno se mueve entre la calle 20 y 100 direc-ción norte, y se olvida totalmente de que la ciudad vuelvea empezar en la calle 0 dirección sur. Lo que desde laszonas residenciales de clase media de Caracas parece serel oeste, en realidad es el centro, desde el cual uno puedepercibir de verdad la inmensa extensión de los barrios.Nos encontramos enfrente de la iglesia y los barrios seextienden hasta allá donde alcanza la vista. Juan señalahacia un instituto, cuyos bancos él mismo pobló en su día,según creo. Juan dice que el Liceo Manuel Palacio Fajardotiene fama de ser particularmente rebelde. En 1976, dosestudiantes fueron asesinados aquí en el curso de unamanifestación contra la visita de Henry Kissinger. El golpemilitar de Chile todavía estaba reciente.

Mis pensamientos se ven interrumpidos por una bolsade basura que cae desde el octavo piso de un bloque. En losbloques hay bajantes para la basura. No en el interior de losedificios, como sucede normalmente, sino afuera. Muchostubos se han oxidado con el tiempo y la basura va a parar a

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«Hay algo como un centro de solidaridad. La gentedeja ropa, muebles, comida, y los que lo necesiten, lopueden recoger. Además organizamos discusiones sobrela Biblia. Discusiones colectivas, en las casas de los veci-nos. Por turnos».

Le pregunto si alguna vez le podré acompañar.«Claro. No tenemos miedo de nadie. Ni siquiera de la

guerrilla urbana». Coro sonríe irónicamente hacia Juan.Juan le devuelve la sonrisa.

Cuando me despido, nos damos cuenta de que tene-mos conocidos comunes. Coro hizo una estancia con losmismos franciscanos en Bogotá con los que me encontréen el campo colombiano hace un año, en una zona cerca-da por el Ejército, intentando organizar a las comunida-des. Siempre me crea un sentimiento de cercanía vercómo se extienden las redes y que la gente por la cual unosiente simpatía son amigos de amigos.

Cuando bajamos las escaleras frente a la iglesia, escu-chamos una explosión. Como si quisieran confirmar lafrase de Juan sobre el liceo rebelde, algunos estudiantesdel Manuel Palacio Fajardo están librando una luchacallejera con la Policía Metropolitana. Pero ni Juan ni Pibeni Alicia me pueden explicar lo que está pasando.

«Clase media en positivo»

Mis compañeros de piso, Greg y Carol, me llevan a unacharla. La iniciativa «Clase media en positivo», partidariadel gobierno, organiza un evento informativo sobre «elacuerdo de libre comercio y la propiedad intelectual».Dejamos a Sofía —que esta semana se tiene por Rapuncely anda todo el tiempo con unos pantys de color claro en lacabeza— en casa de una tía suya y nos dirigimos en carro yno en metro, como todo buen representante de las clasesmedias, al sitio de la conferencia. Bajamos por una víarápida en dirección al Valle, pasando por la terminal de

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Juan y Coro se conocen desde hace mucho. Juan estu-dió en un colegio religioso.

«¿Qué hacen aquí concretamente?», le pregunto al cura.Pibe se ha encontrado con Alicia. Los dos están a unos

metros, a la sombra de un mango. Alicia proviene de unaorganización estudiantil. Su compañero fue expulsado dela universidad hace un año. Habían ocupado el rectoradopara presionar por la reforma del sistema educativo. Elochenta por ciento de los estudiantes procede de colegiosprivados, es decir, la sociedad financia el estudio universi-tario gratuito a las personas de mayores ingresos porquesólo éstas pueden pagar los colegios privados y los cursospreparatorios para los exámenes que filtran el ingreso.

«Las actividades normales», contesta Coro. «Además,todo tipo de proyectos que logren unir a los vecinos: fies-tas, rifas, trabajo con los jóvenes. Muchas cosas contra lasdrogas». Drogas, siempre las drogas como sinónimo dedescomposición social. «Tenemos un problema cultural.No todas las cosas que vienen de afuera son malas. Perolo que podemos ver aquí es que los jóvenes rechazan lopropio e intentan copiar un modelo importado». “Lo pro-pio”: pienso en lo diferente que argumentaríamos desdela izquierda en Alemania. En el fondo, justo lo contrario:se evitaría cualquier discurso que pudiera sonar a nacio-nalista o identitario. «Es una forma de odio hacia sí mis-mos» —Coro se refiere a la cultura de las pandillas— «quese expresa en forma de agresividad. Tratamos de conven-cer a los jóvenes de que nuestra cultura tiene un valorpropio». “Nuestra cultura”: otro término que también meprovocaría rechazo en Europa. Suena xenófobo. Pero lasestructuras comunitarias, por un lado, y la cultura de laspandillas y el consumismo, por el otro, se presentan aquímuchas veces, respectivamente, como lo propio-resisten-te frente a lo impuesto-conforme.

«¿Y el trabajo religioso? ¿Cómo es el trabajo religioso?»Pregunto porque me gusta escuchar a este cura. Tieneuna voz suave y agradable.

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Caponi, vicepresidenta de la Universidad ExperimentalSimón Rodríguez —el primer intento de crear una escuelasuperior accesible para las mayorías—, da una charlasobre los fundamentos del comercio libre y el ALCA. Capo-ni, una mujer rubia y fornida, critica la mercantilizaciónde los bienes públicos y compara el liberalismo con lalucha entre un boxeador de peso pesado y un enano. Undiscurso claro, bien estructurado. Le sigue Librada Pocate-rra del Consejo Nacional Indio; hacía tiempo que no habíaescuchado la palabra “indio”. Habla sobre la explotacióndel saber tradicional por las transnacionales farmacéuti-cas. Los indígenas pasan sus conocimientos de generacióna generación y no de vendedor a comprador. Iris Valera,diputada del partido gubernamental Movimiento QuintaRepública, pronuncia una filípica contra los gobiernos delos EEUU y Colombia. El auditorio da gritos de júbilocuando Iris maldice al imperio. Aunque otros observanirónicamente que el auditorio también da gritos de júbilocuando Iris echa para atrás sus rizos. Y finalmente toma lapalabra Eduardo Samán, profesor de Farmacología ydirector del Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual,departamento del Ministerio de Producción y Comercio.Samán, un hombre delgado y vestido con un traje claro, semueve como en un auditorio de estudiantes. Con una acti-tud pedagógica y alegre, siempre buscando el diálogo:«¿cierto?» Explica que el derecho de patente del ALCAposibilita a las transnacionales prorrogar sus patentes demedicinas por décadas. Y eso a pesar de que las empresashoy día ya aplazan la liberación de las patentes prevista enlos acuerdos internacionales, modificando de vez encuando los campos de aplicación de las mismas medici-nas. «Sólo hay una alternativa al ALCA», el profesor amablese pone combativo, «el ALBA, la Asociación Libre y Boliva-riana de las Américas, una cooperación de los latinoameri-canos en todas las áreas».

No plantean el socialismo, pienso, pero algunos pasosnotables que en el contexto global actual tienen una nada

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autobuses. Tres vistas diferentes desde la autovía: torresde apartamentos con plafones publicitarios de tarjetas decréditos y enormes fotos de mujeres en bikini: «¿Te arruga-rás?»; las pintadas en los muros cercanos a la terminal: «Novolverán» —las viejas elites, no los viajeros—; y, finalmen-te, la amplia avenida de los Próceres que lleva al CírculoMilitar, con sus grandes monumentos a los héroes de laindependencia. Paramos. El club militar es una típicaconstrucción ostentosa: pilares, grandes vidrieras, sillo-nes de cuero, arañas de cristal y espejos en el portal deentrada. La conferencia tiene lugar en una sala de teatrocuyo palco de honor está cubierto de terciopelo azul. Cor-tinas grandes, un cuadro sobre la conquista de América alfondo de la tarima y sillas nuevas tapizadas, también azu-les. Esperamos un rato ante una mesa de libros al lado dela entrada de la sala. Hojeo la Constitución Bolivariana,que aquí tiene el estatus de la biblia de Mao —casi todoslos activistas llevan un ejemplar de los pequeños librosazules consigo—, varios textos de leyes recientementeaprobadas, los discursos de Chávez sobre el «golpe deEstado fascista contra Venezuela», el programa de los Cír-culos Bolivarianos y el Manifesto Comunista. En la cubier-ta: «¿Poco actual? ¡Qué va!» Ya sabía antes que Chávez es elúnico jefe de Estado actual que cita a Antonio Gramsci,Paulo Freire y Toni Negri. Sin embargo, la combinación measombra. Escuchamos los aplausos que llegan desde den-tro. Subimos al anfiteatro. 300 personas escuchan entu-siasmadas a Gustavo Arreazu: el cantante de música ligeraentona Hubo un tiempo. Sonrisa brillante, gestos ampulo-sos, la frente teatralmente arrugada, mirada romántica.Me pregunto dónde están los violines que se escuchan; enla tarima no se ven más de cuatro músicos. Hasta que medoy cuenta de que los sonidos de los instrumentos decuerda provienen de una cinta. Playback romántico en unacto político reivindicativo; no está mal.

Después de la música comienza el programa político.Cinco de los seis conferenciantes son mujeres. Aurieta

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Strike on Iraq

Ha comenzado la guerra contra Irak. Camino de casa descu-bro una pintada: «¿Quién será el próximo? ¿Venezuela?»Michael Klare, profesor de Estudios por la Paz en Amherst(EEUU), escribió hace unas semanas en Le Monde Diploma-tique sobre el control de los recursos energéticos estratégi-cos globales y los tres objetivos principales de la políticaestadounidense: Asia Central, Irak y Venezuela/Colombia.

Canal 8 trata de suministrar informaciones críticas conrecursos mínimos. Apenas se ven imágenes, pero la locu-tora Vanesa Davis, una de las cabezas más visibles y a la vezcapaces de la izquierda venezolana, lee noticias de lasagencias árabes. Luego discute con dos diputados delgubernamental Movimiento Quinta República. La tesis delos tres: «un movimiento global contra la guerra». Loscanales privados mientras tanto se muestran indiferentes.Emiten telenovelas, dibujos animados o reportajes deCNN. Paso directamente al canal de Atlanta. Se ven imáge-nes de tranquilidad. Son de Kuwait, como me enterarémás tarde. Aunque CNN anunció no querer integrarse cie-gamente en la maquinaria de guerra como lo había hechoen 1991, su línea de información no parece muy diferente.El titular de CNN en español es: «Crisis en Irak», en inglés:«Strike against Iraq». Durante un año y medio todo fueguerra: «War on Terrorism». Hasta los controles en losaeropuertos eran War on Terrorism. Ahora ha empezadola guerra y de repente el órgano central del capital nortea-mericano habla de «crisis» y «golpes».

La Vega, suroeste de Caracas

Otra excursión, esta vez al sur. Cuanto más alto subimos alos cerros, más provisional parece la ciudad. Más provisio-nal o más rural. La Vega, uno de los barrios más grandes deCaracas, está a un buen trecho del 23 de Enero, en un

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despreciable fuerza explosiva: la contención del mercado,la defensa de bienes de acceso público, las relaciones soli-darias internacionales, una alternativa económico-social.

Después de dos horas, las personas organizadoras de«clase media en positivo» dan por finalizado el acto. Ya nose canta, ni siquiera en playback. En el portal de entradala gente charla relajadamente. Diputados, varios exministros, gente de los movimientos sociales: las mujeresmaquilladas, los hombres en trajes o camisas almidona-das, pero sin excesos. William Fariñas, asesor de Chávez yoficial del Ejército—regordete, barbudo y de aspectobonachón—, sentado en un sofá de cuero, dice que larevolución tiene que tener un carácter humano. «Tene-mos que esforzarnos en las relaciones entre la gente, enlo cotidiano, la vida normal». Si todo el gobierno es así,pienso, hay por lo menos una observación de la oposi-ción que es cierta: que aquí todo es improvisado. Impro-visado e informal. Lo que también se puede consideraruna oportunidad. Una expresión de apertura y transfor-mación. La utopía siempre está mal organizada.

«Recuerda un poco a la Nicaragua de los años ochen-ta», le digo a Greg.

El compañero se queda sorprendido. ¿Que qué quierodecir con eso?

¿Que qué quiero decir? Llevo dos semanas en Venezue-la. Durante el vuelo decidí no tomarme todo esto dema-siado en serio. La Revolución Bolivariana me parecía unproyecto republicano cargado de sentimentalismo nacio-nalista. Una nation building, una construcción nacionaltardía. Pero conforme pasan los días se refuerza en mí lasensación de que algo se ha puesto en marcha en estepaís. Algo completamente inesperado. Algo que va másallá de todas las categorías usuales sobre reforma políticao revolución.

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o, mejor dicho, lo intentan. Estamos por encima de unpar de terrazas nuevas. Andrés mira atentamente a travésde sus lentes.

Alguien le pregunta de qué trabaja. La respuesta es tansorprendente como el discurso de la mañana. Andrés res-ponde que enseña Criminología en la universidad. Unsobreviviente de la izquierda de los años setenta: clasemedia, radicalización, organización de cuadros, el virajehacia el trabajo de base. Desde hace veinte años es activis-ta de organizaciones barriales, participó en la comisiónque presentó la Ley de Regularización de la Tenencia deTierra Urbana, siempre está liado en alguna cosa.

«¿Y tú?», pregunta Liyat, la arquitecta israelí, a Francisco.Francisco se parece a Andrés y, sin embargo, es total-

mente diferente. Un loco de veintiséis años, bastanteguapo: piercing en los pezones, busto de jugador de bas-ket. Expulsado de varios colegios, no terminó sexto, tieneproblemas con la ortografía española, trabaja de diseña-dor de páginas web, es fotógrafo. Hace año y medio,ayudó a montar la primera emisora indígena de Venezue-la en el estado de Amazonas, que luego pasó a manos delEjército porque —como él explica— los indígenas empe-zaron a hablar en sus emisiones sobre décadas de violen-cia por parte de los militares; y porque el Ejército noestaba dispuesto a permitir tanta revisión histórica. «ElConsejo Nacional Indígena acordó entonces la creaciónde un nueva emisora en el oeste de Venezuela». El cierrede la vieja emisora provocó una indignación moderadaen Francisco. Un grado de serenidad que me sorprende.

Francisco trabaja actualmente para el Ministerio de Pla-nificación y Desarrollo promoviendo la constitución deorganizaciones comunitarias, una tarea por la que nocobra desde hace seis meses, pero que no deja porque, alfin de cuentas, «se trata de algo más que de un empleo».Antes de que el viceministro Roland Denis lo pusiera a tra-bajar para él en el Ministerio, Francisco se ganaba la vidacomo buhonero. Uno de esos tipos a los que se refiere la

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cerro situado enfrente. Los barrios parecen pueblitos, danla impresión de estar bien lejos de la ciudad. Andrés yFrancisco, dos amigos de mi compañera de piso Carol, nosmuestran la zona. Caminamos sobre la cima, en fila, allado de un gasoducto. Un lugar polvoriento, hace muchocalor. Por el lado del cerro que no da al centro, los ocu-pantes, supuestamente de Ecuador, han construido nue-vos ranchos de cartón. Miro hacia el noreste. Chacao yBaruta, las partes de la ciudad que se tienen por funciona-les, organizadas y ejemplares, se hunden bien lejos en laneblina. Ante nosotros, en las faldas de las cuestas cerca-nas, se ven plataneros, palmeras y algunos mangos. Esascosas que la gente planta para embellecer su entorno.

Por la mañana, hemos estado conversando con gente delas barriadas sobre planificación urbanística. La mayoría denosotros, todos extranjeros, estábamos sorprendidos. Habí-amos esperado encontrar gente que nos hablaría de pobrezay migración. En vez de esto, nos hablaron del carácter ruralde las barriadas, de la desaparición de la división de espaciosprivados y públicos, y, además, de las funciones de controlde la planificación urbanística. Mencionaron París dondeHausmann, en el siglo XIX, introdujo avenidas a modo decortafuegos en los barrios densamente poblados por razo-nes de contrainsurgencia; criticaron la lógica funcionalistade los espacios urbanos y sonrieron irónicamente cuandoalguien introdujo en la conversación los conceptos opues-tos de “ciudad formal/ciudad informal”, la ciudad “regulada”y la ciudad “desregulada”. «Un encubrimiento», respondie-ron, «un encubrimiento de relaciones de dominación yexclusión. ¿Qué tiene de formal una urbanización de casasunifamiliares construida ilegalmente por los especuladoresinmobiliarios y que contraviene todas las disposiciones ofi-ciales sobre construcción?»

Me quedo parado. El gasoducto pasa junto a nosotros,siguiendo la carretera. Si un carrito se saliera de la vía ychocara contra él, seguramente estallaría. Sabine, Helmuty Andrés discuten en inglés sobre ocupaciones de tierra

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Los hombres parecen desconcertados. «Cuando alguienviene aquí a sacar fotos, nunca sabemos lo que pretende.Un proyecto de construcción, una orden de desalojo...»

«No, no. No son de ninguna empresa. Sólo están hacien-do una excursión... Nosotros somos gente como ustedes...»

Les saludamos con un apretón de manos e intentamosno parecer especuladores inmobiliarios, lo cual no es tanfácil cuando uno es el único blanco del lugar.

«Tienen un sistema de alarma», explica Andrés cuandoproseguimos el camino. «Si viene la policía o la gente delas constructoras, convocan a todos los vecinos».

Bajamos hasta un pequeño valle: Los Encantos. Tengoque pensar otra vez en lo de “formal” e “informal”, concep-tos con los que se puede convertir una ciudad en materialestético u objeto de política urbanística. Antes, los urbanis-tas y arquitectos entendían la informalidad sobre todocomo una ausencia de control estatal a la que hay queponer fin; y por eso se planificaron colonizaciones de terre-nos y se construyeron urbanizaciones “reguladas”. En elúltimo decenio, y como consecuencia del cortejo triunfaldel neoliberalismo, la informalidad ha pasado a ser consi-derada algo positivo en tanto que fuente inagotable de ins-piración y de iniciativa empresarial. Para los pobladores deestas barriadas, no obstante, lo importante es otra cosa.Para ellos —por muy inofensiva que parezca— cada imagenrepresenta ante todo una relación de poder. El arquitectopuede quedar fascinado por la creatividad constructora delos barrios y el senador alemán, responsable de DesarrolloUrbano, puede destacar el gran potencial económico de laspequeñas actividades informales. Para los pobladores delos barrios pobres, en cambio, la “informalidad” significasobre todo miedo. En la ciudad “formal” están concentra-das todas las instancias de poder, que pueden convertir alpoblador en un sin techo de un momento a otro. Es absur-do hablar de formas, si no se es consciente del contenido.

Los Encantos. El nombre no le está mal, dejando aparteel riachuelo apestoso que recorre el valle. Es todo verde:

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gente de la oposición cuando dice que con Chávez son losconductores de autobús los que gobiernan el país.

”Conductores”, pienso, o “intelectuales orgánicos”,como los llamaba Gramsci. Gente que ha ido adquiriendosus conocimientos y capacidades en el día a día.

Traduzco para Helmut y Sabine, y soy feliz. Lo queencuentro más increíble del proceso de transformaciónvenezolano es que gente como Andrés y Francisco seanlos verdaderos protagonistas: los activistas comunitariosy no los funcionarios de partido.

De repente, vemos un grupo de hombres bajar cami-nando por la carretera. El corazón me da un vuelco. Notanto por las advertencias que nos habían hecho en la ofi-cina respecto al camino —para la mayoría de nuestroscolegas de proyecto venezolanos las barriadas son sinóni-mo de violencia ciega—, sino porque en momentos así meacuerdo de Colombia: atracadores, una pandilla, paramili-tares. Sabine sigue sacando sus fotos tranquilamente.Andrés acaba de contar que alguna gente se ha especializa-do en cavar terrazas en las laderas —terrenos en los queapenas si cabe un rancho— y en venderlas luego. «Esinmoral», dice, «un negocio mercenario. No todo deberíaconvertirse en mercancía». Sabine saca fotografías.

Los hombres que bajan por la pendiente, levantandouna nube de polvo, parecen irritados. Me empiezo a pre-guntar si no vendrán a por nosotros. El calor aprieta mástodavía. Me fijo en la reacción de Francisco y Andrés.Parecen concentrados. Esta situación también me recuer-da a Colombia: mi continua búsqueda de referencias, depuntos de orientación. Los hombres gritan algo en tonono muy agresivo. No entiendo nada de lo que dicen.

«¿Qué hacen aquí?» Los hombres están exhaustos.«¿De dónde son?» Señalan hacia nosotros. Nosotros, losextranjeros.

«¿Éstos?», responde Francisco, «son amigos nuestros».«¿Y por qué están haciendo fotos?»«Sólo quieren conocer la zona».

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acoge viene de Sucre, de la costa oriental. La mayoría delbarrio procede de allá, nos cuenta el hermano mayor. Nosparamos frente a la ventana. La casa está ubicada en unapequeña loma que se adentra en el valle de La Vega. Mira-mos hacia abajo.

Cuando salimos de la casa después de cenar, sientofelicidad, casi euforia. Las luces de los laderas de enfrentebrillan. Un escalofrío, la tibia noche tropical. Sabine sacauna foto que expresa exactamente lo que siento en eseinstante. La gente del barrio nos pregunta cuándo volve-remos. Liyat, de Israel, responde que pronto.

Foro Mundial de Solidaridad

Palacio Miraflores, palacio del presidente. En la misma salaen la que el empresario Pedro Carmona se juramentó hacepoco menos de un año, tiene lugar un encuentro prepara-tivo del Foro Mundial de Solidaridad con la RevoluciónBolivariana. Un nombre horrible, y peor parado saldríatodavía el cartel oficial: héroes de la independencia delan-te de una mujer tirada en el suelo pidiendo ayuda.

En la entrada del palacio no noto nada del tan cacarea-do militarismo del gobierno de Chávez. Los soldados deguardia parecen más bien una cuadrilla de amigos que sejuntó para jugar a cartas. Uno de los reclutas que no estáde servicio se burla de la guardia de honor: muchachosde diacinueve años con uniformes del siglo XIX que pare-cen caminar haciendo equilibrios con sus sombrerosvoluminosos. El recluta a mi lado sonríe.

Carol y yo cruzamos el terreno y nos topamos con dosgringos que aparentemente se perdieron. Afortunadamen-te pasa otro chamo, también fuera de servicio, y nos mues-tra el camino. Poder que no se rodea con el aura del poder.

La sala de conferencias se encuentra en el sótano.También aquí el mismo ambiente relajado. Sesenta repre-sentantes de organizaciones comunitarias y colectivos

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cañaverales, frutales, aguacates, plataneros. Andrés y Fran-cisco saludan a los vecinos. Sensación de estar en casa.Esta tarde, se ha constituido un comité de tierra en lavecindad. Desde que el gobierno aprobó el Decreto deRegularización de Tierra Urbana, que permite la legaliza-ción de terrenos ocupados, Caracas vive una verdaderaola de iniciativas autogestionarias. En todas partes losvecinos se organizan para conseguir títulos de propiedady discutir sobre proyectos de reforma en sus barrios: pla-nificación urbanística desde abajo. Llegamos cuando lareunión acaba de terminar. El portavoz del grupo eshomosexual. Me pregunto si podrá vivir abiertamente suhomosexualidad y hasta dónde llega el respeto de los veci-nos por él. Los pobladores nos muestran un solar dondequieren construir un pequeño centro comunitario y unacancha deportiva multiuso. Sería más fácil conseguirfinanciación si pudieran presentar planos de construc-ción, dicen. Liyat responde espontáneamente que les ayu-dará a delinearlos.

Continuamos con nuestro paseo y llegamos a un lugardonde se ha parado un proyecto de construcción delmunicipio de Caracas. «Alcalde del Municipio LibertadorFreddy Bernal», se puede leer en un letrero. Bernal es unex policía y militante del chavista Movimiento QuintaRepública, que fue elegido alcalde de la Ciudad de Cara-cas (no confundir con el Área Metropolitana). En laizquierda tiene sus detractores, aunque pertenece al alamás cercana a los movimientos sociales dentro del parti-do del gobierno. «La revolución avanza», asevera el letre-ro. El proyecto, sin embargo, no avanza nada. Estabaprevisto construir un sistema subterráneo de desagüe.«Se lo encomendaron a gente de otros barrios», afirmauna mujer que camina a mi lado. «Eso es una estupidez.Lo deberían hacer los habitantes del propio barrio. Ten-drían más interés en hacer bien el trabajo y habría el con-trol de la comunidad». Nuestra acompañante nos invita acenar en su casa. Sopa de pescado. La familia que nos

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quiere decir nada, porque en este gobierno los ministroscambian —sin razón o estrategia aparente— más rápidoque el tiempo que se necesita para memorizar sus nombres.Vargas está sentado con otros cuatro coordinadores delcomité organizador tras una mesa voluminosa en la tarimamedio metro por encima de nosotros. Condiciones de par-tida poco favorables para una conversación entre iguales.«La conferencia no puede tener lugar en los barrios. Para laorganización de un evento como éste teóricamente se nece-sita un año», Vargas levanta su mano y cierra los puños,«nosotros apenas tenemos un mes». Muestra una hoja.«Éste es el programa y lo seguirá siendo». Venezuela, pien-so, es una democracia participativa y protagónica. Ya me hecontagiado de la fiebre reinante en el país de pensar siem-pre en clave de citas de la Constitución. Parece que el afro-venezolano de las rastas está pensando lo mismo que yo. Selevanta para dirigirse a la puerta. «Hubieran debido avisarde que necesitan subordinados. No habría venido enton-ces». El ambiente se pone más que tenso.

«Nosotros no queremos mandarle a nadie». Rafael Var-gas se muestra indiferente a las protestas. «Es sólo que notenemos tiempo. ¿Estuviste en la última reunión? ¿Sabesde las preparaciones? Llevamos tres semanas discutien-do. No podemos cambiar todo cada semana».

El afrovenezolano estuvo en las últimas reuniones,pero Vargas no lo recuerda o no lo quiere recordar.

«Quisiera proponer», el hombre de la CoordinadoraPopular de Caracas interrumpe la disputa y se dirige a losmiembros del comité organizador, «que creemos unambiente más horizontal. No es necesario que ustedessiempre respondan, cuando alguien de la plenaria hayadicho algo. Si no hablan solamente ustedes».

Vargas asiente y se calla. Atiende una llamada de sumóvil y se pone a telefonear animadamente un rato.

Cuando salgo de la reunión, un poco más tarde, unaamiga que trabaja para la televisión alternativa Catia TVeme para: «No creas que todo el proceso es así. Ese hom-

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partidarios del gobierno, así como alguna gente del apa-rato estatal: la Fuerza Bolivariana de Trabajadores —sólounos días después se fundará la nueva central UniónNacional de Trabajadores (UNT)—; la Coordinadora Po-pular de Caracas, intento fracasado de unificar las nume-rosas organizaciones comunitarias de la ciudad; elConsejo Nacional Indio, representación de los indígenasvenezolanos; y la Unión Cívico-Militar, la alianza entresoldados y ciudadanos chavistas. La reunión de un forosocial europeo no es muy diferente. Tomo asiento entrela Sociedad de Amistad Cuba-Venezuela, un afrovenezola-no con rastas y algunas mujeres de proyectos de comuni-cación alternativos. La asamblea discute si la conferenciaprevista para el primer aniversario del intento de golpede Estado del 11 de abril 2002 debe celebrarse en el cen-tro de la ciudad o en las escuelas de los barrios populares.

«¿Quién fue el protagonista hace un año?», preguntaAlicia, la estudiante que conocí hace poco en el 23 deEnero. «¿Dónde se venció a los golpistas? ¿En el Hilton oen los barrios? ¿Y qué le interesará más a Ignacio Ramo-net, José Bové o Tarik Ali? Echar discursos en la sala ple-naria de Parque Central o discutir con gente de lasorganizaciones de base?»

Toda la sala le da sonoramente su apoyo. Guadalupe,también vecina del 23 de Enero y militante de la Coordi-nadora Simón Bolívar, presenta un programa provisional.Ruedas de discusión, presentaciones de películas, testi-monios. «Lo haremos en ocho barrios al mismo tiempo»,dice, «tenemos que llevar la conferencia a la ciudad y a lagente». La representante de la Fuerza de Mujeres Boliva-rianas —lleva un sombrero con los colores nacionales y eleslogan «Chávez los tiene locos»— aplaude efusivamente.También el hombre de la Unión Cívico-Militar asiente afir-mativamente con la cabeza.

Toda la sala excepto Rafael Vargas. Vargas, de unos cin-cuenta años, es el responsable del equipo organizador.Hace poco fue cesado como ministro por Chávez, lo que no

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pia. La gente se gana la vida como pequeños comercian-tes. El comercio informal funciona de la misma maneraque los otros sectores. Los puestos pertenecen a unospocos empresarios. Los vendedores acostumbran a sersólo empleados y ganan más o menos el equivalente a unsalario mínimo, unos 150 euros.

Con esfuerzo, conseguimos abrirnos paso entre lamultitud. Estrépito de sonidos. Los vendedores de CDsponen hip hop, salsa, pop latino sentimental y, evidente-mente, Shakira. La insoportable Shakira.

Pasamos al lado de la estación de metro de SabanaGrande. Miro a mi alrededor. Recuerdo este sitio comouna zona peatonal grande y ancha. Ahora sólo se venpuestos metálicos y mercancías. Como que no estoy segu-ro de si me confundo de sitio, me dirijo a un puesto y mepongo a hablar con la gente que está conversando detrás,sentada en sillas de cámping: una negra, un hombremayor y el propio vendedor. No entienden mi preguntade si aquí siempre ha sido todo así. Si siempre han estadolos puestos del mercadillo.

«Claro, aquí siempre ha habido buhoneros», dice elhombre mayor.

«Pero hace unos años había más espacio», puntualiza.«En toda América Latina hay vendedores ambulantes».«En Panamá y Colombia también», agrega el vendedor.«Pero en los países árabes no», dice el hombre mayor.«O hay menos», responde el vendedor.Tengo la impresión de que se sienten ofendidos. Des-

pués de todo, ellos son buhoneros. En el mejor de loscasos, tolerados. Les digo que no tengo nada en contra dela venta ambulante, sólo que tenía un recuerdo diferentede la zona. «Menos vivo», digo.

El vendedor afirma que tiene su puesto en la zona pea-tonal desde 1998 o 1999.

«Entonces no había siempre buhoneros», apunto.«Sí que había», contesta el hombre mayor, «pero no

aquí».

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bre es una vergüenza». Su compañero Álex, un francésque también es miembro del comité organizador del foro,asiente con la cabeza. «Pero eso ya lo arreglaremos dealguna manera».

Algunos días más tarde, Juan, del 23 de Enero, me con-tará más detalles sobre Vargas. «Es uno de los tipos quesupuestamente apoyan el proceso pero que en realidadrepresentan su obstáculo más grande. ¿Sabes lo que hizodurante el golpe de Estado, cuando todo el pueblo estabaen la calle? Se tiñó el pelo y se escondió».

La “revolución” venezolana: burocracia, ineficacia,corrupción, nuevas elites. Nada particular. Pero hay unadiferencia grande con Nicaragua, Angola, la Unión Sovié-tica o Vietnam: la gente se toma menos en serio a las auto-ridades. Se mantiene una cierta actitud crítica frente algobierno. No se habla del centralismo democrático, nohay ningún partido que pueda ejercer seriamente de van-guardia y dirección política. En vez de eso: «Este procesoexistía antes de Chávez y seguirá existiendo después».

Buhoneros, Sabana Grande

Las tres de la tarde. Helmut y yo paseamos por el centro.Zona peatonal, Sabana Grande. Helmut se para cada dospor tres frente a edificios horrorosos y me explica su valorarquitectónico en dialecto vienés. Pienso que al final delproyecto habré aprendido sobre todo inglés y austriaco.

Las crisis económica no puede ser más evidente. Lospuestos de los buhoneros están colocados en tres o cua-tro filas, sin dejar apenas espacio para los transeúntes. Lamayoría vende ropa, CDs y bastoncillos de incienso. Mepregunto quién comprará tantos CDs, ropas y bastonci-llos de incienso. Entre un sesenta y un setenta por cientode los venezolanos vive, según se dice, de la economíainformal. Aparte del sector petrolero y la industria delaluminio, el país apenas si dispone de producción pro-

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entender. El Área Metropolitana está dividida en cincopartes. Los municipios menos poblados, pero más ricos—Chacao, El Hatillo y Baruta— son gobernados por laoposición, al igual que el Área Metropolitana como tal.Por el contrario, las Alcaldías de los municipios de máshabitantes —Sucre y Libertador (ciudad de Caracas)—están en manos del Movimiento Quinta República (MVR).Esta estructura posibilita, además, la segregación admi-nistrativa de la ciudad. Los ricos no corren peligro de sergobernados por candidatos elegidos por los pobres ni deperder el control del presupuesto municipal.

«Entonces aquí gobierna Freddy Bernal».«Sí, aquí es Freddy», dice el vendedor.Continúo sin saber qué pensar de Bernal. Los policías

me caen todavía peor que los militares, y hay bastantesacusaciones de corrupción contra la Administraciónmunicipal de Bernal. Además, los gobiernos —como diceun amigo venezolano estos días— no son más que elcampo donde los poderes fácticos de una sociedad orga-nizan su hegemonía. Sin embargo, el papel del alcaldeBernal tampoco ha resultado insignificante, pues los ven-dedores ambulantes han sido reconocidos como actoresnormales de las zonas comerciales. Como pasa con fre-cuencia, cuando se trata del partido gobernante MVR, sutrabajo no acaba de convencer nunca del todo, pero unose alegra de que esté en el gobierno. Después de todo, no“combate” las consecuencias de la crisis recurriendo apolíticas de orden y de expulsión de los pobres. Acabaspor defender al gobierno casi más por lo que no hace quepor lo que hace.

Helmut pregunta un poco impaciente si podemos pro-seguir nuestro camino. El señor de más edad señala quelo de los vendedores ambulantes no es más que un pro-blema económico. «Es decir, un problema social». Se hanhecho ya las tres y media de la tarde. El tiempo pasa rápi-do cuando uno comienza a hablar en Venezuela. Cadafrase sirve de motivo para una conversación relajada.

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La negra interviene para explicar que la Alcaldía deCali, en Colombia, hizo construir mercados municipalesen toda la ciudad, y que las calles ahora ya no se llenantanto. “Cali”, pienso, la mujer es inmigrante. El diez porciento de los veinticinco millones de habitantes en Vene-zuela proviene, entretanto, del país fronterizo. «Antes eracomo aquí. Tan estrecho todo que apenas se podía pasar».Me sorprende que sea precisamente una buhonera la quese exprese críticamente acerca de la venta ambulante.

La cuestión acerca del sentido de los mercados muni-cipales no resulta fácil de resolver. El centro de la ciudadcolapsado de Caracas volvería a ser accesible para los pea-tones si hubiera una organización municipal del pequeñocomercio. La ciudad recuperaría así espacios, pero losvendedores informales serían desplazados de las mejoreszonas y, además, tendrían que pagar tasas. Hace unosaños, hubo una discusión parecida en El Salvador. Una delas primeras luchas a las que se que tuvo que enfrentar laentonces recién legalizada guerrilla del FMLN, comogobierno municipal, fue la de los vendedores ambulan-tes. Como que una parte de éstos no se mostraba dispues-ta a trasladarse a los mercados municipales, el FMLN losexpulsó de la calle a la fuerza.

«¿Y por qué desde 1999?»«Porque para los alcaldes de la Cuarta República la

zona peatonal de Sabana Grande era sagrada», contesta elvendedor.

La Cuarta República: el período antes de Chávez y dela Reforma Constituyente.

«¿Sagrada?», pregunta Helmut.«No querían tener buhoneros aquí», dice el vendedor,

«porque hay demasiadas tiendas de franquicia. Empresasgrandes que pagan impuestos. Los buhoneros simple-mente están acá y les quitan los clientes».

Pregunto si nos encontramos en Chacao.«No, Libertador», contesta la mujer.La estructura administrativa de Caracas no es fácil de

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dente. Dijo que estaba en contra de Chávez porque consi-deraba que un jefe de Estado era responsable de todo loque pasaba en el país. Según mi entender, no puede haberun malentendido más grande. Rossana Rossanda escribiódel gobierno de Allende, en 1972, que su problema másgrande consistía en que estaba en el gobierno, pero no enel poder. En Venezuela, la situación es bastante parecida.No hay un vacío de poder en el país, como algunos afir-man, sino una extraña coexistencia de poderes paralelos.Los alcaldes y gobernadores de la oposición no sólo dis-ponen del apoyo de los medios de comunicación, sinotambién de órganos armados —legales e ilegales— pro-pios. Así, por ejemplo, hay unidades regionales de policíaque, como la Policía Metropolitana, en Caracas, disparancontra manifestaciones de partidarios del gobierno; y gru-pos paramilitares que, como en el estado de Zulia, gozande la impunidad del gobernador local.

Me quedo mirando la pantalla del televisor. Chávez obli-ga a transmitir “en cadena”, su respuesta a la participaciónde los media privados en los intentos de golpe de Estadodel año 2002: cuando el Ministerio de Comunicación —entanto que administrador de las licencias de emisión— loordena, los canales comerciales tienen que conectarse a laemisión de la televisión estatal, y así Chávez está simultáne-amente en todos los programas durante quince o veinteminutos. Una presencia mediática inimaginable de otramanera. El presidente habla esta noche y lo volverá a hacera la mañana siguiente. Creo que ésta es la razón de por quétantos corresponsales de prensa extranjeros lo tienen porloco: sus discursos de varias horas, su manera de expresarlotodo en las palabras más sencillas. Pero el estilo de Cháveztiene mucho que ver con el panorama político de Venezue-la. Los partidos no tienen una gran fuerza en los barrios oen los movimientos sociales. Son organizaciones fantasma,entre las que el PPT parece la más real. Es como si Cháveztuviera que llenar él solo el vacío que dejó el derrumba-miento de los partidos políticos.

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Nos despedimos de los comerciantes y nos vamos. Allado de la estación de metro de plaza Venezuela, unascuarenta o cincuenta personas están sentadas en unamesa cubierta por un techo metálico y juegan al ajedrez.Me recuerdan a Gabriel García Márquez y a la importanciadel ajedrez en sus novelas. Y a los amigos latinoamerica-nos que lo juegan para mantenerse mentalmente enforma. Me pongo a observar las partidas. No sé interpre-tar la posición de las piezas. Pero me gusta que en plenazona comercial, entre puestos de buhoneros y tiendas defranquicia, la gente se siente tranquilamente en las mesasy trate de pensar estratégicamente.

Delante del televisor

Chávez ante la Asamblea General del PPT. El partido PatriaPara Todos es más pequeño que sus aliados de coaliciónen el Polo Patriótico, el MVR y el partido socialdemócratade izquierdas Podemos, pero sigue ocupando posicionesclaves. Entre otros, los ministros de Educación, MedioAmbiente y Trabajo, y el director de la empresa estatalpetrolera PDVSA, Alí Rodríguez, un veterano de la izquier-da marxista, provienen del PPT.

Chávez arremete contra el gobernador del estado deZulia. «Un gobernador que está armando a la policía de suestado con miles de armas, que organiza grupos paramili-tares y que mantiene relaciones con los paramilitarescolombianos, y que es responsable de la persecución depequeños campesinos y sin tierra.». Unos 150 dirigentescampesinos han sido asesinados por escuadrones demuerte en Venezuela, en los últimos años, la mayoría deellos en el estado de Zulia.

Me acuerdo de una conversación que tuve hace unosdías con un taxista. Uno que admitió haber votado porChávez y que, por consiguiente, no podía ser de la oposi-ción, pero que no quería volver a votar por el actual presi-

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Chávez es encarcelado. En Causa R, partido nacido delmovimiento sindical y esperanza de una nueva forma dehacer política, se agudizan las contradicciones, el partidose divide. La izquierda funda el PPT. Chávez, al salir de lacárcel en 1995, empieza a aglutinar un movimiento políti-co que acabará por denominarse Movimiento QuintaRepública (MVR) e intenta crear una alianza de oposi-ción; pero el jefe del PPT, Pablo Medina, se muestra rea-cio. Tres años después, la coalición dirigida por Chávezgana las elecciones. Se conforma un gobierno de unidad,esta vez incluyendo al PPT. Hasta 2001, la alianza es relati-vamente estable. Aquel mismo año, Pablo Medina quierepresentarse a la elecciones de la central sindical CTVcomo candidato de la izquierda. Los partidos guberna-mentales, sin embargo, designan a Aristóbulo Istúriz, elotrora alcalde de Caracas y actual ministro de Educación,también militante del PPT. Medina no soporta el rechazo,se sale del partido y se encuentra poco después en lasfilas de la oposición. En una oposición que realiza un san-griento intento de golpe de Estado en abril de 2002.

¿Cómo se va a entender un panorama político así?

Teatro Municipal

Cruzo la plaza Caracas, uno de los muchos complejosmodernos de la ciudad: un edificio gubernamental cons-truido en los años sesenta y una inmensa plaza en la queactualmente se apiñan los puestos de venta ambulante.

Normalmente, la modernidad latinoamericana se inter-preta como una manifestación de las esperanzas de pro-greso abrigadas entre 1940 y 1975 y, por lo tanto, como unfenómeno político-cultural. Pero probablemente resultamás clarificadora una explicación económica: como meca-nismo de financiación de las elites. A través de los grandesproyectos de construcción públicos, éstas pudieron cana-lizar los recursos estatales hacia sus cuentas privadas. Se

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Cuando estuve por primera vez en Venezuela, en 1985,mi acompañante de viaje ya planteó la pregunta: «AD,COPEI; no veo dónde está la diferencia». El comentariome pareció algo engreído. Después de todo, en Alemaniatampoco queda muy claro donde está la diferencia entresocialdemócratas y demócratacristianos. O dicho de otramanera: los parlamentos no son los sitios donde realmen-te se articula la política. Pero en Venezuela el asunto estodavía más extremo.

Años cincuenta: la resistencia contra el régimen deMarcos Pérez Jiménez es encabezada sobre todo por lasocialdemócrata Acción Democrática (AD) y el PartidoComunista. Después de la caída de la dictadura, AD y eldemócrata-cristiano COPEI firman el acuerdo de «Puntofijo», que busca aislar a los comunistas y reglamentar elacceso a las arcas públicas durante las décadas siguientes.Las organizaciones guerrilleras que surgen como res-puesta a este pacto son derrotadas y, en parte, absorbidaspor el sistema. La riqueza petrolera, los regalos electora-les y las subvenciones a los alimentos sirven para salva-guardar la paz social en el país. Son los tiempos felicesdel populismo. Hasta que AD y COPEI caen en una crisisprofunda a finales de los ochenta. La caída de los ingresospetroleros, las medidas neoliberales de austeridad y larepresión brutal del “Caracazo”, la revuelta espontáneade las masas, en febrero de 1989, llevan a una clara crisisde legitimidad del sistema.

En Caracas y entre los trabajadores del metal de Ciu-dad Guayana un nuevo movimiento consigue el apoyopopular: Causa R, la causa radical. Poco después gana laAlcaldía de Caracas y el gobierno del estado de Bolívar,limítrofe con Brasil. Cuando Chávez prepara su rebelióncontra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, en 1992, tratade llegar a un acuerdo con Causa R. Pero la izquierdapolítica no quiere cooperar con los militares insurgentes.Los oficiales quedan aislados, la insurrección popularplanificada se queda en un intento de golpe de Estado y

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Orondo y sonriente se para en el semáforo del crucesupuestamente más peligroso de los EEUU, y no pasa nada.Sólo se ve el tráfico usual. Su acompañante, otro blanco declase media, llama la atención de Moore sobre un peligroque es mucho más real que la violencia del gueto que seasocia normalmente con el nombre de South Central: nose pueden ver las letras “Hollywood”, aunque el cerrodonde están colocadas no está muy lejos. La neblina de lacontaminación es demasiado espesa, dice el acompañantede Moore. Cuando la policía y los equipos de televisiónaparecen para cazar a un afroamericano armado supuesta-mente detectado en la zona, Moore se acerca a uno de losagentes y le pregunta, si no se podría hacer algo contra lacontaminación como, por ejemplo, detener a alguien. Alfin y al cabo, se trataría de una amenaza para la salud detodos. El policía no contesta. Está tan metido en su mundode imágenes que ni comprende la pregunta. Política delimaginario. Política con lo imaginado.

Cuando vi la escena en el cine, me sentí avergonzado.Me acordé de Menace II Society, una película de los Hug-hes Brothers que había visto unos siete años antes. En lapelícula también aparece South Central. Imágenes queparecían representar “lo auténtico”, que dejaban espaciopara la ira, que la escenificaban, y que me había gustadomucho. Cuando me encontré con esas mismas calles en eldocumental de Michael Moore, me di cuenta de que esegueto no existe. Se construye a través de las miradas, escomo una colección de estereotipos. Resulta del deseo deimaginarse lo “otro”. El ensayista y DJ Günther Jakob yalo advirtió a principios de los noventa: también las mira-das de los consumidores blancos de rap construyen elgueto afroamericano. Pero yo entonces no quise saberlo.Preferí ver una película que reconstruyera lo desconoci-do-extraño y que me emocionara.

Después de la intervención de Cipriano, me sientodeprimido. Difícilmente se le puede reprochar a alguienque vea las cosas de la misma manera que uno mismo las

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dice que sólo Carlos Andrés Pérez, presidente de 1974 a1979 y de 1988 a 1993, se apropió por esta vía de variosmiles de millones de dólares. El gentío que hoy día atestala plaza Caracas es una consecuencia lógica de esta varian-te de modernización. Buhoneros por todas partes. El cen-tro urbano se ha convertido en un sitio donde la gentetrata de organizar su supervivencia, en arena de la luchadiaria en el capitalismo periférico.

Una cuadra más abajo de la plaza se encuentra el Tea-tro Municipal, una construcción del siglo XIX atrapadaentre sobrios edificios de oficinas, puestos de ventaambulante y calles colapsadas. El teatro allí es como unenclave: suelo de madera oscuro, asientos tapizados,mobiliario gastado, pero sin perder su aspecto solemne.Esta noche, Cipriano, un fotógrafo brasileño, compañerode proyecto, muestra sus trabajos: imágenes de las fave-las. Instantáneas artísticas, es decir, estetizantes que a mísólo me provocan aversión. Una perspectiva de las lade-ras desde el helicóptero: un mar sin fin de chabolas. Lamirada humanizante: caras, niños, fiestas. Sin venir acuento, el fotógrafo comenta que la alegría y el sufrimien-to son particularmente intensos entres los pobres. El ojoerótico: mujeres mostradas por la espalda, semidesnudasdetrás de un muro, con una sonrisa misteriosa. Y paraacabar: la vida del barrio popular. Callejones y pasajesintrincados.

Vuelven a encender la luz. Un regusto insípido: la este-tización deja un desierto de estereotipos. Cipriano diceque no quiere aportar elementos críticos. Ni abstracciónni teorización ni reflexión. Simplemente quiere sacarfotos, fotografías bonitas. También podría decir: transmi-tir formas, reproducir clichés y crear superficies de pro-yección. Me acuerdo de una observación de la compañeraaustriaca: no se puede fotografiar sin determinar ni hacervisibles los contextos.

En Bowling for Columbine, el director Michael Moorecallejea por el barrio de South Central, en Los Ángeles.

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za aquí siempre viene para todos. Helmut y Sabine propo-nen no apostar por Racing Star, sino por Miracle. Un mar-gen de ganancia demasiado pequeño. El hombre con lacamiseta de Romario nos dice que Miracle hace tres carre-ras que no llega a la meta. Una pequeña anotación en elcuaderno por 3.500 bolívares. «El cuaderno de 1.500bolívares es basura». Juan regresa con las cervezas. Tene-mos que brindar a pesar de que las últimas botellas toda-vía no están vacías. Un grupo de hombres se pone a jugara la bola criolla en la plaza. Al sonido de las fichas dedominó se suma ahora el de las bolas metálicas casi deltamaño de melones. Y de repente alguien da una señal. Elhombre de la camisa de cuello, sentado en el escritorio,mira concentrado las anotaciones. El dueño del kioscoaumenta el volumen de la radio. Los hombres de la mesade dominó se voltean hacia la barra. Toda la atención seconcentra ahora en la radio portátil. Al principio apenasentiendo lo que dice el locutor. No es hasta que su vozempieza a subir de tono y a ganar en excitación que medoy cuenta de que está dando nombres de caballos. Loshombres de la mesa de dominó comienzan a repiquetearnerviosamente con el dedo índice y el dedo corazón. Unmovimiento divertido, acompañado de un balanceoacompasado de la muñeca. El hombre barrigón con lacamiseta de Romario se inclina sobre su cuaderno deapuestas y acompaña al locutor de la radio asintiendo conla cabeza. La tensión va en aumento. Gritos de aliento, loshombres arrugan el ceño, el locutor habla cada vez másrápido y alto. Los caballos parecen estar llegando a larecta final. Juan, al que no le interesan las apuestas —suvida está dedicada a la revolución—, comenta que la cer-veza caliente da hipo. Sabine deja su cerveza medio llenaa un lado y toma la botella llena y fría. «¡Margarita, Marga-ritaaaa!», suena desde la radio. Uno de los hombres de lamesa de dominó se sube en su silla, se inclina sobre elaparato y repiquetea todavía más rápido con sus dedos.«¡Margaritaa!», exclama el locutor. «¡Margaritaa!, Margari-

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ve muchas veces. Y, aun así, no hay ninguna razón paraponerse a mirar esto: un reportaje de moda desde elgueto, un rebobinado rápido de retrospectivas.

Los Panteras Negras

Si las transformaciones en Venezuela no se pueden expli-car por el papel de los partidos políticos o de algunoslíderes, con qué entonces, pregunto a un amigo.

«Tienes que irte bien a la base. Aquí se derrumbó todoun mundo político, también las organizaciones revolu-cionarias. Lo que quedó es el poder local, el comunismode barrio...»

Domingo, día de carreras. En la plaza de la bola criolla,detrás del bloque 18, unos hombres sentados en la som-bra al lado de un kiosco toman cerveza. Polar Ice, casicongelada. La televisión y la radio están encendidas, unosmetros más allá un negro con camisa de cuello clara y len-tes, de pie junto a un escritorio: la banca. Tiene una lista,una calculadora, una pequeña radio. Vuelve a hacermucho calor. Estamos sentado de cara a la rampa de labasura. Unos chulos andan rebuscando entre los conte-nedores. De la cancha de delante del bloque 18 nos llegael griterío de los muchachos jugando a fútbol; los hom-bres de la mesa contigua están enfrascados en una partidade dominó. Gritos, discusiones, el tableteo de las piezasen la mesa. Cuadernos que pasan de mesa en mesa. Papeldelgado, gris, impreso muy tupidamente, como una revis-ta de crucigramas. Un hombre barrigón con una camisetade Romario me explica las abreviaciones. En cada páginahay una lista con nombres, los últimos resultados de lascarreras, el jinete, la caballería y el pronóstico. Para lacarrera de las 14 horas el hombre me aconseja RacingStar. Para la de las 15 horas Canaima sería el caballo depeor pronóstico. Juan, mi amigo de la organizacióncomunitaria, va a buscar una ronda de cervezas. La cerve-

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Por la mañana quisimos ir a la misa del padre Coro. Cuan-do llegamos al barrio, nos dicen que durante la nochehubo un tiroteo junto a la iglesia franciscana —la parro-quia está pegada directamente a los bloques controladospor el narcotráfico— y que la gente que nos iba a acompa-ñar a la misa todavía está durmiendo.

Voy a hacer unas llamadas; los otros esperan delantedel local de la organización comunitaria. Un vecino melleva a donde Pibe, el argentino. Éste me comenta que porculpa del tiroteo no pudieron irse a la cama antes de lacuatro y que no es buena idea subir hacia la iglesia. Regre-samos al local comunitario, la misa se suspende, pero nosinvitan a una actividad: “bailoterapia”; no tengo ni ideade lo que es eso. Un amigo conductor de carrito nos lleva—a unas diez personas— a un local recién renovado. Hel-mut se pone a jugar a basquet, un entrenador de boxeonos enseña sus instalaciones de entrenamiento. Sabine seplantea inscribirse en alguna actividad deportiva. Des-pués de hora y media de espera, finalmente empieza laactividad anunciada. Algo así como un número de aero-bic. Una mujer gorda con un vestido ceñido es la anima-dora; treinta mujeres imitan sus pasos. Sabine (Viena),Sabine (Rotterdam) y Liyat se unen al grupo. Con lospasos de salsa, sin embargo, tienen sus dificultades.Como todos los hombres, me apoyo en un pasamanos ylas observo. Tengo la sensación de estar en Brooklyn oPuerto Rico. Impresionantes carros norteamericanos delos años setenta, salsa clásica, las vistas de unos bloquesde viviendas sociales. El sol, entretanto, ha llegado a suposición vertical. Después de un par de canciones un tra-vestí —«queer», me corrige Helmut— viene a hacer com-pañía a las mujeres. Cabello largo, la cara maquillada, lacamisa anudada a la altura del ombligo afeitado, movi-mientos muy femeninos: otra de las animadoras. Piensoen si un travesti lo tendrá más fácil o más difícil que unhomosexual. Éste habla con la gente a su alrededor. No sepercibe mayor rechazo. Sólo Pibe observa que él no tiene

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taa!», repite el hombre subido a la silla. «¡¡Margarita!!»,suspira finalmente el locutor de radio. Los animales hanllegado a la meta. El barrigón con la camiseta de Romariohace una mueca. Los hombres de la mesa de dominóreemprenden el juego como si nada hubiera pasado. Eltipo en la silla aprieta el puño y se dirige sonriendo haciael negro del escritorio para cobrar.

Juan nos presenta a un hombre con muletas. Helmut ySabine le dan la mano. Yo aprovecho para ir a buscar otraronda. Cuando regreso, Juan nos cuenta que el hombrede las muletas tiene una bala en la columna. Helmut,Sabine y yo ponemos cara de susto. El hombre con lacamiseta de Romario, que hasta ahora sólo parecía intere-sarse por las carreras de caballos, menciona que 28 perso-nas del 23 de Enero se fueron a Cuba hace unos años,«como brigada». El compañero de las muletas —entoncessin bala en la columna— también habría estado. «Quería-mos mostrar nuestra solidaridad», dice. «Nuestra solidari-dad simbólica». «En los periódicos», agrega Juan,«escribieron que habíamos recibido entrenamiento mili-tar. En realidad, sembramos patatas». Se encoge de hom-bros. «Lo usual».

Nos quedamos callados por un instante, luego Sabinele pregunta a qué se dedica a la mujer sentada a su lado, lahija del entrenador deportivo, que hasta ahora no haabierto la boca. «Soy bombera», responde cuando le tra-duzco la pregunta, «todavía en formación». Está embaraza-da y actualmente sólo puede trabajar en la central. «Perodespués de la baja de maternidad empiezo de verdad».

Estoy sorprendido. Desde que llegué hace un mes, voydos veces por semana al 23 de Enero, pero continúoteniendo dificultades para entender este barrio. Siempreque pienso que he entendido su estructura, me doy cuen-ta de que me equivoqué.

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culo entre el trabajo centrado en el barrio, la socialidad debase y la defensa armada fueron los elementos caracterís-ticas de la organización afroamericana de los años setenta.

La chica se va, Robert regresa. Le pregunto si conoce larazón de los enfrentamientos callejeros frente al liceo lasemana pasada. Asiente con la cabeza: «En recuerdo, enrecuerdo de un muerto». No entiendo el nombre. Losestudiantes de secundaria habían venido a pedirle permi-so para levantar las barricadas.

Reflexiono sobre cómo se puede explicar esto aalguien en Europa, o aunque sólo sea en Altamira, sindespertar la cadena de asociaciones habituales: gueto-violencia.

Al lado de la ventana

Llegó M. de camino hacia Colombia. Fuera está lloviendo.Las gotas de lluvia entran por la ventana semiabierta. Lahermana de Carol dijo ayer que Venezuela se está secando.

«Pero si ha llovido... en los últimos días».«¿Llovido? Eso no ha sido nada».Se necesitan dos años de lluvias normales para que el

agua en la represa que abastece Caracas vuelva a alcanzarsu nivel usual.

En el periódico se dice que la hidroeléctrica de Gurisólo está a 1,24 metros de su nivel crítico. Por debajo de148 metros de altura ya no se puede garantizar el funcio-namiento de las turbinas, y cada día el nivel baja entreveinte y treinta centímetros. Guri, la segunda hidroeléc-trica más grande del mundo, produce el ochenta porciento de la electricidad consumida en Venezuela.

Me siento aliviado cuando, por la tarde, el calor ago-biante acaba con un aguacero. Una tormenta, un momen-to para tomar aliento. Sentado al lado de la ventana, con lafrente apoyada contra la reja, escucho las gotas golpeandodiez pisos más abajo el asfalto del aparcamiento. La lluvia

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nada en contra, pero que, habiendo mujeres tan bonitasen Venezuela, no hacen falta maricones disfrazados demujer. Pibe, el revolucionario.

Después del espectáculo de aerobic, Sabine y Helmutme acompañan un rato a apostar a los caballos. Tomamoscerveza y perdemos las dos carreras recomendadas de las14 horas. Finalmente, se van los dos austriacos. Juan melleva consigo. Subimos a la parte alta del 23 de Enero,hacia el bloque donde tuvo lugar el tiroteo la noche ante-rior, el bloque de los Siete Machos, de los que ya murieronseis. Otro kiosco donde se puede apostar a los caballos.Un poco más escondido. Teóricamente, las apuestas sonilegales, pero cuando los policías se acercan por acá essólo para cobrar su matraca o para apostar ellos mismos.Juan me presenta a Robert, un hombre de cara ancha ylabio superior levantado en forma de arco, que deja al des-cubierto los incisivos. Robert estuvo cuatro años en la cár-cel. «Por delincuencia común», dice Juan. Robert es ellíder de este bloque. De aquí hay sólo unos pocos pasoshasta la parroquia franciscana y el Liceo Manuel PalacioFajardo. Le pregunto a Robert cómo se mueve uno aquí.En esta parte de la ciudad, donde domina el narcotráfico ylos agentes corruptos de la Policía Metropolitana son fuer-tes. «Con cuidado», responde. A veces hay que ganarse elrespeto a la fuerza. Sólo algunos líderes comunitarios muyreconocidos en el barrio se pueden permitir moverse sinprotección. «Los otros llevan armas, lamentablemente».

Nos interrumpen. Una chica de diecisiete años se llevaa Robert a un lado. Parece que le está pidiendo consejo. Élescucha atentamente y le responde de vez en cuando envoz baja. Por lo que se ve, los vecinos le consideran tam-bién una autoridad en asuntos de carácter personal. Lepregunto a Juan, que sigue a mi lado, si una política así nodesarrolla una dinámica imparable. La política de lasarmas. «Claro, pero tampoco hay alternativa». Pienso:Black Panther Party. Quizás lo más comparable con estosean los inicios del Partido de los Panteras Negras. El vín-

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viven en las dieciséis viviendas del edificio. Se dice que enotros edificios viven hasta dos veces más personas. Aura esuna de las líderes de esta ocupación. Una mujer de unoscincuenta años, afrovenezolana, del oriente del país.Tengo problemas para entenderla, y no sólo por el ruidoque penetra desde la avenida Baralt. Irrumpieron en eledificio hace dos años, cuenta, rompiendo un candado.Las habitaciones estaban llenas de basura, así que los ocu-pantes tuvieron que limpiarlo y arreglarlo todo.

Alguien de nosotros pregunta cómo se les ocurrió ocu-par esta casa.

«Fue por necesidad... Pero también porque nos senti-mos alentados. Eso nos lo enseñó Chávez. Dijo que estoes una revolución que nos dará dignidad, en la que todostenemos derecho a la vivienda».

En la izquierda venezolana hay opiniones discordantesrespecto hasta qué punto el gobierno va a llevar seriamen-te a la práctica las transformaciones sociales planteadas yrespecto a si realmente se puede hablar de una revolu-ción. Pero nadie puede cuestionar de verdad una cosa:que el jefe de Estado, con su cara marcada por su perte-nencia a las clases populares y que no oculta su origenafricano e indígena, representa la Venezuela invisible. «Aservant not knowing his place» —un sirviente que noconoce su lugar— como lo formuló irónicamente WilliamBlume en Counterpunch. Si el otrora profesor de un cole-gio militar aparece varias veces a la semana en la televisiónpara charlar, exponer y explicar, no lo hace sólo en tantoque presentador estrella y agitador, sino también en tantoque pedagogo popular.

Parafraseando a Maquiavelo, Gramsci denominó alpartido una vez «el príncipe colectivo». Dándole la vuelta,se podría decir que Chávez es algo así como un “partidoindividual”. El señala las contradicciones sociales y con-tribuye así a que la ruptura social se haga políticamentevisible. Lo cual no es poco. Los invisibilizados han reco-brado el valor de hablar y actuar. «Nos lo enseñó Chávez».

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hace desaparecer primero los cerros de enfrente y luegolos edificios vecinos detrás de un velo gris. En la casa con-tigua una familia ve la televisión sentada en el sofá. M. estáen la puerta y estira la mano para tocar la lluvia.

“Okupas”

Caracas, Avenida Baralt. Mangos, CDs, plátanos, ropa inte-rior. Pasando por entre los puestos de los buhoneros,escucho un vallenato colombiano, el aire apesta a gases deescape. En la puerta del Edificio Bolívar, una construcciónde cinco pisos y quizás unos cincuenta años, nos topamoscon una mujer casi sin dientes y de piel oscura. Le digoque estamos invitados a una reunión del Comité de TierraUrbana local. La mujer, sin embargo, espera desconfiada-mente hasta que venga alguien que nos conozca.

Se nos hace subir por unas escaleras estrechas y oscu-ras. Cobijas y plásticos separan las habitaciones entre sí,en vez de paredes, en la vivienda del cuarto piso. Sensa-ción de incomodidad. Desde el balcón se puede ver elpuente Llaguno que pasa por encima de la avenida Baralt.En el centro del mismo hay colocada una cruz y una ban-dera venezolana. En el puente Llaguno cayeron los tirosque legitimaron el intento de golpe de Estado contra elgobierno de Chávez en abril de 2002. Legitimaron o pre-tendieron legitimar.

Salgo al balcón y me pongo a contemplar el puente.

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El Edificio Bolívar es una de las doce casas “okupas” deCaracas. Aunque el calificativo de “okupa” tal vez puedacrear asociaciones equivocadas. Lo de la avenida Baralt notiene nada que ver con espacios liberados de la contracul-tura, sino con asegurar simplemente un techo donde cobi-jarse las familias pobres. En total, más de cien personas

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provisionales, el olor de los gases de escape. Para sushabitantes, no obstante, esta casa representa condicionesde vida privilegiadas: en el centro de la ciudad, a una cua-dra de la zona gubernamental, a sólo dos de sus lugaresde trabajo, los puestos de fruta, de ropa interior y de CDs.

«¿Qué pueden hacer por nosotros?», nos preguntaAura, subiéndose los lentes.

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Es evidente que no podemos hacer nada —a pesar de queentre nosotros hay tres arquitectos—, aparte de hacer uncorto recorrido por la casa y una evaluación superficial dela estructura del edificio. No sé si los ocupantes se senti-rán decepcionados.

Después de una hora finalmente aparece Andrés,nuestro amigo de La Vega y profesor universitario de Cri-minología. Los ocupantes del Edificio Bolívar le han pedi-do información sobre sus derechos, sobre la posibilidadde acogerse al decreto de regularización de tierras. «Dis-culpen el retraso. Ya saben cómo es Caracas». Andrés son-ríe, los ocupantes saben cómo es Caracas y le devuelvenla sonrisa. Luego se sienta.

Andrés es un fenómeno: cada día tiene dos o tres reu-niones. La oficina técnica encargada de la reforma de latierra urbana sólo dispone de dos empleados y no puederesponder a todas las demandas. Por eso, Andrés les echaun cable siempre que puede.

«Derecho y justicia no son lo mismo», Andrés comienzacomo siempre: con una pequeña unidad didáctica. «Aquíhay un proceso, pero todavía vivimos en un Estado capita-lista que protege la propiedad. Sin embargo, se puede apli-car la justicia también de otra manera. Un francés», Andréscita a Proudhon sin mencionar el nombre, «dijo una vez quela propiedad siempre es un robo porque antes de que exis-tiera la propiedad privada todo estaba en manos de todos.Lo más importante, por lo tanto, es que ustedes se organi-

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En la habitación, mientras tanto, se han juntado más deveinte personas. Enfrente de mí se encuentra una mujercon su hija pequeña en el regazo. La niña parece desnutriday se chupa los dedos. Por alguna razón me deprime obser-varla. «Yo vi la emisión en la que Chávez habló de eso. Dijoque había demasiados edificios estatales abandonados.Que debíamos fundar cooperativas o simplemente tomár-noslos. Y así lo hicimos. Ahora queremos ser legalizados».

También esto es singular: un presidente que llama aacciones ilegales contra la propiedad estatal; unos infrac-tores de la ley exigiendo el reconocimiento legal.

«Hemos luchado tanto», un hombre vestido con unacamiseta deportiva asume la palabra. «En abril de 2002,casi mataron a mis vecinos. Tuvimos que buscar un lugarseguro para los niños. Había gases lacrimógenos portodas partes. Luego vinieron los registros. Defendimos algobierno. Tenemos derecho a esta casa».

El 11 de abril de 2002 en la avenida Baralt, directamentedelante del Edificio Bolívar y a una cuadra y media del pala-cio presidencial, diecisiete personas son asesinadas porfrancotiradores ubicados en los techos de algunos edificios.Entre los muertos hay gente de la oposición, del gobierno ytranseúntes. Por la noche, la Comandancia de las FuerzasMilitares aprovecha estas muertes para rebelarse contra elpresidente, responsable —según los generales— de loshechos. Chávez es detenido mientras que los francotirado-res arrestados por unidades policiales de la DISIP, durantela tarde, curiosamente son puestos en libertad al díasiguiente y pueden desaparecer sin dejar rastro. El dirigen-te empresarial Pedro Carmona asume el poder; en todo elpaís comienzan las detenciones y los allanamientos, tam-bién en el Edificio Bolívar. Los ocupantes viven el fracaso desus esperanzas, la represión sangrienta, días de resistenciay, cuando ya nadie lo creía posible, el retorno del presiden-te electo. Todo eso en sólo sesenta horas.

Miro a mi alrededor en el piso. Siendo honesto, noquisiera vivir aquí. Un suelo oscuro y desgastado, paredes

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Ocupantes ilegales como defensores de la ley y elorden, que con su lucha contra la delincuencia no sólo sequieren proteger a sí mismos, sino también conseguirreconocimiento en tanto que ciudadanos de Caracas. Enesta ciudad todo fluye realmente sin cesar.

Los Roques

Tres días de excursión, por fin M. y yo salimos de Caracas.Bajo los rotores del avión se extiende el archipiélago:centenares de pequeñas islas alargadas, rodeadas de arre-cifes coralinos, aguas de color verde turquesa y playas dearena blanca. Los cayos de Los Roques forman una espe-cie de rectángulo de veinte kilómetros de diámetro.Cuando descendemos, descubro detalles: una línea estre-cha de manglares, cabañas, un barco. El avión toma tierra.Asfalto reblandecido y lleno de baches.

Al bajar del aparato, nos fijamos en la única elevación enun radio de 170 kilómetros: una roca pelada de dos cabe-zas, Gran Roque. La isla apenas si tiene vegetación. Cactus,algunas plantas rastreras de color verde claro resistentes alagua salada, zarzales. Las nubes que cubren el cielo son deun gris plomizo, el aire es pesado, húmedo y pegajosocomo el jarabe. Nos ponemos en la fila delante de la casa delos guardias del parque, pagamos un tique y entramos enDisneylandia. Me alegro de que no haga sol. Todavía mesentiría más como un cliente de un paraíso vacacional. Elasentamiento de 2.000 habitantes de Gran Roque consta ensu mayor parte de restaurantes y pequeñas pensiones pin-tadas de variados colores, con las correspondientes decora-ciones interiores: rústica/pescador/pirata/íntima. Sólo unahilera de casas —la más apartada de la playa— es diferente.Delante de un complejo de edificios amarillo de unos 200 o300 metros de largo, una docena de mujeres negras estánsentadas en el suelo con sus hijos al lado y juegan al bingo.M. y yo dejamos a los amigos para ir a echar un vistazo.

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cen». Andrés promete buscar abogados que defiendan gra-tuitamente a los ocupantes. «En caso de amenaza de desalo-jo tienen que ayudarse mutuamente. La oficina técnica y elgobierno no podrán hacer nada. Tendrán las manos atadas».

Alguien pregunta si existe algo como una red de emer-gencia de las ocupaciones. La mujer con la niña en suregazo contesta que el año pasado una casa fue desaloja-da por la Policía Metropolitana.

Siempre la Policía Metropolitana. Para los medios bur-gueses un baluarte de la resistencia democrática; para lasorganizaciones comunitarias, en cambio, nada más quesinónimo de corrupción y represión.

«Desde entonces estamos organizados».Una semana después me enteraré de que las casas ocu-

padas tampoco están tan organizadas. Se tuvo que cancelarla reunión anunciada de los diferentes grupos debido aseveras disputas internas. Hay demasiada gente que quiereasumir el liderazgo sobre los otros grupos de ocupantes.

«Pero tiene que haber alguna posibilidad de conseguirun título legal», dice una chica de quizás dieciocho años.Andrés propone discutir las condiciones de propiedad delos diferentes apartamentos y edificios. Los ocupantes decasas de propiedad privada son los que lo tienen máscomplicado. En cuanto a las casas de propiedad estatal odel Ejército, en cambio, el asunto sería más fácil. «Ahíencontraremos una solución. Hablaremos con algún mili-tar». En el camino hacia la formalización, los contactosinformales con el aparato estatal resultan fructíferos.Félix, arquitecto mexicano afincado en Rotterdam, expli-ca la legislación holandesa para legalizar ocupaciones.Salen a relucir la aceptación política, los derechos funda-mentales, la necesidad de un techo donde cobijarse.

Al final, Aura menciona un argumento que me dejaabsolutamente perplejo: «Vencimos a la delincuencia enla avenida Baralt. Nos poníamos en el balcón y gritába-mos cuando alguien intentaba robar a la gente allá abajo.Nosotros hemos restablecido la ley en esta calle».

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nal, se dejan caer en la isla. Más o menos simultáneamentellega media docena de yates. Entre uno y cinco millones dedólares cuesta uno de los barcos con los que se llega a tie-rra firme cerca de Caracas en apenas cinco horas. Sólo ennuestra parte de la playa, que tendrá unos 200 metros delargo, habrán anclado bienes mobiliarios por valor de unoscuarenta millones de dólares. Los pasajeros de los yates sehan traído consigo camareros; sirvientes que les preparanlos cócteles y llevan las neveras portátiles. Los propietariosde los yates se sientan a la sombra y comienzan a tomar. Unsonido seductor, el repiqueteo de los cubitos de hielotiene un efecto sedante. Me recuerda a La Ciénaga, esaincreíble película de Lucrezia Martel: una familia de clasemedia dueña de tierras en el norte tropical de Argentina sedesmorona y se entrega a su destino emborrachándose.Una clase que naufraga. Era difícil no ver la película comouna metáfora. En la Argentina del año 2001 las capasmedias cayeron en picado y, por lo menos según la películade Lucrezia Martel, no reaccionaron. Se lamentan de susproblemas y van añadiendo cubitos de hielo en sus vasossiempre llenos de vino tinto.

La comparación cojea un poco, puesto que los propie-tarios de los yates —a pesar del gobierno de Chávez alque se maldice permanentemente también en esta partede la playa— están lejos de venirse abajo. Tienen aliadosfuertes en el extranjero y además no son de clase media.Y, aun así, persiste ese ruido tan característico, un sonidoque evoca pereza y decadencia.

Cuando volvemos a la isla principal, cuatro días des-pués, me pasa una frase contundente de Slavoj Zizek porla cabeza: «Bienvenido al desierto de la realidad». En estecaso, el desierto un poco más real es sin duda alguna pre-ferible a la Disneylandia del club de vacaciones, aunquesólo sea por las sombras que dispensan los techos de lascasas. De vuelta a Caracas, le diré a Andrés que no es lanaturaleza la que hace de Los Roques un destino turísticotan apreciado por las elites —en Venezuela hay playas

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«Vivienda social», nos explica una de las habitantes.«La mayoría de la gente vendió sus cabañas a los hotele-ros. Está prohibido construir casas nuevas porque GranRoque es un parque natural. Entonces el estado pusoestas viviendas sociales. La gente las puede habitar, perono las puede vender».

Olvido, por un momento, que me encuentro en unparaíso vacacional de catálogo. Una zona extraterritorialen territorio extraterritorial. Qué raro.

Quiero quedarme en la isla de las viviendas sociales.Pero nos dicen que las mejores playas se encuentran enotro lugar. Arrecifes coralinos deshabitados y blancos.Nos trasladamos a Francisqui, la isla vecina: quince minu-tos de ida en una barca a motor. El sol se abre paso entrela capa de nubes gris plomizo, las arenas de las playasblancas me ciegan. Montamos nuestras tiendas de campa-ña bajo los tres únicos árboles de la isla. Hace un calordespiadado, apenas hay sombra y no hay agua potable. Loúnico que se puede hacer es esperar a que el sol vuelva aponerse. La vida en el paraíso vacacional a veces puedeser dura e inexorable.

Sólo en una de las cincuenta islas más grandes delarchipiélago de Los Roques se encuentra agua dulce. Noobstante, los indígenas ya poblaron la isla hace más de milaños. No me explico cómo lo hicieron. Recorrer 200 kiló-metros en balsas, llegar a un archipiélago desconocido yencontrar justamente ese sitio único con agua potable.Elmar, un amigo de Berlín, dirá lapidariamente algunassemanas más tarde que «seguramente mucha gente habráreventado» en la empresa. Elmar es profesor de marxismo.

Por la tarde, se nos muestran en toda su dimensión lasrelaciones de clase globales. Una familia pescadora nativade Gran Roque se pierde entre un grupo de italianos, turis-tas alemanes sueltos pero de viaje-todo-incluido y algunosvenezolanos superricos (pero no tan bellos) que vienen apasar unas horas. Con neveras portátiles, grabadoras ysillas de playa, por las que hay que pagar un precio adicio-

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que se enseña cómo cosechar cantidades considerables dehortalizas en terrazas y pequeños patios interiores. Laoposición está que arde porque el proyecto se basa enmodelos experimentales cubanos y senegaleses. ¡Teníanque ser modelos justamente cubanos y senegaleses! Elcultivo de productos de subsistencia representa un regre-so a la época preindustrial, escriben los medios burgue-ses. Y señalan, además, que instalando huertos al lado delCaracas Hilton, el gobierno lo que pretende es expulsar alos mendigos que dormían hasta entonces en ese lugar.Precisamente El Nacional, órgano de combate de la oposi-ción, preocupándose por los mendigos. Como si la Alcal-día del Área Metropolitana gobernada por la oposición nohubiese tenido originalmente la intención de levantar enel mismo sitio un gran centro comercial.

Si uno sale de la estación del metro de Bellas Artes ydirige su mirada hacia el Parque Central, la primera impre-sión es impactante. Una vista que recuerda a las películasde ciencia ficción de los años setenta: un pasadizo cubiertolleva desde el metro hasta varios complejos de edificios decuarenta pisos de bases inclinadas. Las ventanas de lasviviendas y oficinas parecen minúsculas desde abajo, y lacierto es que los espacios interiores no tienen mucha luz,por lo menos en los pisos inferiores, si no recuerdo mal. Ladiferencia más grande con Blade Runner consiste en queen Caracas llueve mucho menos que en la ciudad de la pelí-cula. Al lado de los rascacielos hay dos torres de cristal, deestética de los años ochenta, a cuyos pies pasa la avenidaBolívar, una calle de cuatro carriles que fue pensada comoun gran paseo y que lleva por el oeste al Palacio de Justicia,otra construcción ostentosa que nunca se acabó.

La decadencia lo corroe todo. La gran avenida se haconvertido en una vía rápida de semáforos estropeados.En los terrenos baldíos acampan los sin techo; una cons-trucción sin terminar se alza perdida en el polvo.

Busco a un estudiante de Biología que conocí haceunos días y que trabaja en el proyecto piloto de Parque

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más lindas, pueblos con riachuelos de agua dulce y conpalmeras que dan sombra—. Les gusta porque allí pue-den hacer vacaciones sin tropezarse con la plebe.

«No se ven pobres».«Sí que se ven», me contradice Andrés, «pero son

pobres pintorescos. Pescadores con caras curtidas por elviento y el sol. Representaciones de lo auténtico».

Me compro una botella de vino y echo cubitos de hieloen el vaso.

Huertos urbanos y mejora de las casas

Sigue lloviendo demasiado poco, pero el calor se hacecada día más agobiante. Si enciendes el aire acondiciona-do en la oficina, no oyes ni tu propia voz. Se ha de escogerentre bochorno y ruido. Algunos de los nuestros hanenfermado, se nota en todos que el ritmo y la sensaciónde tiempo han cambiado. Los movimientos se han hechopalpablemente más lentos.

Voy con tres arquitectos del proyecto a La Vega. Quie-ren hablar con los habitantes sobre posibles aplicacionesde tecnología alternativa. De camino hacemos un alto enla estación de Parque Central. Hace unas semanas elgobierno comenzó aquí un proyecto piloto: huertos urba-nos. Venezuela, que importa un sesenta por ciento de susalimentos y donde la bonanza petrolera hizo avanzar elproceso de urbanización todavía más que en los paíseslatinoamericanos vecinos —menos del diez por ciento delos venezolanos vive en el campo—, busca recuperar susoberanía alimentaria. Dado que el programa estatal devuelta al campo sólo ha logrado que una pequeña minoríarealmente retorne al agro, el gobierno promueve ahora lacreación de pequeños huertos urbanos. Mediante crédi-tos se anima a la población a formar cooperativas agrícolasy a cultivar terrenos abandonados en las periferias de lasciudades. Hay, además, agrónomos que dan cursos en los

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que empieza a hablarme de la guerra en la ex Yugoslavia,«la construcción del otro», para pasar luego a elogiar loshuertos urbanos. Dice que en El Cairo hay un proyectode cultivo en terrazas. A Marijetica le entusiasman las ini-ciativas locales autogestionadas, independientes delEstado. Su posición me parece bastante idiota. Despuésde que la agricultura latinoamericana fuera destrozadacon promesas de bienestar, latifundios y agroindustria,ahora vienen las agencias internacionales de desarrollo aexplicarles a los antiguos campesinos que no estaría malun poco de cultivo de alimentos para el consumo indivi-dual en la ciudad.

Una venezolana se nos acerca. Hasta ese momento, mehabía mirado los huertos urbanos con escepticismo. Noacababa de entender por qué en una ciudad con pocosespacios públicos se crean zonas de cultivo bastante cos-tosas que luego se han de vallar para que la gente no lasdestruya. La mujer, que dice venir del estado oriental deAnzoátegui, nos formula preguntas sobre el proyecto.Quiere emprender una iniciativa parecida en su ciudad.Contestamos que nosotros también hemos venido a infor-marnos. Un hombre se une a nosotros. Viene de Petare, deun barrio en el este de Caracas. También nos toma poringenieros. La importancia del color de la piel.

«Donde vivimos, tocando a la autopista hay un terrenoabandonado. Allí queremos cultivar. Tenemos que serproductivos».

«No podemos esperar a que el Estado nos lo resuelvatodo».

«Tenemos que hacernos cargo de las cosas nosotrosmismos».

«Iniciativa propia», asiente la mujer, «iniciativa delpueblo».

«Para eso necesitamos dinero».Del Estado, pienso.«Los niños aprenden en los huertos a ocuparse de

algo. Mis hijos riegan las plantas todas las mañanas».

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Central. Un trabajador me contesta malhumorado que nose encuentra «ninguno de los ingenieros». Sin saber muybien qué hacer, nos quedamos en un rincón contemplandolas obras. Hace dos días, Carlos, el estudiante, me habíaexplicado el proyecto de los huertos urbanos. Pondrán unafuente en el centro, distribuyendo los cultivos en forma deanillos alrededor. Así se turnará un anillo de lechugas conotro de pimientos rojos, de manera que los cultivos con-formen una imagen que se puede contemplar desde losrascacielos: círculos rojiverdes justo enfrente del CaracasHilton. Una cooperativa de diecisiete miembros, entreellos Carlos, se ocupará de los trabajos. Esperan cosecharcuarenta toneladas de hortalizas, no entiendo bien si almes, al trimestre o al año. Y, ciertamente, algunas semanasmás tarde, ya se venden verduras en una pequeña tiendade la cooperativa al lado del hotel de lujo. Para que nadiedestruya los canteros, se valla el terreno.

Unos trabajadores colocan postes metálicos cerca dedonde nos encontramos. Según la perspectiva de unobservador curioso que da a los canteros una interpreta-ción que probablemente éstos no tengan para la mayoríade los trabajadores aquí ocupados: un ejemplo de urba-nismo ecológico moderno, un símbolo. Para los trabaja-dores, en cambio, simplemente uno de los cada vez másescasos puestos de trabajo. La crisis económica se agravaen el año 2003, después de que el paro petrolero convo-cado por la oposición deparase una pérdida de ingresosde entre cinco y siete mil millones de dólares a Venezue-la. Los trabajadores nos apartan de malas maneras. Segui-mos sin noticias de Carlos.

Dos de los arquitectos con los que vine se van de com-pras. Al igual que todo el centro, también el pasadizoque lleva al Parque Central ha caído en manos de losbuhoneros. Guy, que se ha dado cuenta de que los DVDsson mucho más baratos aquí que en Canadá —copiaspiratas—, se pone a buscar películas. Liyat tiene suficien-te con una libreta. Me quedo con Marijetica, la eslovena,

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Pienso: “trabajo social”, “proyecto político”. Roberto,piel oscura y ojos claros, explica: «Hay un comedor paralos más necesitados. En la parta baja de La Vega. La abuelacome allí. Pero el camino es duro para ella. Ahí pierdetodo el peso que antes ha recuperado. Necesitamos uncomedor aquí arriba. Éste es nuestro objetivo».

«¿Un comedor? ¿Pagado por quién?»«El gobierno proporciona los alimentos y las organiza-

ciones comunitarias ponen la mano de obra».«¿Y cuántas veces a la semana?»«Cada día».Andrés me dijo hace unos días que la nueva relación

entre el Estado y las comunidades se caracteriza por la pro-moción de las iniciativas de base y de la autogestión, sin queeso suponga sustraerse a las obligaciones sociales genera-les. En los últimos años hubo una discusión bastante duraacerca de este tema en la izquierda venezolana. Cuando lafigura emblemática de la izquierda radical, Carlos Lanz,entró como asesor en el Ministerio de Educación, se empe-zó a propagar la autogestión de las escuelas. Muchos parti-darios de los partidos socialdemócratas de izquierdas en elgobierno tildaron esta posición de “neoliberal” y de despla-zamiento de las responsabilidades estatales a la población.Ahí está el meollo de la cuestión: cómo encarar una críticade izquierdas del Estado sin caer en posiciones desestatali-zadoras neoliberales. O planteado de otra manera: ¿qué tie-nen de progresista los aparatos burocráticos de control quese crearon para la puesta en práctica de concepciones key-nesianas de socialismo de Estado?

Tania nos hace entrar en la casa de la vieja. Detrás de lapuerta hay un loro en un pequeño columpio. Suelo dearcilla, techo metálico oxidado, muebles de gomaespumadesgastados. La pobreza no tiene nada de pintoresco, esdeprimente. Tania cuenta que la vieja vive desde hacetreinta años en Caracas. «¿De dónde viene, abuela?» «DeSucre». Todos parecen venir de allí. «¿Y todavía tiene fami-lia por allá?» «No. Todos están en Caracas».

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Otros dos transeúntes se dirigen a nosotros. Tambiénquieren que les expliquemos lo que nosotros tampocosabemos.

Un interfaz, un punto de intersección: pedagogía, urba-nismo, arte en el espacio público. Se cuestiona el modelode vida vigente y se aportan argumentos al debate sobremicroproducción, autonomía frente a las transnacionalesde la alimentación y soberanía agroalimentaria; todo basa-do en la autogestión y financiado por el Estado. Empiezo acomprender.

******

Las Filas, una de las partes más altas y deprimidas de LaVega. Subimos a pie, a unos veinte minutos de la carreteramás cercana. Por el camino, polvoriento, pasamos cercade un pinar; son los últimos árboles naturales del lugar.Más arriba hay mangos y aguacates plantados por lagente. Las casas se levantan encima de las rocas. Por elotro lado la pendiente es muy pronunciada. Tambiénaquí han plantado los habitantes. Algunos frutales y otrosárboles simplemente para dar sombra o para frenar laerosión. Dentro de pocas semanas se sumarán dos hectá-reas para el cultivo de alimentos en una pequeña meseta.El mismo proyecto que en Bellas Artes.

Miramos hacia abajo, en dirección a la ciudad. Al piedel peñasco se ven bolsas de basura. Resulta agotador lle-var la basura hasta los contenedores cuando no hay niuna sola calle ni caminos trazados. Sopla un viento cálidoy seco como el aire de un secador.

Nos paramos frente a la casa de una señora mayor.«Abuela», dicen nuestros acompañantes, Roberto y Tania,hermanos y cofundadores de los comités de tierra de lazona. Le preguntan a la vieja si pudo mantener su pesodurante la semana pasada, que cómo está de salud, quecuándo quiere que la acompañen al médico.

«¿Al médico? No quiero ir al médico».

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Me pregunto por el sentido de todo esto: sanitariossecos, cañas de bambú. Traer ideas de afuera para queaquellos que consumen menos recursos todavía ahorrenmás. Por otro lado, uno de los principios de la revoluciónbolivariana es seguir vías de desarrollo autóctonas. Seintenta recuperar la medicina tradicional, se promueve elcultivo cooperativo alternativo, se plantan huertos en elcentro de la ciudad. ¿Por qué no probar con filtros debambú y sanitarios secos?

A la vuelta, Roberto y Tania nos invitan a su casa.Casualmente, también pasa por allí Andrés. Andrés, lamáquina organizadora. Discutimos sobre el decreto deregularización de tierra urbana. Andrés participó en laelaboración del proyecto de ley como representante de laorganización comunitaria de La Vega. Nos explica aspec-tos que no hemos entendido todavía. Dos niñas entran enel cuarto que sirve al mismo tiempo de antecámara, coci-na y sala. Vienen de su clase de música, las hijas de Tania.La mayor tiene once años, la pequeña nueve. No me lopuedo creer. La amiga no aparenta tener treinta y tresaños. La hija mayor toca el violín, la otra la flauta travese-ra. Sacan sus instrumentos y tocan Telemann y Vivaldipara nosotros. «Opus 2 para orquesta de cuerda», diceuna de las chicas. Tengo que sonreír. Una casa en unabarriada. Cuatro habitaciones para diez personas. Delan-te de la casa un tubo de aguas negras roto. Dos niñasvenezolanas nos dan lecciones de música clásica europea.

Una vez que el sol se ha puesto, nos sentamos en elbordillo de la acera frente a una tienda y tomamos unacerveza. Los venezolanos de clase media y alta, por logeneral, no tienen ni idea de la vida en las barriadas. Lasconsideran no go areas, espacios inaccesibles donde auno le acecha la muerte. La verdad es que resulta másfácil entrar que salir de los mismos. Cuando te dispones amarchar, siempre te invitan a otra cerveza.

El panorama del valle: luces centelleantes en loscerros. Casualmente nos encontramos con unos conoci-

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En treinta años no logró levantar una casa de ladrillos.Sólo los más pobres no lo consiguen.

Dejamos que la abuela nos cuente algo sobre medicinapopular. Sabe bastante de hierbas y pomadas, hace un bál-samo de marihuana, ron y aceite que es muy bueno comotonificante muscular. Pasado un cuarto de hora continua-mos nuestro camino. Ante la casa situada en la parte másalta de Las Filas encontramos a los líderes de la comunidad.Trabajadores de la construcción. Aquellos que levantaronCaracas dos veces, como dijo el padre de Francisco —máslacónico que convencido— hace unas semanas: «El centrode día, los barrios de noche». Los arquitectos de nuestroproyecto presentan sus ideas: no vienen a aportar mayoresrecursos económicos, sino a intercambiar conocimientos, adar a conocer tecnologías fácilmente aplicables: recogidade aguas de lluvia, sanitarios secos, fuentes de energía alter-nativa. Se podrían probar estas cosas en una casa para quela gente luego se construya lo que le parezca práctico.

Primera pregunta: ¿qué es lo que necesitan realmentelos habitantes de Las Filas?

La luz no es un problema, contestan. La luz viene de laempresa municipal de electricidad. Si la gente tuvieraque proveerse a sí misma también de esto, ¿de qué iba aservir entonces todavía el Estado?

«¿Y agua caliente?»«¿Para qué vamos a necesitar agua caliente?»La respuesta era imaginable.Quedan el agua potable y el alcantarillado. «En las casas

de las laderas los muros se están desplazando por causa defiltraciones en las conducciones de aguas negras».

«Sanitarios secos», sugiere alguien. «No hay que gas-tar agua potable y tampoco se necesita una conexión alalcantarillado».

Miramos hacia abajo. En la casa de un vecino el muroya se ha movido un cuarto de metro. «Y bambú», agregaotro arquitecto. «El bambú ayuda a filtrar las aguas. Y sepuede utilizar como material de construcción».

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profunda, mientras que actualmente ya no tendrían nin-gún vínculo con realidad alguna. La imagen se habría con-vertido en un simulacro puro y autónomo. Disneylandia.Estas reflexiones llevaron a Baudrillard a afirmar provo-cativamente durante la primera Guerra del Golfo que esaguerra no era real, sino sólo una escenificación televisiva,un puro simulacro.

¿Qué hay de cierto y qué de incierto en todo esto? Lasimágenes no se pueden liberar completamente de la reali-dad. Son imprescindibles para la construcción de consen-so social y para la aceptación de las relaciones de dominioexistentes. La producción mediática de conciencia social,es decir de ideología, sólo funciona mientras los especta-dores creen que las imágenes que les son presentadasrealmente reflejan una realidad. Si esta convicción empie-za a tambalearse, los espectadores se distancian y el con-senso de la dominación se rompe. En consecuencia, eldilema de un mundo de imágenes independizadas de larealidad —que al mismo tiempo no puede perder del todoel contacto con la realidad— tiene que ser resuelto cadadía de nuevo. Por ejemplo, escenificando la realidad de talmanera que suministre las imágenes deseadas que, a suvez, alimentan la sensación de realidad.

Hay pocos acontecimientos que muestran esta rela-ción entre imagen, simulacro y realidad más claramenteque el intento de golpe de Estado en Venezuela en abrilde 2002.

Finales del año 2001, principios del 2002: el gobiernode Chávez anuncia la democratización de los ingresospetroleros e interviene en Petróleos de Venezuela S.A.(PDVSA), “el Estado dentro del Estado”. La Administraciónestadounidense se muestra preocupada por lo que llamala evolución autoritaria del país sudamericano. Losmedios de comunicación venezolanos lanzan una campa-ña contra el presidente. En febrero, Chávez destituye aldirector de la empresa petrolera —designado unos mesesantes por él mismo—, el general Guaicaipuro Lameda, por

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dos: un viejo comunista que trabaja en el Ministerio deEnergía y Minas, amigos de Tania y una mujer de los Cír-culos Bolivarianos. El primer miembro de este grupo tantemido por la gente adinerada que conozco personal-mente. La mujer lleva una chapa del PT brasileño en susombrero de paja. Parece agradable. Cuenta que trabaja-ba antes de maestra en Margarita. «Una isla de turistas»,dice, «allí sólo se puede hacer vacaciones». Después delintento de golpe de Estado de abril de 2002, se dio cuentade que se ha de asumir «responsabilidad en el proceso» yregresó a Caracas. «Soy promotora de la formación decooperativas». Si éstas son las fuerzas de choque de Chá-vez, pienso, la ofensiva resultará de lo más cortés. Lamujer brinda con nosotros. La cerveza está helada, comosiempre, casi congelada. Finalmente, también Carlos —elestudiante que buscábamos al mediodía— acaba recalan-do allí por casualidad. Ha andado muy liado, se disculpa.La universidad, el proyecto. Con algo de retraso, acaba-mos recibiendo la información que queríamos sobre loshuertos urbanos. Félix, de México, pregunta si realmentees necesario vallar las huertas. «Eso es destrucción delespacio público», dice, «una privatización camuflada. Elsitio debería estar abierto por lo menos de día».

Carlos lo mira pensativamente. Todavía no ha reflexio-nado sobre el tema. «¿Por qué no vienen un día de estos ylo discutimos con el ingeniero? Habría que considerar unargumento como éste».

Baudrillard, el simulacro y el golpe de Estado

En Simulacros y simulación, Jean Baudrillard dice que elsignificado de las imágenes ha cambiado radicalmente enlos últimos siglos. Primero, las imágenes habrían sidoreflejos de una realidad profunda. Luego, habrían falsifi-cado y deformado esta realidad. En una tercera fase, lasimágenes habrían ocultado la ausencia de una realidad

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«irresponsable» la convocatoria de Carmona. El dirigenteempresarial puede provocar una confrontación violentaentre partidarios del gobierno y de la oposición. Políticosde la izquierda llaman a acudir al palacio; de fondo seoyen los gritos de los manifestantes: «no pasaran» —homenaje a la guerra civil española y a la Nicaragua sandi-nista—. Poco después, la marcha de la oposición llega alcentro. La Guardia Nacional —todavía fiel al gobierno—la mantiene a distancia. Los manifestantes tiran piedras,la guardia granadas de gas lacrimógeno. Los canales pri-vados no muestran a los manifestantes tirando piedras,sólo las granadas de gas.

Hay otros enfrentamientos ocultados a los espectado-res por “los medios democráticos”: en la avenida Baralt,una cuadra y media al este del palacio presidencial, algu-nos chavistas se han apostado sobre el Puente Llaguno,mientras que la Policía Metropolitana mandada por elalcalde perteneciente a la oposición, Alfredo Peña, seacerca desde el sur. Los partidarios del gobierno levantanbarricadas, los policías disparan con pistolas, protegidostras sus tanquetas blindadas. El examen de las grabacio-nes de vídeo demostraría luego que varios de los agentesllevan guantes para evitar las trazas de pólvora. La PolicíaMetropolitana tiene prohibido el uso de armas de fuegocontra manifestaciones.

Primeras horas de la tarde. La marcha opositora ha lle-gado a la avenida Baralt, sus participantes se paran paraobservar las escaramuzas entre la Policía Metropolitana ylos chavistas. De repente, alguna gente cae muerta. Entotal se contarán diecisiete muertos en los alrededoresdel palacio esa tarde. Son los acontecimientos que legiti-man el golpe de Estado. Que le sirven a la Comandanciade las Fuerzas Armadas para anunciar su desobediencia algobierno. Las televisiones privadas repiten siempre lasmismas imágenes: manifestantes de la oposición desan-grándose, muriéndose, y al mismo tiempo: partidariosdel gobierno, entre ellos el concejal del MVR Richard

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causa de graves discrepancias. La organización empresa-rial FEDECAMARAS y la dirección sindical de la Central deTrabajadores Venezolanos (CTV), que ya se habían movili-zado contra la reforma agraria, convocan un paro general.Los canales de televisión privados y los grandes periódi-cos hacen publicidad del paro las veinticuatro horas deldía. El general de brigada Néstor González, un halcón dederechas que había comandado las unidades de contra-guerrilla en la frontera con Colombia durante muchotiempo, hace un llamamiento a la desobediencia al restode oficiales. A pesar de este acto de rebeldía abierta quedaen libertad.

Mañana del once de abril: llovizna. Los canales privadosde televisión muestran calles vacías y gente camino de lamanifestación de la oposición. Caras furiosas y, a veces, lle-nas de odio. Los entrevistados explican que quieren libe-rarse «del dictador Chávez». En el Canal 8, en cambio, se veel metro circulando con normalidad, sindicalistas distan-ciándose de la cúpula de la CTV y transeúntes explicandoque «todo eso es sólo una farsa mediática». Las imágenesexpresan más bien desesperación que combatividad.

Una hora más tarde: cientos de miles de personas sehan reunido delante de la central de PDVSA. La Asociaciónde Periodistas Venezolanos reivindica «la informaciónperiodística partidista» porque sólo los medios de comu-nicación están en condiciones de encabezar la lucha con-tra el gobierno. Un comandante de la Guardia Nacionalafirma que Chávez ha ordenado el uso de la violencia con-tra la oposición. Los canales privados transmiten en vivola concentración: se escuchan manifestantes lanzandoconsignas contra el presidente. Al mediodía, el máximodirigente de la organización patronal, Pedro Carmona,anuncia que la manifestación va a marchar sobre el palaciopresidencial.

Mientras tanto en el Canal 8: unos diez mil partidariosdel gobierno concentrados ante el Palacio Miraflores. Elalcalde de la ciudad de Caracas, Freddy Bernal, califica de

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telecomunicaciones. Los canales privados parecen estarpreparados para una eventualidad así: regresan al éter conemisoras piratas. A las 18 horas, la mayor parte del perso-nal de la televisión estatal Canal 8 abandona el trabajo envista de las graves amenazas de la oposición. Sus emisio-nes, sometidas a interferencias continuas, serán interrum-pidas definitivamente hacia las 21 horas.

Llega la hora de la Comandancia de las Fuerzas Arma-das. Carlos Alfonso Martínez, inspector general de laGuardia Nacional, el ya mencionado general de brigadaNéstor González y otros oficiales preparan el terreno enuna entrevista de televisión. Llaman a actuar a sus cole-gas. Finalmente, el comandante Efraín Vázquez Velascoanuncia su desobediencia al gobierno «por el asesinatode inocentes». Y agrega: «Esto no es un golpe de Estado».Tratan de evitar la impresión, a cualquier precio, de unatoma ilegal del poder. Otro simulacro con poder de reali-dad: el orden democrático. El corresponsal de CNN, OttoNeustaldt, comentará unos meses después que había gra-bado una prueba de la misma declaración de los oficialesya en la mañana del 11 de abril. Una declaración en la quese hablaba de muertos, cuando todavía no los había. Pocodespués de esta revelación, Neustaldt lo desmiente todo,explica que ha sido mal interpretado y abandona CNN.

Irrumpe la noche. Los oficiales fieles a Chávez mandantanques a la ciudad. No se producen enfrentamientosarmados. De momento, la lucha por el poder tiene lugarcasi exclusivamente en los media. El objetivo de los gol-pistas consiste ahora en convencer al conjunto de lasFuerzas Armadas de que no se trata de un golpe de Esta-do, sino de un caso de desobediencia legítima. La infrac-ción de la ley se escenifica como defensa de la ley.

A través de un equipo móvil de Canal 8, el diputado deizquierda Juan Barreto trata de explicar a la opinión públi-ca lo que —según él— pasó en los alrededores del palaciopresidencial. «Fuimos nosotros los masacrados, no ellos».No logra seguir dando su versión de los acontecimientos.

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Peñalver, disparando con pistolas en el Puente Llaguno.El mensaje es claro. «Una masacre chavista contra unamanifestación pacífica». Todavía un año después, muchosopositores andan portando camisetas en las que se puedeleer: «Yo sobreviví el once de abril». Lo que sí registran lascámaras de la televisión privada, pero nunca van a trans-mitir, es lo siguiente: caen muertos manifestantes deambos lados. De los diecisiete muertos cada parte ponemás o menos la mitad. La mayoría de ellos mueren portiros en la cabeza, disparados desde arriba. Los tiradoresdel Puente Llaguno mostrados en la televisión se encuen-tran a unos 300 metros de los manifestantes opositores. Aesa distancia difícilmente se puede matar con armas cor-tas y mucho menos apuntar con precisión. Además, losdisparos de los partidarios del gobierno se dirigen contrala Policía Metropolitana que, a su vez, avanza utilizandoarmas de fuego. Hay también francotiradores en lostechos de dos hoteles. Estos hombres, los presuntos res-ponsables de las diecisiete muertes, son detenidos por lapolicía secreta DISIP durante la tarde, pero puestos enlibertad pocas horas después bajo el gobierno golpista dePedro Carmona.

Se escenifica de tal manera la realidad para que pro-porcione las imágenes que se necesitan para legitimardeterminadas actuaciones, para que un simulacro puedadesarrollar su capacidad de generar realidad. Se propor-cionan los muertos necesarios para movilizar a la pobla-ción contra el «régimen asesino».

La guerra mediática entra en su próxima etapa. Son las15:15 horas: Chávez obliga a los canales privados a emitiruna declaración del gobierno. Los medios privados tapanlas imágenes del presidente en el canal estatal y vuelven aemitir imágenes de opositores heridos de bala para acom-pañar su voz. Por otro lado, el uso de un transmisor deinterferencias permite interrumpir la señal durante variosminutos. 16:45: el presidente ordena desconectar las fre-cuencias de los canales privados por violación de la ley de

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Mañana del 12 de abril. Comienzan los registros ydetenciones; la embajada cubana es cercada, se le corta laluz y el agua, el personal es amenazado y sus carros des-truidos. Se ve a gente de las zonas residenciales saltandosobre los vehículos de los cubanos y arrancando sus puer-tas. El rostro grotesco de la revancha: «Ustedes no saldránvivos de aquí». Los hechos acontecen en el municipio deChacao, gobernado por Leopoldo López, dirigente del par-tido Primero Justicia que, a su vez, es apoyado económica-mente por la fundación demócratacristiana alemanaKonrad Adenauer Stiftung. López se niega a hacer interve-nir a la policía municipal, responsable del distrito y decla-ra: «Se trata de una concentración pacífica contra unrégimen autoritario». Los cubanos son uno de los objetosde odio preferidos por la oposición. La familia más rica deVenezuela, los Cisneros, en cuya propiedad se encuentra elcanal privado Venevisión y el consorcio de empresas másgrande del país, son cubanos exiliados. Además, las buenasrelaciones entre el gobierno de Chávez y Cuba siempre hanenfurecido especialmente a la derecha venezolana.

Pero entonces, el desarrollo de los acontecimientos seescapa del control de los golpistas. Se produce una rebe-lión masiva contra los medios de comunicación. Unamayoría de la población se sustrae a la maquinaria dedominación. Los medios alternativos han tenido quecerrar por orden del nuevo gobierno, pero las formas decomunicación directa reemplazan a la política de larepresentación. A través del teléfono, de internet y de los“motorizados” —grupos organizados de chavistas enmoto que llevan informaciones de una parte a otra de laciudad—, se difunde la noticia de que las cosas no soncomo las emisoras privadas intentan hacer creer. En lascuarenta horas siguientes, se juntará gente en todos lossitios donde se supone que puede estar el presidentesecuestrado, sobre todo en las entradas de los cuarteles.Un exiliado chileno afirmará después que la actitud deestos manifestantes habría sido el elemento decisivo para

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Unidades insurrectas de la Guardia Nacional desconectanel canal estatal; los golpistas difunden el mensaje de queChávez ha renunciado. La guerra de la información parecedecidida.

22 horas: en el palacio presidencial sólo queda unequipo de filmación irlandés (Kim Bartley y DonnauhaO’Brien, autores después del documental La revoluciónno será televisada). El gobierno ya no tiene acceso a losmedios de comunicación. La Comandancia de las FuerzasMilitares exige la renuncia de Chávez, pero el presidentesigue resistiéndose.

12 de abril, alrededor de las 0 horas: los generales insu-rrectos dan un ultimátum. Si Chávez no se rinde, bombar-dearán el palacio presidencial; una clara referencia a Chile1973. A las 3:30 de la mañana, Chávez finalmente se entre-ga, pero sin renunciar. Se rebela contra el simulacro: «Estosí es un golpe de Estado». Los golpistas llevan al presidentearrestado a la base militar de Fuerte Tiuna.

4:50: el empresario Pedro Carmona informa de la deten-ción de Chávez. 6 de la mañana: en la tertulia de madrugadadel canal Venevisión, los periodistas presentes se celebran así mismos como vencedores de la dictadura y dan detallesinteresantes. Uno de los moderadores cuenta que el primerpronunciamiento público de un alto oficial, la declaraciónde Néstor González, fue grabada en su casa privada.

Raya el nuevo día. En las urbanizaciones de clase altade Altamira la gente está de fiesta. Ari Fleischer, portavozde la Administración estadounidense, saluda el cambiode gobierno. En el palacio presidencial, el dirigente de lapatronal Carmona se autoproclama nuevo presidente.Todos los cargos públicos en manos de la izquierda —desde el de fiscal general, pasando por los jueces de laCorte Suprema y los diputados, hasta los diversos gober-nadores— se declaran nulos. Se abole la nueva Constitu-ción —votada en un plebiscito popular— y se abandonael nombre de “República Bolivariana de Venezuela” pararegresar al antiguo de “República de Venezuela”.

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barricadas, los pobladores exigen «el respeto a nuestrosvotos», mientras en la televisión se ven dibujos animados ytelenovelas. Simulacro de una normalidad total.

13 de abril, el segundo día del golpe de Estado. Algunossectores de la Comandancia Militar empiezan a echarse aatrás. La población insurgente y los oficiales fieles a Chávezse han reunido en los alrededores de los cuarteles: «alianzacívico-militar». A pesar de la represión, decenas de miles depersonas se juntan también delante del palacio presiden-cial. Se plantea la pregunta de cómo organizar un nuevoderrocamiento para restituir el orden constitucional. Laguardia de honor tiene la respuesta: anuncia que no puedegarantizar por más tiempo la seguridad del gobierno deCarmona y que tiene que evacuar el palacio. Los golpistassalen de puntillas y de paisano por la puerta de atrás. Imá-genes que producen una no disimulada alegría. Los guar-dias de honor ubicados en el techo del palacio alzan lospuños cerrados bajo una bandera venezolana; ni los adver-sarios más empedernidos de los militares y del nacionalis-mo pueden contener las lágrimas.

Pero el problema es que el nuevo cambio de gobiernopasa inicialmente desapercibido. Además, se sigue sin noti-cias de Chávez. Ni siquiera se sabe si el presidente todavíaestá vivo. Pedro Carmona declara en CNN: «La situación escompletamente normal». “Completamente normal”: unaunidad de comandos recupera la televisión estatal Canal 8;los pobladores de las barriadas encolerizados se reúnenante las estaciones privadas de televisión y amenazan conarrasar los edificios, si éstas no difunden una declaracióncon la versión de los manifestantes. El golpe de Estadomediático ha sido contrarrestado. De lo que se trata ahoraes de convencer al conjunto del Ejército de que el golpe deEstado ha sido un golpe de Estado de verdad. Se quiere res-tablecer la legalidad, pero sin estar seguros del todo decuál es el procedimiento jurídico a seguir. Finalmente, a las22 horas, el presidente de la Asamblea Nacional, WilliamLara, toma juramento al vicepresidente Diosdado Cabello

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derrotar el golpe de Estado. La población venezolana, adiferencia de la chilena, se habría dado cuenta de la situa-ción interna en el Ejército, habría comprendido su carác-ter de institución escindida. Las concentraciones de lospobladores de las barriadas —muchos de ellos amas decasas— delante de los cuarteles habrían profundizadoesta división. Los soldados resultan más fáciles de movili-zar contra milicianos armados que contra una masa entrela que puede haber también familiares.

Mediodía del 12 de abril: los periodistas de los mediosprivados reciben órdenes de sus jefes de no entrevistarmás a personas que puedan ser partidarias del gobiernoanterior. El reportero de televisión Andrés Izarra encuen-tra esto incompatible con la ética periodística y presentasu dimisión. Por la tarde, se hace visible una primera con-tradicción abierta. El fiscal general destituido quiere haceruna declaración pública sobre lo sucedido. Los medios decomunicación privados esperan la legitimación tan desea-da. “Esto no fue un golpe de Estado”. Pero el fiscal engañaa los periodistas. «No hay ningún documento firmado derenuncia. Es decir, que Hugo Chávez Frías sigue siendo elpresidente legítimo y constitucional». Las protestas en lacalle van en aumento. Mientras que el gobierno Carmonatoma posesión de sus cargos, la Policía Metropolitana y laGuardia Nacional disparan contra los manifestantes.Durante las cuarenta y ocho horas del gobierno golpista,hay por lo menos cuarenta muertos.

Noche del 12 al 13 de abril de 2002: sólo la prensaextranjera informa de las protestas. Los canales privadosvenezolanos hablan con una sola voz. Es como lo quedecía Bourdieu acerca de la televisión privada: «No tenga-mos miedo de decirlo [...] Se da una censura que es taneficaz como aquella ejercida por una burocracia central,como la de una intervención política formal; que es inclu-so más eficaz, porque es más disimulada». En este caso, sinembargo, la censura no es muy disimulada. Ya no se difun-den noticias. En los barrios de Caracas se han levantado

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brazo. Me acuerdo de la conversación con Coro, el fran-ciscano, sobre la cultura “propia” y la “dominante”. Mesiento incómodo.

«Plástico», dice M. Parece haber pensado lo mismo. Hayuna canción de Rubén Blades que se llama así: Gente deplástico. Rubén Blades, además de Willie Colón y HéctorLavoe, uno de los grandes narradores de la salsa, habla enla canción sobre gente en la que nada parece auténtico.

¿Pero, después de todo, qué quiere decir “auténtico”?Le cuento a M. la conversación con Coro y le pregunto

su opinión acerca de la cultura “propia” y la “dominante”.M. contesta que el criterio decisivo —o, mejor dicho, nodice “criterio”, no utiliza términos que suenen demasiadoteóricos; simplemente dice «lo decisivo»— sería si unorealmente siente algo o simplemente lo copia porque lo havisto en MTV. “Sentir algo”: también se podría traducircomo “apropiación”. En muchas favelas brasileñas los jóve-nes hicieron suyo el hip hop transformándolo. Mezclaronla cultura de la narración y del battle con samba y reggae,fusionaron breakdance con capoeira, fútbol con graffiti. Esverdad que “lo auténtico” no existe. La vida delante deltelevisor en Berlín-Steglitz es tan real y original como enun arrabal de Rio de Janeiro o de Nueva York. La sensaciónde estar ante algo ”sin sustancia” se produce cuando losprocesos culturales se dan sin creación propia. Cuando seconvierten en mero folclore o industria cultural, en senci-llas reproducciones. Copias de plástico. Si la gente en lospaíses del Sur económico-político defiende que hay queproteger “lo propio” no es sólo por un torpe antiamerica-nismo. Más bien tiene que ver con el hecho de que lossometidos —sociedades, clases e individuo— tienden aidentificarse con la cultura dominante. La única salida a sudesamparo es la adaptación. Se asume la perspectiva de losopresores para no ser aplastado por la propia debilidad.Todo proceso emancipatorio —tanto individual comocolectivo— tiene que romper esta relación de dependen-cia por identificación, todo movimiento antagónico tiene

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como jefe de Estado provisional. Corren rumores de queuna avioneta con matrícula estadounidense ha aterrizadoen esos momentos en la isla donde Chávez se encuentraarrestado. Los golpistas lo han tenido que trasladar conti-nuamente de un cuartel a otro porque Chávez ha encontra-do partidarios en todas partes. Se dice que los golpistas loquieren matar, lo que tendría consecuencias incalculablespara un movimiento que —a pesar de todo— tiene rasgosevidentemente caudillistas. Todo está aún en el aire.

En la noche del 14 de abril, Chávez es liberado de laprisión militar y hacia las tres o las cuatro de la madruga-da regresa a Caracas en un helicóptero. Es el fin de ungolpe de Estado que demuestra que tras la Guerra Fríatodo continúa igual —la democracia burguesa no es másque una miserable maquinaria de consenso y legitima-ción de las clases dominantes—, aunque hay algunascosas que sí que han cambiado: los acontecimientos hansido escenificados de tal manera que proporcionaron lasimágenes necesarias para poner en marcha nuevas actua-ciones. Un golpe de Estado en cuyo centro estratégico seencontraba la imagen.

El gobierno de Washington manifiesta —con notabledecepción— que espera que Chávez haya entendido lalección. Los golpistas no son castigados o se exilian enColombia, EEUU o Costa Rica.

Hip hop

Chacao: el Ayuntamiento ha organizado un pequeño con-cierto de hip hop para los jóvenes del vecindario en laesquina de la 5.ª Avenida, donde siempre andan tiradoslos skaters y punks. O, mejor dicho, los jóvenes que sevisten como skaters y punks. M. y yo nos paramos a mirarel concierto un rato. Un grupo de tres muchachos rapeavestidos con las ropas usuales. Delante de ellos, unoscien jóvenes, muchos de ellos con monopatines bajo el

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nos de palomitas. Tengo que pensar en una proyecciónde cine donde fui con una amiga. Fue en un puebluchomiserable de Franconia y fuimos a ver justamente la pro-yección de catorce horas de El Señor de los Anillos. Entreel crujir de las palomitas y las imitaciones de pedos ape-nas se entendían los diálogos; lo que, ciertamente, no estan grave en el caso de El Señor de los Anillos.

No sé por qué los espectadores de cine que comenpalomitas me exasperan. Puede que tenga que ver conuna mentalidad específicamente alemana de autocontrol—la gente debe contenerse y dejar de embutirse algo per-manentemente— o con el asco justificado a la reglamen-tación industrial del día a día. De todas maneras, memuero de ganas de que finalice la película.

Lo que también se podría explicar por el hecho de que lapelícula es terriblemente lenta. 108 minutos sin tomas exte-riores. No hacía falta tampoco que fuera tan antiindustrial.

«Sin la Constitución no habríamos conseguido nada»

Para Gramsci el papel de los intelectuales está claramenteestructurado. O uno produce discursos de dominación odiscursos de subversión. Tanto si un cura pronuncia susermón, un escritor redacta novelas o un profesor explicaa los niños su lugar en la sociedad; todo se inscribe en lasrelaciones de dominio existentes. Los intelectuales sonmeros productores de hegemonía.

En América Latina el asunto parece zanjado. Escritorescomo el peruano Mario Vargas Llosa, economistas y soció-logos como Hernando de Soto y el ex presidente brasileñoFernando Henrique Cardoso no son más que la punta deliceberg. En las universidades de Bogotá, Lima o Caracas,hoy día, apenas si hay gente que busque algo más que lamejor solución técnica. Los movimientos sociales del con-tinente que, en cierta manera, son más fuertes que treinta

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que crear su cultura autónoma. Obviamente, también elhip hop puede ser “lo propio”. Si pasa por la gente, comodiría M., si la gente se apropia de él, si lo cambia y lo trans-forma en su instrumento. Su instrumento crítico, porqueno hay apropiación sin reflexión.

En este momento, no siento nada de eso. Jóvenes queven a sus coetáneos de las barriadas como una turba peli-grosa han invertido mucho dinero para parecerse a lagente de los suburbios norteamericanos; pero eso sí,bien arregladitos. Lo subalterno convertido en negociopor la industria cultural es imitado por miembros de lascapas altas de un Estado subalterno, que esperan conse-guir así autenticidad. Autenticidad y pertenencia a unacultura dominante.

¡Que proceso más absurdo e intrincado!

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Cine en Caracas. Con excepción de la Cinemateca Nacio-nal, financiada por el Estado, que pasa ciclos buenísimosde cine internacional a precios tirados y que, por eso, casisiempre está vacía, Hollywood domina el panorama. Nor-malmente, aunque en estos días tiene lugar el Festival deCine Francés.

Ocho mujeres, de François Ozon, está en cartelera en elcine del centro comercial más cercano. Una sala de primeracategoría: no es un cine de sesión continua. Los cines desesión continua —abundantes en el centro de Caracas— losasocio siempre con la pornografía, tienen algo de obsceno.

Entro en una sala refrigerada. Los venezolanos tienenuna relación curiosa con sus sistemas de aire acondicio-nado. Los autobuses parecen siempre frigoríficos de cua-tro ruedas, y al cine hay que ir con un buen plumón.Quince minutos antes de la presentación, la sala ya estácasi llena. El público ha traído cubos de litro y medio derefrescos y vasos del tamaño de canastas para la ropa lle-

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Venezuela, en cambio, el Estado mismo se convirtió en ellugar de la acumulación capitalista. ¿Okay? Porque la rentapetrolera es la única fuente de ingresos real de este país».

Los venezolanos dicen “okay” a menudo. O más bien“okei”. Forma parte del vocabulario regional, como enArgentina el “che” o en Bolivia el “pues”. La cercanía cultu-ral de los EEUU: beisbol, enormes autos norteamericanos,restaurantes fast-food. Caracas destaca por la densidad másalta de sucursales de McDonald’s de América Latina.

«Okei. Todos los que se movían dentro del Estado sejodieron luego: sindicatos, partidos políticos, la izquier-da reformista. Porque se habían convertido en meroscomponentes del mecanismo de acumulación».

La compañera de Roland entra en el cuarto: se ha meti-do el teléfono inalámbrico entre hombro y oreja y habla agritos. Una pelea con alguien del Ministerio. Nos pone unplato con queso, tacha a su interlocutora de burócrata yvuelve a desaparecer. Pienso: linda pareja. Un poco comoen las de las películas de la nouvelle vague. Pero hoy díatodo lo que no es publicidad de perfumes parece nouve-lle vague. Hasta la publicidad de perfumes.

«En los setenta comenzamos a discutir sobre nuevoscaminos de transformación». Roland se mete un pedazode pan en la boca y esta vez me adelanto a su pregunta.

«Okei».«Nos despedimos de los conceptos de vanguardias

armadas, y la única salida viable parecía ser la insurrecciónde masas. Ésta, no obstante, tuvo que ser asumida poraquellos sectores dentro del Estado que tenían la capaci-dad de cambiar la correlación de fuerzas». Me ofrece elplato de queso, pero lo rechazo. Estoy a dieta. En Vene-zuela se engorda rápidamente. «Estos sectores fueron losmilitares. Así que comenzamos a construir una alianza conactores dentro del Estado que querían destruir el Estado».

Destruir y reconstruir, pienso: Gramsci. Hace unosdías, Roland me había dicho por teléfono que no se podíahacer nada con este Estado. Que los nuevos partidos no

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años atrás, sin embargo, se han proletarizado. Qué absur-do: mientras que antes se reprochaba a la izquierda quereclutaba a su militancia mayoritariamente de las clasesmedias, actualmente se le acusa de constar casi exclusiva-mente de campesinos y pobladores de las barriadas.

Por lo que se refiere a la perceptibilidad mediática dela izquierda, esta nueva composición social puede habertenido evidentes consecuencias negativas, pero no sepuede decir lo mismo respecto a su práctica política.Tanto en Colombia como en Venezuela ha surgido en losúltimos quince años una izquierda invisible en términosde representación política, pero con tanta más presenciacomo fuerza social.

Me dispongo a visitar una excepción. El apartamentode Roland Denis, filósofo, izquierdista radical, viceminis-tro de Planificación hasta hace unas semanas. Paredespintadas de color marrón, cubiertas con ilustracionesfrancesas, pilas de periódicos amarillentos, dos sofás vie-jos, algunos guijarros recogidos en la playa y un colchón.Nada indica que Roland proviene de una de las familiasmás ricas del país.

Cuando conocí a Roland, no me cayó bien. Parecíapertenecer a esos hombres que andan por los cuarentapasados y que en las fiestas están pendientes sobre todo—por no decir, exclusivamente— de las mujeres jóvenes.Pero conforme lo voy entrevistando me cae cada vezmejor. Lo que tiene que ver con su manera de hablar. Esuna de esas personas que describen procesos socialescomo otra gente describe paisajes o cuadros hermosos:con satisfacción, pasión y lleno de entrega.

«Lo ocurrido aquí no se entiende con las categoríastradicionales. ¿Okay?»

Asiento con la cabeza.«Este proceso rompió con todos los esquemas».Vuelvo a asentir.«Normalmente, el Estado es un instrumento de las cla-

ses pudientes para garantizar la acumulación de capital. En

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organizadas de izquierda y de derecha que luchan por elpoder. Esto aquí fue un proceso diferente. Un proceso depoder constituyente». Roland me ofrece un puro. «Haba-nos. ¿Quieres?» Hago un gesto negativo con la mano. Memareo ya sólo con el olor. «¿Sabías que Negri escribió unlibro sobre el poder constituyente? Pana, me puse tanalegre al encontrar ese texto. Le regalé un ejemplar a Chá-vez. No sé si lo leyó».

El camión de la basura arranca y sigue su rumbo. En lahabitación de al lado, la compañera de Roland termina suconversación; o, por lo menos, deja de gritar. Negri,comienzo a comprender. Será por eso que Chávez citaregularmente a Negri. Al menos, parece haber hojeado ellibro.

«Hay mucha gente que no entiende el conflicto revolu-cionario. No comprenden a los actores. Aquí no se trata deun conflicto entre un gobierno y la oposición. Aquí haytres mundos paralelos: un proceso revolucionario soste-nido por los movimientos populares; un gobierno quemuchas veces no asume una posición clara; y finalmente laoposición derechista apoyada por la oligarquía y las capasmedias ideológicamente hegemonizadas por ésta».

”Hegemonizar”, “destruir y reconstruir”, “proceso popu-lar constituyente”. A finales de los ochenta, hice algo asícomo unas prácticas en una organización colombiana deno-minada «A Luchar», que no era ni un partido ni un movi-miento y en la que se habían unido grupos bien diferentes:cristianos, sindicalistas, maoístas, simpatizantes del ELN,pro-cubanos, trotskistas e incluso un par de feministas. Sediscutía sobre el “poder popular” y se leía a Marx, Nietzsche,Bakunin, Lenin... y Gramsci. El pensador italiano es el únicoque me ha quedado en la memoria. En los años treinta,estando ya en la cárcel fascista, escribió sobre la composi-ción de los Estados capitalistas desarrollados: que no podí-an ser derrocados con la toma del palacio presidencial comohabía ocurrido en 1917 en Rusia. El poder burgués desarro-llado es mucho más que el simple control de la policía, de la

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funcionaban de manera diferente que los antiguos. Y que,por eso, no tenía sentido reemplazar alguna gente o exi-gir puestos ministeriales para las organizaciones de base,sino que había que crear una forma totalmente nueva degobierno. De cogobierno. Para lo cual era necesario erigirun Estado completamente distinto. Hay que “destruirlo”y “reconstruirlo”, dijo. Y yo agucé el oído. Esos términosson como códigos de reconocimiento.

«Finalmente, con el Caracazo en 1989 y los dos levanta-mientos de militares progresistas en febrero y noviembrede 1992 ese proyecto se hizo realidad». Dice “levantamien-tos” y no “golpes de Estado”, a pesar de que Roland figuraentre aquellos que fueron detenidos y torturados por losmilitares en 1989. «Las subjetividades entonces surgidasno tienen nada que ver con lo que normalmente se conocecomo actores políticos tradicionales: no son partidos,organizaciones o sindicatos. Tienes que ir bien a la base, alas barriadas y los pueblos, para encontrar a los verdaderosactores. Es esto lo que nosotros llamamos proceso popularconstituyente. No nos hemos concentrado en construirorganizaciones, sino en la creación de un nuevo Estado yuna constitución. ¿Okei?»

Ahora sí que me quedo algo confundido. ¿Un movi-miento revolucionario que busca, en primer lugar, unareforma constitucional?, ¿cuyo programa político se haarticulado en una asamblea constituyente?, ¿que ha apos-tado justamente por apoyarse en el elemento más bur-gués de la sociedad burguesa para hacerla caer?

Debajo de la ventana para un camión de basura querecoge las bolsas amontonadas en la acera. El ruido pene-tra en el cuarto. Roland se levanta, atraviesa la pieza ypesca un puro de una caja. El salario como ministro erade chiste: 550 dólares mensuales según el cambio oficial;en el mercado negro ni siquiera llegaría a los 400. Inclusoel presidente recibe menos de 800 dólares. Pero pareceque el sueldo sí alcanza para un poco de esnobismo gue-varista. «Los conceptos tradicionales parten de minorías

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meses. En 1989, docenas de activistas fueron arrestadosdespués del Caracazo, las máquinas de la imprenta fueronconfiscadas y la policía sometió a interrogatorios a Roland ya otros compañeros. Se cuenta que los agentes les pregun-taban por las actividades de Desobediencia. Trabajo debase, respondían. «¿Y dónde están esas bases?», insistían lospolicías. Éstos, por lo que parece, todavía no se podían ima-ginar que “destruir y reconstruir” no era, principalmente,un asunto de metralletas, artefactos explosivos y escondri-jos clandestinos. Y esto a pesar de que Gramsci para enton-ces ya había sido descubierto por los estrategas de laderecha estadounidense. En el documento Santa Fe II, deinfluencia decisiva sobre la política de George Bush senioren América Latina, Gramsci es identificado como el ideólo-go de una peligrosa infiltración comunista en la cultura y lavida cotidiana. Eran los años en los que los escuadrones dela muerte colombianos se pusieron a matar a mansalva aprofesores y a otros supuestos multiplicadores sociales.

Resulta sorprendente cómo pueden moverse fragmen-tos de discursos por el tiempo y el espacio, para finalmenteacabar por convertirse en praxis en nuevos contextos his-tóricos. Desobediencia Popular y A Luchar eran organiza-ciones hermanas. Organizaron escuelas políticas y foros dedebate conjuntos: Nuestra América. Hasta que la A Lucharse disolvió en 1992: los maoístas querían hacerse socialde-mócratas, los trotskistas estaban decepcionados por nohaberse impuesto, y los simpatizantes del ELN se sentíanutilizados por los partidos marxista-leninistas. Además 800activistas habían sido asesinados por los paramilitares delEstado colombiano. Mientras que A Luchar se dispersaba,Desobediencia Popular se dedicó al debate organizativo.No se llegó a la fundación de un partido. En Venezuela ladesintegración tuvo un resultado más fructífero.

«No nos hemos dedicado a las estructuras organizativas,sino a los campos de hegemonía: en los medios alternati-vos, los movimientos campesinos, las redes pedagógicas.Éramos una izquierda difusa. Por eso, Chávez tiene tanta

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Administración y del Ejército; a saber, un sistema complejode hegemonía, de consenso asegurado por la fuerza. Con-forme a esto, una estrategia revolucionaria necesariamentetiene que tener un carácter fundamentalmente distinto aaquel que le dieron los bolcheviques en 1917.

Estas ideas le servirían luego al PC italiano de justifica-ción para su socialdemocratización silenciosa de los añoscincuenta: la creación de un gran diario, la conquista degobiernos regionales a través de la participación electo-ral, la vinculación de artistas al partido, la gran fiestaanual de L’Unitá. En Colombia, en cambio, pasó todo locontrario. “Destruir y reconstruir” significaba allí contra-hegemonía, procesos de apropiación directa, la recons-trucción de 500 años de opresión y resistencia cultural.Para los colombianos, Gramsci había hablado de la supe-ración de las instituciones dominantes y de su sustituciónpor nuevas formas de poder más radicales: soviets en vezde consejos municipales, asambleas obreras en vez deaparatos sindicales, la cultura de la resistencia afroindíge-na en vez del american way of life. Destruir y reconstruirfueron los conceptos principales de una revolución queperseguía algo más que el relevo de las capas dirigentes.Gramsci era mezclado de una manera muy particular conideas de la pedagogía y teología popular que describían elcambio de la “clase en sí” a la “clase por sí” como un pro-ceso de construcción de subjetividad cultural, social ypsíquica. Sólo si los oprimidos lograran dejar de sermasas, escribía Paolo Freire —es decir, si alcanzaran unaconciencia como individuos y colectivos activos y se arti-cularan autónomamente—, se abriría una perspectiva deemancipación. Y así se daba a conocer un trabajo culturalque, antes que nada, pretendía que los oprimidos se reco-nociesen a sí mismos como protagonistas de la historia.

Roland estuvo entonces en una organización llamadaDesobediencia Popular. Había roto con su familia, habíarecibido su parte de herencia y había metido el dinero enuna imprenta. Se cuenta que ésta apenas si funcionó unos

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del Estado pueda hacerse ministro; en cualquier caso, setrata de un experimento. De un triunfo histórico quetodavía ha pasado desapercibido.

«¿Seguro que no quieres queso?», Roland vuelve aofrecerme el plato. «Es buenísimo. Queso blanco. Elqueso blanco venezolano es lo mejor».

Calle de la Justicia

Los Encantos. M. discute en el balcón con Francisco, Liyaty un vecino sobre el conflicto de Palestina. Nadie puedeentender aquí por qué M. y yo defendemos en parte laposición israelí. Los demás están sentados en la mesa delcomedor. Los hombres juegan al dominó. Tableteo de lasfichas. La mujer que hace unas semanas nos invitó a cenarsopa de pescado cuenta que el camino de delante de lacasa se llama “calle de la Justicia”.

«Porque aquí se hizo justicia. Allá afuera», señala haciaun lugar cerca de la alcantarilla, «fue ajusticiado el tipo».

”Fue ajusticiado”. No estoy seguro de haberla entendido bien.«Un malandro. Un delincuente. Un tipo malísimo».Recorro el cuarto con la vista. Un poco confuso. El

padre de familia, un tipo fornido y canoso, tocando loscincuenta, se da cuenta de lo que estoy pensando. «¿Quépodíamos hacer? El tipo nos robaba y amenazaba, habíaviolado a mujeres y hombres».

«¿Hombres también?», pregunta Pedro con cara deinteresado. Pedro viene de Colombia.

«El tipo tenía aterrorizado a todo el barrio. Así que lemetimos una bala».

«¿Lo mataron así, sin más?»«El tipo no quiso escuchar».«Pero tiene que haber habido otra manera de castigarlo».«A mí no me parece mal», dice Pedro.«¿Cuál?», replica el padre de la familia. «La policía no

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importancia. Él consiguió juntar y entrelazar las formasorganizativas directas. Sin embargo, no representa la van-guardia, sino el carácter masivo del movimiento. Y la Cons-titución se convirtió en el programa político de esosmovimientos dispersos, en nuestro libro rojo. Articula losobjetivos siguientes del proceso y es al mismo tiempo elsímbolo politizador de este movimiento. ¿Sabes cuántagente se ha leído la Constitución? Y ahí están ya muchascosas: la potenciación del cooperativismo, la planificaciónparticipativa, la democracia directa, los derechos indígenas,el rechazo al neoliberalismo. Sin la Constitución no habría-mos conseguido nada».

Roland chupa satisfecho de su puro. «Esto es un grantriunfo civilizador y cultural». Sacude la ceniza en el ceni-cero. «En Venezuela se ha demostrado que un procesosocial puede ponerse en marcha sin vanguardias orgáni-cas». El alma operaísta salta de júbilo. La suya y la mía.«Puede ponerse en marcha quizás con mucho más éxito».Se recuesta. «Que las redes y los movimientos puedenreemplazar a las formas partidistas clásicas, por lo menosen ciertas fases de un proceso».

Pero buscar la destrucción del Estado no significanecesariamente mantenerse fuera de él. Roland participóen la elaboración de la nueva Constitución en 1999 y fuedurante un año viceministro de Planificación en 2002.Por encima de él tuvo a Felipe Pérez, un profesor de eco-nomía que proviene de un liberalismo de izquierdas cris-tiano y plantea organizar la sociedad sobre la base deredes solidarias. Roland animó a las comunidades a des-arrollar su propios proyectos de planificación. La rehabi-litación de Los Winches se realizó en este contexto. Unanueva relación entre el poder local y la sociedad en suconjunto, un intento de reconciliar el anarquismo con elEstado, para dar respuesta al conflicto no resuelto entreel colectivo directo y el contexto más general.

No sé lo que me gusta más: que un ministro puedadesvelarse como enemigo del Estado o que un enemigo

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milicias. Jóvenes milicianos contra jóvenes delincuentes.«No es tarea de las organizaciones comunitarias jugar apolicías».

«¿Y cómo te defiendes entonces?»La hija mayor de la familia se me queda mirando. «O te

haces respetar o esta gente te trata a patadas. Desde quelo hicimos, no ha habido más problemas en nuestrazona».

Me encojo de hombros.«Fue terrible», admite la mujer. «Yo me encerré en mi

cuarto. ¿Pero qué otra opción teníamos?»Siempre la misma pregunta. Camino del valle, M. dirá

poco después que la diferencia estriba en quién es el quecastiga. «Un Estado tiene otras opciones antes que matar.Puede encarcelar a la gente, condenarla a trabajar, poner-le una multa y hacérsela pagar. ¿Pero un barrio? Comomucho puede echar a la gente de la zona. Si es que lagente se deja echar...»

Replico con un «estoy en contra de la pena de muer-te», aun a sabiendas de que en esa situación eso no es másque una declaración de principios sin mayor utilidad.

Ken Loach

Última hora de la tarde. M. ha partido hacia Colombia, medirijo a una reunión junto con Liyat. Andrés nos viene arecoger a la estación de metro de La Hoyada y nos conducepor entre los puestos de los buhoneros. Atravesamos losterrenos de la antigua terminal de autobuses Nuevo Circo,de la que hoy sólo parten líneas regionales. Pasamos porlicorerías, puestos de venta ambulante y edificios adminis-trativos ahora vacíos. «La ciudad se pudre por dentro»,escribe Roger Willemsen —refiriéndose a Johanesburgo—en Avenida, esquina con la jungla, «se composta. Sólo seven ya mercadillos de productos básicos. Luego viene unanillo donde el papel primordial lo desempeñan los insti-

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viene por acá. En los barrios somos nosotros mismos losque tenemos que ocuparnos de esto».

En Sangre Ajena el escritor colombiano Arturo Alapecuenta la historia del niño Ramón Chatarra. Un niño delas barriadas populares de Bogotá que se escapa de casacon nueve años y huye a Medellín. Va a parar a manos desu padrino y empieza a trabajar para una oficina. Las ofi-cinas son sitios donde se contrata a los sicarios. Esto notiene nada que ver con la mafia de las películas norteame-ricanas. Es más una forma de autoempleo al servicio delas elites que un mundo de complejos códigos de honor.

La novela es una sucesión de asesinatos, consumo dedroga, violaciones y atracos. No me convenció, la encon-tré exagerada. ¿Un sicario de nueve o diez años que se vade putas? Me pareció demasiado ficticio. Pero estos últi-mos días he estado leyendo unos informes de José Rober-to Duque sobre la cultura juvenil urbana en Venezuela.En uno de ellos se habla de un muchacho detenido nume-rosas veces por agresiones graves, violación y homicidioentre 1989 y 94, que había escapado varias veces de inter-nados y que acabó sus días en un enfrentamiento armado,en 1994, con apenas catorce años.

En Caracas el fenómeno de los asesinatos por encargoestá menos extendido que en Medellín. No sé si aquí tam-bién hay oficinas. Pero el caso es que el terror de las ban-das y sicarios forma parte del paisaje. Todos saben que ladelincuencia tiene explicaciones sociales y políticas, sóloque de nada sirve conocer esto cuando te ves amenazadopor su arbitrariedad.

«Tú sabes que eso pone en marcha una dinámica impa-rable», le digo a Pedro sin convicción.

«¿A qué te refieres?»«A lo de Medellín».En Medellín, los pobladores de las barriadas organiza-

ron milicias, a principios de los noventa, para defendersede los delincuentes. La idea tuvo éxito. Tanto éxito que alfinal todos los días alguien caía víctima de las balas de las

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rio. «En Petare esperamos una respuesta desde hace cuatrosemanas», dice una mujer joven airadamente. «Nosotrosmucho más», le interrumpe otra persona. «Pero hemos defi-nido criterios», Andrés se dirige a la que toma actas. «Lasemana pasada fijamos las condiciones concretas que sehabían de cumplir». Hace calor y hay mucho ruido, la faltade espacio resulta agobiante; todos están alterados.

Talleres de catastro: no hay suficientes técnicos pararealizar el catastro de los terrenos, uno de los muchos pro-blemas de la regularización de las barriadas. En el fondo,no hay nada más que problemas. La oficina competente,que se hizo depender de la ministra de Trabajo María Cris-tina Iglesias, sobre todo porque ella es una de los pocosministros que no han sido sustituidos por Chávez a losdoce meses, padece una falta crónica de personal. 180.000títulos de tierra tienen que ser entregados en el año 2003,una tercera parte de ellos sólo en Caracas. Pero en muchoscasos aún no se ha aclarado la situación de la propiedad:hay terrenos privados, municipales y estatales. No está per-mitida la expropiación, pero el decreto se fundamenta enel Derecho romano, según el cual se pierden los derechosde propiedad cuando un terreno es abandonado por másde diez años. ¿Pero cómo se quiere comprobar esto enmiles de casos particulares? Además, hay problemas conlos títulos de propiedad individuales, que contribuyen a ladesaparición de las barriadas, puesto que los terrenosvuelven al mercado inmobiliario y se convierten en objetode especulación así que los pobladores se hacen propieta-rios. Los títulos colectivos, sin embargo, no están previstospor la legislación. A esto hay que añadir las broncas en elParlamento, donde la oposición bloquea la aprobación dela ley desde hace más de un año.

Por lo menos para el problema del catastro se haencontrado una solución. Los pobladores reciben cursosde formación para poder medir sus terrenos ellos mismos.Empoderamiento. Desde el punto de vista técnico, posi-blemente no resulte muy eficaz soltar a la gente por ahí

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tutos financieros y las grandes empresas y, por último, otroanillo con ciudades satélite encerradas en sí mismas, cuyocentro lo conforman las zonas comerciales». En Caracas ladisgregación de la ciudad no está tan avanzada como en lametrópolis sudafricana, pero también aquí se nota que elmercado inmobiliario hace mucho que empezó a explotarnuevas áreas de inversión.

Un carrito listo para el desguace nos envuelve en unanube negra de gases de escape, el pesado sabor del gasoil.Pasamos por entre los Chevrolets, cada poco uno de losvehículos da inesperadamente marcha atrás y nos separa.Huele a orines y fruta podrida. Es sorprendente la canti-dad de sitios en Caracas que apesta a meadas y basura.Cuando por fin llegamos a un callejón algo más tranquilo,una voces nos llaman: dos conocidos de La Vega. Nosdicen que no tiene sentido ir a la reunión. «Hay demasiadagente». Andrés, sin embargo, no se deja asustar. Entramosen un edificio de oficinas bastante deteriorado y subimosal primer piso: una planta de oficinas vacías, tabiques decristal translúcido y ambiente sofocante. Nos abrimoscamino hasta la sala de la reunión. En realidad se trata dedos cuartos pequeños, dispuestos en ángulo recto y uni-dos por una puerta abierta. Desde ambas habitaciones sepuede ver a la secretaria de actas, pero si alguno de losreunidos toma la palabra, no se le puede ver y apenas si sele puede escuchar desde la otra habitación. En sesenta ycinco metros cuadrados se apiñan unas ciento treinta per-sonas —representantes de comités de tierra— con seriosproblemas para respirar. Liyat y yo nos hacemos sitio en elsuelo entre dos sillas de plástico.

Una mujer —dos tercios de los presentes son mujeres—habla sobre los talleres de catastro. Se alzan voces, alguienllama a la disciplina, los murmullos se calman. «De esteasunto Ana María es la que más sabe». Ana María trabaja enla Oficina Técnica para la Regularización de la Tenencia deTierra Urbana. «Buenas tardes». Llega a la reunión con unahora de atraso, pero eso no es motivo de mayor comenta-

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sacan tres resultados diferentes cuando miden una paredtres veces. Por consiguiente, sería preferible que vinieransólo aquellos que tengan experiencia con esto: carpinte-ros, albañiles, trabajadores de la construcción». Todavíamás importante —agrega Ana María— sería que hubierauna comisión de barrio en funcionamiento. Sin organiza-ción, los trabajos de catastro no tienen sentido. Piensoque tiene razón: las soluciones técnicas sin procesossociales no sirven de nada. Se plantea, en este contexto,una cuestión básica de la política de desarrollo: cuandose dejan los proyectos en manos de especialistas, los cua-les se sienten sometidos al primado de la eficacia, sereproducen en el mejor de los casos las relaciones depoder entre el tecnócrata y el objeto de planificación. Enel peor de los casos se potencia este estado de cosas paraocultar los propios intereses y las relaciones de podertras la lógica de “lo inevitable”. Lo importante no es sólo,ni de manera primordial, conseguir soluciones, sino dequé manera se alcanzaron éstas.

La mujer de Petare alza su voz para decir que hace másde un año que hay una comisión funcionando. Un hom-bre de bigote y bien entrado en los cincuenta respondeque no se debería criticar siempre a aquellas personasque ya están trabajando todo el tiempo. Ana María explicaque su oficina no puede trabajar por barrios, sino quetiene que tratar de legalizar terrenos en toda la ciudad.«Unos terrenos en Catia, otros en el 23 y luego unos ter-ceros en Petare, Valle, La Vega. No podemos hacerlo todoa la vez. Tenemos que avanzar paso a paso».

La discusión continúa sin interrupciones. Me inclinohacia Liyat y le pregunto, si el debate no le recuerda tam-bién a Ken Loach. En Tierra y Libertad, una películasobre la guerra civil española, el cineasta británico hacediscutir a unos campesinos sobre la colectivización de tie-rras. La escena me pareció demasiado pedagógica, toda lapelícula me pareció demasiado pedagógica. Teatro revo-lucionario maoísta o, mejor dicho, trotskista. Pero, por

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con cintas métricas, como advierten los “expertos”. Peroel programa de regularización no persigue ante todo solu-ciones eficaces. El decreto no tiene mucho que ver con losconceptos del economista peruano Hernando de Soto,uno de los defensores más destacados de la legalizaciónde ocupaciones urbanas en América Latina. El neoliberalDe Soto entiende la regularización como una posibilidadde reintegrar partes informales de la economía al circuitoeconómico formal. Las tierras ocupadas vuelven a formarparte de los mercados inmobiliarios, y los desposeídos seconvierten en propietarios de capital, que pueden emplearsus terrenos como aval para solicitar créditos.

Para los legisladores venezolanos, en cambio, lo impor-tante no fue el aprovechamiento del potencial empresarialcapitalista a pequeña escala, sino generar procesos organi-zativos. Los ocupantes de tierra sólo pueden conseguir lalegalización, si se agrupan primero con sus vecinos y sepresentan como actores políticos ante las instituciones.Además, se les anima a formar consejos comunales paraparticipar en los procesos de toma de decisión sobre el usode los presupuestos municipales (como se practica en laciudad brasileña de Porto Alegre ya desde hace más de unadécada). En el marco de la nueva ley sobre la administra-ción participativa de los municipios, en verano de 2003 seconstituyeron en toda Venezuela los llamados ConsejosLocales de Planificación, partiendo de las filas de organiza-ciones sociales y culturales de base, entre ellas también loscomités de tierra urbana. Los críticos la han descalificadoaduciendo que es una medida populista de Chávez pararecuperar el control de los pobladores de las barriadas des-contentos con el gobierno. Sin embargo, también se puedeplantear la cuestión de si este tipo de organización surgidadesde abajo resulta controlable a largo plazo. En todocaso, las nuevas leyes de momento han significado unademocratización radical de la ciudad.

«No ha de participar todo el mundo». Andrés vuelve aexplicar la idea de los talleres. «Hay gente, como yo, que

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gracias a que consiguieron que se les aplicara un regla-mento para condominios—, pregunta dónde reside elproblema. También está en la comisión. La tarea de éstase limita al intercambio de información con los represen-tantes municipales, dice. «Todos los que quieran puedenparticipar. No sólo los elegidos, todos los que se intere-sen por el tema».

«¿Y qué es lo que no ha sido democrático en estas elec-ciones?» La agresividad contra el hombre del cinturón decuero crece. Seis, siete personas hablan a la vez. «Ademáslos representantes pueden ser reemplazados en cual-quier momento».

«Esto es democracia directa», dice una mujer, «cual-quier mandatario puede ser revocado».

«Y esto ni siquiera es un mandato», apunta Andrés.Dos mujeres sacan la Constitución, el pequeño libro

azul de la revolución bolivariana, y la muestran en el aire.«Exactamente, somos una democracia participativa y pro-tagónica».

Tengo que sonreír. Una vanguardia que quiera degra-dar estos comités a una masa de apoyo tendrá bastantesdificultades.

El hombre del cinturón de cuero se queda callado.Cuando se calma la situación, Franco empieza a hablar

sobre el programa de retorno al campo. El gobierno ofrecetierra y créditos a la gente que se traslada de la ciudad paratrabajar el agro. Una mujer que participa en el programarelata sus experiencias. «Esta cosa necesita tiempo». Vive a100 kilómetros de Caracas en un proyecto. Después de unaño y medio, la mitad de las casas todavía están vacías, nose ha podido cosechar ni una sola vez. «No sólo se trata decasas y títulos, sino también de conocimientos, maquinariay créditos. Hay que preparar el retorno», dice. Iván, otroempleado de la Oficina Técnica, que dos meses después seconvertirá en víctima de una intriga del señor del cinturónde cuero, pero que será defendido por los comités de tie-rra contra las acusaciones, le da la razón. Dice que el obje-

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otro lado, siempre es de agradecer que alguien quieraseguir hablando de ella: de la sociedad.

Liyat no conoce a Ken Loach.La secretaria de actas pregunta si la asamblea acepta la

programación de los otros talleres. La gente asiente.Tengo la impresión de que el ambiente se está relajandoun poco. En ese momento, se levanta un hombre, unpoco entrado en carnes, camisa amarilla con cuello y cin-turón nuevo de cuero, y dice que quiere hacer una obser-vación sobre las elecciones del pasado jueves. El juevesanterior, los comités de tierra eligieron a tres represen-tantes para la comisión técnica que se reunirá regular-mente con el alcalde. «Al final de la reunión alguna genteen las escaleras calificó la derrota de Fernanda», señala ala mujer que levanta acta, «de “triunfo revolucionario”.Ustedes saben que yo trabajo sin ánimo de lucro para laAdministración municipal». Me imagino lo que vendráahora. «Y les puedo asegurar», el hombre alza su mano deuna manera teatral, «que lo mismo pasa con Fernanda».

Alboroto. El interviniente cuestiona la legitimidad delas elecciones sin formular abiertamente la acusación.«No es una cuestión ésta de política partidista aunque —yesto no es ningún secreto— pertenezco y siempre perte-neceré por convicción al equipo del alcalde Bernal». Osea que sí que es una cuestión de política partidista, esdecir, de lo usual: un aparato, una organización, unosvínculos que han de servir para controlar a las organiza-ciones de base y convertirlas en masas movilizables. Elhombre pertenece al partido del gobierno MVR. La mayo-ría de la gente de las organizaciones comunitarias hadefendido al MVR contra la oposición, pero esto no quie-re decir que se identifique ciegamente con él. Saben queen el MVR hay representantes de las viejos partidos, queno quieren perder sus privilegios, o gente arribista a laque le gustaría llegar a formar parte de una elite nueva.

Franco, portavoz del barrio León Droz Blanco, elúnico barrio caraqueño con títulos de tierra colectivos —

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sas de Caracas, con un permanente sabor a gasolina en laboca. Un sabor que la gente dice que cambió cuando seempezó a importar gasolina de Brasil, en diciembre de2002, durante el paro empresarial. El capitalismo tieneuna enorme fuerza homogeneizadora: iguala modelos devida, formas culturales y hábitos alimenticios. Pero unade las cosas que aparentemente no iguala —aparte de losingresos— es la composición de los gases de escape.

Estoy sentado en un bar cerca del metro de Chacao.Una zona comercial un poco decaída frecuentada por lasclases medias. Los autobuses pasan petardeando. Detanto en tanto, una nube de gases penetra desde la calle.Se ha ido la luz. La mujer de al lado echa pestes. En Cuba,dice, sólo hay electricidad una hora al día. Esto será pron-to como Cuba. De la cocina sale un gato caminando sigi-losamente y se sienta en el suelo. La propietaria del bar,una señora mayor, aparentemente de origen portugués ocanario, le da la razón a la otra. «Mierda de gobierno».Luego le pregunta a la cliente dónde tiene a sus hijos.

«Suiza», responde la otra. «En Suiza».Un indígena viene por la acera. Echa un vistazo aden-

tro y descubre al gato. La mujer se queja de lo difícil quese han puesto las cosas; con los dólares, por ejemplo.Para frenar la huida de capitales, el gobierno ha suprimi-do la convertibilidad. El indígena entra y se arrodilla fren-te al gato. Lo mira fijamente y comienza a acariciarle. Alotro lado de la calle, dos autos están a punto de chocar.Bocinazos. El indígena permanece en cuclillas, imperté-rrito, delante del gato.

Me pregunto si lo que estoy presenciando es una auto-escenificación o realmente el choque de dos manerasdiferentes de vivir. La mirada concentrada de un habitan-te de la selva en un ser vivo o simplemente la autoidentifi-cación con el prejuicio del “aborigen amante de la tierra yla naturaleza con un sentido totalmente propio del tiem-po”. La mujer sigue echando pestes. Pienso que la cosa seva a poner crítica para el gobierno de Chávez, si la luz no

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tivo del programa es que las familias que se van al campomantengan el contacto con los barrios de donde provie-nen. «Deben producir los alimentos que la gente consumeen los barrios. Esto necesita planificación».

Circuitos de producción y consumo, pienso. No esmala idea. Hay muchas buenas ideas en este país, perodemasiados problemas y también demasiada resistencia.

Al cabo de dos horas y media la reunión finaliza. Liyat yyo estamos agotados. Cuando nos proponemos encami-narnos hacia el metro, la gente de los comités de tierranos retiene. Dicen que es demasiado peligroso, que en elcentro se producen demasiados atracos por la noche.Todos los caraqueños te advierten de los peligros de laciudad, pero siempre refiriéndose a otras partes de lamisma. Para los pobladores de las barriadas el centro eslo más peligroso; para la gente de las zonas residenciales,lo son las barriadas; y lo que opina la gente del centro lodesconozco. Uno de los amigos de La Vega nos lleva en sudestartalado Malibu de color rojo oxidado hasta la entra-da de metro de La Hoyada. «Y si se animan, nos vamos conel carro a la playa el fin de semana. No se puede trabajarsiempre». Trabajar, pienso. O participar.

En una escena de Ken Loach.

El indígena

En Caracas no se ven muchos indígenas. Me doy cuentade que todavía no me había dado cuenta. Felix, el mexica-no de Rotterdam, me ha comentado que hay un sitio en elParque Central donde pasan la noche algunos indígenas.Un par de semanas después, leeré en el periódico que elmunicipio de Libertador les paga el retorno a sus pueblosde origen, pero que la gente prefiere vivir en las calles deCaracas que en sus pueblos. Me pregunto cómo se senti-rán: vienen de la selva o de la sabana y, de repente, seencuentran viviendo en las calles más ruidosas y apesto-

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cientos de amas de casa, desempleados y campesinosseguían atentamente las conferencias sobre la hegemoníade los media y sobre política petrolera. “Vivir y trabajarcomo nunca antes”. Qué raro: una sala de plenarios unpoco decaída y un complejo residencial, de cuyos pasadi-zos se han apropiado los desamparados, se convirtieronen el escenario de una nueva promesa: del futurismoarquitectónico al movimiento antiglobalización.

Llegamos al piso 20 que en realidad es el 40. En ellocal de Radio Alternativa de Caracas esta noche tendrálugar un “velorio de la cruz”. Francisco y yo salimos delascensor. Cuando entramos en el piso —como tantasveces en esta ciudad— me quedo sin aliento. Un espaciototalmente surrealista: un ático que hace treinta y cincoaños debía representar el apogeo vanguardista de lavivienda de alto standing. Como en la sala de conferen-cias, también aquí hay una alfombra mugrienta. En loslados de los cuartos que dan hacia el Este y el Oeste —elpiso tiene forma de tubo largo y ancho— hay grandesventanales. La fachada que da al Este es oblicua, de mane-ra que se forman pequeñas terrazas, cerradas con listonesmetálicos para que nadie pueda caer o tirarse desde allí.El ático es alto, unos cinco metros, calculo; en el últimocuarto se ha construido un altillo, como un medio pisocon baño propio. En total, el piso se compone de cincohabitaciones grandes, más de 200 metros cuadrados. Lavista es impresionante: se puede contemplar toda la ciu-dad, las barriadas, los rascacielos y las zonas residencialesque, a esta hora, con la luz de la puesta de sol adquierenuna tonalidad amarilla intensa. Pero lo más llamativo —una vez más— no es tanto la arquitectura, sino la manerade apropiarse de la misma.

La Radio Alternativa de Caracas es una de las emisoras deizquierdas más antiguas de la ciudad. El espacio fue puestoa disposición del proyecto por una fundación cultural esta-tal hace unos años, comenta Angélica, una amiga de Fran-cisco. La radio como tal no maneja recursos. Se nota. Aparte

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vuelve dentro del próximo cuarto de hora. El indígenaparece absorto en sus pensamientos. Afuera estalla untubo de escape; el gato se sobresalta y echa a correr.

Radio Alternativa de Caracas

«¿Estás seguro de que esta vaina no se va a caer?»«¿Qué?» Francisco me mira asombrado.«Esta vaina chirría».«Esta vaina no chirría», dice el vigilante que en este

caso también es ascensorista. «Este ruido es totalmentenormal».

“Totalmente normal”; no sé qué puede haber de nor-mal en un ascensor cuyos botones hay que mantener pul-sados para que no salten.

El ascensor del final de los tiempos, bastante destarta-lado.

Parque Central: de los muchos lugares extraños deCaracas seguramente el más extraño. Sensación de BladeRunner. Edificios que se elevan cuarenta pisos hacia elcielo y que en sus buenos tiempos representaban una pro-mesa de futuro. “Vivir y trabajar como nunca antes”. Haceunas semanas, en la planta bajo del complejo de edificiostuvo lugar aquel Foro Mundial de Solidaridad con la Revo-lución Bolivariana, en cuya preparación hubo tantas bron-cas con el responsable de la comisión organizadora RafaelVargas. La atmósfera de aquellos días continúa extraña-mente presente en mis pensamientos. Miles de personasdeambulando por los patios laberínticos del complejo, alos que se accede desde pisos a diferentes alturas; loscomerciantes del merchandising devoto habían expuestosus mercancías revolucionarias, banderas nacionales yretratos de Chávez; mientras que en la sala de plenariosdel Parque Central se apiñaba la gente. En una sala conuna alfombra mugrienta, sillas metálicas chirriando yunos aparatos de traducción simultánea defectuosos,

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capacidad de construir imágenes también se enseña —oeso se pretende— la capacidad de deconstruirlas. Quienentienda cómo funcionan los medios de comunicacióncambiará su actitud como espectador.

Pocos días antes, había escuchado una intervención deBlanca durante el Foro de Solidaridad. Hay que construirnuevas, es decir, viejas vías de comunicación, dijo, y vol-vió a mencionar los días 12 y 13 de abril de 2002, los díasde las movilizaciones masivas contra el golpe de Estado.Dado que los canales privados de televisión no mostra-ban imágenes de las protestas de los pobladores de lasbarriadas, la gente optó por pasar de las emisoras deradio y televisión y volvió a las vías de comunicacióndirectas: las llamadas telefónicas, la difusión de informa-ción por los motorizados, internet.

Una rebelión de masas contra los medios de comunica-ción masivos, dijo alguien, una primera insurrección delsiglo XXI. No había considerado hasta entonces esta cues-tión desde esta perspectiva. En el debate acerca del papelde los media para mí lo importante siempre había sido lacreación de medios alternativos, como fuente de contrain-formación, que comunican otras noticias. Pero Blancatiene razón: tan importante, al menos, como la difusión deinformaciones alternativas es la capacidad de oponerse adeterminadas formas de práctica mediática y las enseñan-zas que puede dejar una radio comunitaria por lo que serefiere a la decodificación de textos e imágenes mediáticas.

Francisco menciona algunas estaciones de radio: RadioPerola: la emisora in adonde vienen los DJs a poner música—un poco demasiado de moda—; Catia Libre: la madre detodas las radios, la emisora más antigua de Caracas, en con-flicto actualmente con las autoridades de la CONATEL porsu licencia de emisión; Radio La Vega: un par de chamoshacen el programa desde un colegio de monjas los fines desemana. A veces, hay líos porque los carajos hacen allícosas que sería mejor que no hicieran. Francisco mira a suhermano: trenzas afro con perlitas, tatuaje, pantalones de

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de un pequeño estudio donde se encuentra el equipo rudi-mentario de producción, los cuartos están prácticamentevacíos. Las salas grandes albergan únicamente algunosequipos y materiales para trabajos de fotografía y diseñográfico. Tanta más importancia adquiere, por lo tanto, elaltar dispuesto para el velorio. En el fondo de la sala se hacolocado una mesa preparada con flores, una canasta confruta y pan, y adornos hechos con papel rizado.

Saludamos a los presentes con un apretón de manos.Unas treinta personas: la familia de Francisco, vecinos deLa Vega, activistas de los comités de tierra. Por algunarazón no me acabo de sentir a gusto: tal vez la altura, eldesamparo —por las ventanas abiertas entra el viento— ola sensación de abandono en el edificio.

Normalmente, los medios alternativos tienen algo encomún en todo el mundo. Ese ambiente de activismopolítico y cultural de clase media que se vale de códigosparecidos. Pero aquí es diferente. La gente de la radio sonpobladores de las barriadas. Apenas si descubro referen-tes conocidos. En la puerta del estudio encuentro aMaría, que limpia la casa de Carol y Greg una vez la sema-na. Ha venido con sus nietos.

La historia de los medios alternativos de Caracas essorprendente. Las radios son proyectos creados por laspropias comunidades. Hay veintitrés emisoras en la ciu-dad, de las que sólo trece funcionan en la actualidad.Pero lo decisivo para ellas no es la audiencia ni la frecuen-cia de los programas, dice Francisco, sino el proceso deorganización. Fortalecer las estructuras comunitarias,darles su apoyo, recibir el apoyo de ellas. Blanca, unaamiga de Catia TVe —”Catia te ve”—, nos dijo algo pareci-do hace poco: los proyectos hay que juzgarlos por la can-tidad de gente que los lleva a cabo. Catia TVe no tieneredacción central, funciona con equipos de producciónautónomos. Los fundadores se concentran en la forma-ción técnica de la gente; en la socialización permanentede los medios de producción, por así decirlo. Con la

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Las celebraciones de la Cruz de Mayo se prolongandurante todo el mes. Son las únicas fiestas durante lascuales la música de los tambores no se ve acompañadapor bailes: todos los honores se los lleva la cruz. Se reci-tan o cantan décimas por turnos, pasando una flor demano en mano. A quien la tiene le toca cantar, mientraslos otros se limitan a repetir el estribillo. Así la fiesta seconvierte en una competición: el que sepa construir lasmejores rimas se lleva el reconocimiento de todos. Nodeja de asombrarme siempre en cuántos países existeesta tradición y cuán larga es la historia del hip hop.

Los tambores no paran. En la radio ahora se escucharáel mismo ritmo durante tres horas: un velorio normal-mente dura hasta el amanecer. Andrés nos explica la his-toria de la Cruz de Mayo. Una mezcla de agradecimientopor la cosecha y rito católico. En el año 312, la cruz se leapareció en sueños al emperador romano Constantino.«Bajo este signo vencerás», le dijo una voz, y después dealgunas dudas iniciales Constantino se convirtió al cris-tianismo y con él, el Imperio Romano.

«¡Qué perversidad!», Andrés pone cara de repudio. «Elcomienzo del fin. De una religión de parias a una ideologíade Estado. Desde entonces, la Iglesia copia el aparato jerár-quico de Roma. César y el Papa, gobernadores y obispos.»

Perverso, pienso, pero no irreversible. No hay más queobservar esta fiesta. Una celebración católica que dice mássobre las tradiciones africanas e indígenas que sobre el pro-pio cristianismo. En ningún otro campo social los procesosde apropiación y reinterpretación son tan contradictorios ya la vez tan fluidos como en la religión. «Lo inaceptable delorden establecido» —escribe Michel de Certeau en El artede actuar— «se expresa en la forma del milagro. En estecaso se podría mantener la esperanza —en un lenguaje quenecesariamente es ajeno al análisis de la realidad socioeco-nómica— de que el vencido por la historia (es decir, el cuer-po sobre el que recaen continuamente las victorias de losricos o de sus aliados) puede levantarse en la “figura” del

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talla grande. Su hermano es uno de esos carajos. Treceemisoras, pienso, ¿y las escuchará alguien? En nuestra casano se sintoniza ninguna radio alternativa; la página web deizquierda más importante tiene por artículo entre quinien-tas y dos mil visitas. Por otro lado: «Si nuestros medios notuvieran importancia, ¿por qué el gobierno de Carmona losiba a ilegalizar como una de sus primeras medidas despuésdel golpe de Estado?»

Nos llaman para la ceremonia. Volvemos a la sala gran-de donde la gente se ha reunido alrededor del altar. Afue-ra ha oscurecido. Las barriadas empiezan a centellear deesa forma tan peculiar; por alguna razón que se me esca-pa, su brillo es muy diferente al del centro de la ciudad.Han traído un micrófono del estudio, estamos de pie for-mando un semicírculo alrededor de la cruz adornada conflores. El locutor, un tipo de la barriada de Cementerio,explica el velorio a la audiencia de casa. Después, Angéli-ca reza un padrenuestro. Descubro a Andrés que acaba deentrar por la puerta. Me sorprende verle entonando laoración. Hace unos días me enteré de que se había con-vertido al cristianismo. Liyat y yo lo fuimos a visitar a launiversidad. Primero hablamos de los barrios, luego Liyaty él empezaron a discutir sobre el Estado de Israel. Laexistencia de un Estado confesional le resulta inacepta-ble, dijo Andrés. Independientemente de Auschwitz. Yentonces me enteré de que su abuelo fue un comunistajudío emigrado de Alemania. Un comunista que crió a sushijos como ateos. Andrés se hizo bautizar teniendo másde veinte años porque se identificó con las ideas de laIglesia de base. Sin embargo, no pensaba que rezara.

Después del padrenuestro, entran en acción los tambo-res: fulia, un ritmo con ciertas reminiscencias de cumbia.Ayari, la hermana de Francisco, una mujer ancha y madrede dos hijos, comienza a cantar. Me olvido de donde nosencontramos. La apropiación del lugar hace desaparecersu forma o la hace intrascendente. Es como si estuviéramosen la plaza de un barrio, celebrando una fiesta africana.

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más altos de los edificios del Parque Central están vacíos.Ante nosotros se extienden pasillos de cientos de metrosde longitud, mal iluminados y por los que sopla el vien-to. Pulsamos el botón del ascensor; ahora se ven portodos lados las barriadas brillando en los cerros. Empie-zo a entender la psicosis de las clases medias-altas quecontinuamente hablan de “los cerros” y que se armancon ahínco para la confrontación que dicen que está porvenir. Es la presencia física de lo invisibilizado, que denoche se convierte en un anillo luminoso en torno a laciudad.

El ascensor no llega. Caminamos por los pasillos y lointentamos con otro elevador. María también se sienteincómoda, dice que por las noches hay muchos drogadic-tos aquí. El segundo ascensor tampoco funciona: signosevidentes de deterioro. Pasamos por una sala abierta quese encuentra medio piso por debajo del nuestro quedurante el día sirve de estudio de baile. Hay toda unaserie de proyectos culturales que han encontrado asilo enlos áticos del Parque Central. Pero a estas horas tambiénesta sala está vacía. Con el tercer ascensor hay más suertey se enciende la luz. Demora otros quince minutos hastaque el elevador llega hasta nosotros. Cuarenta pisos.Mientras que el viento silba por los pasillos, pienso en loque pasaría si hubiera un terremoto. Pero María me tran-quiliza: «El edificio tiene sistema antisísmico».

Dudo de que exista algo que pueda explicar mejor estaciudad que esta extraña noche. Confuso, piso tierra firmeen la planta baja e intento encontrar la salida en el labe-rinto de pasadizos.

Los bicheros

Por segunda vez, fuera de Caracas. Una gasolinera entreBarinas y Táchira, 600 kilómetros al suroeste de la capital.Bajamos del Mustang, la lluvia ha escampado un poco, y

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maltratado “santo” Damiao, gracias a los golpes propinadospor el cielo a sus adversarios».

La fe de la clase dominante se convierte así en una pro-mesa de liberación, de huida de la impotencia. La religiónno es simplemente el opio del pueblo, también es siem-pre un campo de apropiación y de promesas subversivas.

Alguien abre una botella de ron y echa unas gotas alsuelo, es decir, a la alfombra. Se reparten copas de plásti-co. Acepto una con gratitud, tengo ganas de emborra-charme. Los percusionistas se van turnando, la flor siguehaciendo la ronda; la flor cantante. Hace más de una horaque suenan los tambores. Me pregunto quién escucharáesto en casa. A nadie le gusta pasarse tres horas oyendo lamisma melodía y el mismo ritmo. Pero también la propiaemisión de los ritmos africanos tiene su significado. «Elproblema más grande cuando comenzamos con la televi-sión comunitaria», nos dijo Blanca cuando nuestra prime-ra visita a CatiaTVe, «fue que la gente de los barriossolamente asociaba un tema con su vecindario: la delin-cuencia. En los medios de comunicación dominantes, laexistencia de los barrios se reduce a las noticias sobre crí-menes. En consecuencia, se trata también de acabar conlos imaginarios dominantes y de construir una percep-ción propia e independiente».

Desde este punto de vista, las tres horas de tamborestambién pueden ser vistas como una demostración: “Aquíestamos, invisibles, pero presentes. Ignorados, pero sinembargo poderosos”. “La realidad que duele porque des-miente la mentira”, como dice una pintada en el Parquedel Este.

Tras dos horas decido marcharme. Esa noche, unosamigos de París van a filmar un velorio entre los bloquesdel 23 de Enero. Abandono la fiesta junto con María y susnietos: menudo cambio. Regreso de una fiesta popularafrovenezolana a Blade Runner. Son ya las ocho y media,una hora en la que uno empieza a sentirse inseguro en lamayoría de las grandes urbes latinoamericanas. Los pisos

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una gran región boscosa, apenas interrumpida por saba-nas húmedas, que se extendía desde los Andes hasta laAmazonia. Hoy día, todo esto no son más que pastos.

Apoyé la cabeza en el cristal: cebús, pequeños pobla-dos, los bancos de nubes oscuras abrazando la cordillera,que aquí se alza 5.000 metros sobre el nivel del mar. Lospicos Humboldt y Bolívar. Había subido una vez con elteleférico por el otro lado, quizás a unos sesenta kilóme-tros de distancia en línea recta. Venezuela es un país decontrastes.

El problema con el chimó es que el tabaco se convierteen un tipo de decocción venenosa en la boca. Por eso, San-tiago y el conductor se iban pasando todo el rato una latade refresco para escupir la saliva. Hasta que, finalmente, elcarro se salió de la carretera. Fuimos a parar a una cunetade tres o cuatro metros de profundidad, pero tuvimossuerte: el carro no se volteó. Por debajo de la carreterapasaba una pista de tierra y no había árboles. Mucha suer-te. En la siguiente estación de peaje uno de los cobradoresnos avisó de que el tubo del líquido de frenos estaba suel-to. Un problema que el conductor resolvió con un cordón,siguiendo luego manejando a toda velocidad. A 100 kiló-metros por hora atravesamos una pared de agua que nopermitía reconocer el trazado de la carretera.

Estoy realmente contento de haber bajado del carrode ese tipo.

Continuamos todo derecho durante una hora. La carre-tera pasa paralela a un terraplén. Los pastos están inunda-dos, los cebús que pacen se hunden hasta las rodillas. Unostreinta kilómetros más tarde nos paran. Dos hombres estánarreglando los baches con alquitrán de fabricación casera.Una nueva forma de microempresa que encantaría a losestrategas liberales del mercado laboral. Los dos hacenarreglos en el asfalto y reciben entre 200 y 500 bolívares —entre 10 y 25 céntimos de euro— de los conductores quepasan. De esta manera, ya han sido reparados casi 300metros de los 400 kilómetros que hay hasta San Fernando.

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nos dirigimos a un pickup de cabina grande, dos filas deasientos y ventanas oscuras. Nosotros: Augusto, un jovenvenezolano de Barinas, y yo. Santiago, un peruano exilia-do que me ha llevado de viaje consigo, se ha ido al bañohace un momento.

Me alegro cuando nos montamos en el carro. Parecemás seguro que el Mustang del que acabamos de bajar y,además, va una mujer al volante. Las mujeres suelen hacermenos estupideces al volante que los hombres. Agarro ElNacional. Para mi sorpresa el periódico publica unaentrevista larga con el dirigente de la pequeña Liga Socia-lista; normalmente, allí no dejan hablar a los partidariosdel gobierno. Y miro a la conductora por el retrovisor. Esjoven, tendrá unos veintidós años, apenas si saludó cuan-do nos subimos. Parece actuar con cautela, incluso con unpoco de desconfianza.

Santiago regresa del baño, el carro arranca. Aclara unpoco. La carretera que lleva a San Fernando de Apuresigue en línea recta hacia el Este. Ni una curva hastadonde alcanza la vista. Me recuesto en el asiento y sueltoun profundo suspiro.

Hemos tenido un accidente por la mañana. A las cincosalimos de Barinas, una ciudad ganadera de unos 100.000habitantes en los Llanos, la gran llanura venezolana. Alcabo de media hora empezó a llover. El paisaje —hacia elSur y el Este la sabana y algunas palmeras dominaban elpanorama, hacia el Norte y el Oeste una cordillera bosco-sa— se desdibujó, convirtiéndose en una amorfa masagris. Santiago y el conductor se metieron chimó bajo lalengua, una masa de tabaco pegajosa que supuestamentequita el sueño, pero que en casos como el mío sólo creatrastornos circulatorios y náuseas. El agua goteaba dentrodel carro y yo trataba de imaginarme cómo habría sidohace unos siglos esta región levemente ondulada, al piede la cordillera, que se convierte en una tabla lisa a pocoskilómetros de la carretera. La selva de los Llanos nuncafue tupida, pero el arbolado sí que era más alto y denso:

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rrales en el curso de la próxima hora para acompañarnosa una larga caminata. El cielo está cubierto, hace calor,tengo la esperanza de que no vuelva a llover. Augusto seha alejado unos metros y observa calladamente el área.En Colombia, raras veces he visto a alguien tan concentra-do o, para ser exactos, tan tenso. Y mucho menos en elcampo, donde la distancia espacial ya es en sí misma unagarantía de seguridad. Me fijo en lo joven que es realmen-te este muchacho. Como mucho, andará por los veinti-dós. Santiago y yo charlamos un poco sobre la nuevapelícula de John Malkovich. Una adaptación cinematográ-fica de un libro pésimo de Nicholas Shakespeare. El tema:el comandante senderista peruano Abimael Guzmán y suamante bailarina se ponen a planificar la revolución mun-dial, siguiendo los postulados del Gran Timonel, peroson arrestados a tiempo. Cuando la industria culturaltrata de imaginarse la clandestinidad, el resultado siem-pre es pura basura. Que la película fuese rodada en granparte en Madrid, según se dice, encaja perfectamente contodo lo demás. Madrid y Lima se parecen tanto comoHamburgo y Kansas City. ¡Y eso que John Malkovich nonos desagrada del todo!

«Sería mejor que el tipo volviera a hacer películas enlas que la gente se mete en su cabeza», dice Santiago

«Exactamente. Una película senderista surrealista».«¿Te comenté alguna vez que en la universidad de Lima

siempre lo pasamos de primera con los maoístas? Estosmanes eran unos poetas de primera, mano: “Gusano revi-sionista al servicio del imperialismo”, “Adelante con larealización y profundización de sello de oro de las líneasdel tercer congreso del partido”».

Le digo a Santiago que eso último se lo ha inventado:“realización de sello de oro”.

«No, en serio. “¡Sello de oro!” Lo más chistoso fue que,más o menos por estos tiempos, también sacaron una mar-garina del mismo nombre. “Sello de oro”. Nunca logramossaber si había sido una estrategia coordinada del partido».

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Un tipo de trabajo muy seguro: cuando los dos hombres lle-guen al próximo pueblo, ya podrán volver a comenzar.

Santiago me habla de Perú, de los bicheros: tipos depelo largo, pillados por el cuento de la mística, que sededicaban a la artesanía. En los noventa, dice, había todoun movimiento bichero. Eran hippies que hacían aretes ypulseras, hablaban de la armonía de la sociedad inca,señalaban con pose trascendental a las montañas y siem-pre parecían algo ensimismados. Ensimismados, pero sinun pelo de tontos.

«Los bicheros estaban en todas partes donde habíaturistas. Es decir, mujeres turistas. Se pasaban media vidaen los bares echando su carreta sobre el equilibrio natu-ral, pacha mama y la sabiduría indígena, mientras echabanpara atrás sus lindas melenas negras sin apartar la miradade las turistas, como dándoles a entender a las extranjerasque en ellos, en los bicheros, corría la sangre del inca.Claro que esto a las visitantes del Machu Pichu les encanta-ba. Era la culminación de su trip latinoamericano. De estamanera, decenas de miles de peruanos salieron del país.Como compañeros de cama de las turistas. Pues era laúnica manera de escaparse del Perú. Y seguro que estosmanes al final llegaron a creerse el cuento ellos mismos:el de la armonía y toda esa mierda». Santiago se ríe.

Me gusta viajar con Santiago. El hombre parece haberdejado las depresiones atrás; demasiadas tragedias. Suorganización fue desarticulada, la mayoría de sus amigosestán en la cárcel, él mismo lleva siete u ocho años buscadopor la justicia peruana. Desde entonces vagabundea porAmérica Latina y Europa, pero no como bichero. Para esotiene la piel demasiado blanca y le falta el largo pelo negro.Además, sus anteojos modernos de marca no encajan muybien con la imagen de un descendiente de los incas.

Salimos de la troncal principal. Las mujer nos dejadelante de una casa campesina con techo de palma. Con-tengo la pregunta de qué toca ahora. Lo normal sería queun grupo de hombres armados saliera de entre los mato-

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cha informa diariamente sobre la inseguridad en laregión y sobre supuestos secuestros de la guerrillacolombiana. Mis acompañantes de viaje miran nerviosa-mente hacia arriba. Unos instantes más tarde, empieza denuevo a llover. El sol allá en lo alto, al norte de nosotros—otra razón de mi desorientación—, desaparece tras unaespesa capa de nubes.

Comienzo a preguntarme por qué nos castigamos deesta manera. Tras cinco minutos estamos completamenteempapados. Tengo frío y no nos podemos mover en lapequeña y frágil canoa. Esta excursión empieza a parecer-me una paliza inútil. Aunque se pueda justificar política-mente. Quisiera estar a cubierto y charlar con Santiagosobre los tiempos en que se decía “lacayo del revisionis-mo” o “gusano imperialista sin realización de sello deoro” a los compañeros de estudio y se evocaba la cosmo-visión inca. Pero Santiago se encuentra en el otro extre-mo de la canoa y no se puede cambiar de sitio sin hacerzozobrar la embarcación. Acerco mis piernas al cuerpo yme pongo en cuclillas pegado a los dos hombres junto amí debajo de un impermeable. Uno de ellos mencionaque es cura lo que, por desgracia, no sirve para proteger-nos de la lluvia. Nuestras mochilas y maletas, mientrastanto, se van mojando bajo la copiosa lluvia.

Fuerzas Bolivarianas de Liberación

Las FBL son una guerrilla extraña. Probablemente la únicaen el mundo que dice defender una constitución, denomi-na «líder legítimo de este proceso» al presidente de su paísy, sin embargo, tiene que temer la persecución estatal.

Los fantasmas de los Llanos: aunque los fundadores delas FBL afirman trabajar en su proyecto desde principiosde los ochenta, son tan invisibles que muchos izquierdis-tas en Caracas las tienen por una invención de la derecha.«Un fantasma para desacreditar al gobierno».

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«Margarina maoísta», repito pensativamente.Faltan pocos minutos para las once cuando un viejo land

rover se para a nuestro lado. Nos sentamos en la parte trase-ra donde ya van otras siete personas. Algunas conversan envoz baja. Otra vez la sensación de una tensión exagerada. Allado del terraplén sobre el que pasa la pista se ven platanalesy pastos inundados. El conductor acciona la tracción en lascuatro ruedas; charcos, agujeros, flamencos. Finalmente,llegamos a un río; pienso que es mejor no preguntar por elnombre. Esperamos. Parece que lo más característico de laclandestinidad es la espera. El noventa por ciento del tiem-po en viajes como éste se pasa esperando. Algo que se avie-ne poco con los parámetros de las producciones deHollywood. Al cabo de un rato aparece una canoa con motorfuera borda en la que nos montamos. Doce personas en unacáscara de nuez que puede zozobrar con cualquier movi-miento. Un sentimiento desagradable. El río lleva bastanteagua, la corriente es rápida e imprevisible. Espero que lle-guemos pronto a la otra orilla. Pero no nos dirigimos a laotra orilla. Las próximas dos horas recorremos un paisaje deríos, pantanos y riachuelos donde resulta imposible orien-tarse. Frontera sur de Venezuela con Colombia.

Un ecoturista estaría encantado de la vida. Un viajecomo los de Discovery Channel. Garzas, pirañas caribe sal-tando en el agua —menos sangrientas de lo que dice lagente— y botos. En la región amazónica hay muchas leyen-das sobre el boto, el delfín de agua dulce: ciudades pobla-das por delfines, visitas inesperadas a fiestas e inclusoanécdotas eróticas. Los órganos sexuales de estos animalesse parecen a los humanos, por lo que los pescadores llega-ron a responsabilizar a estos mamíferos de agua dulce delos embarazos extramatrimoniales.

Todo muy interesante. Pero da la casualidad de que nosoy un ecoturista.

Habrá pasado una hora, cuando un helicóptero delEjército sobrevuela nuestras cabezas. Presionado por losmedios, el gobierno ha militarizado la frontera. La dere-

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Sale el sol. El sol de la tarde. Por fin, nos secamos.Hago una pregunta. ¿Cómo es posible fortalecer el poderde las bases desde una organización con estructuras mili-tares? Es una contradicción. Una objeción nada original.El comandante Gerónimo asiente de manera enérgica:«Exactamente. Es un gran conflicto. No hay nada menosdemocrático que un ejército. El arte consiste en no actuarfrente a los movimientos sociales de la misma maneracomo dentro de la organización. Hay que respetar suautonomía y no tratar de controlarlos. Ésta es la diferen-cia: trabajar en los movimientos, defender sus posicionesallí, pero sin controlarlos».

”No controlarlos”, suena bien, pienso. Muy bien.Menos convincente me parece, entretanto, que un gue-rrillero a nuestro lado tenga que esperar callado a que elcomandante Gerónimo le dé la palabra. Que los coman-dantes envíen a sus subalternos a traer café y que seanlos primeros en recibir la comida. Que hasta mi compa-ñero Santiago, normalmente un espíritu anárquico,empiece a comportarse de otra manera. De manera mássumisa. Como si fuera un honor poder estar aquí. Peroquizás todo esto sólo sea otro elemento de la farsa. Unejército, que todavía no lo es, tiene que recurrir a las for-malidades para reafirmarse en una identidad de la queen el fondo aún duda.

Gerónimo explica las orígenes de las FBL: los añosochenta, Centroamérica, el Partido Comunista Salvadore-ño. Se vio entonces que no había otro camino que lalucha armada. Decidieron abandonar la organizaciónjuvenil del PC venezolano.

Pregunto por la situación actual. Digo que las reformasdel gobierno tampoco son tan espectaculares como hacencreer las reacciones de la oposición. No tan radicales.

Pero Gerónimo es de otro parecer: «Las propuestas deChávez sí que son revolucionarias. La revolución es movi-miento y el proyecto bolivariano está en contradicciónabierta con las estrategias de la globalización».

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Pero sí existen, los guerrilleros son de verdad. Nosencontramos en una pequeña finca a veinte kilómetrosde la frontera, rodeados de muchachos uniformados queportan fusiles FAL belgas. Llevan brazaletes rojos con lassiglas FBL y pañuelos con los colores nacionales: amari-llo, azul y rojo. El sur no es la única región donde la orga-nización trata de construir focos guerrilleros, y lasunidades armadas tampoco son el único pilar de las FBL.Hay militantes de la organización trabajando en el movi-miento campesino, en las universidades y en algunoscomités vecinales. Sin embargo, tengo la impresión deasistir a una farsa. ¿Qué otro adjetivo aparte de “extrava-gante” se puede utilizar para describir una guerrilla quehace dos años que se mueve por la selva, llevando consi-go armas largas que hasta ahora no ha tenido que usar,como si tuviera que demostrarse a sí misma su firmeza?

Nos hacen pasar —a Santiago, a Augusto y a mí— a unacarpa allá cerca. Bancos de madera provisorios, un toldo deplástico, tres hombres de entre treinta y cuarenta años confusiles automáticos. Uno de ellos toma la palabra: Geróni-mo, el comandante. «El Ejército y la policía no son nuestrosenemigos». La explicación de por qué no están luchando,hasta ahora. «Nos preparamos para una intervención. LosEEUU ya no cerrarán mucho tiempo sus ojos ante el proce-so venezolano. Y entonces, un ejército regular no nos servi-rá para nada. Sólo con una estrategia partisana se puedevencer a una maquinaria de guerra tan superior».

Asiento con la cabeza. Lo que dice el hombre —en laspróxima hora hablará casi exclusivamente él— no meparece equivocado. Y sin embargo...

«Sabemos que es ingenuo querer conseguir transforma-ciones sociales por la fuerza de las armas. No hay procesosin poder popular, sin la autonomía de las organizacionesde masas. Pero es igualmente ingenuo pensar que esastransformaciones sean posibles sin una estrategia militar.Cuando se profundizan las transformaciones, el imperiosiempre recurre a la violencia».

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enfriado. «O, mejor dicho, se han puesto calientes». Loshombres sentados bajo el toldo de plástico hacen unamueca de preocupación. «Hay amenazas», interviene otrode los comandantes, «el ELN ha asesinado a un compañe-ro nuestro. No respetan nuestra autonomía. Y trabajancon gente muy rara. Por ejemplo, con políticos de los par-tidos tradicionales venezolanos».

Me deprime lo que oigo. Es cierto que en muchos casos—como en el colombiano— no hay alternativas a la resis-tencia armada. Pero aun así no deja de ser un fiasco. Pormucho que los protagonistas de una guerra sean conscien-tes de que la elección de los medios también los cambiasiempre a ellos, no saben librarse de esta dinámica. Comome enteraré después, las acusaciones de las FBL son —porlo menos en parte— ciertas. Aunque también hay inculpa-ciones igual de graves por parte de los colombianos.

Poco a poco, se va haciendo de noche. Se me han pasa-do las ganas de conversar.

Comemos en la penumbra, huele a fuego de leña. Megusta el olor. Los sonidos de la selva son ensordecedores:grillos, sapos, pequeños animales que se mueven en lamaleza. Nos quedamos sentados en la oscuridad, me sien-to mal, la ropa todavía está mojada. Hacia las diez —lasnoches se hacen largas cuando no hay luz—, por fin, nosvamos a dormir. Tendemos nuestras hamacas en la veran-da de una cabaña de palmas. Contemplo el techo negrosobre mi cabeza y pienso en Colombia. Lo que más me haquedado en la memoria de allí es la hospitalidad. Loscampesinos colombianos siempre se preocupaban por ti.Te enseñaban —al gringo torpe — cómo hacer un nudode hamaca rápido de soltar y te ayudaban a pasar conchistes los malos ratos en los que uno era presa de la des-esperación, en vista de los acontecimientos de esta gue-rra inacabable y cruel.

Lo decisivo, pienso antes de dormirme, no son los dis-cursos políticos o los programas. Lo decisivo es, si selogran convertir los discursos de solidaridad en actuacio-

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El comandante al lado de Gerónimo sirve un refresco ynos pasa los vasos sonriendo. Un tipo ancho y agradable.Un detalle que se agradece. «Claro», sigue Gerónimo, «elfortalecimiento del sistema cooperativo todavía no es elsocialismo. ¿Pero qué significa “socialismo” hoy día? Encuanto a eso, hay más preguntas que respuestas. El pro-yecto bolivariano avanza hasta donde resulta posibleactualmente en el contexto internacional. Puede que enveinte años estas propuestas ya no sean suficientes. Perode momento han servido para poner en marcha un proce-so. Nuestra crítica es otra: creemos que Chávez confíademasiado poco en las organizaciones de base, quesubestima la importancia de una conducción política yque desconoce la correlación de fuerzas en el Ejército.Los patriotas no son mayoría allí».

Asiento nuevamente. Ni siquiera la palabra “patriotas”me causa malestar. La afirmación nacionalista permanente—los uniformes con los colores de Venezuela, el canto delhimno nacional, las referencias a Bolívar— procede en estecaso de un deseo de liberación social. En un país donde laclase dominante se limita a la exportación de los recursosnaturales, convirtiéndose así en una mera sucursal del impe-rio, no resulta extraño que un conflicto social acabe derivan-do, a la vez, en una lucha por la soberanía nacional. Auncuando desde Europa todo esto pueda sonar un poco raro.

Conversamos sobre América Latina. Sobre Perú, dondelos profesores están en huelga en esos días, sobre el nuevopresidente argentino Kirchner que habría resultado —según los guerrilleros— una sorpresa positiva y sobre laimportancia de las elecciones subestimada por la izquierda.

Cae la noche y los mosquitos se muestran más agresi-vos. Gerónimo comienza a hablar de Colombia. La guerratraspasa permanentemente la frontera. Dice que el ELNlleva veinte años operando en territorio venezolano, lasFARC como quince. Al principio, las FBL recibieron apoyodel Frente Domingo Laín, el frente regional del ELN.Desde hace un año, sin embargo, las relaciones se han

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clavada en el circo. De alguna manera me atrae. En lasnovelas de Gabriel García Márquez hay un tema recurren-te que recuerdo particularmente bien: la fascinación porlo pasajero. En la historia de Aureliano Buendía son losgitanos los que traen novedades y sensaciones a la soledadde Macondo. «Muchos años después, frente al pelotón defusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había derecordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó aconocer el hielo. Macondo era entonces una aldea deveinte casas de barro y cañabrava construidas a la orillade un río de aguas diáfanas que se precipitaban por unlecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevosprehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchascosas carecían de nombre, y para mencionarlas habíaque señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes demarzo, una familia de gitanos desarrapados plantabasu carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto depitos y timbales daba a conocer los nuevos inventos».

¿Dónde se podría situar mejor el relato con el que seinicia Cien Años de Soledad que en una ciudad comoBarinas, una población mediana de los Llanos orientales,tierra de nadie ganadera?

La función del Circo Gasca ya ha comenzado. Meencuentro con el gerente, el cual viene de la poblacióncolombiana de Chiquinquirá. Cojea un poco. De pie antelos cercados de los animales —elefantes, camellos, caba-llos— y unas flamantes caravanas made in USA, el gerenteme empieza a hablar del circo. Los hermanos Gasca pro-ceden de México, pasan más o menos un año en cada paísy van a quedarse tres semanas en Barinas. La vida en elcirco es triste y feliz al mismo tiempo porque, por unlado, se conoce el mundo como pocos turistas logranhacerlo, pero, por el otro, no se pueden trabar amistadesduraderas en ninguna parte y uno acaba por reducir susrelaciones a la pequeña comunidad del circo. «Sólo losmiembros de las familias de artistas aguantan una vidaasí, los que nunca han conocido otra cosa».

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nes concretas que puedan hacer realidad en el presente—por momentos, días o meses— promesas de futuro encolectividad. Como un adelanto de lo posible.

Pero quién sabe si esto también forma parte de lasituación: ¿cómo se va a animar a un gringo, cuando unoapenas se ha acostumbrado a esta maldita vida de guerra?

Circo

De nuevo en Barinas. En la carretera de salida se ha instala-do un circo: los hermanos Gasca. La carpa brilla en la nochetemprana más allá de las casas bajas de la ciudad, elevándo-se por encima del polideportivo y del asador donde ungrupo toca hoy llaneras. Deambulo por las calles. Barinas escomo un suburbio grande: construcciones de una solaplanta, garajes, jardines de entrada, patios traseros. Noparece haber problemas de espacio en los Llanos. Por lomenos, ésta es la primera impresión que le queda a uno.

Oscurece rápidamente. Las nubes bajas son tragadaspor la noche, huele a pastos. Paso por delante del asador-restaurante. Los músicos están sacando sus instrumen-tos: arpa, guitarra y maracas. Resulta enigmático cómojustamente unos vaqueros llegaron a descubrir y hacersuyo el arpa.

En la esquina me espera un terremoto sonoro: ruidode tráfico en una avenida de cuatro carriles de aspectoprovinciano, los anuncios típicos con los que un cibercaféintenta llamar la atención de los transeúntes, la tecnocum-bia de los bafles colocados en la puerta de un mercadillo.A pesar de la música espantosa, entro en el recinto. Unatoalla me vendría bien. Mezcla extraña de productos: arte-sanía, ropa interior colombiana, zapatos, vídeos piratas.Se acabaron las toallas, mala suerte, sólo queda ropa inte-rior de importación, me dicen.

Salgo del recinto, huyo del radio de acción de las ondassonoras de la tecnocumbia y de nuevo la vista se me queda

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simultáneamente sobre una esfera metálica de ni siquieracuatro metros de diámetro, mientras que desde los baflesretumban las electrorrancheras. Este circo es realmentemuy mexicano. Haciendo las pruebas para este númerotienen que haber arruinado todo un parque móvil.

Pasados treinta minutos, el espectáculo llega a su fin.El gerente del circo —de unos treinta y cinco años— con-voca a los artistas a la pista. Los hombres van vestidos depayasos, de Spiderman o con chaquetas de motoristas.Las mujeres llevan bikinis centelleantes.

Vuelvo a casa paseando. Me encuentro a Santiago sen-tado delante de la puerta. La noche es suave. Tomo unasilla y me siento a su lado. Resulta agradable viajar conSantiago. Pertenece a ese tipo de personas que, obligadasa escoger entre el cinismo y la excentricidad, se han deci-dido por el marxismo de Los Hermanos Marx.

«¿De dónde vienes, mano?»«Del circo», contesto.«¿Circo?»«Sí. Le he agarrado el gusto a las escenificaciones».Hace una mueca de ofendido. Después de todo, la

excursión al campamento de los llaneros solitarios fue ideasuya. «¿Y cómo ha ido?»

«Chévere. Mujeres atletas en bikinis brillantes y hom-bres en moto».

«No está mal».«Y Spiderman».«Spiderman, uno así no nos iría nada mal».«¿En los Llanos?», le pregunto burlón. En Héroes Con-

vocados. Manual para la toma del poder, de Paco IgnacioTaibo II, el protagonista despliega a todos los superhéroesde su infancia para sacar al movimiento estudiantil derro-tado del atolladero. La propuesta no me pareció mal. Lospoderes de Superman, Neo y Lucky Luke —“el hombreque dispara más rápido que su sombra”— podrían sernosmuy útiles en la lucha de clases. ¡Por no hablar del presti-gio que nos darían! ¿Pero Spiderman? «¿Para qué quieres a

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Le pregunto si hay muchas diferencias entre los países;si es importante tener presente dónde se actúa. Asiente.Dice que la gente es muy bruta en algunos lugares.«Indios. Incultos. En Ecuador, por ejemplo, nos tiraronpapas porque querían que les devolviéramos el dinero.¡Menuda gentuza!»

La taquilla ya ha cerrado, pero el gerente me dejaentrar sin pagar. Las cuatro quintas partes de los asientosde la carpa están vacíos. Aflora en mí un cierto sentimien-to de lástima. El destino de los autores: una gira de lectu-ras de presentación, poco público, el esfuerzo por quedarbien con todo el mundo, por ganarse la simpatía delespectador —que sólo se aguanta guardando cierta dis-tancia al mismo tiempo—, la duda. En ese sentido, losescritores, los domadores de leones y los músicos demetro se enfrentan a retos parecidos. Aplaudo de manerallamativamente ruidosa y prolongada.

Vienen a continuación los números de circo al uso:payasos, animales, acrobacia. Pero todo muy mexicano.En el trapecio aparece Spiderman con su máscara. Losmexicanos tienen una debilidad por los personajesenmascarados. Los luchadores de wrestling pelean casisiempre con disfraces de personajes de cómic. El papeldel héroe pop extravagante está tan difundido que enlos años ochenta incluso surgió una nueva forma dehacer política en los barrios de México D.F.: Superba-rrio fue una organización comunitaria cuyos activistasse escondían tras una máscara de superhéroe, hacién-dose pasar por luchadores justicieros en la tradicióndel Zorro.

Spiderman, figura atlética con botas altas, atadas hastaarriba con cordones rojos, hace sus acrobacias directa-mente encima de nosotros. Sin red. Spiderman hace suspiruetas en el aire sobre una barra de hierro, sin manos.Me pregunto cómo lo hace. Dónde engancha sus botaspara no perder el contacto con la barra. Luego vienen lasmotos. Tres motos de cross que se mueven en círculo

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Cuando Santiago y yo regresamos del edificio principalde la UNILLEZ a la parada de autobús, tengo la impresiónde estar en una finca en el campo. Los Llanos se parecenbastante al centro-oeste norteamericano: ganado, pickups,hombres obesos a los que se les nota el consumo diario decarne y cerveza. Pero también: tiendas de computadores,cibercafés, las grandes parabólicas de las empresas de tele-fonía móvil. Nos dirigimos a la sede de la organizacióncampesina. Un pequeño local que no es más que una pelu-quería con un patio interior regentada por una activista.Frente Campesino Ezequiel Zamora: Zamora, general de laguerra civil, comandante de un ejército guerrillero, azote yterror de los ricos, decretó por primera vez una reformaagraria en el siglo XIX por la cual es odiado hasta el presen-te por la oligarquía venezolana. Un nombre ciertamenteapropiado para una asociación campesina.

Santiago me presenta a la gente reunida. Los típicos“sin tierra”: decididos, necesitados, directos. Ramón, elvocero esta noche, lleva una cachucha del MST brasileño.Empieza afirmando que los Sem Terra son un ejemplopara todo el continente, para a continuación explicar elproceso de constitución del Frente Ezequiel Zamora. Entodas partes me encuentro con las mismas historias: quela gente ha estado dormida hasta hace dos años, que Chá-vez los ha despertado y que los intentos de golpe de Esta-do de la derecha les reafirmaron en la convicción de tenerque organizarse. Que no sabrían decir cuántos campesi-nos militan hoy día en el frente porque cada día entragente nueva. «Estamos creciendo».

Después de los intentos gubernamentales de cambioen el sector educativo, el segundo desencadenante de laofensiva derechista en 2002 fue la reforma agraria. Y esoque la reforma no es precisamente muy radical. Los lati-fundios abandonados que excedan cierto tamaño puedenser confiscados y redistribuidos. No obstante, el Estadotiene que indemnizar a los propietarios pagando el valorreal de las tierras en el mercado. Dado que el gobierno

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un tipo que sabe trepar en una región plana como unamesa de billar?»

Santiago se encoge de hombros. «No me refería paraaquí, sino para los comandos urbanos...»

Zamora

Barinas de día. La universidad: un par de edificios que antesalbergaban un hotel, un campus inmenso con una piscinavacía y abandonada, estudiantes que pintan pancartas paraun congreso nacional. La UNILLEZ, la Universidad de los Lla-nos Ezequiel Zamora, es una escuela superior experimental.En 2001, el movimiento de reformas fue rechazado en lasgrandes universidades, las cuales gozan de autonomía uni-versitaria. Fue la primera gran campaña de la oposición con-tra las reformas en el país; y el rectorado, los estudiantesacomodados de clase media-alta y los medios de comunica-ción trabajaron mano con mano. Por eso, en la actualidad,las reformas se limitan a las pequeñas universidades experi-mentales: cuotas para bachilleres de los colegios públicos,becas y una educación integral; el denominado «ModeloRobinson». Se pretende unir práctica y teoría, acortando lacarrera universitaria. Lo que es una reivindicación del capi-tal en Europa, sirve aquí para facilitar el acceso de las mayo-rías a la universidad, ya que las carreras más cortas son másfáciles de financiar.

En el pasillo frente al secretariado la gente de la orga-nización estudiantil charla con el rector. Él comenta quequieren crear una nueva facultad. La de Medicina seríademasiado cara para la UNILLEZ, pero una de acupresurasería viable. El sesenta por ciento de las intervencionesmédicas son tratamientos de dolor, y para esos casos noes necesaria la medicina convencional. «La medicinaalternativa y los métodos de curación tradicionales pue-den jugar un papel mucho más grande. Se debe tener másen consideración la utilidad práctica».

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Pero no se discute en estos términos. Una semana mástarde, 100 familias organizadas en cooperativas son desa-lojadas en el estado de Barinas. Un ganadero ha soborna-do a un juez al que ni siquiera le compete el caso, peroque ha dictado una orden de desalojo. La policía de unmunicipio gobernado por el MVR lleva a efecto la orden.Juan, mi amigo del 23 de Enero que trabaja en el Ministe-rio de Agricultura, diría después que la corrupción nuncahabía sido tan grande como ahora. «Peor que en la IVRepública».

«Las simientes sí que han llegado», dice Emilia, lamujer de Ramón. «Pero con un mes de retraso. El maíztiene que llegar hasta las rodillas antes de que empiece elinvierno. Si no, la lluvia lo aplasta. Pero sembraremos apesar de todo. Tenemos que producir. Tenemos quedemostrar que hay alternativas».

Producir, producir, producir. Otra cosa que se escuchaen todo el país.

En casa, tendido en la hamaca, atosigo a Santiago conpreguntas sobre Perú. Sobre el general Velasco, que estu-vo en el gobierno de 1968 a 1975. El hombre tenía bastan-tes semejanzas con Chávez, su programa fue incluso másradical en muchos aspectos. Velasco nacionalizó la banca,los periódicos y las minas, los trabajadores recibieronacciones de las empresas, hubo una reforma agraria y sefortaleció la economía nacional.

«Se intensificaron las relaciones con la Unión Soviéticay se empezó a hablar de la vía yugoslava al socialismo.Cuando la revolución iba a entrar en su segunda fase, laderecha dio un golpe de Estado».

«¿Y qué quedó?»«Una parte de nuestra organización venía del velas-

quismo».«Bacano», digo. «Aquellos de tu organización que no

fueron liquidados por la policía o por Sendero, hoy estánen la cárcel, en el exilio o reinsertados».

Santiago no me hace caso. «Además, el velasquismo

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venezolano no tiene recursos para medidas semejantes, acorto y medio plazo serán repartidos sólo terrenos muni-cipales y estatales. Para que los campesinos empobreci-dos no vuelvan a vender los nuevos títulos de tierra,repitiendo la historia de la reforma agraria de 1961, estavez reciben títulos inalienables. El Estado anima a lospequeños agricultores a formar cooperativas y les daapoyo financiero y técnico. Una transformación de la eco-nomía hacia un modelo cooperativista. Teóricamente. Laorganización ganadera FEDENAGAS se opone a la refor-ma agraria. Los latifundistas no aceptan que se cuestionesu poder. Ocho campesinos han sido asesinados desde elcomienzo de la reforma solamente en el estado de Bari-nas. Mientras tanto, el Estado hace equilibrios, indeciso,entre los grandes latifundistas y el movimiento de los sintierra. Esto también es parecido a la situación de Chile en1973: algunos funcionarios del Estado venezolano hansido víctimas de atentados de derechas, otros se han deja-do sobornar por los terratenientes.

«Chávez sí quiere. Pero en su equipo hay muchos sabo-teadores. En el MVR ha entrado mucha gente de los apara-tos políticos tradicionales», dice Ramón. Y otro campesinoagrega: «Somos diecinueve cooperativas en Barinas. Noshan prometido 17.000 millones de bolívares para créditosy para la construcción de casas y carreteras». 17.000 millo-nes de bolívares son unos diez millones de euros. «Ahora elMinisterio no quiere soltar el dinero porque los latifundis-tas dicen que sólo si reciben ellos las subvenciones podrángarantizar el abastecimiento de alimentos».

Un conflicto de objetivos; teóricamente. ¿Se quiereasegurar primero el autoabastecimiento del país con ali-mentos o promover de una vez la construcción de unaeconomía alternativa? ¿Se puede alcanzar la soberaníaagroalimentaria, apoyándose en los métodos de cultivoextensivos del latifundio? ¿Es razonable confiar el abaste-cimiento de alimentos a unas cooperativas recién funda-das de las que nadie sabe si realmente funcionarán?

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Estamos en la carretera de salida al este de Caracas, aunos kilómetros de Petare, el barrio más grande de Amé-rica Latina. Es decir, 200, 500 o 800 barriadas que se reú-nen bajo el nombre de Petare; se dice que aquí vive unmillón de personas. La transición de los cerros secos,cubiertos de matorrales, a las cordilleras montañosashúmedas y boscosas de fuera de la ciudad es abrupta; y,sin embargo, no se puede señalar una frontera exacta.

Viajamos en un pickup cubierto. El vehículo arrastra trasde sí una cola de agua, parece abrir surcos en la humedad, ynuestro acompañante, un hombre llamado Luis, nos infor-ma del proyecto de viviendas que vamos a visitar este día.Mientras habla, pienso en Medellín: las calles que recorrenlas sierras; hace tiempo que quedó atrás la ciudad y uno sesigue encontrando con casas de ladrillo sin revoque borde-ando la carretera, los montes parecen una promesa. Poralguna razón, tengo una relación rara con la montaña. Qui-zás porque me siento protegido en sus faldas; quizás por-que representa lo incontrolable —desde un punto de vistatopográfico, pero también político—; quizás porque unpaisaje intrincado deja preguntas sin respuesta y puertasabiertas a la curiosidad.

Un poco antes de Los Winches, nuevas barriadas decartón se extienden al lado de la carretera. Luis dice quela oposición promueve nuevas ocupaciones. En los cana-les privados se informa como nunca antes sobre el des-empleo, los niños de la calle y la desnutrición; y lasnuevas barracas de madera y cartón les vienen muy bien.No es la primera vez que escucho esta acusación. Haceunos días, una mujer de un comité de tierra del barrio deLas Mayas me dijo que estaba harta de ocupaciones. Anteshabía que hacerlo porque no existía otra opción. Hoy, encambio, sólo es una cuestión de comodidad. «Ahora tene-mos la posibilidad de diseñar proyectos, solicitar recur-sos y construir razonablemente». No estaba seguro de siesto era una crítica justificada a unos vecinos que con susconstrucciones ponen en peligro la vida de sus congéne-

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facilitó la aparición de una burguesía peruana. Antes nohabía una burguesía nacional en el Perú».

«Suena cada vez más maravilloso», comento. «¿Y enVenezuela va a pasar lo mismo ahora?»

Vacila un poco. «Sí, puede ser...»No hay que burlarse, pienso. Setenta años de la URSS

tampoco han dejado más que un montón de basuranuclear, estupendas chaquetas de chándal de segundamano y el nacimiento de una burguesía. De una burgue-sía formada por ex funcionarios comunistas y mafiosos.

Leninistas, anarquistas o velasquistas, lo mismo da: laizquierda la constituyen un montón de perdedores entodo el mundo.

«No hay nada seguro», dice Santiago. «En la historiahay que arriesgarse».

Asiento con la cabeza. Es un poco comparable con elnúmero de los hermanos Gasca. Toca hacer acrobacias sinred y el público está pendiente de si alguien se pega elgran leñazo. La vida es un circo.

«A veces sí que me alegro de ser un gringo pendejoque sólo viene a mirar».

Poder popular

Cuando comienza el “invierno”, la época de lluvias,todo cambia. Las laderas de las montañas adquieren unaspecto diferente. Más selvático. Las distancias crecen apesar de que el aire húmedo parece acercar como unzoom los poblados alejados. Los cerros se tornan miste-riosos, uno pierde la orientación. Detrás de una cordi-llera ya no se eleva la siguiente, sino una pared deneblina. En las copas de los árboles se enredan velosnebulosos, las pendientes brillan de una forma irrealcuando la capa de nubes se entreabre por un momentoy, con la tierra mojada, también el resto del paisaje setiñe de oscuro.

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Visitamos las diferentes barriadas de Los Winches. Entotal, vivirán aquí unas diez mil personas. Se trabaja portodas partes; como consecuencia de la crisis presupuestariaestatal menos de lo planificado, pero sin embargo bastante.

Al finalizar el recorrido nos encontramos con un ofi-cial. El programa de rehabilitación de viviendas es coordi-nado por una unidad especial del Ejército: el plan AVISPA.Se produce una discusión breve e inesperada. Luiscomenta que muchos suboficiales sufrieron un shock en1989. Durante el “Caracazo” sintieron lo grande que sehabía hecho la distancia con la población. Tras el asesina-to de cientos de civiles, una gran parte de los militares yano quisio seguir siendo el perro de presa de la oligarquía.

El oficial se siente ofendido. Responde que las FuerzasArmadas siempre estuvieron del lado del pueblo. ¿Cuán-tos soldados provienen a caso de las zonas residencialesde clase alta? ¿Dónde viven la mayoría de ellos? Si real-mente hubiera una distancia, ¿cómo iban ser respetadoscomo vecinos en todos los barrios humildes? Sin dartiempo a nada más, el oficial se monta en el carro, declaraque se le hace tarde y que todavía tiene muchas cosas porresolver, y se va. Se nota que, a pesar de todas las declara-ciones contrarias, la relación entre la izquierda y los mili-tares sigue siendo tensa. Lo que, por otro lado, no es tansorprendente. Hasta hace poco andaban a tiros.

De regreso a Caracas, pregunto por el término “poderpopular”. Luis contesta que los militares no fueron losúnicos que se tuvieron que cuestionar en los años ochen-ta. También para él se derrumbó entonces todo unmundo; Luis militaba en esa época en la guerrilla maoístaBandera Roja (aliada hoy en día con la ultraderecha).

«Nos tocó vivir en propia carne la debacle de las van-guardias. Nuestros líderes gastaron la plata que nosotroshabíamos reunido en viajes a Europa. Se aprovecharon desu posición para acostarse con las compañeras jóvenes yse dedicaron al radicalismo verbal. Después ya no quiseentrar en ninguna organización. Comenzamos a trabajar

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res o el comentario de una privilegiada. La gente sueleolvidar rápidamente su origen social cuando las cosas lesempiezan a ir un poco mejor.

Los Winches: la gente de la asamblea vecinal ya nosestá esperando en la esquina. Hay tres modelos de reha-bilitación diferentes en el barrio. En la parte alta se hanreemplazado las barracas por sesenta minichalés adosa-dos; en la del medio está previsto levantar grandes blo-ques con varios centenares de viviendas en un solarvacío; y en la parte baja simplemente se van a mejorar losranchos. Lo que resulta distintivo del proyecto es que lodesarrollaron los propios vecinos. «Cuando la gente pre-sentó el proyecto», dice Luis, «las autoridades no quisie-ron creer que había salido del mismo barrio. Preguntaronquién más había detrás del proyecto. Pero no había nadiemás detrás».

Subimos la pendiente con la camioneta y luego atrave-samos la población a pie. Tocando a Los Winches seextienden campos de cultivo, de campesinos de la zona,pero también de la gente de la barriada. Los voceros nosmuestran las casas nuevas. Nos explican que la comuni-dad está organizada en una cooperativa, que todo es dis-cutido y decidido por la asamblea general. «Es una nuevaforma de vivir: poder popular». Y Luis añade que estaforma de democracia, que parte de lo local, mina la insti-tucionalidad dominante y crea, al mismo tiempo, unanueva relación con el Estado. Sólo quien se organizatiene acceso al dinero. En el caso de Los Winches, elgobierno adjudica recursos a empresas privadas que, a suvez, tienen que emplear a los miembros de la cooperativacomo fuerza de trabajo. Los nuevos propietarios tienenque pagar sus casas, pero reciben créditos de bajo inte-rés. Además, se contabiliza el valor de las barracas derri-badas y se descuenta del precio de la compra. Una formade construcción de viviendas sociales sobre bases auto-gestionarias y que exige la implicación de sus habitantes.Por lo menos para Venezuela, esta idea es algo nuevo.

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como oligopolios, han aumentado los precios de talmanera que ya no se puede ganar nada con la venta regu-lada de carne de pollo. Como consecuencia de esto no haestallado una hambruna, pero la escasez se nota sobretodo entre los más pobres. Los alimentos hechos a basede pollo son la fuente de proteínas más importante de lapoblación con menos ingresos.

La historia de siempre: los gobiernos que no se puedenderrocar, son estrangulados hasta que caen. Chile 1971-1973: paro de los transportistas, ataque a los precios delcobre, desinversión. No es que el gobierno de Chávez nosea capaz de crear caos por sí mismo: ha contado con cin-cuenta y cinco ministros y secretarios de Estado en cuatroaños. Pero como este caos no es suficiente para movilizar ala población contra el presidente, la oposición ahora apues-ta por provocar nuevos problemas de abastecimiento.

El Estado y las comunidades reaccionan con la construc-ción de redes propias de distribución. El gobierno ha insta-lado en los barrios los llamados «Mercal», tiendas donde seconsiguen los productos básicos a precios garantizados. Envista de la falta de infraestructuras, las organizacionescomunitarias, los pequeños comerciantes y las FuerzasArmadas han sido integrados al proyecto. Los comités detierra y los tenderos se pueden registrar como vendedores,y vender los productos básicos distribuidos por el Estado aprecios bajos regulados. Además, el Ejército y la GuardiaNacional recorren los barrios con camiones vendiendo demanera ambulante artículos subvencionados. Este progra-ma golpea a las cadenas de supermercados, cambia la con-ciencia de los soldados y posibilita el desarrollo de unapolítica de compras. A fin de promover la transformaciónde la economía y la integración latinoamericana, el Estadose abastece en las cooperativas agrícolas y en los países veci-nos. En algunos barrios se han formado circuitos de pro-ducción y consumo. Los comités de tierra se conectandirectamente con cooperativas campesinas. Una economíaalternativa potenciada desde dos lados.

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en proyectos de base, a construir poder popular. Porqueteníamos que hacer algo, aunque fuera sin partido».

Mostrador de quesos, hora 5.222

En el supermercado: dos señoras mayores de aspecto adi-nerado hablan del programa de televisión de la nocheanterior.

«¡Tanta miseria! Pero el reportaje fue un golpazo parael gobierno».

«Sí. Chávez no lo sobrevivirá».La oposición no da tregua. La hora 5.222 de la resisten-

cia en la plaza Francia. Entretanto, el indicador digital se haparado. Después del golpe de Estado fracasado, del paropetrolero y de las campañas mediáticas internacionalescontra el supuesto simpatizante de la guerrilla colombianaChávez, ahora les toca a los pollos. «Escasez de alimentos»titulan los diarios, y gente que apenas sabe de qué lado setiene una sartén, porque en su casa una sirviente se encar-ga de los trabajos domésticos fastidiosos, se juntan cadados noches para golpear cacerolas como locos: «¡Ham-bre!». Mi compañera de piso, Carol, me ha dicho que inclu-so hay CDs con cacerolazos para aquellos a los que eso deaporrear ollas les parece demasiado agotador. No sé si seráotra de las exageraciones simpáticas de Carol.

Lo de la escasez de alimentos, por lo menos, no lo es.En diciembre de 2002, la harina de maíz Harinapán des-apareció del mercado. La empresa productora, casi unmonopolio, retiró del mercado la harina imprescindiblepara la producción de las arepas, el alimento básiconúmero uno de Venezuela. Para que realmente se sintierael “paro”. El gobierno, que buscaba frenar el incrementodel coste de la vida, había empezado a regular los precios.Desde entonces, sólo hay harina irregularmente.

Algo parecido pasa ahora con la carne de pollo y loshuevos. Los productores de pienso, que también actúan

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han tomado posesión de calles y aceras—, los edificios deEl Silencio siguen irradiando energía y tranquilidad.

El complejo ha dejado de ser un ejemplo, las plazasentre los edificios ya no son un sitio de encuentro. El centrose ha convertido en un ruedo de lucha por la supervivencia.Pero todavía se siente el espíritu de una arquitectura para lacual lo social pesaba más que el beneficio económico; unurbanismo que no reducía la ciudad a las funciones de con-trol, representación y valorización de capital.

La Universidad Central: Helmut y Sabine me acompañana visitar la obra maestra de Villanueva. Aulas de clase abier-tas ventiladas por la corriente de aire, pasadizos con techoque sirven de conexión entre las facultades, la Plaza Cubier-ta, un pórtico abierto delante del Aula Magna: los espaciosinteriores y exteriores confluyen aquí de manera armonio-sa. Helmut me hace notar la fusión entre funcionalidad yreducción, por un lado, y las formas arqueadas y flotantespor el otro. «Y todo esto se hizo en un tiempo en el quetodavía se tenía que dibujar sin recursos técnicos». En eledificio principal uno se encuentra con juegos de luz, losrayos que penetran por las retículas de hormigón que deli-mitan las salas proyectan dibujos en el suelo. «Inteligenciaarquitectónica», dice el amigo austriaco. Pero lo que más legusta es la integración del arte en los espacios abiertos. DeAlexander Calder son las Nubes colocadas en la Aula Magna,unas esculturas que refractan, reflejan y aumentan almismo tiempo la luz de la sala de una manera muy especial.Al aire libre hay murales y esculturas de Jean Arp, Henri Lau-rens, Fernand Léger y Víctor Vasarely. «Increíble», dice Hel-mut, «cómo Villanueva dio acogida a la vanguardia deentonces». En plena dictadura. La mayor parte de las obrasmodernas venezolanas fueron realizadas bajo el gobiernodel general Marcos Pérez Jiménez, entre 1948 y 1958. Aun-que tampoco resulta tan sorprendente; el urbanismo lati-noamericano se ha visto vinculado más de una vez congobiernos autoritarios. ¿Quién, si no, hubiera podido con-cebir ciudades de una manera tan radicalmente nueva?

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«Esa gente sufre mucha hambre allí en los barrios»,dice la señora delante del mostrador de quesos. Rodeadapor estanterías repletas de productos de importación.

«Sí, es una vergüenza», contesta su amiga.Pongo los ojos en blanco, el vendedor detrás del mos-

trador sonríe. No sé si por mí o por las mujeres.

Contenido versus forma

Carlos R. Villanueva. Por donde quiera que vaya por elcentro de Caracas me tropiezo con sus huellas. El Museode Bellas Artes, el barrio de viviendas sociales 23 deEnero, la universidad, la escuela politécnica. Según losmanuales, Villanueva ha sido el arquitecto venezolanomás importante del siglo XX. “Venezolano-europeo” seríamás adecuado. Nacido en Londres en 1900, se fue a losveinte años a estudiar a la École des Beaux Arts de París yhasta 1929 no viajó por primera vez a Venezuela, endonde se convirtió en uno de los representante más des-tacados de la modernidad latinoamericana. A diferenciade Oskar Niemeyer, el creador de Brasilia, Villanueva nodiseñó ciudades sobre tableros de dibujo. Él dejó suimpronta personal en una metrópoli ya existente.

Sin saberlo, yo ya había tenido antes una relación ínti-ma con Villanueva. A principio de los noventa, venía amenudo a la capital venezolana y siempre buscaba sitiosdonde pasar algunas horas sin tener que gastar muchodinero. En Caracas no hay muchos sitios tranquilos deacceso público. Por eso, acababa casi siempre en los alre-dedores de un complejo residencial blanco y de aspectomediterráneo en el centro. Son edificios de protecciónoficial de los años cuarenta: cuatro plantas, arcadas ypatios espaciosos donde reunirse. El complejo se llama“El Silencio”, y aunque ese nombre no resulte hoy en díamás que una burla —los carritos compitiendo a bocina-zos por los pasajeros, la miseria callejera y los buhoneros

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Nos vamos a visitar a Andrés a su despacho. Allá se veobligado a bajar la voz cuando habla de política. Losdocentes de izquierdas corren el peligro de ser despedi-dos; el rectorado se encuentra en manos de la oposición.Fue en la universidad donde la derecha logró parar algobierno por primera vez. «En el año 2001», narra Andrés,«algunos estudiantes ocuparon el rectorado para reclamarcuotas y becas para hijos de familias pobres. Entretanto, elochenta por ciento de los estudiantes provienen de cole-gios privados. La dirección de la universidad, los media ymuchos estudiantes se movilizaron en contra de esta ocu-pación. La reforma fue rechazada y los protagonistas de laprotesta fueron expulsados». Me acuerdo: un amigo del23 de Enero tuvo que dejar por este motivo la universidad.«Fue la primera campaña concertada contra el movimien-to de reformas en el país».

Me viene a la mente la afirmación de un escritor amigo:«La forma sin contenido es diseño». En Caracas, a veces,me hago la pregunta contraria: ¿qué pasa cuando el conte-nido se independiza de la forma, cuando el contenido seapropia de la forma de una manera totalmente imprevista?La universidad, caracterizada por la modernidad arquitec-tónica, es decir, por una promesa de emancipación, resul-ta ser una bastión de la antirreforma.

En el distrito del 23 de Enero, que fue codiseñado tam-bién por Villanueva fundamentándose en las concepcionesde Le Corbusier, los bloques de viviendas —originalmenteplaneados para pacificar y controlar a la población empo-brecida— se han acabado convirtiendo en un área autoges-tionada. En los techos ondean banderas rojinegras; en lasparedes se ven murales con luchadores de la resistencia chi-lena y con Alí Primera, el gran cantante de canción protestavenezolano. Aquí la historia se podría decir que ha transcu-rrido en sentido opuesto. Los edificios fueron simplementeocupados por el movimiento de resistencia. Surgieron nue-vas barriadas entre los bloques concebidos para la desapari-ción de las barriadas; y entre las casas de ladrillo y las

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Se trata, en consecuencia, de un espacio de concep-ción progresista a pesar del patrocinio de un dictador.De una arquitectura que anula los antagonismos: inte-rior contra exterior, arte contra cotidianidad, ociosidadcontra funcionalidad; y que, sobre todo, construyeespacios que reconocen lo social. Hay pocos sitios en laUniversidad Central que no sean aptos para el encuen-tro. Este carácter progresista, sin embargo, no se trans-forma en práctica social. Las limitaciones de la forma,se me ocurre. No es verdad que la forma y el contenidoconstituyan un unidad inseparable. Es una de las afir-maciones a la defensiva menos consistentes de los artis-tas. Ni siquiera las formas concebidas de manera másinteligente pueden retener el contenido. Éste se vesometido siempre de nuevo a la negociación: es objetode interpretación y reinterpretación continuas por lasprácticas sociales, transformado en su contrario,reconstruido. Y así, la Universidad Central figura hoydía entre los sitios más conservadores de Venezuela,donde apenas se nota el proceso de transformación. Nohay euforia democrático-participativa, no se palpa unanueva autoconciencia, no se escuchan las referenciascontinuas a la nueva Constitución. Sí que hay, en cam-bio, reacción, en el sentido literal de la palabra. Actitudde defensa, rechazo de las reformas en curso, estereoti-pos de desprecio.

Camino de la biblioteca, un estudiante nos cuenta queel problema principal de Caracas estriba en el gran núme-ro de pobladores de las barriadas, la mayoría de ellosextranjeros, que no quieren trabajar. Gente que siempretiende la mano para exigir ayuda del Estado. Le hago unapregunta. Resulta que el estudiante nunca ha estado enuna barriada. Debido a la delincuencia, por supuesto.Hablar es a veces peor todavía que el silencio. La invisibili-zación de las barriadas resulta a veces más fácil de aguan-tar que el hecho de que se le atribuyan continuamenteatributos desde afuera.

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guas tiendas se han abierto bares con decoraciones interio-res de estilo europeo. Subimos de paseo por la 6.ª Carrera.

Plan Colombia: una tanqueta, la nueva unidad antite-rrorista del Ejército con uniformes estadounidenses, unadocena de policías en la esquina, patrullas militares, doscamiones del Ejército, agentes en moto: los copilotosempuñando el fusil listo para disparar. Al día siguiente —Día de la Independencia, ¿día de la independencia dequién?— cinco helicópteros sobrevuelan dando vueltas laciudad. Tengo frío.

El siglo XXI se aparece por todas partes. Colombia:laboratorio del neoliberalismo. Un laboratorio para exa-minar hasta dónde llega el aguante de la gente. Un Estadosaneado y reducido a su mínima expresión se limita a susfunciones centrales: una carta normal a Europa cuesta elsalario diario de un obrero. En la calle, M. y yo nos topa-mos con dos mujeres campesinas: la vieja lleva un bebé ensus brazos, está muy enfermo. Las mujeres nos cuentanque no las habían admitido en ningún hospital. Les faltan18.000 pesos —cinco euros— para la visita médica. El sis-tema de salud público ha dejado de existir. El presupuestode salud y educación equivale a un tercio del del Ejército.Laboratorio de lo grotesco: nuestros amigos de las organi-zaciones sociales disponen de guardaespaldas. Gracias alas campañas internacionales consiguieron, por lo menos,que el Estado se haga cargo de esta protección. Aun así,nunca se sabe lo que le espera a uno cuando sale de lassedes sindicales o las oficinas de derechos humanos pre-via mirada por la cámara exterior. Laboratorio de la men-tira: el gobierno negocia con los paramilitares. Consigomismo. Después de decenas de miles de muertos, losescuadrones de la muerte salen impunes: son los mismosgrupos que controlan el narcotráfico. Mientras, los EEUUordenan fumigar gran parte del campo colombiano conherbicidas; supuestamente para luchar contra el narcotrá-fico. Laboratorio del terror: el vicepresidente Santosdeclara ante la prensa que la política de seguridad del

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viviendas sociales nació una conciencia distintiva de oposi-ción radical a las clases dominantes. Tenemos, por otrolado, el complejo de edificios de Parque Central, el área deBlade Runner, en cuyo ático una radio alternativa celebraritos afrocatólicos.

Si la forma sin contenido es diseño, ¿qué es entoncesuna forma arquitectónica que es interpretada por el con-tenido de una manera totalmente distinta a la planeadaoriginalmente? ¿Los bastidores?

Después de la conversación con Andrés, me voy a pa-sear con Helmut y Sabine por los parques de la Univer-sidad Central. Nos ponemos a contemplar mosaicos,canchas deportivas y aulas de clase. Puede ser que laUniversidad Central sea una obra arquitectónica pecu-liar, pero aun así me siento incómodo. Al final lo queprima son las preferencias. A los estudiantes seguroque les gustan las plazas de la universidad, pues se jun-tan allí para conversar. Pero que hablen de algo más quede marcas deportivas y el tipo de prácticas sociales quedesarrollen depende de cosas totalmente distintas a laforma arquitectónica. Y lo cierto es que muchas veces lacomunicación y la acción social se desarrollan inclusomás rápidamente en aquellos sitios donde no están pre-vistas.

Por una actitud de rechazo.

En casa de M.

Algunos días en Bogotá. No hace más de quince meses queestuve aquí por última vez y, sin embargo, el shock nopuede resultar más fuerte. En el centro de la capital colom-biana se manifiesta el progreso. La mayoría de los gamineshan sido expulsados del centro; el barrio colonial seencuentra en proceso de rehabilitación. Una nueva líneade autobuses privada, el Transmilenio, atraviesa las callesdel centro histórico bajo protección policial. En las anti-

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alguna vez con un atentado que lo destruya todo. El presi-dente ha avisado de que las ONGs y los movimientossociales tendrán que decidir de qué lado están. Del ladodel Estado o del de los terroristas. Puestos a elegir y sinotra opción —pienso—, mejor del lado de los terroristas.Laboratorio de la guerra: en el aeropuerto internacionalde El Dorado diez estadounidenses hacen cola conmigo.Pelo corto, figura deportiva, unidades especiales del Ejér-cito; se van de vacaciones, están contentos. El día anterior,nuestro amigo Teo, dirigente campesino del sur del depar-tamento de Bolívar, me había hablado de las fumigacionesen su tierra natal. En los valles afectados todos los cultivoshan sido destruidos, la comida escasea. Las plantacionesde coca ubicadas en la parte llana del departamento con-trolada por el Ejército, en cambio, no habían sido tocadas.Cuando los soldados de elite tienen motivos para estarcontentos, a los demás no les aguarda, por lo general, másque desesperación.

Cuando me bajo del avión en Maiquetía, en Venezuela,después de dos semanas en el país vecino, siento alivio.No creo que se pueda cambiar una sociedad sólo acce-diendo al gobierno. Pero hay casos en los que los gobier-nos hacen posibles cosas elementales. La supervivencia,por ejemplo.

Y cuando abro el periódico en el autobús de vuelta aCaracas también me doy cuenta de que lo he extrañado.Al compañero Hugo Chávez Frías. Un líder productotanto de la autoorganización popular como promotorcentral él mismo, al mismo tiempo, de este proceso; unhombre que representa un obstáculo para un proceso dedemocracia de base y que, a la vez, es su condiciónimprescindible. Un enigma.

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gobierno es un éxito. Para juzgar si tiene razón se deberíasaber qué objetivos persigue el gobierno. La cifra de masa-cres ha disminuido, pero la de los asesinatos selectivos vaen aumento. La Comisión Colombiana de Juristas cuenta11.000 muertos en los primeros doce meses de la presi-dencia de Uribe. Cuatro años antes habían sido 6.800casos en el mismo lapso de tiempo. Laboratorio del silen-cio: Camilo, un estudiante amigo de M., cuenta que suhermano fue asesinado unas semanas atrás; lo mataron apatadas los paramilitares. Ha habido 150 muertos sólo endos barrios de Bogotá. Sin que se haya publicado una solanota en los periódicos. Los políticos, empresarios, perio-distas y el personal diplomático, no obstante, se sientenmás seguros que nunca; un punto de vista de clase. Labo-ratorio de la apatía: la población ha dejado de sentir.Guerra. El intento colectivo de no pensar. Según la pren-sa, la popularidad de Uribe asciende al setenta por ciento.Con sólo hacer la pregunta adecuada en este país todo elmundo te contesta afirmativamente. ¡Que no se le ocurraa nadie parecer algo reacio! Laboratorio del hambre: elgobierno promueve el cultivo de semillas genéticamentemanipuladas y el asentamiento de maquilas —centros demontaje de piezas fabricadas en el exterior, que no condu-cen a ningún tipo de desarrollo de la industria nacional—:zona de libre comercio, ALCA. Un amigo sindicalistacomenta que Colombia se ha convertido en uno de losveinte Estados con más hambre en el mundo. Un país quedispone de todos los recursos posibles y de abundantestierras fértiles. Laboratorio de la limpieza: la Alcaldía deBogotá prohíbe el comercio ambulante para velar por elorden en la capital. Y esto con cifras oficiales de un veintepor ciento de desempleados y un sesenta por ciento de lapoblación económicamente activa en el sector informal.No obstante, los urbanistas y técnicos de planificacióncelebran mundialmente el “modelo Bogotá”. El mundoacadémico es, a veces, de las cosas más cínicas que se pue-den encontrar. Laboratorio de la ira: de noche, sueño

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mío de los andes», Rafael chasquea con la lengua, «un catire,¿sabes?, no se podía poner a salvo de las mujeres allí abajo,en Barlovento. Allí se enloquecen por los catires. Se pelea-ban por él. Y eso que ni siquiera es alemán. Sólo catire».

No profundizamos en el tema. La KOLBUS hace unsonido raro. Joel me pide que mueva manualmente elrodillo para poder hacer los ajustes necesarios y me expli-ca el funcionamiento de la máquina. «Para que aprendasalgo». En la Imprenta Municipal todos se esfuerzan porque los voluntarios también aprendan algo.

La empresa, oficialmente de propiedad de la Alcaldíade Caracas, es una fábrica socializada. Aunque socializadano tanto por el personal como por la dirección. Despuésdel cambio de gobierno en el año 2000, un par de izquier-distas asumieron la administración y pusieron la empresaal servicio de las organizaciones comunitarias y de lospobladores de las barriadas.

Hace un par de días que me enteré de esto por casuali-dad. Estaba tomando unas cervezas en la salida trasera deun almacén con el director de producción Víctor y elmaquetista Manolín, mientras que dentro la brigada de soli-daridad anual de Askapena informaba sobre la situación enEuskal Herria. Y en estas que Manolín comentó que origi-nalmente nunca habían querido trabajar en una institución.«Pana, sabes, el Estado... El Estado era lo peor para nos-otros. Pero Víctor y Rubén se metieron». Y Víctor añadióque eso que hacen en la imprenta, «en el sentido estricto dela palabra, es ilegal. ¿Pero, bueno, qué quiere decir despuésde todo “ilegal”? Esto es una revolución, ¿no?... O, por lomenos, esperamos que lo sea algún día».

“Ilegal en el sentido estricto de la palabra”: en lasparedes de la imprenta se ven afiches del Che, en el alma-cén de la salida la semana pasada pernoctó una delega-ción colombiana, y la semana anterior estuvieron un parde catalanes. Y aparte del personal, unos 200 obreros,siempre hay un número considerable de voluntarios quetrabajan de manera no remunerada. «Bueno, sin salario...

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Imprenta Municipal

En la Imprenta Municipal, taller de encuadernación: laplegadora traquetea. Joel, el responsable de plegado,está de pie al lado de la KOLBUS ajustándole los tornillos.La KOLBUS sopla hojas de la pila de papel, las hace avan-zar una a una, las pliega una primera vez, arrastra el plie-go doblado hacia atrás, la hoja llega a la parte posteriorde la KOLBUS, la pliega una segunda vez, la hoja vuelve allegar a uno de los extremos laterales de la KOLBUS y éstala reduce a su mitad por tercera vez. Y todo esto a unavelocidad de 120 pliegos por minuto.

Saco las hojas del depósito —dieciséis páginas, toda-vía sin cortar—, los amontono y controlo. Los que no sepueden apilar es porque tienen un defecto de plegado.No botamos nada. Estos impresos tienen valor de uso.Valor de uso político.

Página 7, pregunta (en cursiva), Marta Harnecker:«Dijiste que has estudiado a Marx, aunque —como reco-noces—, sólo superficialmente, así que no se te puededenominar marxista, pero tampoco antimarxista. Dicesque Marx no es suficiente ya que no existe una clase tra-bajadora en el sentido clásico en América Latina...»

No alcanzo a ver la respuesta de Chávez. Si alguien noforma parte de la clase obrera, en el sentido clásico, ése soyyo. En el depósito lateral de la KOLBUS vuelven a acumular-se los pliegos. En un nuevo gesto de amabilidad —todos enla Imprenta Municipal son llamativamente amables con losvoluntarios—, el capataz me pone una persona de apoyo.Rafael, un tipo bajito y calvo, este sí bastante representativode la clase obrera clásica, se interesa poco por la revolución,pero tanto más por las compañeras del taller de clasifica-ción. Entre pliego y pliego, me presenta a Clara —paraalguien como Rafael 120 pliegos por minutos evidentemen-te son una minucia—: «A Clara le gustan los alemanes».Clara, afrovenezolana de unos cuarenta años, coloca lospliegos doblados en el orden correcto del libro. «Un pana

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una asociación deportiva. Otra cosa característica deCaracas. Muchos activistas políticos salen de asociacionesculturales o deportivas. Incluso hay una organización dedeportistas revolucionarios. «Aquí estamos permanente-mente treinta voluntarios en la imprenta. Pero tambiénhay gente que sólo viene de vez en cuando».

«¿Siete días?» El horror no se ha ido todavía de mi cara.«Sí, aquí siempre hay alguien. Incluso de noche». Eso

es verdad. Hace unos días, vine a las once de la noche yme encontré a Rubén, el director, jugando a las cartas enel almacén de entregas. Rubén tiene una apariencia bas-tante tranquila; me refiero, para ser comandante de unsovjós. Fuera del almacén algunos niños juegan a fútbol.

El ruido de la fotocopiadora cesa, el papel se ha acaba-do. «Vamos al taller de impresión». Antonia señala haciaafuera desde la ventana. En el edificio principal seencuentran la administración, el diseño gráfico y el tallerde encuadernación. Las otras dependencias están al otroextremo del terreno.

Salimos del edificio y cruzamos un estacionamiento.Pasan por allí unos agentes de la Policía Metropolitana.No les saludamos. En este terreno se encuentra la sede devarias instituciones oficiales. Hay una oficina de la Polica-racas, la policía de Caracas, dependiente del municipioLibertador, gobernado por la izquierda; pero también unestacionamiento de la Policía Metropolitana, controladapor la oposición. Caracas es realmente una ciudad bas-tante extraña. Le pregunto a Antonia si los trabajadoresfijos no ven a los voluntarios como competidores. «¿No sesienten molestos?»

«No», contesta, «a muchos les parece bien. Aunque amuchos otros no». Porque muchos están a favor del «pro-ceso revolucionario», pero otros en contra. Muy dialéctico.

Antonia se hace cortar pliegos de papel al formato DINA4 con una máquina cortadora. «Es más barato que com-prarlos así». Llevo los paquetes al secretariado, pero nome permiten poner las hojas en la fotocopiadora por la

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Hay un fondo donde los trabajadores fijos pueden ingre-sar voluntariamente dinero, y ese dinero es luego reparti-do entre todos».

Me quedé inmediatamente entusiasmado por estaempresa tan especial. El anarquismo, tal como se le pre-senta a uno normalmente, me parece una cosa bastanteaburrida, una forma más de sectarismo. Pero un anarquis-mo que nace del Estado, eso sí que me parece creativo.«Me gustaría echarle un vistazo». Y Víctor me corrigió:«¿Echar un vistazo? Si quieres conocerla, te tocará poner-te a trabajar».

Ésta es la razón de que me encuentre ahora ante unaplegadora apilando papeles. Primero: «Has dicho queestudiaste también a Marx»; luego: «contrarrevoluciónsin revolución», finalmente: «Chávez: Me acuerdo deToni Negri y de sus escritos sobre el poder constituyente».Rafael ha desaparecido entretanto sin dejar rastro; proba-blemente se ha ido donde las compañeras clasificadoras.El capataz vuelve a estar ocupado nuevamente ajustandotornillos. En este momento entra otro compañero. Sonlas dos de la tarde. La pregunta obligatoria: «¿Has apren-dido algo?» Es el responsable del seguimiento de losvoluntarios. «Ahora sigues en el secretariado. Para queaprendas algo diferente». Después de amontonar pliegosdurante cuatros horas, nuevas tareas me esperan.

Nuevas tareas: una compañera, que me presentancomo Antonia, me explica el manejo de la fotocopiadora.No pertenezco a la clase obrera en el sentido clásico, perosí que he manejado unas cuantas fotocopiadoras. Esdecir, justamente por eso las he manejado. Mientras quela máquina escupe invitaciones de un foro contra el ALCA—«20 argumentos de por qué la zona de libre comercioconsolidará la relación imperialista entre los EEUU yAmérica Latina»—, Antonia me cuenta que también esuna voluntaria. ¿Qué quiere decir “también”? Una verda-dera voluntaria: «Siete días a la semana». Pongo cara deasustado, pero ella sonríe. Originalmente, proviene de

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sociales y políticas de la sociedad venezolana al arte.“Transformar la vida, transformar el mundo”. Se respon-día de una manera independiente al impulso de la revolu-ción cubana y a otros cambios señalados de los añossesenta. No sólo el orden exterior, también el interiordebía ser cuestionado. Los artistas se interesaron por laabstracción, las formas, los medios de trabajo, los senti-mientos inmediatos: el asco, la ironía, la ira.

La exposición se limita a dos salas no muy grandes.Paseo algo desorientado entre los cuadros. Media horamás tarde, hay una conferencia sobre “informalismo”.Somos diez oyentes. El señor mayor detrás del micrófonodestaca la independencia del informalismo de Techo deBallena.

Se oye el zumbido del aire acondicionado, lucho conmi somnolencia y, observando a este hombre mayor ysimpático que parece haber permanecido fiel a sí mismo,me hago la pregunta de hasta qué punto puede ser autó-nomo el arte. No sólo en Venezuela, pero sobre todoaquí. Los artistas e intelectuales que conocemos estosmeses evitan hacer comentarios que podrían interpretar-se como tomas de posición respecto al conflicto político.Lo llaman “ser sutil”, pero tengo la impresión de que suactitud tiene sobre todo que ver con el hecho de que lacolección más importante del arte contemporáneo seencuentra en manos de la familia Cisneros; de aquelloscubanos exiliados que son dueños de un grandísimo con-glomerado de empresas del país y propietarios de la cade-na de televisión Venevisión. En un país donde apenas haybecas y el mercado de arte es pequeño, un artista tieneque guardarse de no perder la simpatía de los pocospatrocinadores. Si no, a uno le puede pasar lo mismo quea Techo de Ballena: ser olvidado.

De esta manera, la revolución que todavía no es, peroque podría convertirse en una, se queda sola: los intelec-tuales y artistas se mantienen distantes de esa radicalidadque —aunque sea de manera abstracta— deberían cele-

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cuestión del tratamiento de las pilas de papel: «primerohay que separar las hojas soplando para que luego noatasquen la entrada», una tarea sólo para iniciados.

El trabajo de fotocopiar dura media hora, durante lacual el autor del volante se descubre como un veteranoguerrillero de los años sesenta. Se pone a hablar de losreformistas, de los pro-chinos y de las desviaciones dederecha que fueron responsables del fracaso de la revolu-ción venezolana. Después de irse el viejo, ya no quedanada que hacer en el secretariado. Se han hecho las cua-tro de la tarde. Trabajando, uno se pregunta a vecesdónde ha ido a parar el tiempo.

Hago una visita a los del equipo de encolado que,según Antonia, han creado una «zona liberada» en laimprenta. Por desgracia, no puedo hablar con ellos por-que el responsable de encuadernación me manda aempacar 20.000 volantes de un concejal que esperan aser atadas. Me lanzo a la tarea con buen ánimo, aunque deentrada me une más bien poco con los diputados delMVR. Hace siete años, trabajé en una empresa alemana desoftware en el departamento de venta por catálogo. Toda-vía recuerdo los precios de correos del año 96. Empacolos volantes con tiras de papel, lo que me resulta bastantemás difícil que entonces, ya que en vez de cinta adhesivasólo dispongo de unas tiras de cartón y una cola que nosirve para nada. Trato de hacerlo lo mejor posible; ato lospaquetes y celebro en silencio el carácter anarquista de laprimera revolución del siglo XXI.

Exposición en Bellas Artes

En el Museo de Bellas Artes hay una exposición del grupode artistas venezolano Techo de Ballena. Han tenido quepasar treinta y cinco años para que el grupo sea reconoci-do públicamente de esta manera. Inspirados en el dadaís-mo, sus protagonistas trataron de llevar las rupturas

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mados cuando L. ofreció una materia optativa rara titula-da “Historia e ideología del comunismo”. Entusiasmados,luchamos para juntar el número de estudiantes obligato-rio y aprendimos finalmente cosas dignas de saber sobrela historia del patriarcado —ya que L., fiel a su profesión,se interesaba por los antecedentes históricos—, el teatrogriego, la lucha de sexos en la comedia, la paleolingüísti-ca, las raíces de las palabras masculinas y femeninas, laHistoria de la propiedad de Engels y, hacia el final, tam-bién sobre la plusvalía y la mercancía. En la fiesta de finalde bachillerato, cuando destacamos su curso frente a labasura restante que habíamos aprendido, L. se mostrócomo siempre: molesto. Parece que sintió el elogio comoun tipo de denuncia. Creo que se enfadó de verdad.Cuando un compañero de clase topó con L. muchos añosdespués y le contó que escribía una novela, el profesor leespetó impertinente: «¿Contra quién?» Buena pregunta.

Me acuerdo de L. porque solemos discutir muchosobre la visibilidad de la contradicción de clases en estosmeses. Los venezolanos de clase media siempre se mues-tran molestos cuando se les dice lo polarizada que estaríasu sociedad también sin un presidente Chávez. No lesgusta oír que se puede reconocer a la oposición por suapariencia externa. Respecto a este tema, mi profesor L.dijo una vez una frase lúcida que no he olvidado nunca:no es de extrañar, soltó de repente en una clase de latín,que las clases populares tengan un aspecto más desagra-dable, por lo general. La miseria y la pobreza no le sientanbien a nadie. Claro que la pertenencia a las elites mundia-les tampoco influye obligatoriamente de manera positivasobre la apariencia, como lo demuestra cualquier visita aun reservado VIP o a un club de golf en cualquier parte delmundo globalizado. Pero aparte de esto, L. tenía razón. Lapobreza marca. En Caracas es fácil distinguir una manifes-tación de la oposición de una de los chavistas. Uno puedever las imágenes en la televisión sin sonido y, a pesar deque en ambos lugares ondean banderas venezolanas y la

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brar. Cuando la idea y el interés se encuentran —creo quedijo Marx—, la idea siempre sale perdiendo. En elmomento decisivo, la necesidad material se impone acualquier otra motivación.

Hasenbergl

Un día de época de lluvias: caluroso, nublado, se sabeque sólo es cuestión de tiempo hasta que vuelva a haberprecipitaciones. Lluvia de verano. Paseo por Altamiranorte. Edificios residenciales, pájaros que gorjean, man-gos, villas que aquí se llaman “quintas”. Alrededor de losterrenos, los propietarios han tendido vallas eléctricas yalambradas; por todas partes se ven vigilantes. No obstan-te, me gusta pasear por aquí. Es una zona verde y lascalles son poco transitadas.

Pienso en mi profesor L., un fenómeno. Enseñabalatín, griego e historia. En el colegio se comentaba que sehabía convertido en antifascista en Atenas. Había estudia-do allí durante la dictadura obrista. L., sin embargo, siem-pre se mostró cauteloso. Un profesor un poco chinchón,sin ser mala gente, pero algo inaccesible. Una de las pocascosas que sabíamos de él era que vivía en Hasenbergl, unárea de viviendas sociales en la periferia de Múnich quetenía en nuestra ciudad más o menos el mismo papel quelas barriadas en Caracas. Toda la gente hablaba del polí-gono de viviendas sociales y todos sabían lo terrible queera todo allí: un nido de delincuencia y miseria en manosde extranjeros. Los medios de comunicación sólo discutí-an sobre si el barrio debía ser saneado a fondo, vallado osimplemente demolido. En cuanto a eso, los discursosurbanistas se asemejan en todo el mundo.

L. no hablaba mucho de su barrio, lo que nosotrosinterpretamos como otra prueba de sus conviccionespolíticas: eran los años de la inhabilitación profesionalcontra los comunistas. Nos sentimos definitivamente afir-

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torno a los cuarenta años de edad— llevan unas vitrinasde cristal con pequeñas estatuas de San Juan Bautistasobre la cabeza. Las figuras tienen de cincuenta a sesentacentímetros de altura y llevan ropas bordadas y coronasde flores. Los adultos caminan solemnemente; los jóve-nes van en medio de la multitud, cerca de los tambores.Protegen sus cabezas con pañuelos o cachuchas de beis-bol —estilo rapero— y, a diferencia de los mayores, semueven de manera acelerada: los San Juanes que llevansaltan como pequeños barquitos por encima del mar decabezas de la gente. Una multitud de ojos les contempla:las 200 o 300 personas que les acompañamos subiendo alcerro, vecinos asomados en puertas, ventanas y balcones,niños encaramados en muros, dos gordos padres de fami-lia con bustos desnudos y barrigas asomando de sus pan-talones sentados en el techo de su casa tomando cerveza,y, finalmente, los pasajeros de los todoterrenos Toyotaatrapados en la calle en medio del gentío.

En los barrios los vehículos de tracción en las cuatroruedas y asientos para diez personas reemplazan a losautobuses. Las pendientes son demasiado empinadaspara vehículos normales.

Me dejo llevar por la música. Por primera vez desdehace mucho. Sangueo: un ritmo que se adapta al pasonormal, pero que rebosa energía. Vista panorámica de laciudad. Detrás de cada cerro que ascendemos se alza otrocerro todavía más alto. Los barrios de color ladrillo pare-cen una ciudad italiana medieval.

Cuando estuvimos en La Vega por primera vez, elpadre de Francisco nos estuvo contando cosas sobre SanJuan y las celebraciones religiosas de junio durante unahora. No lo comprendí entonces: un líder comunitario,activista político de toda la vida, que asocia la palabra“resistencia” con una procesión religiosa. 500 años decultura africana e indígena, dijo, «San Juan es un santo deesclavos». Desde aquel día hemos pasado por situacionesparecidas varias veces. Un locutor de Radio Alternativa de

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gente va vestida con cachuchas y camisetas con los coloresnacionales, uno reconoce inmediatamente de quién setrata. La oposición tiene la mejor dentadura.

Evidentemente, el color de la piel también es un dis-tintivo social. Pero no es tan obvio. Los ricos han tenidocon frecuencia concubinas negras —ya desde la épocacolonial— y, por consiguiente, siempre hay tambiéngente de color entre las capas medias. En cuanto a losdientes, el asunto está más claro. Sólo el cuarenta porciento más privilegiado de la sociedad tiene dinero paraarreglarse la dentadura.

Probablemente, éste será uno de los rasgos caracterís-ticos más importantes de la sociedad de clases en el sigloXXI. Se reconocerá al proletariado por sus mellas. Losricos, en cambio, siguen poniéndose frenillos dentalestodavía pasados los cuarenta para mostrar su estatussocial. Me gustaría saber qué pensaría L. al respecto. Creoque llegaríamos a las mismas conclusiones.

San Juan

Carapita, sur de Caracas. El Malibu de color rojo oxidado seha quedado tirado en la avenida principal, la multitud loesquiva en su itinerario de subida por el barrio. En las ace-ras hay puestos de comida con grasa hirviendo a borboto-nes, morcillas e intestinos asados. El camino sigue por unacuesta empinada. Se siente el olor de incienso, el sol quemaaunque la capa de nubes está casi cerrada, en el cerro deenfrente que todavía no ha sido tragado por la ciudad lavegetación conserva aún su color ocre, casi gris. Ha comen-zado a llover, pero al parecer no en todas partes de la ciu-dad. Rastrojos secos, plantas que tienen que esperar tres ocuatro años hasta que pueden volver a brotar: el Caribe.

En cabeza de la procesión se ven banderas amarillas,azules, rojas, verdes y violetas; detrás vienen las figurasde los santos. Dos hombres y una mujer —los tres en

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Cruzo un albañal lleno de basura. Un muchacho, conun helado de cucurucho en la boca y caminando haciaatrás, toca un solo en un tambor que lleva otro joven col-gando sobre su barriga. Mientras que éste aporrea la pieldel tambor, el chico del helado golpea la madera conbaquetas. El solo suena rápido y atrayente. No obstante, elmuchacho sigue lamiendo tranquilamente su helado.

Fundación Konrad Adenauer

La Fundación Konrad Adenauer y la alianza opositoraCoordinadora Democrática organizan una conferenciasobre el estado de la democracia venezolana. Invitadaespecial: una representante de la Democracia Cristianachilena. Alguien le pregunta a la conferenciante: ¿a quiénse parece más Chávez: a Allende o a Pinochet? A ambos,contesta la conferenciante. Y El Universal —algo así comoEl Mundo venezolano— lo repite tan felizmente: Chávezes Allende y Pinochet a la vez.

A veces tengo remordimientos de poder estar en Cara-cas a costa de otros y hacer lo que me da la gana. Pero, endías como hoy, todas mis dudas se esfuman. Política deintervención de las fundaciones de los partidos alemanes:repensar la contradicción. En el fondo, se sospechabadesde siempre; todo es lo mismo: torturar y ser torturado,encerrar a la gente en los estadios y exiliarse, fusilar y serfusilado.

La Fundación Konrad Adenauer revoluciona el pensa-miento.

País portátil

La Oficina, cerca de la plaza Venezuela. En Caracas no haybares de verdad. Hay sitios para tomar, quioscos, McDo-nalds, restaurantes Sushi, areperas y clubs, pero no hay

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Caracas discutiendo con un grupo de ska sobre diosesafricanos, ritmos y colonialismo; en el 23 de Enero acti-vistas de izquierda organizando la celebración de la Cruzde Mayo; un amigo que trabaja como voluntario en lacomisión internacional del partido gubernamental MVRcalificando la reapropiación del arte médico tradicionalde los curanderos como “estratégica” para la revolución,y ahora, para acabar, San Juan. Hay afiches por todas lasparedes del barrio. Una figura de madera, el anuncio de laprocesión y debajo los nombres de los convocantes: laAlcaldía de Caracas, las redes socioculturales, algunasorganizaciones barriales. Un conocido nos presenta alhombre que ha organizado la procesión. Él la denomina“la manifestación”. Hace nueve años, cuenta, que cele-bran la fiesta. Los muchachos ensayan tres o cuatro años,aprenden algo sobre la historia y las tradiciones africanasque se esconden detrás, porque San Juan Bautista es sólola fachada, la superficie, una excusa.

Me doy cuenta de lo absurdo que resulta que la izquier-da alemana equipare generalmente cultura popular confolclore reaccionario. Olvidan que la opresión no sólo esuna relación de explotación, sino también un mecanismode humillación. De asimilación forzosa y de pérdida de laautoestima. Los oprimidos deben dejar de reconocerse.Se les obliga a identificarse con las relaciones dominantes.Además, la construcción de la subjetividad y de unaestructura social siempre preceden a la acción política. Nohay colectivo social o actor político que no haya sido cons-truido culturalmente: el entendimiento a partir de unaidentidad colectiva, el hecho de compartir experiencias ybuenos momentos, el festejo.

Subimos por el cerro, la multitud canta. Los esclavosafricanos no tenían un idioma común, hacían música. Secomunicaban a través de la música. El sangueo relata lahistoria de gentes que, a pesar de todo, no han desapare-cido. El mismo argumento que hace un par de semanasen la emisora.

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«¿Qué?»La catira cervecera sigue mirándonos como si estuvie-

ra congelada. «Literatura». Literatura. No se me hubiera ocurrido que todavía se

puede estudiar literatura en Venezuela. Se lee poco eneste país. Los libros siguen rodeados del aura de lo inte-lectual, son de difícil acceso en muchas partes y muy cos-tosos: una novela común y corriente fácilmente puedevaler el cuarto de un salario mínimo mensual. Hace unosdías, tuvo lugar la feria del libro en el parque Los Caobos.Había una sola hilera de puestos de libros; la mayoría delas editoriales pertenecían a fundaciones o universida-des. En dos horas, se podía tener una visión completa delo que pasa en el mercado del libro venezolano.

«¿Qué me aconsejarías? Me refiero respecto a literatu-ra contemporánea...»

Ernesto, el rapero, le dice a los muchachos que loabordaron en la calle que no lleva nada para fumar. PeroAlberto les pasa algo de hierba.

«Carlos Noguera». Vacila. «Julio Garmendía». EduardoLiendo, pienso, pero Alberto no lo menciona. «Luis BrittoGarcía. Y, evidentemente, Bolívar. Bolívar fue un tigre...»

Durante mucho tiempo, lo tuve por una manía. Queaquí siempre tengan que estar hablando de sus héroes deindependencia, sobre todo de Bolívar. Desde Potosí, Boli-via, en el sur hasta Guajira, Colombia, en el norte, no haydespacho oficial ni en el más perdido de los pueblosdonde no se encuentre un cuadro del enjuto general. EnVenezuela, toda la vida oficial es “bolivariana”: la Consti-tución, la república, el partido gubernamental, los movi-mientos sociales.

Cuando conocí a T., éste me explicó por qué Bolívar esmás que un santo de despacho generador de identidadnacional. T. es un tipo chévere. Hace unos años, se esca-pó con otros setenta presos políticos de una cárcel deBogotá. Unidades de guerrilla urbana rodearon la prisión

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bares. A diferencia de en Bogotá, las ostentosas decora-ciones de interior todavía no han hecho su aparición. Elmejor ejemplo: La Oficina. Se dice que hay tantos gruposde trabajo que hacen sus reuniones aquí que se optó, sim-plemente, por cambiar el nombre del local por el de “LaOficina”. Pero también es posible que esta medida sólofuera un truco para poder hacer pasar la borrachera poruna reunión de trabajo. El ambiente, de todas maneras,parece más bien funcional; manteles de hule, sillas metá-licas baratas, en las paredes la publicidad obligatoria delas diferentes marcas de cerveza: Polar, Regional, Brahma.Los clientes están sentados casi en la calle, la mitad dellocal consiste en un especie de invernadero; aunque evi-dentemente en este sitio no hay ni invierno ni plantas.Sólo una reja nos separa de la acera.

Las diez de la noche: seis personas sentadas en la mesa.Ambiente caluroso, pero no demasiado sofocante. Unosmuchachos apoyados en la baranda le sablean marihuanaa Ernesto, rapero del grupo Sontizon. Su pana Albertofilosofa sobre qué bebida sería más conveniente pedir. Lacerveza Brahma se ha acabado y la Polar se encuentra en lalista de boicot desde que la empresa fabricante se vio invo-lucrada en los intentos de golpe de Estado. Katharina, deAlemania, hace planes de viaje. Yo me fijo en la publicidadde cervezas en la pared: «¿Te vas a arrugar?» Una mujer depelo rubio posa en bikini, dejando entrever nalgas ysenos. «Es la catira que manda». Mujer catira, cervezacatira. A su lado, una botella de cerveza sobredimensio-nada. En cuanto a esto, no hay mucha diferencia entreRegional, Polar y Brahma: las botellas como falos enor-mes, lo que supone convertir precisamente a los borrachi-nes en máquinas de sexo. En Venezuela la publicidadcervezera es como los calendarios de automóviles deporti-vos en Europa: señuelos de silicona sobre un fondo deboxes de atractivo más bien pobre. Le pregunto a Albertoa qué se dedica.

Estudia.

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Un amigo docente de Literatura —sí que hay profeso-res de Literatura venezolanos, pero dan clases en EstadosUnidos— me dijo una vez que esta novela simboliza el ini-cio de lo que sería la literatura de la derrota.

«La escalera cubre la cola del pájaro pintado. Se levan-tan las hojas. Se devuelven los tres muchachos a la salidadel bar y suena un pito. Mas allá van las caderas de lasdos mujeres, las dos rayas, el movimiento en olas, verdesondas de tela verde: el movimiento que va de las nalgas altacón. Los tacones juntos, golpeando a un solo ritmo, cru-zan la rejilla, la tapa de hierro que dice C.A.L.E.V. Las dosnalgas, los dos rabos, las dos colas, hacen sombra movidacontra la pared o las rejas de metal. Las tres hileras deautomóviles se mueven otra vez. Hay varios golpes, leña yherrumbre, cuando las palancas cambian la velocidad.Trassss... chan... y van todos a caer contra el parachoquesde todos, haciéndose toques obscenos, baboseándose conhumo y aceite y olor. Ir detrás, en la cocina, resulta incó-modo grasoso. Todos los olores de todos los pies de todo elmundo se han adherido al cuero, se han mezclado a lamugre de los pasamanos, se aquietan gomosos, densos,con pedazos de colillas y viejas ceras de chiclets ferrugi-nosos, húmedos, sofocantes en el asiento de atrás».

La perspectiva desde un autobús. Andrés, el protago-nista, va camino de un piso clandestino. Tráfico, miedo,miradas hacia atrás. Son los años en los que el movimien-to estudiantil se politiza. Años de represión. Se politiza,se radicaliza y se aísla; años de derrota. Pero esto sola-mente es la superficie, el arco dramático. País Portátil esun libro de voces. De monólogos interiores, de recuer-dos, de historias de un abuelo. También en Venezuela elsiglo XIX es un período de guerras civiles e, igual queGabriel García Márquez, también González León narra lahistoria de las rebeliones eternamente repetidas. La dife-rencia es que no la cuenta de manera mágica, sino oscura;no la rodea de un halo literario, sino que la muestra comoalgo repugnante. Generales, vida en el campo, la destruc-

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y volaron el muro, mientras que los comandos de presosadentro mantenían a raya a los guardias. Fue la variantemás práctica de amnistía política parcial de los últimosveinte años en el mundo, de la que por razones evidentesse pudo leer bien poco en la prensa internacional.

El caso es que, dos años después de su fuga, me encon-traba paseando con T. en la periferia de una metrópoli lati-noamericana lluviosa, recibiendo un discurso encendidosobre Bolívar: «Fue un republicano que predijo el sigloestadounidense cuando la dominación inglesa acababa detomar el relevo de la española. Que defendió la liberaciónde los esclavos y el continentalismo latinoamericano. Quepersiguió reformas sociales, se enfrentó a la oligarquíacriolla, anticipó el antiimperialismo y que, sobre todo,hizo surgir nuevos movimientos insurreccionales de lanada allá por donde pasó».

Estaba claro que esto último era lo que más le gustabaa F.

«¿Un tigre?», pregunto a Alberto, el estudiante de lite-ratura.

«El tipo supo escribir que te jodes». Me pongo a pensar en lo que conozco de la literatura

venezolana. Alejo Carpentier escribió una novela sobreVenezuela, Los pasos perdidos, que se desenvuelve sobretodo en el sur apartado y que muestra pocas coincidenciascon el país actual. Caracas como un poblacho provincianosacudido por movimientos golpistas incomprensibles.Además, Carpentier no era venezolano. De Rómulo Galle-gos, el escritor nacional más conocido, hace unos años leíDoña Bárbara. Es un clásico latinoamericano cuya histo-ria, sin embargo, no recuerdo ni fragmentariamente. Y,finalmente, está País portátil de Adriano González León.

«¿Y qué piensas de País portátil?»«Sórdido», contesta Alberto.Tengo que consultar un diccionario para ver lo que

significa esa palabra y comprender lo que me quieredecir.

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«Bastante torpe»

Mi último mes. La oposición entrega las firmas para elreferéndum revocatorio contra el presidente. Según lanueva Constitución, los mandatarios pueden ser someti-dos a un plebiscito a mitad de su mandato, si más delveinte por ciento de la población con derecho a votofirma tal petición. En el caso de Chávez esto equivale a 2,4millones de firmas sobre un total de 12 millones de per-sonas. Luego, en el referéndum, tendrá que votar contrala continuidad del mandatario como mínimo tanta gentecomo votos había recibido antes, es decir, 3,7 millones depersonas.

Los canales privados de televisión transmiten en direc-to la entrega de las firmas. En nuestra vecindad, en Cha-cao, los comerciantes han cerrado sus negocios para queel personal pueda ir a la manifestación. “Para que puedair” o “para que vaya”.

Llego a la plaza Venezuela en metro. Topo con mani-festantes en todas las estaciones: banderas nacionales,bocinas, pitos, ambiente de fiesta. Subo hacia la avenidaLibertador y sigo la autovía de cuatro carriles hacia eloeste. Los manifestantes están a punto de irse, el mitinacaba de terminar. Desde la estación de metro a la tribunade oradores he necesitado unos quince minutos; el tramollenado por los manifestantes debe tener unos 800metros de largo. Comienzo a entender por qué los orga-nizadores han realizado la manifestación precisamenteaquí. Hacia el Este se alza un puente que tapa la vista. Deesta manera, la multitud parece inmensa desde las cáma-ras colocadas en la tarima. Nuevamente, se plantea lacuestión del poder del simulacro; de cómo se generanimágenes para producir así cierta realidad.

Atravieso la masa de gente. El ambiente es menos agre-sivo que en marzo, pero se sigue sintiendo la tensión. Laoposición está indignada estos días por dos nuevos pro-gramas del gobierno: las misiones Robinson y Barrio

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ción de biografías. Una narración astillada, fragmentada.Los lenguajes chocan frontalmente. Se hace difícil seguirel hilo de la historia, hacerse con ella. Pero eso es lógico,puesto que la estructura del libro es un reflejo de la delpaís. De la urbanización acelerada. De la violencia de esteproceso. Del desmoronamiento de un mundo, de identi-dades destrozadas. Cuando la existencia es demolida per-manentemente para recomponerla bajo criterios devalorización económica, el narrador no puede hacercomo si fuera posible seguir escribiendo historias conprincipio y fin, como en el siglo XIX. Una forma no creanecesariamente contenido, pero —a la inversa— el con-tenido sí que presupone una forma.

«Es una novela extraña», dice el estudiante. «Narradaen lenguajes muy diferentes. Muy urbana, pero tambiénmuy rural. Con dialectos, monólogos y descripcionesfotográficas».

«Un colage sórdido», comento, y Alberto señala queGonzález León luego se convirtió en un alcohólico y queno ha vuelto a publicar nada importante después de PaísPortátil. En los años sesenta fue un activista de Techo deBallena. Me sorprende, a pesar de que me lo hubiera podi-do imaginar.

«Los del Techo crearon una nueva radicalidad. Deja-ron espacio para lo repugnante, la abstracción, para nue-vos materiales de trabajo y para la ira».

«Y para el colage», añado.El estudiante asiente.«¿Sabes que leí el libro tres veces?», agrego. «No he

entendido muy bien hasta ahora de qué trata. Pero, sinembargo, siempre me ha gustado».

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ción comunista a través de los médicos, si se sabe en quéotros países están prestando éstos sus servicios: en Mali,Guatemala, Gambia, Níger y Brasil, entre otros.

«A veces, la oposición es bastante torpe», dice Gregcuando regreso a casa después de la marcha. «Debería serobvio que a la gente pobre no les va a gustar que les qui-tes precisamente los primeros médicos que aparecen ensus barrios en cuarenta años».

Y, aun así, no estamos seguros de que la oposición novaya a lograr finalmente juntar las firmas necesarias parael referéndum e incluso ganarlo. Demasiado grande es supoder económico y mediático.

San Juan II

Terraza número 5. Del sur cae un viento fresco. Por pri-mera vez siento frío, a pesar de mi jersey. Estamos 400 o500 metros por encima de la ciudad. El centro se encuen-tra en una cuenca delante de nosotros, alrededor haycerros, el Ávila se levanta oscuro en el fondo. Es extraño:el centro brilla, las barriadas centellean. No sé por qué lasluces de la ciudad son siempre tan diferentes.

La terraza número 5 todavía está medio vacía; unas 150personas. Aproximadamente tanta gente de afuera comode La Vega. Las organizaciones comunitarias tienen unalarga tradición en el barrio y por eso siempre vienen dele-gaciones, amigos de Europa, grupos hermanos. Los tresvascos de la brigada de Askapena se aburren, estamosesperando desde las seis de la tarde. Algunos vecinos ven-den arepas, carne asada y cerveza en el borde de la calle.Nada indica que esta noche vaya a tener lugar una fiestaaquí. Nada excepto el altar floreado que ya vi en la celebra-ción de la Cruz de Mayo en Radio Alternativa de Caracas.Katu, de Bilbao, pregunta si alguien lleva una cazadora.

Son las diez y media cuando dos personas salen entreel público y se dirigen a la estatua colocada en el altar:

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Adentro. La misión Robinson es un proyecto para la alfa-betización de adultos. «El primer poder del pueblo es elconocimiento». Más de 100.000 personas se han inscritoen todo el país como voluntarios; el programa se basa enun método de enseñanza cubano difundido por vídeoque motiva a los alumnos a asociar letras con números.Los promotores tienen más bien el papel de asistentesque de profesores. En El Universal se habla de la indoctri-nación cubana, pero mis amigos del 23 de Enero estáncontentos: «¿Qué cosa más noble hay que enseñarle a leery escribir a la gente?» En su barrio hay más voluntariosque analfabetos inscritos para los cursos.

También Barrio Adentro es motivo de agitación contralos cubanos. El plan consiste en enviar médicos, la granmayoría de ellos cubanos, a los cinturones de miseria. Unproyecto muy exitoso: nueve meses más tarde habrá dis-pensarios nuevos en todos los barrios de Caracas. Tam-bién los programas de educación se amplían y extienden.A la misión Robinson se le suma la misión Ribas, que per-mite sacarse el bachillerato a aquellos que tuvieron quedejar los estudios.

Mientras tanto, la Cámara Nacional de Médicos se quejade la competencia; los medios de comunicación hablan deuna supuesta calificación insuficiente de los profesionalescaribeños. El periódico 2001 vuelve a difundir rumoressobre la infiltración de los servicios secretos cubanos en lasbarriadas. Finalmente, incluso un tribunal de distritodeclara ilegal la presencia de los médicos cubanos. Extra-ñamente sólo la de los cubanos. En septiembre, la antiguaodontóloga de Greg, mi compañero de piso, viene de Ale-mania para trabajar en el marco de Barrio Adentro.

No es la única incoherencia en la argumentación de laoposición. Es verdad que hay un número considerable demédicos venezolanos desempleados, pero también esverdad que éstos, pertenecientes a las clases media y alta,no están dispuestos a trabajar en las zonas marginales.Grotesca parece también la acusación de la indoctrina-

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barras para centenares de personas. «No es una eucaris-tía», dice el jesuita, «es un acto social común. El pan sereparte entre todos los presentes». A continuación,comienza la fiesta. Hasta este instante, he actuado comoobservador. Un europeo que, no siendo parte del colecti-vo, tampoco tiene por qué sentirse exageradamenteforastero. Pero ahora es como si se hubiera abierto otrapuerta totalmente diferente.

Perra: rápido, agresivo, de la costa, tocado con tambo-res. Entran en acción las guaruras: unas caracolas que sue-nan como cuernos. Un sonido raro, embriagador. Mágico,muy intenso. Una guarura bajo entona, otras tres más altasreplican. Tensión. Sin embargo, la gente no baila. Pareceesperar a algo. No sé qué hacer con mi cuerpo. Expresióngrotesca: “hacer algo con tu cuerpo”. Considerar el cuer-po como “lo otro”, el objeto. Los tambores me arrastran,pero cualquier movimiento que hago parece inapropiado.En la plaza reina un silencio singular. Al poco rato, derepente, alguien entre la multitud explota. Él o ella —nolo veo exactamente— se hace sitio con el culo. Se formaun pequeño círculo, un hombre y una mujer bailan. Demanera “sexualizada” sería la descripción usual, pero“sexualizado” no es el término más apropiado. Se trata deuna manifestación obvia, casi penetrante de sexualidad,pero la palabra “sexualizado” produce asociaciones equi-vocadas. Una forma ritualizada de corporalidad abierta,una presencia física que uno no puede rehuir. La multitudno baila, rodea a los otros dos y los observa. Hasta queotro hombre u otra mujer entre en el círculo y tumbe alhombre o a la mujer que han estado bailando hasta ahora.“Tumbar”: en el sentido de empujar fuera, pero tambiénde bailar mejor y de derrotar. Una variante del battle:alguien me contó que antes pasaban la noche juntos elhombre y la mujer que hubiesen vencido a los otros hom-bres y mujeres en el baile. Pero Ayari me explicará esanoche que la verdadera “batalla” tiene lugar entre la pare-ja bailadora. Se provocan y se ponen límites al mismo

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San Juan Bautista. La gente empieza a cantar décimas: «Alcruce te llevaremos, sin ánimo de molestar...». Ayari, lahermana de Francisco, se pone la figura en la cabeza, a suizquierda y derecha se forman dos filas de mujeres on-deando banderas. Detrás siguen los hombres portandotambores. El cortejo arranca.

Sangueo: avanzamos por la noche. Una imagen pareci-da a la de hace dos semanas en Carapita. Vecinos asoma-dos a las puertas, hombres dándole a la cerveza, niñosque observan desde la cancha de básquet de enfrente. Unkilómetro más abajo, la procesión se para en un cruce:“Cuatro esquinas”. Y por primera vez el ambiente sufreun vuelco. La procesión religiosa se convierte en unencuentro de las comunidades, casi en una manifestaciónde poder. Llegan cortejos de los cuatro puntos cardina-les: otras tres estatuas de San Juan y una figura de SantaBárbara que, aun siendo blanca, representa al dios africa-no Changó. Los santos —que, como en Carapita, bailancomo pequeños barquitos por encima del gentío— alcan-zan en este momento un nuevo significado. Códigos enflujo permanente: de símbolo católico a africano, de sím-bolo religioso a político-cultural.

23 horas. La multitud, ahora más de mil personas,vuelve a subir hasta la terraza. Los extranjeros estamos enminoría ahora. Los extranjeros y los blancos. Los caraque-ños de clase media y alta no suelen acercarse por las fies-tas de barrio. Normalmente, no pisan nunca las zonaspobres. De las fiestas con raíces africanas como la de SanJuan saben, como mucho, solamente por la televisión opor algunas vacaciones en la costa. Miami y París estánmás cerca para ellos que La Vega o Petare.

Se celebra una misa en la plaza. Un jesuita pronunciaun discurso llamando a la autoorganización: «Tenemosque prepararnos. Los próximos meses serán duros. Tene-mos que confiar en nosotros mismos». Resistencia contrala oposición, pero también desconfianza respecto a par-tes del aparato gubernamental. Se comparte el pan, diez

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exclusivamente a la cruz. La culoepuya y la quichimba sonimitaciones burlescas de la música de salón blanca; suenanun poco lentos, los bailadores imitan las posiciones y losgestos de los antiguos bailes cortesanos españoles. No sonlos únicos ritmos con reminiscencias españolas: los gale-rones recuerdan al flamenco...

Petroleros

En el autobús, pasado Valencia.Lo hago todo al revés: pongo a Marx cabeza abajo. Lo

más importante al final. La base como apéndice.Voy camino de la refinería de El Palito. Venezuela es un país petrolero. Lo es hasta tal punto

que prácticamente es más petrolero que país. Uno noentiende nada si no entiende eso. Con 3,4 millones debarriles extraídos diariamente, está entre los cinco mayo-res productores de petróleo del mundo. Ingresos de 18 a22.000 millones de dólares anuales, un suministradorestratégico del mercado estadounidense; según dicen, lasterceras reservas petroleras conocidas más grandes delplaneta. Los yacimientos están repartidos por todo elterritorio venezolano. Hay pozos de crudo en el sureñoestado de Barinas; en el este, en el delta del Orinoco, limí-trofe con Trinidad y Guyana; y, principalmente, en eloeste, en el Lago de Maracaibo, al que la riqueza petrolera,por cierto, ha convertido en un cementerio de residuos. Elotrora paraíso natural hoy día parece una cloaca. Antes dela bonanza petrolera, Venezuela era uno de los países máspobres del hemisferio. Con su estatus de provincia y no devirreinato —a diferencia de Colombia, Perú y México—, elpaís jugaba sólo un papel subordinado dentro del imperiocolonial como productor de cacao y caña de azúcar. Vastaspartes del territorio quedaron sin explorar hasta media-dos del siglo XX. La situación no empezó a cambiar unpoco hasta los años cuarenta. Los ingresos petroleros

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tiempo. La mujer incita al hombre y lo rechaza, se le acer-ca, hasta lograr que éste parezca confundido o amedrenta-do; el hombre trata de atrapar a la mujer...

El ambiente me intimida: el enfrentamiento físico abier-to, una forma de competencia. Me acuerdo de una situa-ción en la que me sentí de manera parecida. Un club en losEEUU, un concierto de hip hop contra la represión poli-cial: un ejercicio de fuerza física que me desconcertó. A lamayoría de los tipos se les veía bien entrenados. Alguienme contó las biografías de un par de raperos; historial car-celario abultado. Evidentemente, es un estereotipo racistaque la cultura afroamericana sea más corporal que la euro-pea. La reducción de los seres humanos a su naturaleza res-ponde al punto de vista del negrero. Éste reconoce en ellosa máquinas de trabajo y objetos sexuales, piensa en catego-rías de explotación y violación porque quiere reducir losseres humanos precisamente a esto: a máquinas de trabajoy objetos sexuales. Y, aun así, es cierto que en este momen-to se manifiesta un tipo de corporalidad que no sé desci-frar y en la que no puedo participar. Decido apañarme yosólo con mi confusión.

La gente ha pasado a bailar en tres o cuatro círculosen la plaza: muchachos de diez años con mujeres adul-tas, muchachas con hombres mayores; la edad no tienemayor importancia. Lo que cuenta es el movimiento delos cuerpos, la capacidad de traspasar límites y, a la vez,reconocerlos.

Las guaruras siguen empujando. Como no sé cómo vol-verme parte de la gente de otra manera, le pido a Edgarque me explique los tambores. El tamunangue: de Barqui-simeto, con instrumentos de cuerda. El sanmillán: tambo-res, algo más suaves, del estado de Aragua. La parranda: setoca con el “cuatro”, un instrumento de cuatro cuerdas; lagente la tiene por música navideña, pero en realidad no loes. La fulía: una canción que se toca durante las celebracio-nes de la Cruz de Mayo. Es el único ritmo de tambores conel que no se baila porque el homenaje está destinado

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na de Schwedt, en Brandenburgo, donde el PCK, el Com-binado Petro-Químico, aparece inesperadamente entrecolinas arenosas detrás de una curva de la vía del tren; larefinería en la llanura del Rin cerca de Leverkusen.

El Palito, no obstante, es diferente: el cielo y el mar sefunden en un color gris plomizo directamente al lado dela carretera. Laderas peladas y secas, indefensas ante elinexorable sol caribeño. Al caminar los últimos metroshasta la entrada de la planta industrial, me siento un pococomo un astronauta en un planeta hostil y lejano. Airehúmedo y pesado que te roba el aliento; el mar inmóvil ypegajoso.

Delante de la planta, unas 200 personas están senta-das a la sombra de unos matojos. Han colocado pancartasen la valla detrás de ellos. No estoy seguro de por quéprotestan. Mi visita planeada para la semana anterior tuvoque ser aplazada porque se había aprobado un plan deemergencia para prevenir posibles actos de sabotaje enlas industrias clave tras las últimas movilizaciones de laoposición. Pero las pancartas no tienen nada que ver conel referéndum. «¿Por qué los escuálidos no bloquean laplanta de El Palito?» “Escuálidos” es el insulto más usadopara referirse a los partidarios de la oposición. Pregunta yrespuesta retóricas. «Porque ya están en la dirección de laempresa». Y: «¡Limpieza en PDVSA ya!»

Me dirijo a los vigilantes que controlan la entrada. Mivisita está anunciada. Me dan un carné y me mandan a unbungalow con aire acondicionado. Tomo asiento delantede las oficinas del sindicato petrolero. Alivio. El calorafuera es realmente insorpotable.

Después del intento de golpe de Estado del 11 al 13 deabril de 2002, la derecha venezolana vuelve a intentarloen diciembre del mismo año. El dos de diciembre, la orga-nización empresarial FEDECAMARAS y la cúpula sindicalde la CTV convocan un paro nacional que en la mayoría delos sectores no pasa de un lock-out. Sólo en la industriapetrolera hay una cantidad considerable de trabajadores

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parecían posibilitar una modernización tardía. Durante ladictadura de Marcos Pérez Jiménez, Caracas recibió unaimagen nueva: las construcciones del arquitecto CarlosRaúl Villanueva, símbolo de la modernidad venezolana.Tras el derrocamiento de Pérez Jiménez, en 1958, crecie-ron las expectativas en el país de poder integrarse en elPrimer Mundo bajo el liderazgo de los partidos dominan-tes, la socialdemócrata Acción Democrática y el partidodemócratacristiano COPEI. Cerca de Mérida se construyó,a 5.000 metros de altura, la estación de teleférico más altadel mundo. Se levantó un puente de 8,7 kilómetros sobreel lago de Maracaibo, se erigieron edificios futuristas en laavenida Bolívar de Caracas, se creó de la nada la industriadel aluminio en el sudeste del país y en Guri se hizo la cen-tral hidroeléctrica más grande de su época.

En 1976, la industria petrolera fue nacionalizada porlas continuas presiones de la izquierda, y el presidenteCarlos Andrés Pérez, de la AD, intentó ganar prestigio conun programa populista y nacionalista: subsidios alimenti-cios, precios garantizados de la gasolina y el transporte,regalos a la población, programas de infraestructura.Tardó un tiempo hasta que la gente empezó a darse cuen-ta de que estas medidas no eran más que una cortina dehumo. CAP, el presidente, el cual proviene de una familiasin grandes recursos, se convirtió en uno de los hombresmás ricos de América Latina. Petróleos de Venezuela S.A.(PDVSA), la empresa estatal petrolera, resultó ser unamaquinaria de enriquecimiento en manos de la oligar-quía venezolana y se convirtió en un feudo de poder autó-nomo respecto al resto de la sociedad. Mientras que laselites no sabían qué hacer con tanto dinero, las deudasdel Estado se fueron incrementando exponencialmente.

El conductor me deja en la salida de la autopista. Mesuelen gustar los emplazamientos de las refinerías. La ciu-dad de Barrancabermeja, en la orilla del Río Magdalena,en el centro de Colombia, donde las antorchas petrolerasdominan como fanales el paisaje tropical; la ciudad alema-

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ricanos casi siempre tienen una buena panza. Atravesamosla planta, dejando atrás tuberías, tanques y válvulas gigan-tes. El mar sigue con su aspecto irreal, como una planchametálica pesada de fondo. Los tres me comentan los con-flictos del año 2002. Del paro que precedió al primerintento golpista en abril cuando la dirección de la plantahizo parar partes de la refinería en menos de dos horas.

«Querían que explotara toda la joda. Normalmente,necesitas cuatro veces más tiempo para parar la produc-ción. Si no, el metal se puede torcer al enfríarse». Luegocomenzaron los despidos. «El gobierno de Carmonaquiso sacar a los trabajadores revolucionarios. Pero pordesgracia para ellos, se les quedó corto el tiempo». José ysus colegas sonríen.

El intento de golpe de Estado fracasó, cuentan, pero elgobierno de Chávez no tomó medidas contra los directi-vos implicados en el levantamiento.

«Nadie aquí lo ha entendido. Por qué dejaron a losdirectivos que habían participado en el golpe de abril».

Paramos delante de un pequeño edificio donde seencuentra la sala de control de la refinería: «su corazón».Nos bajamos del frigorífico con ruedas, entramos en elcalor de un sol de mediodía en su cenit, para volver aadentrarnos de nuevo en una zona de aire acondicionado.

«Estos directivos que no fueron despedidos por Chá-vez aprovecharon luego el tiempo, entre abril y diciem-bre de 2002, para preparar el próximo golpe de Estado.En abril, quizás un cuarenta por ciento de los trabajado-res de El Palito se declaró en huelga. En diciembre, elparo ya alcanzó al noventa por ciento».

Se me ocurre una explicación estándar: los obrerospetroleros han participado en la huelga porque de hechoforman parte de las clases privilegiadas. Gente de bien.Pero los clichés siempre tienen un problema: por lo gene-ral, nunca aciertan.

«¡Qué va!», dice el hombre que hace un momento estu-vo en el asiento del copiloto y que ahora me mantiene la

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que se declara en huelga. Buques petroleros de la marinamercante estatal bloquean el acceso al lago de Maracaibo ya diferentes refinerías, impidiendo así el embarque de laproducción. El noventa por ciento del personal de El Pali-to se va a casa después de que la dirección de la plantamanda parar la producción. Los trabajadores que se que-dan tratan de hacerse cargo de los servicios mínimos.Unas treinta o cuarenta personas duermen en la planta yhacen turnos de veinticuatro horas. El mayor problema esla falta de conocimientos. Los responsables de la sala decontrol han abandonado la refinería. Se moviliza a trabaja-dores jubilados y a técnicos que están de vacaciones.Cinco días más tarde, los tanques están completamentellenos y no queda otra opción que parar la planta. Es unadecisión de graves consecuencias. Normalmente, el arran-que de una refinería tarda tres meses; diariamente se pier-de una producción de 140.000 barriles de carburante yunos 60 millones de dólares de ingresos. No es hasta lasNavidades de 2002 que, tras tres semanas de bloqueo, elgobierno recupera el control de varios buques, lograimportar y distribuir gasolina de Brasil, y comienza aponer en marcha nuevamente la producción petroleraapoyándose en personal recién formado. 19.000 de los28.000 empleados fijos de PDVSA —trabajadores, técnicosy directivos— han participado en una huelga nunca vota-da, no se presentan en sus lugares de trabajo y son despe-didos. A finales de enero, el paro petrolero que ha llevadoal gobierno al borde de la caída termina definitivamente.Con apenas 9.000 trabajadores, en mayo se logra volver aalcanzar la antigua cuota de producción petrolera.

Me viene a recoger José, un sindicalista que conocí enCaracas durante el congreso fundador de la nueva centralsindical Unión Nacional de Trabajadores (UNT). Nos mon-tamos en un pickup de cuatro puertas. Otra vez, elambiente raro de un frigorífico con ruedas. Hay otros doscolegas más en el carro. Lucen la barriga de rigor. Por algu-na razón para mí inexplicable, los sindicalistas latinoame-

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El hombre que maneja la consola se llama Francisco.Cuenta que, en realidad, está jubilado desde 1994. Perocuando pararon la refinería, volvió a su sitio de trabajo.No porque tenga demasiado cariño por el gobierno deChávez, sino porque le dolía ver la planta parada. El orgu-llo trabajador, el sentimiento de hacer algo importantepor su país y su población. Sin embargo, no consienteque alguien critique a sus colegas despedidos. «Los com-pañeros son los compañeros. He trabajado treinta añoscon ellos».

Treinta años. Me pregunto lo que pasa cuando unaspersonas que han trabajado juntas tanto tiempo, que hansido compañeros y que han tenido que confiar en losotros en situaciones extremas, de repente se dividen enfacciones irreconciliables. ¿Qué hacen aquellos que noquieren encasillarse ni en un lado ni en el otro? ¿Cómo sevive la pérdida de la solidaridad cotidiana cuando unacontradicción, que por lo menos al principio es algo abs-tracta, rompe una comunidad?

José y los otros dos sindicalistas me dejan solo. Medicen que hable con los trabajadores a solas. Dos de losseis técnicos de la sala de control regresaron después dela huelga. Algunos explicaron que habían sido engañadospor la dirección, otros alegaron haber estado de vacacio-nes. José me aconseja hacerme mi propia idea.

Nada más empezar con las preguntas, noto la descon-fianza. Mis dos interlocutores evaden las preguntas comosi se sintieran interrogados. Trato de entender su situa-ción y me imagino el peso que soportan: los vecinos ofamiliares pertenecen a la oposición y los consideranunos traidores, mientras que, por otro lado, se tienenque justificar permanentemente ante los compañerosque se quedaron en la refinería en diciembre. Siemprenadando entre dos aguas. Aunque eso también tiene algode gratificante: la posición intermedia, que es normal-mente el hogar de los oportunistas, puede convertirse enun terreno bastante desagradable.

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puerta abierta. «Los salarios aquí están entre 800.000 y900.000 bolívares» —500 dólares según el cambio ofi-cial—, «con todas las gratificaciones llegas quizás a 1,2millones. No es mal dinero pero tampoco eres rico coneso... No. La derecha simplemente hizo un trabajo muybueno. Cualquier grupo de izquierdas podría sentirseorgulloso del mismo. Politizaron la refinería y organiza-ron cada día una acción contra el gobierno. Un día lagente tenía que ponerse camisetas amarillas, el otro,colocarse brazaletes negros. Los directivos hacían decompañeros, se preocupaban por el personal, prepara-ban asados con la gente los fines de semana. Y habíamanifestaciones permanentemente. De esta manera, ladirección y los trabajadores se fueron juntando. Tenemosque reconocerlo: hicieron un trabajo organizativo delque todos podemos aprender».

Entramos en la sala de control. Pantallas y consolas delos años setenta, un par de sillas de oficina, hombres que acada instante agarran los walkie-talkies dispuestos a sulado para dar instrucciones. Un colega venezolano denuestro proyecto me habló en Caracas de los accidentes detrabajo que ahora ocurren casi a diario en la refinería de ElPalito. Desde que la industria petrolera funciona sin el con-curso de los antiguos profesionales de clase media, losmedios de comunicación informan regularmente sobreestos accidentes. Como si quisieran confirmarse a sí mis-mos que “los otros” no se pueden valer por sí mismos.

«Sin apoyo exterior no lo hubieran logrado». José serefiere al trabajo organizativo de la antigua dirección.«Recibieron formación. De los servicios secretos gringos.¿Cómo se explica, si no, que las direcciones cambiaran suforma de actuar en todos los sitios de producción a la vez?Eso no se les hubiera ocurrido nunca. Alguien de afuerase lo enseñó».

La ruptura atraviesa Venezuela: las percepciones sondiametralmente opuestas. Dos grandes narrativas sin nin-gún punto de contacto.

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Con sus 2.000 megavatios de potencia, es supuestamentela planta termoeléctrica más grande de América Latina.José me presentó a un delegado sindical de Morón haceunas semanas en el congreso de la UNT. El hombre dijoque querían un tipo de cogestión diferente a la alemana.Que buscaban un modelo asambleario donde la coges-tión no condujera a la identificación de los sindicatos conlas direcciones de las empresas. «Aspiramos a una partici-pación desde abajo». Y luego comentó que el sector eléc-trico fue de los pocos donde la derecha no se esforzó porparar la producción en diciembre de 2002. «No queríanque se fuera la luz. Si no, la gente ya no hubiera podidover la televisión».

Expreso mis dudas en cuanto al “poder obrero”, y Josécontesta que todo es un proceso. Que hasta ahora sólouna minoría quería llegar más allá. «Pero tenemos muchasmás discusiones que antes. Entre los trabajadores petrole-ros y también entre los movimientos sociales, las comuni-dades y los sindicatos».

Viramos a la izquierda, pasamos ante dos piscinas lle-nas de residuos petrolíferos y una estación de bombeo.«Aquí se decidió el destino del gobierno», dice José. Nointenta ocultar su orgullo. «Si la oposición hubiera logra-do el control de esta bomba, Chávez habría caído».

Me fijo en la casita de bombeo que pasa lentamente antemis ojos. 3,5 millones de barriles de petróleo extraídos dia-riamente: se lee como una simple estadística. Pero cuandolas cosas penden de un hilo, las casualidades y accionesindividuales alcanzan una importancia inesperada.

Alejo Carpentier: Los pasos perdidos

Los últimos días en Venezuela después de una estancia desiete meses. Para acabar, me he propuesto lo usual: elviaje al sur, a la frontera brasileña, a la Gran Sabana.Todos los turistas escogen este camino.

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«Nunca votamos la huelga».«La dirección nos ordenó parar la producción».«Y después ya no se podía llegar a la planta».«No sabemos lo que hacen los antiguos colegas. Ya no

mantenemos mucho contacto».Se defienden. La industria petrolera es un sector sensi-

ble. La oposición trata de mantenerse informada sobrelos puntos débiles de la producción. A la inversa, los par-tidarios del gobierno se dedican a destapar a supuestosinfiltrados.

Debe resultar bastante desagradable trabajar en estascondiciones.

El responsable del departamento se me presenta. Tam-bién pertenece al viejo personal. Un ingeniero, uno delos pocos que no se fueron en diciembre. Cuenta que derepente un día se encontró en una lista negra. Como “gol-pista”, a pesar de que estaba de vacaciones durante elparo y no tenía nada que ver con el asunto. «Me fui contoda mi familia a hablar con el responsable de PDVSA. Fueun insulto para nosotros, también para mis hijos. PDVSAme dio la razón y me volvió a emplear. Bueno, ¡borrón ycuenta nueva!»

Charlamos un rato hasta que José y los otros dos sindi-calistas vienen a recogerme. Me despido, los amigos mellevan al todoterreno aparcado en la puerta. Los respon-sables de vigilancia me han prohibido pasear por la plan-ta. Sin permiso especial, los visitantes sólo puedenmoverse en carro. Lentamente rodamos por la plantamientras que los sindicalistas me explican el funciona-miento de las instalaciones. José menciona el poder obre-ro. Soy algo escéptico. El personal de las consolas decontrol me acaba de decir que la organización del trabajosigue siendo la misma de siempre. Cuando les preguntopor las nuevas leyes de cogestión en las industrias petro-lera y de electricidad, resulta que no saben ni que talesleyes existen. Justo en este instante se aparece en el hori-zonte la planta eléctrica de Morón, al oeste de la refinería.

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Es de noche. Al principio, sólo se distingue un brilloen el horizonte, luego las luces de las plantas siderúrgi-cas, finalmente la ciudad. Parece irreal su emplazamientoa orillas del río Caroní: edificios altos, bloques de vivien-das, complejos de oficinas. Una ciudad satélite iluminadaque no gira alrededor de un centro, sino de plantasindustriales. Fue en Ciudad Guayana, a finales de los añossetenta, donde surgió el nuevo movimiento sindical quedespués dio vida primero al partido de izquierdas CausaR y luego al PPT. ¿Una ciudad proletaria?

Cruzamos un puente. En el horizonte se adivina elmuro de la represa de Guri, gigantesco. Al lado de lacarretera se suceden las tiendas de automóviles y losdrive-ins. Panorámica estadounidense. Comparado conesto, la terminal de autobuses de San Félix parece sor-prendentemente modesta. En uno de los andenes haysentados unos indígenas. Unas cincuenta personas quehan tendido hamacas entre los pilares de hormigón. Noalcanzo a ver equipajes. Intento descubrir algo así comoun centro de la ciudad. Noche profunda.

Desde que viajo a América Latina, siempre he pensado enel sur venezolano. El halo de inaccesibilidad, de sitio legen-dario. «Con el cuerpo algo adolorido salí de la churuata,miré, y me detuve estupefacto, con la boca llena de exlama-ciones que nada podían por librarme de mi asombro. Allá,detrás de los árboles gigantescos, se alzaban unas moles deroca negra, enormes, macizas, de flancos verticales, comotiradas a plomada, que eran presencia y verdad de monu-mentos fabulosos». Aquí se encuentran los tepuys, —unasformaciones montañosas en forma de mesas sobre cuyosorígenes se ha especulado tanto— y la tierra de asentamien-to de los indígenas yanomami, considerada el rincón másaislado de la selva amazónica. En las partes que no estáncubiertas de selva, se extiende una vasta sabana interrumpi-da sólo por raras formaciones de roca; un paisaje como nohay otro igual en ningún lugar de América Latina. «Tenía mimemoria que irse al mundo del Bosco, a las Babeles imagi-

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Mi padre viene conmigo. Volamos de Maiquetía a Ciu-dad Bolívar, una ciudad pintoresca cuyo centro colonialha sido convertido en una atracción turística. Las facha-das remozadas en plan bonito. Desde allí la autopista noslleva, en dirección al Este, hasta el gran centro siderúrgi-co y de producción de aluminio en Ciudad Guayana. Unsensación rara, la de atravesar antiguos territorios selváti-cos por una autopista de cuatro carriles. Al lado de lacarretera se entrevé el curso del Orinoco tragado por lanoche tropical. Leo Canaima de Rómulo Gallegos. El survenezolano, tierra de mineros y caucheros, la estepaganadera, la selva impenetrable, una mancha verde en losmapas. Los años veinte.

Indicadores de distancia. El talud de la carretera pasavolando. Me recuerda la llanura que recorre el río Po. Uncauce amplio, el calor propio del verano, una autopistade cuatro carriles que divide el paisaje como una infinitaraya recta. Por las ventanas abiertas del autobús entra unaire que huele a pastos.

El círculo se cierra. De la promesa de modernizaciónformulada por Chávez en Aló Presidente en marzo a losmonumentos de la modernización paralizada ahoradelante de mis ojos. Ciudad Guayana consta de dos ciuda-des: San Félix, ubicada en la desembocadura del río Caro-ní, en el Orinoco, y Puerto Ordaz, un pueblo fundado en1952. Las dos ciudades fueron fusionadas en 1961. Éstehabía de ser el centro de la industria metalúrgica emer-gente. Dos años más tarde comenzaron las obras de lacentral hidroeléctrica de Guri. El lago de la represa cubrehoy un territorio de 4.000 kilómetros cuadrados, pene-trando profundamente en las tierras antes cubiertas porla selva. Con 10.000 megavatios de potencia, Guri no sóloprovee de energía a toda Venezuela y una parte del nortedel Brasil, sino también a la industria del aluminio tandespilfarradora de electricidad de Ciudad Guayana. Enmedio de la soledad del sudeste venezolano se ha creadode la nada una metrópoli industrial.

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toma el camino de la selva es otra. Es el asco que sientepor una civilización que generó guerra y fascismo. Lospasos perdidos fue publicado en 1954 y muchas partes dela novela remiten a La Dialéctica de la Iluminación deHorkheimer y Adorno.

Aprovechando el pretexto de un viaje de exploración, elnarrador en primera persona de Carpentier deja primero asu esposa, luego también a su amante esotérica para irseadentrando cada vez más en la selva y acabar por encontraralgo parecido a una satisfacción: descubrir el cuerpo, lossentidos, el ritmo. En su viaje vive unos contrastes que nopueden ser más drásticos: la metrópoli estadounidense, elpueblucho venezolano, un asentamiento minero, la comu-nidad indígena, la tribu nómada de la selva que parece vivirtodavía en la Edad de Piedra y que se alimenta recolectan-do. El único punto de referencia constante del viajero esun mito que él mismo ha traído y que representa, a la vez,tanto la prehistoria como el apogeo cultural, tanto lo arcai-co como lo civilizado; el mito de Ulises, inmortal: libro,cita, proyecto musical. Más bien por un error que por pro-pia decisión, el narrador regresa al final a los Estados Uni-dos. La puerta hacia el “afuera” queda cerrada.

El avión Cessna con el que salimos por la mañana haceuna escala. Wonkén: un pueblo con una escuela agrícola yaltos tepuys de fondo. Aire primaveral, las golondrinasgorjean. Doy algunos pasos en la dura y pedrosa tierra dela sabana; el polvo rojizo se queda pegado en los zapatos.Ante mi vista afloran unas casas, algunos niños que jue-gan y mujeres que parecen esperar al lado de la pista deaterrizaje.

Que esperan o que simplemente viven muy despacio.Por un breve instante, se puede mantener la ilusión

del lugar “extraño”. No hay ninguna carretera que lleguehasta aquí, nuestro avión monomotor tiene un aspectodesvencijado, los bosques entre los tepuys parecían unagran alfombra verde desde el aire. Una de nuestros com-

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narias de los pintores de lo fantástico, de los más alucina-dos ilustradores de tentaciones de santos, para hallar algosemejante a lo que estaba contemplando. Y aun cuandoencontraba una analogía, tenía que renunciar a ella, alpunto, por una cuestión de proporciones». El supuesto findel mundo. Un lugar para perderse: no registrado hasta suúltimo rincón, no sometido todavía a la acelerada homoge-neización; objeto de proyecciones. Selva, monte, misterio.«Esto que miraba era algo como una titánica ciudad —ciu-dad de edificaciones múltiples y espaciadas—, con escale-ras ciclópeas, mausoleos metidos en las nubes, explanadasinmensas dominadas por extrañas fortalezas de obsidia-na, sin almenas ni troneras, que parecían estar ahí paradefender la entrada de algún reino prohibido al hombre. Yallá, sobre aquel fondo de cirros, se afirmaba la Capital delas Formas: una increíble catedral gótica, de una milla dealto, con sus dos torres, su nave, su ábside y sus arbotantes,montada sobre un peñón cónico hecho de una materiaextraña, con sombrías irisaciones de hulla. Los campana-rios eran barridos por nieblas espesas que se atorbellina-ban al ser rotas por los hilos del granito. En lasproporciones de esas Formas rematadas por vertiginosasterrazas, flanqueadas con tuberías de órgano, había algotan fuera de lo real —morada de dioses, tronos y graderíosdestinados a la celebración de algún Juicio Final— que elánimo, pasmado, no buscaba la menor interpretación deaquella desconcertante arquitectura telúrica, aceptandosin razonar su belleza vertical e inexorable». El problemade la romantización del sur venezolano es que se nutre deeste anhelo antiilustrador que intenta cargar el mundo designificados misteriosos y seguir contando el mito de lo“extraño” y “desconocido”; oscuro o claro, malo o noble,pero siempre claramente delimitable.

Alejo Carpentier, sin embargo, no era un romántico,sino un comunista hecho y derecho. La razón por la queel protagonista de su novela, un investigador de la músicaque se gana la vida componiendo cuñas publicitarias,

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Sensación de moverse bajo una campana, bien lejos deVenezuela. Impresiones de Disneylandia, como ya suce-diera en Los Roques. Por la noche, los jóvenes mochilerosse ponen a discutir a la luz de las velas en qué playa vene-zolana la relación precio-servicios es la más ventajosapara los turistas. No hay nada que parezca tan desangela-do como el sujeto de masas que trata de afirmarse en suindividualidad.

Tras seis días de caminata sin mayores dilaciones, regre-samos a aquella ciudad que en Los pasos perdidos lleva elnombre de Santa Mónica de los Venados. Sigue siendo unsitio muy peculiar, pero por otras razones que en la novelade Alejo Carpentier: ciudad fronteriza, atracción turística,burdel, centro comercial de toda la región. Los conducto-res brasileños vienen a por gasolina; en Venezuela los car-burantes son más baratos que el agua. Viajeros alternativoseuropeos compran alimentos para sus trekkings; los bus-cadores de oro y diamantes cambian sus hallazgos porropa, herramientas, alcohol y sexo. De Santa Elena de Uai-rén a la frontera hay sólo quince minutos. Después de másde medio año he llegado al otro extremo del país. De laruptura o del cambio no se nota nada aquí. Una sola vez meveo confrontado por un breve instante con las contradic-ciones venezolanas. Dos muchachos amables de veintipicoaños que conocí subiendo al Roraima pasan en su carro.Uno de los dos me contó en el tepuy que trabajaba para elMinisterio de Planificación y Desarrollo; un antiguo cola-borador de Roland Denis, mi amigo postoperaísta. El cami-nante joven y simpático no resultó ser sólo un funcionariode alto rango, sino también un adversario decidido delgobierno. Dijo que Chávez era una mierda. Argumentos: lacrisis económica, la reforma agraria, la polarización de lasociedad. «Los que apoyan al presidente son unos borra-chos, violentos e incultos. ¿Has estado alguna vez en unacto de ellos?» Contesté afirmativamente, pero el tipo nose dejó frenar. «Por culpa de Chávez se ha venido abajo laclase media. Nos acabó. Estamos completamente jodidos».

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pañeros de viaje, una profesora de la escuela agrícola,saca, con gran esfuerzo, sus pesadas maletas de plásticorojiblanco de la avioneta, se baja y se queda en un margende la pista. Lo que no es producido en el pueblo tiene queser traído por vía aérea.

Sin embargo, apenas veinte minutos más tarde, enSanta Elena de Uairén se hace obvio que ya no existe un“afuera”. «Good morning», se nos acerca un indígena,«can I see your voucher, please?» Ahí donde Alejo Carpen-tier todavía encontró el prototipo de un pueblo pionero ydonde no había comunicación terrestre hasta mediadosde los ochenta, la primera pregunta que se hace hoy díaes por el recibo de la agencia de viajes.

El guía es oriundo de un pueblo de Guyana, la antiguacolonia británica. Gente muy requerida por la industriaturística local: hablan inglés, es decir, saben comunicarsecon los visitantes extranjeros en el idioma de uso global,pero representan también algo exótico, o sea, auténtico.Partimos hacia el Roraima, uno de los tepuys descritos porCarpentier, de unos 2.700 metros de altura. Se dice que enla cima se extiende un paisaje lunar característico. Sontres días de camino hasta la cumbre, tres días atravesandouna sabana quemada por el sol. El guía nos cuenta que losindígenas explican la existencia de estas mesas con laleyenda de un árbol talado hace mucho tiempo. El Jardíndel Edén habría sido destruido y desde entonces correagua del tronco; de hecho, todas las aguas de los alrede-dores nacen en el tepuy. Además, se cuenta también quepor aquel entonces los indígenas de aquella región caza-ban con fuego. Espantados por los incendios, los venadosy los tapires huyeron de sus escondites. Los esqueletos delos árboles negros quemados al pie de las paredes rocosasson testimonio de ello. La tierra pelada se seca. Mientrasque las cimas de los tepuys parecen paisajes lunares, en lallanura de abajo uno se siente más bien como en Marte. Latesis del supuesto equilibrio armónico del indígena consu entorno es una proyección romántica.

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encuentro en Caracas antes de partir hacia Europa me diráque en Venezuela lo que está en juego es la formación deuna nación, pues ese momento constituyente de la moder-nidad es algo que los imperios postcoloniales siempre lehabrían negado al continente. «La pieza clave del procesoen Venezuela es esta nation building y la conquista de lasoberanía nacional. En Europa esto puede sonar más bien areaccionario. Pero en Venezuela esto se suma a otro ele-mento fundamental: la crisis de todo tipo de representa-ción. Los protagonistas del proceso ya no confían ni en losmedios de comunicación de masas ni en los partidos políti-cos, ni en las vanguardias ni en los intelectuales. La gente haaceptado a Chávez como dirigente político en los últimosaños, pero más que eso se ha descubierto a sí misma comoprotagonista y sujeto histórico. Este rechazo de la represen-tación lleva a un tipo de ruptura que sobrepasa las fronterasvenezolanas. Y evidentemente también el marco del con-flicto “gobierno versus oposición”, “izquierda contra dere-cha”. Es una cuestión que, aun estando relacionada hastacierto punto con las categorías políticas clásicas, en reali-dad no tiene mucho que ver con las mismas».

Estoy parado en la acera de una calle en Santa Elena,mirando el todoterreno de color metálico del simpáticofuncionario estatal opositor, defensor de posiciones socia-les racistas y siento, de repente, una sed terrible. Los seisdías de caminata bajo el sol han trastocado mi equilibriohídrico. Mi padre propone ir a buscar algo para beber.

«¿Una cerveza o algo así? Para relajarnos un poco...también anímicamente».

Conforme se va haciendo mayor, va ganando en sensi-bilidad para estas situaciones.

«Estupendo», contesto, asintiendo con la cabeza, muyagradecido.

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Su compañero, un médico, asintió con la cabeza, y yo mepregunté cómo se quiere construir un nuevo país con fun-cionarios así: que entienden los cambios como ataquesdirectos a su clase.

Los dos pasan ahora de largo en su carro. En un todote-rreno nuevo de color metálico. Lo extraño de este país y suruptura pienso, mirando a la colina detrás de la cual seesconde la frontera venezolano-brasileña, es que las expe-riencias que uno tiene dependen mucho más que en otraspartes de uno mismo. Expresión de una sociedad que sedesmorona. O que se desmoronó ya hace mucho. La cerca-nía ya no tiene nada que ver con un vínculo territorial. Lagente se construye sus propios espacios. En un todoterrenode color metálico, en el barrio de La Vega, en los senderosde trekking turísticos: territorios sin conexiones o referen-cias mutuas. Las narrativas paralelas siguen su curso sinnecesidad de concordancias. Y, de repente, añoro terrible-mente Caracas. Una tarde de sábado en el 23 de Enero. Enel local de la Coordinadora Simón Bolívar se escucha eltelevisor: Canal 8, un discurso, la gente sentada junto a unamesa de plástico discute sobre la corrupción y el avancetitubeante de las reformas. Delante de los comercios —unapanadería, el zapatero, dos licorerías, la videoteca, unapeluquería— los vecinos se reúnen para charlar y tomarunas cervezas. Me quedo mirando un mural con el rostro deSilvio Rodríguez, desde la cancha de futbol se escuchan gri-tos. Se respira un ambiente sosegado y, por un momento —demasiado corto—, tengo la sensación de sentirme en casa.

El mito del sur venezolano se ha desvanecido. Los sitiosde Alejo Carpentier han dejado de existir, ya no quedangrandes misterios: mucho mejor. Hace tiempo que el pro-yecto violento de modernización alcanzó también a aque-llos sitios que hace treinta años todavía eran considerados“afuera”. Pero, paradójicamente, la modernización quesólo cumplió con sus amenazas y no con sus promesas, pro-vocando rupturas, ha hecho surgir de nuevo “lo otro”: enforma de la esperanza de una alternativa. Una amiga que me

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Epílogo

Diez meses más tarde me encuentro de nuevo en Cara-cas: tiempos de campaña electoral. La oposición ha reu-nido los 2,4 millones de firmas que necesitaba para laconvocatoria de un referéndum revocatorio contra elpresidente Chávez. Tras mucho trasiego, la fecha del ple-biscito se ha fijado finalmente para el 15 de agosto. Des-pués de que buena parte de los esfuerzos de la oposiciónse han concentrado durante un año en la preparacióndel referéndum, ahora que éste se va a celebrar pareceque ya sólo la parte gubernamental está interesada en lacampaña electoral. Las pancartas y carteles rojos con el«No» se ven por todas partes. De la campaña de la oposi-ción, en cambio, apenas si se ve rastro ni siquiera en losbarrios de clase media.

Pero lo decisivo para el resultado final de la consultano será en primera línea la movilización política de lasúltimas semanas. Más importante es el desarrollo de lasmisiones. Cuando voy a visitar a la familia de Francisco, enLa Vega, me doy cuenta de lo mucho que ha cambiadotodo en pocos meses. Sólo en la parte superior de estabarriada popular se han abierto seis consultorios médicosy tres supermercados Mercal nuevos. Una voluntaria delconsultorio médico explica que ahora tocan a un puestode salud por cada mil habitantes. Las misiones financiadaspor el gobierno y por PDVSA han dado sus frutos. Lo inte-resante de todo esto es que las misiones progresan lamayoría de los casos apoyándose en el proceso organizati-vo de la gente. En La Vega cada puesto de salud se sostienepor la colaboración de entre diez y veinte personas de lavecindad. El médico cubano es el responsable de los trata-mientos médicos. Las tareas organizativas, los programasde medicina preventiva y el servicio de enfermería sonasumidos por los voluntarios.

Esta tendencia a la autoayuda no se limita sólo a lacampaña de salud «Barrio adentro». También las misiones

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Glosario

arepa: tortita a base de maízbacano: excelente, muy buenobotar: tirar, desecharbuhonero: vendedor ambulantecachucha: gorra con viseracantero: bancal, cuadro de tierra donde se cultivan horta-

lizascarrito: microbúscarro: cochecatire: persona rubiachamo: muchachocharro: muchachochévere: magnífico, estupendochimó: masa compuesta de tabaco, salvia, cáscara de plá-

tano y otros ingredientes cocidoschulo: buitre americanocobija: mantadoméstica: sirvienta, criadaechar su carreta: soltar el rollo, comer el cocogamín: niño de la callekinder: guarderíaman/es: hombre/smalandro: malhechormatraca: mordida, pago para eludir una amenaza o un

castigo pana: colegaquinta: villa, chalet, casa con jardín rancho: cobertizo o chabolatomar: ingerir bebidas alcohólicasvocero: portavoz

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El resultado del referéndum se convertiría en unabofetada para la mundo de la prensa y esos políticos«razonables» que siempre subrayan que no se puedegobernar «de esta manera», de la manera que lo hace Chá-vez. El presidente que es calificado por los grandesmedios de comunicación internacionales, alternativa-mente, de «populista», «golpista» y «amigo de Fidel», seríaconfirmado en su cargo —con la participación electoralmás alta en la historia de Venezuela— con el 59% de losvotos depositados. Seguramente ningún otro jefe degobierno del mundo occidental podría contar actualmen-te con un resultado similar a mitad de su mandato. La vic-toria en la consulta supone un cambio con repercusionesfuera de las fronteras de Venezuela. Vuelve a poner en elorden del día proyectos de transformación de carácterestatal que supuestamente yo no serían posibles en elmundo del capitalismo globalizado.

La oposición reacciona a su nueva derrota como siem-pre lo ha hecho hasta ahora: se aferra a su posición clasis-ta. A pesar de que el sistema de votación electrónica y conpapeleta, de doble seguridad, hace prácticamente impo-sible un fraude, la oposición sigue afirmando que Chávezle robó la victoria. Tampoco el reconocimiento, por partede los observadores internacionales de la Organizaciónde Estados Americanos y de la Fundación Carter, de losresultados publicados por el Consejo Nacional Electoralha movido un ápice a la oposición de su interpretación delos hechos.

Estando las cosas así, es de temer que algunos sectoresde la oposición optarán por proseguir la vía de la violen-cia. Ya en mayo de 2004 fueron detectados más de cienparamilitares colombianos en una zona residencial deCaracas. Al parecer estaban preparando acciones armadasen la capital. En las regiones en donde hay enfrentamien-tos por la posesión de la tierra entre los movimientoscampesinos y los terratenientes, hace años que los escua-drones de la muerte forman parte del día a día. Dadas las

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Robinson —de alfabetización de adultos— y Ribas —unaespecie de segundo camino formativo para gente que nopudo acabar primaria— se han extendido por las barria-das. En casi todos los vecindarios se ha constituido unaclase que puede aprender ahora con los medios puestos asu disposición por el Estado: aparatos de vídeo, televiso-res, lecciones en cintas de vídeo y libros. En los salonesde casa, parvularios, salas municipales y escuelas sepuede ver por las noches a grupos de adultos que se reú-nen para seguir las explicaciones de los llamados «facilita-dores». Además, en el sector de Casitas se junta un grupode mujeres que con los alimentos que les hace llegar gra-tuitamente Mercal cocinan para las personas necesitadasdel barrio. En total, sólo en La Vega, hay al parecer entorno a las 7.000 personas organizadas de esta manera:en asociaciones de vecinos, comités de voluntarios desalud o de educación, consejos de planificación local o enlas unidades de batalla electoral que promueven el «No»en la campaña del referéndum.

Aun así, en estos días de julio y agosto los nervios hacenpresa al menos en nosotros, los extranjeros. Mientras quenuestros amigos venezolanos están completamente con-vencidos del resultado positivo de la consulta, nosotros nopodemos dejar de pensar en Nicaragua, donde en 1990sólo se discutía acerca de la dimensión de la victoria ydonde los sandinistas acabaron por sufrir una amargaderrota. Aunque los nacionales tienen razón, desde luego,cuando afirman que Venezuela no es Nicaragua. Hasta elmomento la derecha venezolana —a pesar de los esfuerzosdenodados— no ha conseguido desencadenar una situa-ción de guerra civil que conduzca a un voto de cansancio,al voto de «mejor el viejo orden que la continuación de larevolución en medio de una guerra». Que esto no hayasucedido todavía en este país sudamericano tiene tambiénque ver con el hecho de que, dada la guerra de Irak y el ele-vado precio del petróleo, los EEUU y la UE están interesa-dos sobre todo en su estabilidad.

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circunstancias, en los años venideros será más importan-te que nunca apoyar la continuidad del proceso de trans-formación venezolano —esa peculiar primera revoluciónreformista del siglo XXI— y defenderlo contra una pre-sión internacional cada vez más agresiva.

Raul Zelik, agosto de 2004

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BRAVA GENTEEl MST y la lucha por la tierra en el BrasilBernardo Mançano Fernandes, João Pedro stédileSobre la base de una entrevista del pro-fesor Bernardo Mançano Fernandes,miembro del Sector de Educación delMST, a João Pedro Stédile, uno de losfundadores y miembro de la direcciónnacional del Movimiento, el presentelibro permite al lector/a familiarizarse conlos orígenes y principios del MST, sabercómo funcionan sus cooperativas y asentamientos, de quéforma se hacen las ocupaciones de tierras improductivas, larepresión, las dificultades, etc.; todo lo cual nos permite com-prender cómo se han llegado a los actuales 500 campamen-tos con más de 100.000 familias ocupando tierras a la esperade una verdadera reforma agraria.

184 págs., 10 €, ISBN: 84-96044-00-9

ARGENTINAApuntes para el nuevo protagonis-mo socialColectivo Situaciones

Los acontecimientos del 19 y 20 dediciembre en Argentina, con motivo dela congelación de los depósitos banca-rios, dieron lugar a una revuelta popu-lar de dimensiones hasta ese momen-to desconocidas, pero que avivaron yenriquecieron experiencias anterioresde resistencia popular, y dieron lugar auna amplia red de piquetes, asambleas, escraches, ocu-paciones de fábricas y nudos de trueque. El ColectivoSituaciones, de Argentina, nos presenta los hechos y nosanaliza lo novedoso de una práctica política asambleariaque cuestiona las formas políticas tradicionales, y se plan-tea cómo se pueden estructurar formas de intervenciónpolítica comunes sin sacrificar la autonomía y horizontali-dad de las asambleas.

256 págs., 12 €, ISBN: 84-96044-10-6

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EZLN 20 y 10 el fuego y la palabraGloria Muñoz Ramírez

«El 17 de noviembre del año 1983,hace 20 años, se fundó el EZLN, ycomo EZLN empezamos a caminar lasmontañas del sureste mexicano, car-gando una pequeña bandera de fondonegro con una estrella roja de cincopuntas y las letras “EZLN”, también enrojo, al pie de la estrella. Aún cargo esabandera. Está llena de remiendos ymaltratada, pero todavía ondea airosa

en la Comandancia General del Ejército Zapatista deLiberación Nacional».Subcomandante Insurgente Marcos

320 págs., 12 a, ISBN: 84-96044-39-4

OPERACIÓN CÓNDORDel Archivo del Terror y el asesinato de Letelier al casoBerríosSamuel Blixen

Un concienzudo trabajo de investiga-ción periodística permite a SamuelBlixen desvelar la existencia de una redde intercambio y apoyo entre los servi-cios secretos de las diferentes dictadu-ras de la zona. La Operación Cóndorhabría de servir durante años para la

persecución y eliminación, incluso fuera de fronteras, de losdisidentes políticos.

268 págs., 10,80 a, ISBN 84-88455-61-5

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